Un capitalismo explotador e incomestible
Quince años después de la locura de las vacas locas, el acceso a la alimentación sigue siendo una locura para los consumidores, sobre todos por los de poco poder adquisitivo. Los ingredientes de algunas comidas que se comercializan en los supermercados son un misterio.
Como se ha visto recientemente, podemos estar masticando carne de caballo cuando estamos convencido que comemos carne de vaca. De la misma manera que no sabemos cuál es el tipo de carne que digerimos, tampoco podemos conocer con certeza qué tipo de hormonas, conservantes y antibióticos aderezan el plato.
Bajo etiquetas publicitarias, recetas diseñadas por cocineros mediáticos y presentaciones atrayentes, se esconde una cadena de contratistas y subcontratistas que trabajan para una o varias grandes compañías capitalistas a las que sólo importa multiplicar las ganancias. Esta manera tan perversa de producir, ha permitido degradar las condiciones laborales y no sólo es peligrosa para el bienestar social, también lo es para la salud nuestra y por la del planeta.
El aumento del comercio, tanto en dimensión como en diámetro, ha multiplicado la circulación por carretera y por el espacio y ha dado lugar a una concatenación de transacciones comerciales impensables hace unos años. Todo este gran cambio en la organización del trabajo ha estimulado la aparición de nuevos intermediarios, que desprecian a los productores ya los consumidores y sólo piensan en enriquecerse.
El escándalo de las vacas locas no impidió que los grandes grupos alimentarios siguieran actuando a su antojo. Ahora que la crisis ha cerrado muchas de las posibilidades de negocio fácil que habían prosperado en torno a la burbuja inmobiliaria, una parte de los capitales han desplazado para especular con el "negocio" alimentario. Como años atrás ocurrió en la construcción, es muy difícil detener la locura de un sistema que no está organizado para satisfacer necesidades sociales, sino en función de los intereses del capital y que no tiene ningún escrúpulo en utilizar incluso formas de actuación mafiosas. De ello son sobre todo responsables los grandes distribuidores, que son los que finalmente dictan los precios y se empeñan en mejorar sus márgenes comerciales buscando un acceso más barato a las materias primas, a costa de la calidad y del bienestar de los productores.
Otro tipo de empresas y otra organización del trabajo, incluso manteniendo el actual sistema económico, permitiría a las personas controlar y decidir mejor cómo producir y cómo gobernar las relaciones con la naturaleza. Pero la propia dinámica del sistema capitalista se empeña en arruinar o arrinconar este tipo de iniciativas y en algunas ocasiones lo consigue. Una vez más, el qué, por qué, con qué, cómo y por quién se encuentran en el corazón del sistema. Tanto si nos preocupamos de nuestra salud, de nuestras vidas, de nuestro entorno, de nuestro bienestar social, o de todo ello, es urgente romper con esta lógica infernal del sistema capitalista.