¿Un nuevo Lula o el mismo Bolsonaro?
Por Juraima Almeida*. LQsomos.
Tres semanas para decidir el futuro de Brasil
Ya arrancó en Brasil la breve campaña de cara a la segunda vuelta presidencial del 30 de octubre entre el expresidente Lula da Silva, quien recibió los apoyos de los candidatos centristas Ciro Gómes y Simone Tebet y del expresidente Fernando Henrique Cardoso, y el actual mandatario ultraderechista Jair Bolsonaro, quien sumó de los gobernadores reelectos de Paraná, Brasilia y Rio de Janeiro.
Y se reanudó la guerra de las encuestas, aunque sea difícil confiar en ellas luego de los resultados del 2 de octubre. El resultado de la primera ronda fue recibido con sorpresa por los votantes y la prensa, ya que Bolsonaro tuvo un porcentaje de votos mayor al que pronosticaban y la extrema derecha tuvo un desempeño notable para el Congreso. Los analistas de prensa especulan que en el balotaje el 60 % de los votos de otros candidatos se trasladará a Lula.
El balotaje es una nueva elección, donde la ventaja de Lula en primera vuelta lo coloca de salida en situación de ventaja. La suma del electorado de Ciro Gomes y Simone Tebet asciende al 7,2%, pero nadie puede garantizar hacia dónde se inclinarán esos 7,5 millones de votos. La campaña de odio contra Lula ha sido muy grande y bastante exitosa.
Hasta ahora, los dos candidatos parecen listos para reforzar los discursos de la primera vuelta: Lula explicando que él ya recuperó de la crisis una vez al Brasil y puede volver a hacerlo, y Bolsonaro agitando el fantasma del comunismo y valiéndose del amplio triunfo en las gobernaciones y en el congreso, para estirar su racha.
Mientras Lula intenta consolidar su “frente amplio” contra Bolsonaro, el actual presidente prioriza la formación de alianzas fuertes en estados llave para la campaña de su reelección, de forma de ampliar la ventaja en el sudeste del país -donde ya se impuso en primera ronda-, de modo que el probable apoyo masivo a Lula en el nordeste del país se vea “compensado”.
Hoy, 33,1 millones de personas pasan hambre en Brasil, es decir, no tienen qué comer y más de la mitad de la población está sujeta a algún tipo de inseguridad alimentaria, según datos de la Red Penssan.
El resultado de la primera ronda fue recibido con sorpresa por los votantes y la prensa, ya que Bolsonaro tuvo un porcentaje de votos mayor al que pronosticaban las encuestas y la extrema derecha tuvo un desempeño notable para la Legislatura. Se espera que en las próximas elecciones 60 % de los votos de otros candidatos se traslade a Lula.
Brasil es un país tremendamente desigual, con la mayoría de los trabajadores fuera del mercado formal, sin derechos laborales, mal formados (por la exclusión educativa devenida de la precariedad de la escuela pública), mal informados (por las redes sociales y por unos medios de comunicación que no están para informar), sin tiempo para el ocio, sin perspectivas de futuro. Hay una colectividad fragmentada, marcada por un individualismo atroz, con escasos incentivos para establecer lazos de solidaridad.
Es ese caldo cultural que viene de la ruptura comunitaria, el desmantelamiento del mundo del trabajo gracias a cuatro décadas de neoliberalismo (incluyendo los tres gobiernos del Partido de los Trabajadores), lo que permite un liderazgo salvacionista e inorgánico, capaz de dirigir voluntades y de transformar la ira social en fuerza fascistoide.
Hay un bolsonarismo festivo y militante, incluso con armas en sus cinturas, pero también otro oculto, con vergüenza de admitir su voto, que desafía las estadísticas. Desde siempre la derecha ha tenido a favor a la banca, las empresas, los jueces, los militares, los escribanos, los registradores, los fiscales, los medios, la policía, las cárceles.
Y ahora, también el fútbol, donde el máximo ídolo, Neymar, le dio su apoyo (al igual que varios otros de los seleccionados nacionales) a Bolsonaro: El Partido Liberal difundió un vídeo en el que el jugador del PSG se muestra con el número 22, la lista oficialista, con una canción de fondo dedicada a Bolsonaro. Dicen que su padre fue exento de pagar una multa de 17 millones de dólares por defraudar al fisco en 2011 y 2013.
La Policía detuvo al empresario Jorge Sabatini, de 71 años que se filmó la pasada semana en las calles de San Pablo mientras portaba una escopeta pidiendo a Bolsonaro «dar un golpe en el Congreso y el Supremo». Fue acusado de portación ilegal de arma de fuego e incitación al crimen.
Los resultados pusieron en claro que Brasil es mucho más conservador de lo que los académicos sostienen. Para cualquiera que se guíe por un pensamiento democrático y progresista, resulta chocante ver que personas como Hamilton Mourão, Sérgio Moro, Deltan Dallagnol, Ricardo Salles, Mario Frias, Damares Alves, Magno Malta y otros similares sean consagrados por el voto popular.
El analista y docente universitario Gilberto Marangoni lo grafica: Tenemos aquí el arraigo social de la extrema derecha tras los casi 700.000 muertos de la pandemia, los 33 millones de hambrientos, la apología de las armas y todo lo demás. El fascismo ya no es un cuerpo extraño para nosotros; se ha naturalizado. Es interesante saber cómo el embrutecimiento de la vida social se vuelve atractivo para millones de personas, añade.
El lulismo debe olvidarse de publicitar un pasado que pocos recuerdan, sobre todo en un país que cambió tanto, donde los sindicatos no tienen fuerza porque cada vez hay menos trabajadores. Lo que espera la gente es que Lula dé a conocer su plan de gobierno: no lo que hizo sino lo que va a hacer de ganar el 30 de octubre.
La gente común se pregunta si le pueden garantizar la comida para todos y para todos los días, si se crearán puestos de trabajo y con qué remuneraciones, si habrá posibilidad de acceder a la salud y la educación… Dirigentes lulistas exigen que se abandone la campaña televisiva de sentimentalismo cursi y las denuncias que no están sustentadas en investigaciones serias y documentadas de los negociados de Bolsonaro y familia.
Mientras, los analistas se preguntan si en estas tres semanas que restan los intelectuales que rodean a Lula se animarán a terminar la campaña con mitines masivos y participativos, con la gente en la calle, y no con festivales donde la gente mira, aplaude y se va a la casa.
* Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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