Una fotografía con un antes y un despúes
Más allá del especismo
De tantas y tantas fotografías vinculadas al animalismo como existen y he contemplado: unas crueles, en las que el espanto trasciende los límites de las siluetas y cada color intensifica la atrocidad; otras tiernas y esperanzadoras, capaces de arrancar sonrisas cuando todavía no se han secado las últimas lágrimas derramadas; algunas sorprendentes porque nos demuestran que la posibilidad de aprender no se cierra jamás por más larga que sea nuestra vida, y siempre, siempre motivo de reflexión para aquellos cuya mente no es una senda estrecha en la que sólo caben ellos mismos… De todas ellas ésta sigue siendo para mí la más especial por lo que transmite, por lo que enseña y deja adivinar, por los instantes anteriores a ser tomada que todavía son presente en la imagen, por lo que contiene de un futuro diferente, anhelado y posible convertido en razón de una lucha diaria.
Las manchas visibles ambos animales, el humano y el que no lo es, constituyen la memoria gráfica del dolor y del miedo vividos en los minutos anteriores, un temor que afortunadamente no se tradujo en renuncia. El gesto de profundo cansancio de ese hombre no alcanza a encubrir su expresión de felicidad. El lametón de la perra, tal vez limpiándole, acaso acariciándole, pero seguro que agradeciéndoselo, habría conseguido que Darwin llorase de alegría cuando trataba de explicar que los animales sienten emociones. Y la historia que esconde esa décima de segundo eterna puede abrir un mundo nuevo a los sentidos y las actitudes de quienes ciegos y sordos, escogieron también la mudez para transitar más cómodos por el camino angosto que antes nombraba.
La dóberman, preñada, fue rescatada durante un incendio por ese bombero que entró en la vivienda en llamas, la tomó en sus brazos y la puso a salvo en el exterior, para después continuar con las labores de extinción del fuego. Acabado su trabajo se sentó a descansar y la perra, al verle, se acercó a él y comenzó a besarle como haría con sus cachorros: ofreciéndole todo el amor que a su modo, conmovedor y de una sinceridad indescriptible, fue capaz de entregarle. Un fotógrafo que se encontraba allí plasmó ese episodio, mágico por la casualidad de inmortalizarlo que no por lo excepcional de los sentimientos que alberga y ocurrido en Charlotte, una localidad al norte de Carolina en EEUU.
Esta fotografía, "mi" fotografía porque siempre la llevaré en la mente y en el corazón, la fotografía que creo que a todos aquí nos entra por los ojos para instalarse en nuestro estómago y lo hace desgarrándonos pero, por una vez, sin que esa sensación nos procure angustía sino un intenso bienestar, además de volver a demostrarme que los animales son dignos de tanto respeto y admiración como el más respetado y admirado de los seres humanos, me ayuda en cada ocasión que la veo a recordar que si entre los miembros de nuestra especie están los miserables responsables del sufrimiento y de la muerte de estas criaturas, también a ella pertenecen personas extraordinarias como este bombero, capaces de devolvernos con una sola mirada a su coraje y empatía la fuerza y la esperanza en una batalla en la que nunca hemos de rendirnos, porque un solo roce de la lengua de esa dóberman compensará todo el riesgo, todos los sinsabores y toda la angustia que ser animalista entraña.
A buen seguro que no habrá honores ni medalla al valor que representen para ese hombre ejemplar una ínfima parte de lo que tuvo que sentir ante la gratitud de aquella madre a la que salvó con los cachorros en su vientre. ¡Y que haya canallas que los torturen hasta la muerte! En su crimen está buena parte de su castigo, porque jamás podrán experimentar la inenarrable satisfacción de ayudar condenados como están al perverso afán de destruir.