Una transición para la revolución social
La tarea del héroe en esta coyuntura histórica consiste en lograr que los sectores más comprometidos con la insumisión civil y la aún mayoría silenciosa, partiendo de sus respectivas experiencias en la crisis, cooperen y se reconozcan en lo procomún, superando la incomunicación que les aísla, para hacer posible una revolución social que traiga la ansiada gran transformación en un planeta definitivamente ganado para la vida frente a la devastación del neoliberalismo capitalista de Estado.
La crisis que atraviesa España no es la exactamente la misma que asola a los restantes países desarrollados. La nuestra tiene doble rasero. Sufrimos la inevitable derivada del crac financiero, que es común a todos las economías de la zona, y además la propia de nuestro indigencia democrática. Una circunstancia altamente patógena que hace que a menudo aquí hasta los agentes sociales formen parte del problema. Por ejemplo, el primer domingo de marzo CCOO y UGT encabezaron a bombo y platillo una manifestación en todo el territorio nacional contra las medidas de austeridad del gobierno que pauperizan a la sociedad. Pues bien, el martes esos mismos sindicatos pactaban con la patronal el desguace de la antigua multinacional Iberia,aceptando el despido de más de 3.000 trabajadores de la aerolínea. Y al día siguiente, el miércoles, sus líderes Toxo y Mendaz, arropaban al presidente del ejecutivo Mariano Rajoy, máximo responsable de esas normas draconianas, para presentar públicamente un Plan de Empleo Juvenil totalmente retrógrado. Es curioso hasta que punto esta obscena y antropofágica militancia en una cosa y en su contraria, propia de la representación política y social de la sedicente izquierda española, se parece en su operativa a esos productos financieros que precipitaron la crisis. Los dos ejercen como “activos tóxicos”, y su gran peligro estriba en el contagio que pueden ocasionar al mezclarse con los demás agentes que confluyen en la dinámica social.
Esta desfachatez no suele darse tan fraglantemente afuera, en su pestilencia es una especialidad típicamente hispana. En Inglaterra, por ejemplo, un ministro puede ir a la cárcel por haber mentido sobre una multa de tráfico siete años después de haberse producido el hecho, o dimitir por descubrirse que había copiado su tesis doctoral veinte años antes, como ha sucedido en dos ocasiones en la hoy pérfida Alemania.Incluso el muy moderado Tribunal de Justicia de la UE acaba de denunciar por ilegal y abusiva la ley hipotecaría que tan ricamente han estado aplicando durante años los gobiernos del PSOE y del PP para engordar la burbuja bancario-inmobiliaria, dejando en la calle a centenares de miles de ciudadanos. Eso allí. Aquí los dirigentes de los sindicatos mayoritarios se sentaron a la mesa con el presidente de la patronal Díaz Ferrán cuando todo el mundo sabía de su calidad de delincuente de altos vuelos. Una vez más la diferencia está en la masa. O sea en la calidad de la sociedad civil, que deje de ser simple masa manipulable y acceda a la condición de pueblo.
Uno de los terrenos en donde mejor se contempla esta trepanación que ha colonizado la mente del ciudadano bien pensante es el de los medios de comunicación de masas (otra vez las “masas”). Pues bien, para hacernos una idea de por dónde camina la actualidad, un solo medio de comunicación (periódico, radio, televisión o portal digital) no sirve; se necesitan al menos dos, distintos y distantes. Porque la construcción social de la realidad es diferente según el cristal con que se mire. Aquí la demanda no imprime carácter. Por el contrario, es una burda y oligopólica Ley de Say la que rige e impera. La oferta crea la demanda, y cada oveja con su pareja. La opinión pública no existe, es la opinión publicada, Siempre y en todo momento la voz de su amo.
Pongamos una muestra de la más de rabiosa actualidad. Si uno se desayuna con los media de la izquierda (El País, El digital Público, La Cadena Ser, La Sexta o incluso Telecinco) lo sabrá todo sobre el capo Bárcenas, Ana Mato y demás ralea (Gürtel; las primeras comuniones de los hijos de la ministra; las donaciones empresariales a Génova 13; etc.), pero se quedará a dos velas sobre los bajos fondos de la Fundación Ideas y su extraño cortejo (el director de Carlos Mulas y su alter ego Amy Martin; el ex ministro de Fomento José Blanco; la toma del ayuntamiento de Ponferrada por el PSOE el Día Internacional de la Mujer, con el voto de un violador; etc. ) Y si uno, por esas cosas de la vida, es devoto de la caverna mediática (La Razón, ABC, Intereconomía, El Mundo, La COPE y lo que le cuelga) sabrá mucho de la sedicente izquierda y lo ignorara casi todo de la derechona.
Pero ni siquiera sumando ambas versiones mediáticas se obtiene una foto fiel de la realidad que permita interpretar el mundo circundante. Lo único que aporta esa dicotomía, como ocurre en la escena política, es un arsenal simbólico para mantener la ficción de un antagonismo que jamás fructifica en oposición real. Se trata de un avatar especulativo a mayor gloria de los concursantes, donde diestra y siniestra compiten en corrupción y se intercambian los papeles según convenga a la causa del statu quo. Con estas premisas, los media y sus patrocinadores partidistas nos ofrecen continuamente entornos paradójicos. Así, sobre un tesorero corrupto, Luis Bárcenas-PP, dejan caer merecidamente todo su arsenal critico, mientras a otro tesorero (amén de secretario de Nóos) igualmente infumable, Carlos García Revenga-Casa Real, se le concede la bondad de la duda. De esta forma nos topamos con situaciones inefables: IU y un elenco de formaciones situadas a la izquierda del PSOE presentando una querella contra Bárcenas en la Audiencia Nacional mientras en el caso Nóos, que afecta directamente a la Monarquía del 18 Julio, sostén del Régimen, la acusación popular la ostenta en solitario el seudosindicato ultra Manos Limpias. ¡Quién da más!
Pero más allá de este recordatorio de perplejidades sin cuento, lo importante aquí y ahora es intentar hacer ver a esa parte de la población que normalmente recela del activismo social, la teórica “mayoría silenciosa”, que a ellos también les compete la lucha contra el sistema. Que tienen un sitio junto a las mareas ciudadanas ,el 15-M, el 25-S, o los movimiento sociales. Al fin y al cabo ese 77% de ciudadanos que según las encuestas apoya los objetivos de los “indignados” excede con mucho de los colectivos que salen a la calle. Existe por tanto unos enormes yacimientos de indignación que no se pueden desatender. Aunque parar ello haya que hacer de la necesidad virtud y buscar una forma de transición que empatice a comprometidos y silentes.
La mala imagen que tiene el término “transición” (ganada a pulso), entre quienes postulamos una ruptura democrática que dé paso a un proceso constituyente superador del régimen actual, no debería ofuscar nos hasta el extremo de impedir ver que ese objetivo difícilmente se logrará sin alentar una nueva transición, pero de signo radicalmente opuesto a la fatídica primera. Porque lo decisivo para obtener éxito en el cometido de transformación social es que ese vuelco lleve en sus alforjas a una mayoría arrolladora de población y con ella una nueva axiología. Los partidos por si mismos, en su jibarización ideológica, no tienen ninguna oportunidad de acción política radical estable, por muy osadas que sean sus posiciones y por muy vanguardia en que se constituyan. Sólo una sociedad en marcha, hegemónica en sus conclusiones, es capaz de conseguirlo. Y eso implica realizar una “transición” que unifique a los sectores más dinámicos, siempre minoritarios y comprometidos, con los más pragmáticos, generalmente mayoritarios y “oportunistas”. Ni delante ni detrás, todos en un bloque participativo. La transformación que venga sera de abajo arriba (de la mayoría social) o no será.
De ahí la imperiosa necesidad de agudizar el ingenio para buscar la fórmula que nos proporcione la transición sin segundas (no una segunda edición de la primera transición que busca el poder para reproducirse) que semille un mundo mejor. Un trabazón causa-efecto que debería ser operativa antes de que entre en vigor el cepo social que implica la reforma del artículo 135 de la Constitución. Porque cuando funcione la prioridad en el pago de la deuda, en el contexto de equilibrio presupuestario que se espera como culminación de esa refundación del capitalismo a peor, será extraordinariamente difícil deshacer lo andado ya institucionalmente. Acumular fuerzas, vigorizar los lazos de solidaridad, profundizar en las prácticas democráticas, tener una agenda propia, son algunas de las pautas de ese movimiento continuo que debe abrir ruta a la catarsis. Pero su plenitud vendrá condicionada por el hecho de haber sabido conmover a una mayoría social contundente más allá de las iniciales posiciones ideológicas del restringido activismo original.
Además, conviene ser prudentes (vamos despacio porque vamos lejos) en nuestro cálculo de probabilidades. Tan malo es ver gigantes donde solo existen molinos de viento como lo contrario. A pesar de que todas las encuestas dan un alto grado de simpatía con el 15-M, desconocer el entorno lábil en que ese apoyo se produce sería un error. Aquí también, como en las elecciones que el sistema utiliza como doma cuatrienal, buena parte de los “votos” no son a favor de sino en contra de. Se trata de una concurrencia favorable impulsada por la devastación que está produciendo la crisis económica entre las clases más vulnerables (que no son necesaria y exclusivamente los estamentos más deprimidos), y por tanto son apoyos contingentes. Esa circunstancia es lo que carga de potencial futuro al factor cultural. Lo que dará consistencia realmente subversiva a la riada antisistema será la conformación de un élan vital impregnado de modos, formas, actitudes y vivencias que provean una nueva conciencia antitética respecto a lo que se intenta dejar atrás. Ese crisol esta hecho de solidaridad, democracia de proximidad, anticapitalismo, antiautoritarismo, humanismo, lógica antipatriarcal y cuantos parámetros definen una revolución de las conciencias que elimine el menor sustrato de servidumbre, voluntaria, forzada o tolerada. Cifrarlo todo en querellas judiciales, como la presentada contra Bankia, o en ILP sobre la dación en pago en los desahucios, admitida a trámite sospechosamente por los mismos partidos que desde el gobierno lo negaron reiteradamente, es opositar a la frustración.
Lo chocante es que, con la que está cayendo, estas fechorías a escala no tengan enmienda y aún haya gente que asuma vivir “por encima de sus posibilidades” sin vivir en sí. Curioso, lamentable incluso, pero realidad insoslayable reveladora de la necesidad de aglutinar una proceso de transición que actúe como puente de plata para hacer que los hasta ahora simples espectadores pasen también a actores del cambio. El “no nos mires, únete”, “a ti que estás mirando también te están robando”, precisa de un eslabón que haga posible el desplazamiento de dichos estamentos hacia el epicentro de la indignación. Y hay que hacerlo, o al menos intentarlo, sin que el proceso cambie de base, de abajo arriba, evitando el fraccionamiento que partidos y medios, con el reclamo de ostentar la representación política y la informativa, interpretan la sociedad. Una dualización que imita al mercado en su fragmentación económica entre productores y consumidores.
En definitiva,vaciando de contenido la suprema incongruencia de un sistema que dispone la autorregulación para los mercados mientras exige la regulación para el individuo. De no superar esta taxonomía estaremos reproduciendo la superioridad de las personas jurídicas sobre las personas físicas. Entes los primeros dotados de plena libertad de acción y los segundos realidad humana con libertad condicionada a lo que dicten o permitan las leyes del Estado emanadas de gobiernos que profesan la ideología del libre mercado. Porque como sostiene Karl Polanyi en su crítica al liberalismo económico “aceptar una esfera económica separada equivaldría a reconocer el principio de la ganancia y del beneficio como fuerza organizadora de la sociedad”. La crisis actual busca que el poder económico se imponga definitiva y descaradamente al poder político, cerrando un ciclo histórico y abriendo otro. La política de la dignidad pretende todo lo contrario, y además implica el imperativo moral de segurar la sostenibilidad del planeta.