Viajar sin dejar rastro
Por Joseph M. Cheer*
Saturación en los medios de transporte, precios de la vivienda disparados por las nubes, degradación de los ecosistemas: el excesivo número de visitantes impone a los habitantes un alto precio. De Barcelona a Venecia, pasando por Kioto o Bali, las autoridades empiezan a adoptar medidas para contener el flujo de turistas sin apagar esta importante fuente de ingresos. Un equilibrio difícil de lograr.
El concepto de “sobreturismo” se refiere en general al turismo que supera la capacidad de un destino para acogerlo.
Cuando Louis Turner y John Ash publicaron en 1975 The Golden Hordes: International Tourism and the Pleasure Periphery [La horda dorada: El turismo internacional y la periferia del placer], la preocupación por el turismo excesivo estaba ya muy presente. No es casualidad que emplearan el término “hordas doradas” para comparar el efecto del turismo de masas con la “devastación cultural provocada por las grandes migraciones bárbaras”.
Desde entonces, la “horda dorada” no ha dejado de crecer. Viajar se ha hecho posible y asequible gracias a la prosperidad, el conocimiento y los avances tecnológicos, y el turismo ocupa ahora el centro de las economías locales y nacionales y representa el 9,1% del PIB mundial, el equivalente a 9,9 billones de dólares en 2023.
El concepto de “sobreturismo” se refiere en general al turismo que supera la capacidad de un destino para acogerlo. Pero sería demasiado simple centrarse en los síntomas y no en las causas del fenómeno. El sobreturismo afecta de manera negativa a las poblaciones locales, altera el carácter de los lugares y contribuye al deterioro social, cultural y medioambiental. Es el resultado de una larga y lenta evolución vinculada al deseo de maximizar los beneficios económicos que puede generar el sector turístico.
Lugares “que hay que conocer”
En un libro que publiqué en 2019 junto con Claudio Milano y Marina Novelli, titulado Overtourism: Excesses, Discontents and Measures in Travel and Tourism [Sobreturismo: Excesos, descontentos y medidas en los viajes y el turismo], el sobreturismo queda definido como un volumen excesivo de visitantes que altera las condiciones de vida de la población local, la cual “sufre las consecuencias de los picos turísticos temporales y estacionales que han provocado cambios a largo plazo en su modo de vida, le han privado de ciertas comodidades y han perjudicado su bienestar general”.
En realidad, las críticas al turismo imposible de gestionar no son nuevas. Aparecieron cuando los avances del transporte aéreo permitieron llegar a destinos que antes eran costosos e inaccesibles.
Ya en 1963, el geógrafo alemán Walter Christaller hablaba de la urgente necesidad de gestionar la demanda turística: “Tengo dudas sobre si debo mencionar estos lugares porque me sentiría culpable de darles publicidad”, afirmaba, lo que haría que lugares poco conocidos se convirtieran en “localidades turísticas que hay que conocer”.
En cuanto a la palabra “sobreturismo”, se desconoce cuándo surgió por primera vez, pero se sabe que la periodista australiana Freya Petersen la utilizó en 2001 en un artículo para el Sydney Morning Herald para referirse a las molestias causadas por el exceso de turistas en el yacimiento arqueológico de Pompeya.
“Contaminación turística”
Aunque todos los continentes se ven afectados por este fenómeno, los efectos negativos varían de un destino a otro. En la isla indonesia de Bali, por ejemplo, los efectos del turismo excesivo son evidentes en el incremento del coste de la vida y las frecuentes confrontaciones culturales cuando los turistas invaden lugares sagrados. Las infraestructuras públicas no se han adaptado al ritmo del aumento de la demanda, y esto puede verse en los atascos en las regiones turísticas y la creciente demanda de agua.
En la ciudad japonesa de Kioto, cuyo rico patrimonio cultural atrae a masas de turistas, ha aparecido el kankō kōgai, o “contaminación turística”, que obliga a las autoridades municipales a intentar controlar el flujo de visitantes.
El impacto medioambiental es otro de los efectos del turismo excesivo, sobre todo en las islas pequeñas, donde el entorno social y ecológico se ve rápidamente alterado. Tal es el caso de las islas de Boracay (Filipinas), Komodo (Indonesia) y Maya Bay (Tailandia).
Los cruceros también pueden tener un efecto negativo, como puede verse en Venecia, uno de los máximos exponentes del turismo excesivo. La ciudad se ha visto desbordada por el entusiasmo del consumismo. El número de visitantes se concentra en las zonas urbanas más vulnerables sin que existan aún medidas de gobernanza que puedan regular el fenómeno. La evolución de la ciudad de Venecia pone de manifiesto la dualidad del sobreturismo: se privilegian los beneficios económicos, mientras se pasan por alto los impactos sociales y medioambientales.
La ciudad española de Barcelona también ha experimentado una gran afluencia de visitantes desde su aparición en la escena turística internacional tras los Juegos Olímpicos de Verano de 1992. La promoción del patrimonio cultural de la ciudad, incluido el icono del arquitecto Antoni Gaudí, la Sagrada Familia, así como la gastronomía y la cultura catalanas, han amplificado aún más este fenómeno. Barcelona se ha esforzado por regular el turismo excesivo y su crecimiento constante y ha limitado, por ejemplo, el acceso a ciertos lugares populares como el famoso parque Güell.
Aunque las situaciones pueden variar de un país a otro, las consecuencias del turismo excesivo para los residentes son, en gran medida, las mismas en todas partes, sea cual sea el país o la región. Con la proliferación de los alquileres vacacionales y el aumento de los precios de los alquileres de viviendas, los residentes se ven excluidos de sus propios barrios y obligados a mudarse y los pequeños comercios son desplazados por cadenas multinacionales. Como consecuencia, los residentes tienen dificultades para abastecerse y sufren problemas en su vida cotidiana. El ruido y el comportamiento bullicioso de algunos visitantes por la noche, a veces acompañados del consumo de drogas y alcohol en espacios públicos, e incluso la delincuencia, hacen que los residentes ya no se sientan en casa. El exceso de visitas turísticas arruina la integridad de un lugar, sin que los turistas se percaten siquiera de su singularidad, fuera de lo que puedan poner en Instagram…
Tarifas de entrada y toque de queda
Los ayuntamientos y las autoridades públicas han empezado a reaccionar ante estas amenazas. Las medidas adoptadas son numerosas y están en constante evolución. Habrá que evaluar su éxito o fracaso a lo largo de varias temporadas turísticas para llegar a identificar las soluciones más eficaces a largo plazo, La mayoría de los planteamientos, adoptados a raíz de la pandemia de Covid-19, son aún recientes, pero algunos de ellos ya empiezan a dar sus frutos y dan algunas pistas sobre lo que podría funcionar.
Por ejemplo, reducir o prohibir la llegada de cruceros y el desembarco de hordas de turistas que pasan el día en una ciudad contribuye a reducir la masificación. Las autoridades de Ámsterdam han decidido, por ejemplo, alejar su terminal de cruceros del centro de la ciudad.
Limitar el acceso de visitantes a los lugares turísticos también resulta eficaz, al igual que redirigir el flujo de turistas hacia lugares menos conocidos, ya sea un museo, una ciudad o un país. Los visitantes que acuden a admirar el David de Miguel Ángel en la Galleria della Accademia de Florencia, en Italia, son redirigidos discretamente hacia otras obras de arte del museo. Otro ejemplo: el cartel “I 🖤 Amsterdam”, muy popular entre los aficionados a los “selfies” ha sido desplazado para reducir los atascos en el centro de la ciudad. Y cuando los futuros visitantes empiezan a organizar sus vacaciones, cada vez se les anima más a escoger destinos alternativos como, por ejemplo, Valencia, en España, en lugar de visitar Barcelona.
También se han implantado diversas medidas orientadas a proteger a los vecinos y sus viviendas. Cada vez es más frecuente que a los alquileres vacacionales de corto plazo se les exija autorización previa, que se implante un registro de esas viviendas para poder medir sus efectos sobre la vida del vecindario, y que se impongan toques de queda para reducir el ruido y las perturbaciones nocturnas.
Algunos destinos turísticos como la bahía de Maya, en Tailandia, y la isla de Boracay, en Filipinas, han permanecido cerrados al público durante meses para que el medioambiente se regenere naturalmente tras una frecuentación excesiva, y las islas Féroé, por ejemplo, cierran cada año para realizar labores de mantenimiento.
Lo que ha sido menos efectivo ha sido la implantación de tarifas de acceso para turistas, tal y como se ha probado en Venecia, otros lugares de Italia y Japón. Dado que las cantidades son relativamente pequeñas, no disuaden a la gente de frecuentar los sitios, al igual que sucede con otro tipo de tasas impuestas a los visitantes, tales como los visados de 30 días exigidos a los turistas que deseen visitar Balí, que no han reducido verdaderamente el volumen de viajeros.
Un equilibrio difícil de alcanzar
La eficacia y el alcance de esas medidas están pendientes de evaluación, pero de algo no hay duda: es preciso hallar un equilibrio, porque el sobreturismo no va a desaparecer por sí solo. Algunos, como el cofundador de las guías de viaje Lonely Planet, Tony Wheeler, creen que este aumento del turismo podría combinarse con un cambio de comportamiento de los viajeros, si solamente aceptaran ir “dos calles más allá”. “Resulta sorprendente descubrir hasta qué punto la realidad puede ser distinta cuando uno se aleja un poco de la avenida principal”, comenta.
El reto sigue siendo cómo lograr un compromiso equitativo. Las medidas orientadas a reducir el turismo deben examinarse con precaución, porque de otro modo podrían penalizar duramente a los grupos de población cuya subsistencia depende de esta actividad. La búsqueda del equilibrio es un ejercicio delicado, que requiere colocar en la balanza por una parte la reglamentación y planificación, y por la otra, el bienestar de la población local.
No hay que perder de vista la contribución positiva que el turismo realiza al vecindario y a sus expectativas a largo plazo. Como asegura Tony Wheeler, “por cada metrópolis saturada, quizás hay una docena de lugares ansiosos por avanzar un poquito para salir del ‘subturismo’”.
* Catedrático de Turismo Sostenible y Patrimonio de la Universidad Western Sydney, Australia, y copresidente del Consejo Mundial Futuro sobre el Futuro del Turismo Sostenible del Foro Económico Mundial. Es coeditor de la revista científica Tourism Geographies. Publicado en “El Correo de la UNESCO”
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