Villa Ocampo, la obra maestra de Victoria
Por Natalia Páez*
Construida a finales del siglo XIX en San Isidro, a pocos kilómetros del centro de Buenos Aires, Villa Ocampo es algo más que una gran residencia de la belle époque. Todavía se oye el eco de las conversaciones de los muchos artistas e intelectuales que pasaron ahí algunas temporadas, invitados por la legendaria dueña del lugar: Victoria Ocampo. Legada a la UNESCO en 1973, esta casa es hoy en día un lugar de pensamiento y de creatividad abierto al público general
Cada mes de noviembre de los últimos años del siglo XIX y de los primeros del siglo XX, la familia Ocampo en pleno acudía a la estación de Retiro, en la Ciudad de Buenos Aires, donde tomaba el tren que los llevaba a San Isidro, veinte kilómetros al norte de la capital. Con ellos viajaba un cortejo de una veintena de personas que incluía las institutrices de las niñas y al personal doméstico que se encargaba de mantener impecables los muebles, el edificio, el gallinero, las caballerizas y los jardines.
A su llegada, atravesaban en carruaje un espeso bosque de cinco kilómetros dejando atrás el estuario y un paisaje de cortaderas, y tomaban el camino hasta Beccar, donde se erige Villa Ocampo. Esta casa, que el padre de Victoria hizo construir en un terreno de diez hectáreas, era la residencia de verano de la familia, que permanecía allí cada año hasta marzo, cuando se avecinaba el otoño austral.
San Isidro era en aquel entonces una pequeña aldea situada a orillas del río más ancho del mundo: el Río de la Plata. Las tradicionales familias porteñas pasaban en esa zona el verano. Para cuando se inauguró Villa Ocampo, hacía apenas 38 años que este territorio vastísimo, delimitado al oeste por las cumbres andinas y al este por el Océano Atlántico, se llamaba la República Argentina.
La construcción de la casa coincide prácticamente con el nacimiento, en abril de 1890, de la mayor de seis hijas: Victoria. Y de hecho, la historia de este edificio, declarado Monumento Histórico Nacional en 1997, se confunde con el destino de la que iba a convertirse en una de las figuras más influyentes del medio cultural argentino del siglo XX.
Vidas múltiples
Escritora, ensayista, traductora, filántropa y mecenas, Victoria Ocampo vivió mil vidas. Mujer libre e incómoda, incluso para miembros de su propia familia, también fue una pionera del feminismo y una de las creadoras, en 1936, de la Unión Argentina de Mujeres. Comprometida, combatió el nazismo y fascismo y militó a favor del derecho al voto de las mujeres.
Su compromiso fue, sobre todo, literario. En 1931 fundó la revista Sur, a la que contribuyeron especialmente el ilustre escritor argentino Jorge Luis Borges y otros autores de primer nivel como Ernesto Sabato, Ezequiel Martínez Estrada, Adolfo Bioy Casares o su hermana menor, la tremenda escritora Silvina Ocampo.
Gran viajera, eligió Villa Ocampo como residencia permanente en 1941. Tenía entonces poco más de 50 años. Al igual que un libro abierto, la casa cuenta su historia desde su infancia hasta su muerte, en 1979, a los 88 años de edad.
A Victoria se la reconoce en la habitación del primer piso, donde, cuando era niña, estudiaba francés e inglés con sus institutrices. Podemos imaginarla contemplando el río desde ese balcón, soñando con un futuro liberado de las convenciones de su clase. Victoria adolescente está presente en la sala de música, retratada en una pintura del artista francés Dagnan Bouveret (1910), y también encontramos su rastro, por supuesto, en la imponente biblioteca de más de cien metros lineales de estanterías.
Lugar mítico
Victoria Ocampo consiguió transformar una casa del siglo XIX en un lugar mítico. La llenó de objetos que traía de sus viajes y modernizó su interior de estilo victoriano con paredes sombrías y pinturas inspiradas en la Antigüedad.
Cada uno de los múltiples espacios que componen la casa conserva su sello. Así, la sala de música, que hizo pintar de blanco, exhibe objetos de sus viajes, como dos armarios chinos laqueados con cerrojos de bronce y un piano Steinway en el que tocaron el compositor ruso Igor Stravinsky o el pianista polaco-estadounidense Arthur Rubinstein, y que preside la estancia.
En el comedor, con una mesa clásica para dieciséis personas, sus rústicas sillas de paja y sus lámparas estilo Bauhaus elegidas por ella, hablan por sí mismas de la vida, las cenas y recepciones que a menudo marcaron el ritmo de esta casa de veraneo. En el ala sur, los techos altos y el grosor de las paredes, pensados para la época estival, la hacen fresca, y por eso cada habitación está equipada con una chimenea de mármol: para sortear las noches más frías de verano cuando bajaba la temperatura a la orilla del río.
Un proyecto de vida
Victoria recibía a sus amigos en la planta baja. Un busto de ella, al que le agregó un pañuelo de seda sobre la cabeza y un sombrero, sigue reinando en su mundo. Se dice que en la sala de estar de la planta baja se realizaban sus famosos debates y las tertulias literarias. Ernesto Sabato decía que ahí se armaban debates que solían durar de seis a ocho horas.
Lugar de residencia apartado del ajetreo de la gran ciudad, lazo de unión con la infancia, Villa Ocampo se convirtió con el correr de los años en la encarnación del proyecto vital de Victoria: un crisol intelectual donde se cruzaron grandes artistas y pensadores de su época y que constituyó el punto de partida de una conversación que se mantuvo a lo largo del tiempo entre autores que llegaron de todas partes del mundo.
Borges tenía sus costumbres en la casa. El arquitecto Le Corbusier, los escritores Graham Greene, Saint-Exupéry, Federico García Lorca, Octavio Paz, Albert Camus o Rabindranath Tagore pasaron en la Villa algunas horas o, a veces, semanas enteras. “A Villa Ocampo la veo como un lugar nuestro y también de los que vengan con un aporte valioso. La veo como un sitio donde aquellos que se apasionan por los mismos estudios podrán comentar sus experiencias, intercambiar datos, comparar, recibir y dar”, escribió Victoria.
Continuar el diálogo
Para que el alma que infundió a la casa no se apagara con ella, Victoria Ocampo, que conocía al biólogo Julian Huxley, primer Director General de la UNESCO, decidió en 1973, junto con su hermana Angélica, legar su casa y su obra a la agencia de las Naciones Unidas dedicada a la ciencia, la cultura y la educación. Su amistad con André Malraux, ministro francés de Cultura, entre 1959 y 1969, no es ajena a este gesto.
Renovada en 2003, Villa Ocampo se restauró respetando completamente el lugar deseado y vivido por Victoria, hasta el papel pintado del cuarto de baño. Abierta al público desde 2006, es al mismo tiempo una casa histórica, un laboratorio de ideas, de pensamiento y de creatividad, un espacio de conciertos y de encuentros y un centro de documentación.
“La coincidencia entre los valores de Victoria Ocampo y los principios de la UNESCO fue lo que motivó la donación de la casa por parte de las hermanas Ocampo. Nosotros colaboramos activamente en la promoción y preservación del legado de Victoria, fomentando el diálogo, la colaboración multilateral y sirviendo como plataforma para la promoción de reflexiones y acciones en áreas tan importantes como la diversidad cultural, la sostenibilidad, la educación, la ciencia, la comunicación y la cultura, señala Alcira Sandoval Ruiz, encargada del programa cultura de la oficina Regional de la UNESCO en Montevideo, de la que depende la Villa.
“Mi casa no tiene más gloria que la de haber visto a hombres como este (Albert Camus) sentados en un sillón de mimbre al sol o junto a la chimenea con una taza de café en la mano”, escribió alguna vez Victoria Ocampo. “No guardo colecciones de valiosas pinturas, de ediciones raras, de objetos coloniales de plata, etc. Sólo he coleccionado pasos y voces”. Nuevos pasos y nuevas voces siguen prolongando, en los salones y en el jardín de Villa Ocampo, el diálogo iniciado en vida por Victoria.
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