Vitoria 3 de marzo
Carlos Olalla*. LQS. Mayo 2019
¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! Dile a Salinas, que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Aquí ha habido una masacre. Cambio. De acuerdo, de acuerdo. Pero de verdad una masacre…
Eran años de incertidumbre, dolor y sangre, años de esperanza, años de miedo. Hacía poco que había muerto el dictador. Los sueños de justicia y libertad inundaron las calles. Eran tiempos de lucha y de revuelta, tiempos de reivindicar todo aquello que nos habían robado durante tanto tiempo. Huelgas y manifestaciones eran las herramientas que teníamos para acabar con 40 años de dictadura. Policía franquista y grupos de ultraderecha eran las que ellos tenían para impedírnoslo. Vitoria se había convertido, con sus fábricas y su conciencia obrera, en el centro de todas las miradas. La huelga general se estaba fraguando desde hacía meses. El 3 de marzo de 1976 el seguimiento de la huelga general fue total. La ciudad estaba paralizada. Por la tarde había convocada una asamblea en la iglesia de San Francisco. Muchas iglesias entonces eran el refugio para quienes luchaban por la libertad. Lo eran por dos motivos: porque el concordato iglesia/Estado prohibía que la policía entrase en ellas y porque cada vez eran más los curas obreros y los cristianos de base que apoyaban el anhelo de libertad de todo un país. El gobierno de Arias Navarro, con Martín Villa como ministro de Relaciones Sindicales y Manuel Fraga de Interior, por entonces llamado Gobernación y cuyas funciones ocupó aquel día Adolfo Suárez por encontrarse Fraga de viaje en Alemania, estaba muy preocupado con el previsible éxito de la huelga de Vitoria-Gasteiz. La policía nacional, los temidos “grises” formados en la época de Franco, rodeó la iglesia y aguardó órdenes. Rafael Landín, gobernador de Álava, transmitió a la policía la orden de desalojar la iglesia a cualquier precio. La policía gaseó la iglesia obligando a los huelguistas a salir a la calle donde los apalearon. Junto a las balas de goma la policía disparó con fuego real. Tres obreros fueron asesinados a balazos aquella tarde por la policía. Dos más morirían días después por las heridas recibidas. Aquella masacre causó 60 heridos graves o muy graves. 43 tenían heridas de bala. Las conversaciones por radio de los policías son espeluznantes: “Ya hemos disparado más de dos mil tiros. ¿Cómo está por ahí el asunto? Te puedes figurar, después de tirar más de mil tiros y romper la iglesia de San Francisco. Te puedes imaginar cómo está la calle y cómo está todo. ¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! Dile a Salinas, que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Aquí ha habido una masacre. Cambio. De acuerdo, de acuerdo. Pero de verdad una masacre…” Nadie fue juzgado. Nadie fue condenado.
Pero aquella masacre no fue la única. Solo dos meses después, el 9 de mayo, asesinos de ultraderecha amparados por la policía y la guardia civil dispararon a bocajarro a varias personas en la marcha que los carlistas hacían cada año a Montejurra (Navarra) en lo que los terroristas llamaron “Operación Reconquista”. Dos personas fueron asesinadas aquel día. Aunque sus autores materiales fueron detenidos poco después, no llegaron a ser juzgados. Les amnistiaron en 1977. Nunca se investigó quiénes eran los autores intelectuales de la masacre. Ocho meses más tarde, el 24 de enero de 1977, de nuevo asesinos de ultraderecha cometieron otro asesinato masivo: el de los abogados de Atocha en el que 5 abogados laboralistas fueron masacrados en su despacho. Detuvieron a los autores materiales. Ninguno llegó a cumplir más de 15 años de condena. Uno de ellos, incluso, se fugó con permiso del juez antes de ser juzgado y nunca más lo han vuelto a ver. En ambos casos se trataba de grupos de ultraderecha amparados y protegidos por los cuerpos de seguridad del Estado. En ambos casos nunca se investigó quiénes eran los autores intelectuales.
En aquellos años los grupos de extrema derecha campaban a sus anchas por el país: los guerrilleros de Cristo Rey, la triple A, el Batallón Vasco Español, los GAL poco después… grupos que actuaban al amparo de los cuerpos de seguridad y que lo hacían de manera coordinada desde altas instancias del Estado que nunca fueron investigadas ni juzgadas. En el período que muchos historiadores encuadran la llamada transición (de 1975 con la muerte de Franco a 1982 con la llegada de Felipe González al poder) 188 personas fueron asesinadas por violencia política de origen institucional, 58 de ellas en manifestaciones a manos de la policía. Un dato refleja claramente lo que fueron aquellos años: el número de manifestaciones contra las que cargó la policía solo en 1977 fue de 788. La historia oficial recuerda a las 341 personas asesinadas por ETA en aquellos cinco años pero olvida, y muy fácilmente, a las que asesinaron los grupos parapoliciales y la policía.
A pesar de ese entorno de terror y violencia impune que existía entonces, es cuando más protestas obreras y estudiantiles se produjeron. Conscientes de que la libertad se ganaría en las calles, fueron cientos de miles las personas que literalmente se jugaron la vida para hacer avanzar este país hacia la democracia. Hoy, tras cuarenta años de democracia, las personas que murieron por defender ideales como libertad o justicia, ni siquiera son consideradas víctimas del terrorismo.
La película “VITORIA, 3 DE MARZO” refleja lo que pasó aquellos días en Vitoria-Gasteiz. Visto a través de la perspectiva de una familia que vive de diferente forma lo que pasó, nos presenta la atrocidad de una masacre que nadie debe olvidar. Paso a paso vamos viendo cómo se van dando todas las circunstancias para que aquello acabe en tragedia. Paso a paso vamos viendo que serán muchos los que caerán. Paso a paso vamos viendo que nadie, absolutamente nadie, pagará por aquellos crímenes que quedaron cubiertos por la bandera de vergüenza y olvido que supuso la transición. Mezclando imágenes reales con otras ficcionadas, utilizando películas de la época rodadas en Super 8 y conversaciones por radio de la policía que fueron interceptadas y grabadas, es imposible no revivir lo que fue aquella masacre. Las víctimas no han recibido ni verdad, ni justicia, ni reparación por parte del Estado. De nuevo es la ciudadanía, a través de una película tan necesaria como ésta, la que da un paso al frente, un paso más en ese difícil y largo camino que nos separa aún de una verdadera democracia donde verdad, justicia y reparación alcancen a todas las personas, donde las condecoraciones y las flores que les dan a unos no insulten al olvido y el silencio que reciben otros, donde podamos escribir en libertad el verdadero relato de lo que pasó para que nunca, nunca más, pueda volver a repetirse.
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