42 años de tensas relaciones entre la República Islámica de Irán y EEUU
Behzad Karimi*. LQS. Diciembre 2020
El trasfondo de estas relaciones es algo más que un problema político.
La tensión permanente que existe en las relaciones entre la República Islámica de Irán y los EEUU exige analizar los motivos básicos que la han sustentado a lo largo de 42 años.
Quizás, lo más correcto sería preguntarnos por qué el régimen teocrático de Irán ha insistido tanto en su enemistad con los Estados Unidos a lo largo de todos los años posteriores a la revolución de Irán. Si la independencia política necesariamente significa enfrentarse permanentemente con los EEUU, especialmente en este mundo globalizado en el que la independencia política se entiende de otra forma, preguntarnos si, por ejemplo, Vietnam, que sí tiene relaciones políticas y económicas con los Estados Unidos, es un país dependiente.
En los últimos 40 años, Estados Unidos ha tenido alternancia política cada 4 u 8 años y, por lo tanto, su política respecto a la República Islámica de Irán ha tenido diferentes formas de llevarse a cabo. Como consecuencia de estos cambios, ha habido tiempos en los que la política de Estados Unidos hacia Irán ha sido de enfrentamiento, pero también otros en los que se ha dado una oportunidad a la República islámica de Irán para solucionar los problemas por la vía diplomática. Pero, desde el centro del poder, donde se toman las grandes decisiones y que siempre ha estado en manos del líder supremo, Alí khameneii, se ha desaprovechado cada ocasión con la excusa de que todos los dirigentes de Estados Unidos son lo mismo.
Se puede confirmar que en los últimos 70 años, en el seno mundial, Estados Unidos ha tenido demasiados puntos negros en su historia y, si bien aceptamos que a lo largo de los últimos 40 años ha sido Estados Unidos quien siempre ha conspirado para eliminar a la República islámica de Irán (que realmente no ha sido así), tampoco hemos visto ni una sola iniciativa por parte de la República islámica de Irán para negociar la solución de los problemas entre ambos países. Esta versión de que los Estados Unidos siempre ha sido Satán y la República islámica de Irán su víctima no es aceptable para nadie, ni siquiera para los autoridades de la República.
La realidad nos enseña que en Irán gobierna un régimen que lleva impreso en su carnet de identidad la enemistad con los Estados Unidos y la necesita para el consumo interior y sus bases en la región. La aversión hacia los Estados Unidos no sólo tiene carácter político, sino también ideológico e intereses económicos.
Desde luego, en esta relación también se ve, de vez en cuando, el pragmatismo político, pero solamente cuando hay un sentimiento de peligro. Una vez pasado, se regresa a rutina.
Un repaso a las oportunidades y amenazas en las relaciones bilaterales entre La República Islámica de Irán y Los Estados Unidos.
En la mente del líder Supremo de la República islámica de Irán, Estados Unidos es un monstruo y nunca ha sido capaz de verlo tal y cómo es en su realidad política. El ejemplo más claro del carácter del líder Supremo es lo que dijo, literalmente, sobre las últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos: “Para nosotros no hay ninguna diferencia entre Baiden y Trump”. No podemos y no debemos ver esta frase como un gesto político, sino que se refiere al ejercicio de una política consolidada hacia los Estados Unidos, sea quien sea su presidente.
En los dos primeros años tras la revolución islámica, mientras Jimmy Carter –entonces presidente de los Estados Unidos– había aceptado la nueva realidad en Irán y el nuevo régimen, cuyo nombre era la República islámica de Irán, quiso mantener una relación diplomática normal con este país como otro eslabón importante del cinturón verde alrededor de la Unión Soviética. Como contestación sólo obtuvo la ocupación de su embajada en Teherán, la toma de los diplomáticos estadounidenses como rehenes y el slogan “muerte a los Estados Unidos de América”. En aquel entonces, Estados Unidos sabía que el nuevo régimen de Irán nunca sería como el anterior Y aunque esperaba que Irán siguiera siendo un mercado para los productos de Norteamérica, sabía que no volvería a ser una base político-estratégica de sus intereses. Lo que hizo Carter fue contener las provocaciones del nuevo régimen islámico en Teherán. Es obvia la valiosa ayuda de la República islámica de Irán para sustituir a Carter por Reagan como presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, este presidente, que era un símbolo de la firmeza estadounidense, no siguió la estrategia del conflicto continuo, a pesar de que durante su mandato fue disparado un misil estadounidense contra un avión de pasajeros iraníes en el cielo del Golfo Pérsico y Macfarlán llevó a cabo el tráfico de armas “Irán Gate”. Reagan no siguió la política del “Régim Chang” y durante su presidencia, que coincidió con los ocho años de la guerra irano-iraki, la política de Kissinger persiguió la erosión simultánea de ambos lados de la guerra. Su sucesor, Bush, no sólo se abstuvo de seguir una política dura contra la República Islámica, sino que continuó con el patrón anterior, incluso durante la Primera Guerra de Estados Unidos contra Irak, por la intervención militar de Irak en Kuwait, utilizó la táctica de la coordinación informal con la República Islámica.
Por supuesto, durante los primeros diez años de la ruptura de las relaciones entre los dos países después de la revolución, el grito de “Muerte a América” y el antiamericanismo nunca cesó. Los gobiernos estadounidenses impusieron una serie de sanciones que, naturalmente, deben interpretarse como hostilidad mutua. Pero no es realista evaluar estas sanciones en el contexto de la conspiración para acabar con el régimen o la preparación del escenario para entrar en guerra. Esas sanciones, a pesar de su crueldad, en la mayoría de los casos podían levantarse y cambiarse por un acuerdo, siempre que existiera la voluntad y la motivación en la República Islámica para lograrlo.El mandato de ocho años de Bill Clinton fue un punto de inflexión para que Estados Unidos contuviera las tensiones en el Medio Oriente en su iniciativa monopolista en ausencia de un agente soviético en las ecuaciones de poder mundiales y para proporcionar una posición garantizada para sus propios intereses. También se incluyó en este plan la normalización de las relaciones con la República Islámica, lo que fue una buena oportunidad para que las partes llegaran a un entendimiento. Sin embargo, la República Islámica se embarcó en otras aventuras, incluida la confrontación del plan de paz de Oslo entre Israel y Palestina, se enfocó en un proyecto nuclear encubierto, la exportación de la revolución islámica a la región, la explosión de un centro judío en Argentina, el asesinato de un grupo de la oposición iraní en Berlín y otras cosas por el estilo que fueron completamente contraproducentes y supusieron una política de tensión para la región y para el mundo.
En el mismo período de oportunidades y posibilidades, el aislamiento de este régimen conocido por su antiamericanismo, por la destrucción de Israel y por la incitación de los jeques árabes, llegó a un punto en el que tuvo que bajar temporalmente la mecha de las provocaciones en la región para reducir la situación explosiva y mitigar la crisis. Se llevaron a cabo largas y agotadoras negociaciones con Europa para conseguir su respaldo frente a los Estados Unidos, que terminaron chocando contra el muro del fuerte descontento de Washington y se detuvieron. El futuro ha dejado claro que este ajuste de posición no tenía como objetivo recurrir a una política racional, sino comprar tiempo y crear una brecha entre Europa y Estados Unidos.
Con la llegada de George W. Bush, quien también debía su presidencia en parte a la República Islámica, el régimen teocrático se enfrentó a los neoconservadores. Fue entonces cuando el fundamentalismo salafista, al golpear a los Torres Gemelas de Nueva York, provocó a los halcones belicistas en los Estados Unidos. Después de echar a los talibán se prepararon para invadir Irak y sacar a Saddam Hossein del poder cambiando, de esta forma, el enfoque de la propaganda hacia la amenaza de otro eje del “mal”, la República Islámica de Irán. A medida que Estados Unidos y Europa fueron imponiendo más sanciones a Irán, el Régimen islámico asignó al reformista Jatami la tarea de confesar el secreto bien escondido de su programa nuclear para neutralizar la incitación occidental. Jatami, describió la existencia de instalaciones nucleares en las profundidades como “pacífica” y habló de la decisión del gobierno de limitar el alcance de su programa nuclear, que nadie creyó.
Después de Saddam Hossein y la liberación de las fuerzas chiís en Irak, que estuvieron hasta entonces reprimidas, la República Islámica encontró una oportunidad de oro para expandir su influencia en ese país e intentar cumplir su sueño de llevar su influencia hasta Líbano, que muchos definen como “media luna chii” y el mismo régimen islámico lo define como “profundidad estratégica”. Así, el antiamericanismo de la República Islámica, junto con su proyecto nuclear, tomó unas dimensiones nuevas. Las fuerzas paramilitares del régimen ocuparon la embajada saudí en Teherán y prendieron fuego al edificio de la embajada. La provocación hacia Israel y los países árabes de la región se convirtió en un rito diario. Ahmadinejad anunció que las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo contenido era el embargo económico contra Irán, eran tonterías. Tal fue el inadmisible comportamiento de la República Islámica, no sólo hacia Estados Unidos, sino también hacia el Parlamento Europeo y muchos países de toda la zona.
Obama inició su trabajo con el objetivo de llegar a un acuerdo con la República Islámica y al comienzo de su mandato envío dos cartas dirigidas a Ayatollah Khamenei invitando a la República Islámica a negociar una solución a los problemas. La respuesta de la República Islámica de Irán, sin embargo, fue “manos de hierro bajo guantes de terciopelo”. Después de eso, se implementó la política simultánea de sanciones y el consenso global contra el Irán nuclear para que la República Islámica se viera obligada a dar marcha atrás en su programa nuclear y estuviera dispuesta a sentarse a la mesa de negociaciones. La presión dio sus frutos y la conversación tuvo lugar, primero en secreto en Omán, y después en público, en el cuadro 5+1. La estrategia de Obama fue llevar un proceso paso a paso: primero, el control del programa nuclear de la República Islámica, que fue respaldado no sólo por Europa sino también por Rusia y China y, después, el control sobre la política de la República Islámica de Irán en la región. Israel y Arabia no estuvieron de acuerdo con este proceso y dieron la espalda a Obama. En el lado iraní, la primera fase del programa de Obama coincidió con la línea política que seguía el líder supremo de la República Islámica. En las negociaciones con los 5+1 había dos cuestiones: programa nuclear y la expansión regional, misiles balísticos y hostilidades con Israel. Para el líder el asunto primordial era la segunda parte y así marcó la línea: si hay que hacer una concesión, se tratará sólo del programa nuclear y no de lo demás. Fue por esta razón que remitió una Fatwa en la que prohibía las armas nucleares y así mantendría la otra parte de su política. Se firmó el tratado nuclear con los 5+1 pero para Estados Unidos era sólo una fase del camino hacia el próximo tratado, mientras que para la República Islámica se trataba sólo de restricciones a su programa nuclear para levantar, a cambio, las sanciones económicas. La actividad de tres décadas del régimen islámico iraní contra Estados Unidos y sus aliados estratégicos regionales continuaron, y entonces llegó el turno para hablar sobre otros temas, como la presencia militar iraní en Líbano, en Siria, en Yemen y en Irak y sobre los misiles balísticos de la República Islámica de Irán. Fue entonces cuando Khamenei se opuso enérgicamente a cualquier negociación sobre esos temas con los 5+1. Para rubricar la oposición del líder supremo, la Guardia Revolucionaria lanzó un misil que llevaba escrito en el ala, en hebreo, “Muerte a Israel.
Trump también debía en parte su presidencia al comportamiento de la República Islámica después del tratado nuclear, así como los Bush, padre e hijo. El éxito de las fuerzas de la extrema derecha israelí en su política anti Palestina también se debió en parte a la República Islámica ya que los saudíes justificaban sus ambiciones regionales gastando miles de millones de dólares en la compra de armamento de los Estados Unidos. Realmente, ¿cuál es el beneficio de décadas de conflicto con Estados Unidos? ¿El deseo de la destrucción de Israel e incitar una guerra religiosa contra Arabia Saudí en la región y en todo el mundo, que provoque simpatía antiimperialista con Irán?
Por tanto, si la honestidad política es la base, yendo desde la superficie a las profundidades, veremos que, antes de que el tratado nuclear fuera quemado por Trump, la República Islámica ya lo había tirado a la hoguera. Trump desde su campaña electoral había anunciado que saldría del tratado nuclear con Irán y proporcionaría otras negociaciones que incluirían los proyectos nucleares del régimen y su política regional. Y, así, salió del tratado e impuso “embargos máximos” a Irán. El fruto de estos enfrentamientos de cuatro años, fue la coacción de Trump, por un lado, y la falta de la más mínima iniciativa del régimen para desarmar las excusas, por otro. Esta situación arruinó la economía del país e intensificó la miseria del pueblo. Es cierto que Trump, a pesar de toda su hostilidad hacia la República Islámica, se mostraba reacio a entrar en guerra, por lo que se enfrentó a la insistencia de Bolton sobre un ataque, le apartó de su gabinete y se negó al conflicto bélico. El “embargo máximo” de Trump no condujo a la victoria que él deseaba, pero sí dobló la espalda al pueblo iraní y provocó la desesperación del régimen adversario. No es difícil sacar conclusiones lógicas de este proceso de décadas cuando el realismo político se impone.
Todo esto nos lleva a las siguientes conclusiones:
Sería un error si pensáramos que con la llegada de Biden a la Casa Blanca, la situación va a cambiar. No hay vuelta al punto de partida, ni es posible. La amplia oposición dentro de los Estados Unidos no le permite a Biden hacerlo. Al mismo tiempo, no se puede ignorar la oposición frontal de Israel y de los jeques árabes. Además, el mismo equipo de Obama, que estará en la casa Blanca, se supone que no va a estar dispuesto a revivir el tratado nuclear de la misma manera que antes, considerando el comportamiento destructivo posterior al tratado nuclear por parte de la República Islámica. Es preferible para Washington, ahora, una solución multipropósito. Debido al impacto de las sanciones en la República Islámica y su desesperación, Washington tiene muchas posibilidades de exigir más al régimen iraní. En estas condiciones, la República Islámica está en una posición de debilidad y su única arma es usar las divisiones globales y jugar entre las potencias mundiales, por supuesto con muchas limitaciones.
El problema actual en disputa, serán las políticas regionales de la República Islámica y el alcance de sus misiles.
En las próximas negociaciones entre el régimen islámico y los Estados Unidos y sus aliados occidentales el balón estará en el terreno iraní. O revisa su permanente antiamericanismo y acepta la realidad de Israel y retrocede en sus ambiciones en la región, o sigue insistiendo en la política que hasta ahora ha practicado y, en este caso, hundiría más la economía del país, aumentaría el sufrimiento de la población y dejaría el destino político del régimen en la incertidumbre. Todo esto afectaría directamente al liderazgo del “líder supremo”.
Estados Unidos, independientemente de la República Islámica de Irán, tiene unos intereses bien reconocidos por su clase política que son el punto de partida para establecer relaciones con cualquier otro país. Biden, ante todo, defenderá estos intereses que representan los intereses de la clase dominante de los Estados Unidos. Él podrá proponer una política de conciliación para lograr estos objetivos o todo lo contrario.
Somos nosotros, el pueblo de Irán, los que no debemos permitir que la República Islámica queme otra oportunidad que surja de la política diplomática de Biden y dejar que se pierda.
Las autoridades de la República Islámica de irán llevan casi 4 años atribuyendo todas los desgracias del país a Trump y su política hacia Irán. Ahora, desde hace unos meses, se tiene la esperanza de que, con la llegada de Baiden a la Casa Blanca, cambie la política estadounidense hacia Irán y los problemas se disuelvan. Pero sabemos que no será así, el origen principal está en la casilla del líder supremo.
* Traducido por Hamid Hosseini / Mayca Lopez
Behzad Karimi. Veterano político del movimiento izquierdista de Irán fue encarcelado en la era de Shah, por sus luchas antimonárquicas desde la izquierda socialista. Llevaba siete años en la prisión y en vísperas del triunfo de la Revolución de 1979 salió de la cárcel ytuvo un papel importante en las filas de los Fedayines del Pueblo en la caída de la monarquía en Irán. Después de la Revolución, la izquierda fue de los primeros objetivos del régimen de Jomeini a perseguir y destruir. Behzad Karimi se vio forzado a salir del país y seguir su lucha por una sociedad democrática y socialista en Irán desde su exilio. Ex secretario general de los Fedayines del Pueblo (Mayoría) y uno de los fundadores del Partido de Izquierda de Irán (Fedayines del Pueblo).
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