50 camiones en el Pazo, el rey en La Paz y “al contar será el llorar”
Domingo Sanz. LQS. Noviembre 2020
Este juego de mentiras e idioteces que es la política en la España de hoy, tan propiciadora de juegos fáciles de palabras hasta para titular opiniones del tres al cuarto como la presente…
El dos de septiembre pasado un Juzgado de A Coruña declaró “la nulidad de la donación efectuada en 1938 de la finca denominada Torres o Pazo de Meirás al autoproclamado Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, por carecer del requisito esencial de forma”.
Se trata de una sentencia que, en base a la ley, se podía haber dictado tras la victoria del PSOE en 1982, por aprovechar que los armados Armada, Milans y Tejero estaban en la cárcel… aunque no el hoy huido Juan Carlos I, de quien siguen diciendo que trajo la democracia.
Tiene más valor la jueza Marta Canales denominando “autoproclamado” por sentencia al despreciable español mayor asesino de españoles de la historia de España, el DEMAEHE para abreviar, que todos los fantasmas que presumen de haber construido una democracia que tarda 40 años en recuperar un inmueble, y que nunca será capaz de hacer justicia porque ha preferido dejar que fueran falleciendo la mayoría de sus víctimas, las del citado mayor asesino y las de los fantasmas por omisión culpable.
Sin salir del Pazo todavía, el siete de noviembre supimos que los condenados a devolverlo estaban iniciando una mudanza tal que requería medio centenar de camiones. Solo tras denunciarse el peligro en los medios actuó el Gobierno, y al día siguiente supimos que ayer, día 9, pediría medidas cautelares a la jueza, quien las dictó sin perder un instante, también ayer.
Al igual que con el principal de la sentencia, y más conociendo la catadura de esa familia, el Gobierno podía haber solicitado las cautelares en cuanto conoció la resolución judicial, el mismo dos de septiembre, pero no lo hizo. Y, aunque hubiera podido, este Gobierno no ha hecho aún nada relevante para que miles de legítimos propietarios, o sus herederos, recuperen lo que les fue incautado durante y después de la guerra civil a punta de pistola.
Cosas como estas suceden porque gobernar España obliga demasiado. Por ejemplo, a que este país siga siendo un río revuelto en el que se lleven la mejor pescada quienes menos escrúpulos demuestran, especialmente si presentan la marca genética del “autoproclamado” o están acreditados como beneficiarios de sus crímenes o de la restauración monárquica. Como negarlo, con lo que ahora sabemos del “emérito”. ¿Debe seguir sin importarnos que el futuro nos saque los colores por la inviolabilidad que le seguimos consintiendo al rey y que en castellano se llama “vista gorda” que avergüenza?
Mientras ocurría lo de los camiones “franquistas” imagino a Pedro Sánchez encantado de la vida con la gran jugada de cuatro puntos, enceste del primer tiro de la personal y fallo a posta del segundo para intentar un triple, que acaba de conseguir con lo de Iglesias y Felipe VI juntos en La Paz por lo de Arce. Por una parte, rebaja la categoría del acto al no acudir él mismo y por otra, el rey amigo de Lesmes tragando quina por partida doble, con catorce horas en el mismo avión con un vicepresidente republicano y la toma de posesión de un candidato de Evo en Bolivia. Y, para redondear, Pablo Iglesias comiéndose lo que dijo hace unos días de que si ahora toca “república”. Dentro de nada lo tendrá regalando al rey la versión personalizada para monarcas del Juego de Tronos.
Pero, por su parte, beneficiario sucesor a título póstumo de los crímenes del DEMAEHE, está riéndose de ambos dos mientras continúa encabronado porque este gobierno tampoco es capaz de resolverle Catalunya, donde él decidió jugarse el tipo un tres de octubre y que sigue siendo el único problema que puede llevarlo, en vida, al cementerio de las monarquías.
Este juego de mentiras e idioteces que es la política en la España de hoy, tan propiciadora de juegos fáciles de palabras hasta para titular opiniones del tres al cuarto como la presente, me recuerda el cuento aquel del chatarrero que, tras venderle a un cliente casual una sartén con un agujero piensa para sus adentros que “al freír será el reír”, mientras el comprador hace lo propio con otra sonrisa entre dientes porque le ha pagado con moneda falsa y sabe que “al contar será el llorar”.
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