¡A pensar!
Juan Gabalaui*. LQS. Febrero 2021
La cuestión reside en qué es lo que esta pasando para que la izquierda radical sea incapaz de crear un proyecto que logre captar el interés de la sociedad. Un proyecto que regatee el miedo al fascismo y permita construir otro tipo de sociedad que permita abordar los retos sociales, económicos y ecológicos a los que se está enfrentando la humanidad
Estados Unidos está de vuelta, listo para liderar el mundo. Estas palabras desasosegantes fueron pronunciadas por Joe Biden, un político de la vieja escuela que vino a derrotar al histriónico y tramposo Trump. La historia nos explica lo que ha ocurrido bajo el liderazgo estadounidense. La victoria de Biden está compuesta de dos victorias. La primera sobre la izquierda del partido demócrata, que representaba Bernie Sanders. La segunda sobre la derecha radical, que representaba Donald Trump. Ambas implican la derrota de la izquierda estadounidense que se ha visto incapaz de convencer de que existe una alternativa política diferente a lo que representa la vieja escuela y la derecha reaccionaria. Quien se ha visto reforzada es la agenda neoliberal y el capitalismo global. Lo sucedido en Estados Unidos se puede aplicar fuera de sus fronteras. En la Unión Europea la amenaza de la derecha reaccionaria ha servido para que se siga imponiendo la agenda neoliberal que ha dado lugar al actual resurgimiento de esa misma derecha y a la desaparición de las alternativas de la izquierda radical. La respuesta al fascismo ha sido más de lo mismo.
La lucha contra el fascismo se traduce en la victoria de las fuerzas y movimientos políticos que aplican las mismas recetas sociales y económicas que preparan el terreno para la aparición de partidos fascistas. Este círculo vicioso solo se puede romper con el surgimiento de un nuevo proyecto político, capaz de movilizar y organizar a la gente, que tendrá que salir de la izquierda (1). Si no nos veremos condenadas a la repetición sinfín de un proceso en el que la izquierda radical se difumina hasta su desaparición. La única alternativa viable que concibe el sistema es la representada por los partidos o movimientos que no cuestionan el estado de las cosas o se plantean mínimas reformas, dentro del marco establecido, que permitan que se siga funcionando de la misma manera. Žižek comenta, de forma muy acertada, que de la misma manera que el fascismo extrae su fuerza del miedo, también el miedo condiciona el voto de las personas que no quieren que partidos fascistas puedan llegar o mantenerse en el poder. Macron ganó frente a Le Pen en 2017. Biden frente a Trump en 2020. Aunque tanto Macron como Biden sean la semilla de la que germinan los proyectos de la derecha más reaccionaria.
La cuestión reside en qué es lo que esta pasando para que la izquierda radical sea incapaz de crear un proyecto que logre captar el interés de la sociedad. Un proyecto que regatee el miedo al fascismo y permita construir otro tipo de sociedad que permita abordar los retos sociales, económicos y ecológicos a los que se está enfrentando la humanidad. La lucha contra el fascismo provoca que la izquierda vaya a remolque, centrada en reaccionar y dar respuesta a las agresiones fascistas pero alejada de la construcción y pensamiento de propuestas alternativas. La izquierda radical actúa a la defensiva mostrando una incapacidad preocupante para liderar un ataque basado en nuevas ideas, nuevas formas de relación y de organización social y económica. La ausencia de una alternativa real allana el camino a los reaccionarios e invita a pensar que la única solución son las viejas recetas. Al final solo queda optar por el mal menor. Mientras, la izquierda se enzarza en debates identitarios, se hunde en la autocomplacencia de su superioridad moral y en la reivindicación de unos elevados ideales con graves dificultades para tomar tierra.
En el Estado Español la aparición de Podemos reavivó la ilusión de miles de personas que creían ver, por fin, una alternativa a la socialdemocracia pesoísta y al quiero y no puedo de Izquierda Unida. Las movilizaciones multitudinarias convirtieron la ilusión en realidad y se vislumbró un aspirante a desbancar a la izquierda institucional e incapaz. El surgimiento de Podemos se produjo en un momento en el que se estaba apagando el movimiento quincemayista pero con la indignación y el deseo de cambio aún encendidos. Aprovecharon la inercia de un movimiento en caída para revitalizar el campo de la izquierda con un grupo de activistas que manejaban con habilidad la comunicación y la estrategia política. La aparición de Podemos supuso además el soterramiento de la izquierda radical a partir de una clara apuesta por el institucionalismo. La tesis basada en la participación institucional, que no consiguió triunfar durante el 15M, guio los pasos de la nueva formación. Pero en este intento de cambiar el estado de las cosas desde dentro reside la capitulación y subordinación ante el sistema. Su inoperancia se encuentra en la base misma de su construcción como partido. Así aunque la música suene bien, los instrumentos con los que se toca están podridos.
La estructura de partido también replica las estructuras del sistema, jerarquizadas y personalistas. ¿Cómo se puede aspirar a ser una alternativa si nos vestimos con las mismas ropas? Aquello que pretendía ser una diferencia con respecto al resto de partidos acabo siendo un quiero y no quiero al mismo tiempo. La participación directa se convirtió en una ilusión de alternativas en la que solo cabía elegir al líder y los Círculos un falso pilar sobre el que se asienta el partido. El partido se asienta sobre el carisma y el liderazgo de Pablo Iglesias. Sin su aliento, los Círculos son humo. ¿Qué diferente hubiera sido si los Círculos se hubieran implantado en los barrios y creado estructuras sociales que trascendieran las propias del sistema? Al final Podemos es un proyecto político construido para alcanzar el poder y formar parte activa de las decisiones dentro del sistema. Cuando Pablo Iglesias afirmó que el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto de alguna manera estaba menospreciando la acción colectiva. Probablemente no se necesitaba tomar por asalto el cielo sino pensar y construir colectivamente. Iglesias priorizó la acción sobre el pensar cuando si algo necesitábamos y necesitamos ahora mismo es parar y pensar qué proyecto político puede ofrecer la izquierda radical a la sociedad. Este proyecto es de una necesidad vital.
La estrategia de Podemos le ha llevado a gobernar en coalición con uno de los partidos que más cambios han hecho para no cambiar nada. El PSOE es un profesional del disfraz y un usuario avanzado del sistema. Un compañero de andanzas poco aconsejable. Podemos ha recorrido el camino adecuado para conseguir sus objetivos a pesar de los constantes e implacables ataques mediáticos y políticos. Probablemente no se ha jugado tan sucio contra un partido [sin contar algunos partidos en Euskal Herria] en toda la historia de la posdictadura. Esto puede parecer paradójico con la idea de que su presencia en el gobierno sirve para cambiar y que todo siga igual. ¿Para qué necesitan atacar a un partido que no va a modificar sustancialmente el estado de las cosas? Es un miedo del sistema a lo que podría ser más que a lo que es. Es un miedo a la potencialidad que puede existir detrás de un movimiento de izquierda. Es el miedo a la posibilidad de un cambio de verdad que, aunque en la práctica Podemos no suponga una amenaza, les aterra. Es un miedo a una idea. Una idea que solo puede desarrollar una izquierda radical y transformadora. Citando de nuevo a Žižek: comencemos a hablar en serio, es decir, ¡a pensar!.
Nota:
(1) Žižek, Slavoj (2021). Como un ladrón en pleno día. Barcelona, España: Editorial Anagrama S.A.
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* El Kaleidoskopio
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