“Antes de que me fusilen los míos, que lo haga el enemigo”
Antoni Fornés Arás tiene 97 años y, en una de sus varias fugas del hogar familiar en Barcelona, a la edad de 20 años se alistó por las bravas en las filas de la 29 División de la milicia del POUM que partía al frente de Huesca, durante la Guerra Civil, conociendo a George Orwell en dicho frente. Declara no saber lo que es el miedo, aunque estuvo a punto de ser fusilado y pasó por prisiones y campos de concentración, esos campos que algunos niegan que existieran en España y que llaman eufemísticamente “Colonias de Trabajo”. En una larga conversación con Antoni Fornés nos explica su experiencia vital, con las luchas y contradicciones entre las fuerzas que defendían la legalidad republicana contra el golpe de los militares fascistas. Esta es la historia de un superviviente en el contexto de una España convulsa.
Como nos advirtieron sus hijos presentes en la conversación, Toni y Josep, Antoni comenzó su relato con dos hechos relevantes y traumáticos de su biografía. Uno fue cuando sus padres se separaron cuando él tenía 10 años, y otro cuando sufrió un grave accidente a esa misma edad. Antoni, entonces estudiaba en La Escola del Bosc –Escuela del Bosque-, la primera Escuela Moderna municipal que dirigía la pedagoga Rosa Sensat. En octubre de 1927, el rey Alfonso XIII y su esposa, la reina Victoria Eugenia, con las infantas Beatriz y María Cristina llegaron a Barcelona en visita oficial. Para ver los cortejos que acompañaban a la familia real, la chiquillería trepaba por farolas o como Antoni: “Yo me subí a una silla ya que los guripas que protegían la ceremonia no me dejaban ver, con tan mala suerte que de un empujón me caí de bruces. El médico dijo que no había nada que hacer, pero después de cuatro días me salvé.”. La lesión que se hizo en el tabique nasal le comportó varios años de dolorosos tratamientos. Todo ello con varios cambios de colegio y sus primeros trabajos como aprendiz, trabajos que tuvo que dejar por sus problemas respiratorios debido al accidente. Convencido que su padre no lo quería, y deseando dejar los sufrimientos de los tratamientos médicos, se escapó varias veces, aunque siempre lo devolvía a casa la Guardia Civil.
Con la proclamación de la Segunda República Española, el 14 de abril de 1931, la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera y los directorios militares que le siguieron, quedaron atrás. En Catalunya se instauró la Generalitat y se aprobó el estatuto de Autonomía. Antoni, en 1933, tenía 17 años y decidió independizarse, para ello contó con la ayuda de la que él llama la padrina, que no era otra que su madrastra y que: “me quería mucho, por cierto” –dice Antoni–. La padrina le consiguió sus primeros trabajos en oficinas, trabajos administrativos que tendrían gran importancia en muchos momentos de su vida como miliciano.
En ese mismo año de 1933, la erosión del gobierno de Manuel Azaña hizo que éste dimitiera convocándose nuevas elecciones en noviembre. Se dio la paradoja que en España ganaron las derechas dando paso al llamado bienio negro (1933-1936), mientras que en Catalunya se repartieron los votos entre el conservador partido de Cambó, la Lliga Regionalista, y la Esquerra Republicana de Lluís Companys. Con la entrada en el gobierno de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en octubre de 1934, se convocó una Huelga General Revolucionaria en toda España siendo en Asturias donde la insurrección tuvo más relevancia y fue más fuertemente reprimida. Catalunya fue otro de los focos de la insurgencia, y Companys rompió relaciones con el gobierno central proclamando el Estado Catalán de la República Federal Española. Era el 6 de octubre.
Tras el golpe de los miliares fascistas –como respuesta al triunfo de las izquierdas en las elecciones municipales– y mientras del Madrid republicano llegaba la cancioncilla de: “Los cuatro generales; que se han alzado; para la Nochebuena, serán ahorcados.”, Antoni tenía 20 años cuando estalló la guerra en 1936: “Quería irme de voluntario al frente. Bajé por las Ramblas hasta el frontón Colón donde había una oficina de reclutamiento, pero no quisieron alistarme por mi juventud, aparentaba menos años de los que tenía. Pero vi una columna del POUM que desfilaba hacia la estación de trenes y que marchaba para el frente de Huesca, y me colé en la fila y nadie me dijo nada.”
De la unificación del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista, en septiembre de 1935 se había fundado el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de ideología trotskista, antiestalinista y con una tendencia catalanista encabezada por Josep Rovira, procedente del partido Estat Català. La columna a la que se refiere Antoni era la que formaría la 29 División (ex División Lenin), cuyos miembros terminarían integrándose en el Ejército Popular de la República. Josep Rovira fue el que organizó las fuerzas militares del POUM en el Frente de Aragón. Entre los milicianos que formaban la columna destacaba un larguirucho británico que no era otro que el escritor y periodista George Orwell, al que Antoni conocería en el frente: “Después de un mes en Aragón me fui a la primera línea de fuego, con los brigadista internacionales, yo nunca tuve miedo de nada. Tomamos Siétamo, cosa que luego se criticó mucho por el jefe de las fuerzas. Luego, como yo sabía escribir a máquina, me llevaron a Barbastro y luego a Zaragoza como escribiente. Pero yo también me iba al frente de Zaragoza y, en Monte Aragón llevaba una ametralladora, mientras un compañero llevaba el trípode”. La 29 División mantuvo combates muy duros en el citado Monte Aragón, Leciñena, Obispo, Quicena, Tierz…, donde Antoni siempre fue con su ametralladora que, aunque Antoni no lo recuerda, quizá fuera la Hotchkiss de 7 mm, del modelo 1914-1922, la más abundante entre las fuerzas republicanas al comienzo de la contienda.
La derrota de la rebelión militar en Catalunya había dado paso a la revolución. El poder nominal lo tenía la Generalitat, pero el real estaba en las milicias armadas de los partidos obreros y sindicatos, sobre todo de los anarquistas. Antoni había dejado una Barcelona en plena efervescencia revolucionaria, aquella que describió George Orwell en Homenaje a Cataluña: “…Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño, estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas…”. Aunque las necesidades del frente había amainado la actividad en la ciudad, paradójicamente el miliciano Antoni Fornés se encontraba más seguro y tranquilo en el campo de batalla, por lo menos allí el enemigo lo tenías enfrente: “Me dieron permiso y llegué a Barcelona, pero yo no estaba bien, había mucha gente… con las barricadas, los de la CNT por las calles, en fin, que no acabé el permiso y me volví al frente de Aragón. Al poco tiempo me hicieron secretario político en Quicena. Me cuidaba de las cuestiones administrativas del pueblo y sus habitantes, me demostraron mucho cariño, por cierto. En este puesto conocí a George Orwell. Pero yo siempre me ofrecía voluntario para ir a primera línea de fuego, era un tirador de élite. La verdad que los del POUM luchamos muy duro allí, junto a muchos extranjeros –brigadistas-. Las fuerzas políticas no se ponían de acuerdo para ocupar Huesca, pero los del POUM tomamos una loma, –seguro que Antoni se refiere a la “Loma de los Mártires”, que fue tomada por una brigada del POUM el 16 de junio de 1937-allí nos bombardeó la aviación alemana y hubo muchos muertos.” Mientras esto sucedía en el frente, en la retaguardia el POUM había sido ilegalizado por el gobierno de Juan Negrín, acusando a sus dirigentes de colaboracionismo con el enemigo. En los llamados “Hechos de Mayo”, se enfrentaron en Barcelona a las fuerzas del orden público de la Generalitat, ayudadas por la milicia del PSUC, contra los milicianos de la CNT y el POUM, en un intento de limitar su poder político y para desalojarlos de edificios estratégicos como el de la Telefónica de la plaza de Catalunya. El 22 de junio de ese año era asesinado el dirigente del POUM Andreu Nin. Pero nos sigue contando Antoni: “Yo estaba de escribiente en Monflorite (Huesca), cuando llegó la orden de disolver la 29 División. Me mandaron a unas oficinas de la calle Tallers de Barcelona, donde los milicianos del POUM venían a arreglar sus papeles. Nosotros no sabíamos nada, y a mí no me encarcelaron porque unos compañeros del PSUC les dijeron a sus mandos que yo no era nadie”.
Al disolverse la 29 División, sus jefes militares fueron encarcelados. Algunos milicianos fueron enviados a la retaguardia, como el caso de Antoni, pero otros siguieron luchando en el frente dentro del Ejército Popular o la milicia de la CNT-FAI: “Una vez liquidada la división, a mi me quisieron hacer comandante del Ejército Regular de la República, cosa que yo rechacé, no creía estar preparado, pero sí me hicieron teniente y me mandaron al frente de Andalucía, pero antes me casé, con Urbana García. Al hermano de mi mujer, Santiago García Cortés, lo fusiló la Guardia Civil en Fiscal (Huesca), tenía 19 años y aún no sabemos dónde está enterrado”. La forma de cómo Antoni se enteró de su ascenso a teniente es digna de una escena de una película de Ken Loach:
“Después de un batalla de tanques vi un socavón que había dejado un obús de mortero. En el fondo había un cuerpo, era el cartero del regimiento. Junto al cadáver estaban los sobres ensangrentados, cogí una carta que venía a mi nombre… era la notificación oficial de mi ascenso a teniente.”
En Andalucía, entre otros sitios, Antoni estuvo en Jaén y Córdoba, encuadrado en el Ejército Popular como miliciano de la CNT. Por enfermedad de un capitán, durante un tiempo mandó una compañía, aunque descontento porque no había un frente claro y la mitad de los soldados no tenían armas. Fue en Jaén donde un capitán catalán se dirigió a él y dijo: “¿Pero tú qué has hecho? ¿Dónde estabas?, a lo que Antoni contestó “nada” a la primera pregunta y“estaba en el POUM”, a la segunda. El capitán le informó que venían a detenerlo, como lo estaban haciendo con otros militantes trotskistas. Aquí comienza la peripecia más surrealista de la vida militar de Antoni: “Tenía claro que a mí no me cogerían. Me fui a la oficina, abrí un cajón, me hice con una pistola y dos bombas de mano que me metí en los bolsillos, y un poco de dinero”. Nuestro personaje estuvo tres días vagando por los campos, recuerda como si fuera ayer, las noches que durmió en un maizal, ya que su único alimento fueron los granos tiernos de maíz que pudo encontrar: “Después llegué a Córdoba, me quité las insignias de teniente y me fui al frente. Quería irme a Portugal, pero estaba muy lejos. Desesperado pensé: antes que me fusilen los míos, que lo haga el enemigo” Y así lo hizo, decidió entregarse a las tropas franquistas. En la primera intentona fue rechazado a tiros, por lo que tuvo que dormir en tierra de nadie. Al día siguiente se fue a un pueblo y se entregó a un soldado, identificándose como oficial republicano. Pensó que lo fusilarían, pero lo mandaron preso a Lucena (Córdoba). Estando con varios presos, se le ocurrió cantar una canción tradicional catalana, que escucharon unas muchachas y muchachos que pasaron cerca de la ventana enrejada del pequeño habitáculo que utilizaban como cárcel.
Los jóvenes intercedieron por él y, algunas tardes, Antoni cubría su uniforme de presidiario con una bata y salía a pasear. En estos paseos se dio cuenta que: “Aquel pueblo era rojo, y los que intercedieron por mí al oírme cantar, también”. Una vez más, sus dotes de escribiente le procuraron un destino más favorable en las oficinas del jefe del sindicato falangista: “El jefe del sindicato tenía dos hijos que, como tenía dinero, no iban al frente. Algunos me creían facha, cosa que no era, claro, pero me hacía gracia ver como la Guardia Civil me saludaba al pasar”. En ese destino, Antoni atendía a la gente del pueblo que le solicitaban gestiones para saber si sus familiares estaban presos o no, todo esto lo hacía clandestinamente. Un día, el comandante de las fuerzas de Lucena viajó a Barcelona para hacer averiguaciones sobre su particular amanuense. Allí, una mujer lo denunció como militante de izquierdas. Lo detuvieron y lo mandaron a Sevilla, donde estuvo varios días con otro preso en una celda sin hablar, ninguno se fiaba del otro. Una mañana los metieron a los dos en un tren con destino al País Vasco, en el trayecto supo que su compañero era un gudari, un soldado del ejército popular del Gobierno de Euskadi. Todo esto sucedió en 1938, mientras en Barcelona se despedían a las Brigadas Internacionales y la aviación italiana bombardeaba la ciudad, como antesala a la ocupación.
A las semanas del: “cautivo y desarmado el Ejército Rojo”, el último parte de guerra del 1 de abril de 1939, con la caída de Madrid y cuando Francia y el Reino Unido reconocieron el gobierno de Franco resultante de un golpe militar, Antoni comenzó su periplo por las cárceles del franquismo. Ingresó con 22 años y a los pocos meses cumplió los 23 en los penales. Su mujer Urbana esperaba en Barcelona con la primera hija del matrimonio. Pasado todo, la descendencia aumentaría con cuatro varones y una chica más. Antoni no llegó al País Vasco y fue desviado al penal de Burgos, donde pasó dos días antes de ser trasladado a la cárcel de Torrero, en Zaragoza, donde pasó los dos meses más terribles de su vida: “Nos mataban de sed y hambre, mientras a los presos de la delincuencia común no les faltaba de nada. Cada día fusilaban a gente. Cuando nos hacían formar en filas, aprovechaban para pegarnos con fustas. Un preso intentó suicidarse dándose cabezazos contra la pared. Pero lo más terrible era oír llorar a los hijos de las presas republicanas, que estaban encarcelados con sus madres”. Le pregunto a Antoni qué quieren decir las siglas “CAR” que aparecen en sus fichas de la cárcel: “Católico, Apostólico y Romano, se lo ponían a todos. Esto me recuerda que en Torrero había un capellán que nos daba charlas cada día y decía: Yo como cura os perdono, pero como hombre que caiga todo el peso de la ley sobre vosotros. Todo esto mientras se escuchaban las detonaciones de los fusilamientos en el patio”.
Después del 18 de julio de 1939, Torrero se convirtió en el principal penal de represión del franquismo. Además de políticos, sindicalistas o militares republicanos, allí fue a parar todo aquel del que se pudiera sospechar su desafección al nuevo régimen. Incluso se llegó a presentar como un centro de reeducación ideológica. Curiosamente, otro 18 de julio, pero de 2005, fue demolida la Cárcel Provincial de Zaragoza, conocida popularmente como Torrero.
Antoni fue trasladado nuevamente, esta vez a la cárcel Modelo de Barcelona, y se alegró de volver a su tierra, pero estaba convencido de que lo matarían: “Nos llevaron en un tren de mercancías en cuyos vagones de madera casi no se podía respirar. Había un agujero y nos íbamos turnando para poner la boca y coger aire fresco del exterior. Al llegar a la estación de Francia tuve que llevar a un compañero que apenas podía caminar. Allí había unas mujeres valientes que se acercaban a los presos con la intención de ayudarnos prestándose como correos, así pude avisar a mi mujer, mis padres se habían ido a Francia. En la Modelo me extrañó que nadie me hablara en catalán, en Torrero era el idioma que más se oía. Cuando pregunté se había catalanes, me dijeron que todos lo eran, pero se ve que tenían miedo por si entre los nuevos presos hubiera soplones. Un día pude ver a través de una puerta abierta que daba a la calle, una fila de presos, eran los que se llevaban para fusilar en el Campo de la Bota”. Antoni estuvo a punto de ser enviado al Campo de Concentración de Tarragona, según podemos leer en unos telegramas que nos aporta. En Tarragona y Reus se construyeron a principios de 1939 los primeros campos de concentración permanentes. Finalmente, el 20 de mayo de 1939, fue sometido a un Consejo de Guerra Sumarísimo y condenado a trabajos forzados: “Me llevaron a una leprosería que estaba en el barrio de Horta. Allí nos pusieron en fila para llevarnos al Batallón de Trabajo del Valle de los Caídos. Estaba seguro que moriría allí”. Pero de nuevo un hecho se cruzó en la vida de este superviviente, ya que en el último momento una mano lo agarró del brazo y lo sacó de la fila: “Resulta que mi mujer trabajaba en la casa de un capitán de artillería llamado Ángel de la Torre, que era aragonés como ella. Urbana pidió a la mujer del capitán que intercediera por mí, y así lo hizo, y salí libre”. Años más tarde, y tras pasar una guerra, Antoni tuvo que hacer dos años de mili obligatoria, donde tuvo un récord de España de tiro. Después vino el trabajo y el hambre de la postguerra, pero esa es otra historia.
* Javier Coria. Publicado en la Revista Rambla
– Imagen de Guillem Sans