Barcelona: 135 concentración Verdad, Justicia y Reparación

Mesa de Catalunya*. LQSomos.
Traducido por Leticia Palacios. LQSomos.

Todo era malvivir bajo una dictadura asesina y sádica agachando la cabeza ante el horror que desataron los golpistas. Para muchas y muchos solo quedó la opción de exiliarse a la tierra de sus recuerdos y de sus sueños de justicia para escabullirse de la rabia y el desencanto

Exilios interiores

En nuestro calendario de verdad, justicia y reparación, febrero es el mes del exilio, de los exilios. Exilios incontables, tantos y tantos exilios que no se pueden cuantificar. Exilios exteriores e interiores, infinitos e inacabables, de resistencia, de lucha, de compromiso, de supervivencia, de caminar con los ojos cerrados sobre piedras afiladas. Miles y miles de exilios, de huidas atravesando fronteras, de refugios introspectivos para poder continuar con el peso de la vida. Exilios que se convierten en centenares de miles de escudos contra el fascismo asesino y represivo, el único culpable del desarraigo y la pérdida.

Los exilios son personales, no se pueden establecer categorías, ni etiquetar, ni agrupar a la hora de describir el dolor y la pena. Cada persona se pelea con la nueva vida impuesta con sus herramientas y con resultados muy diferentes. Pero si puede haber un denominador común del exilio, sería la añoranza punzante de los paisajes, de los olores y sabores de la tierra. Una añoranza que, aunque parezca contradictorio, también sufrió quien, sin atravesar ninguna frontera, vivió en su exilio interior. La destrucción de lo que se ha amado, el olor a muerte y represión y el hambre, deshicieron la ilusión de recuperar aquel disfrutar de los pequeños placeres de vidas que ya no tenían el futuro en sus manos. Ya nada sería igual.

El exilio interior se vivió dentro y fuera de las fronteras geográficas de la República. Exilios en todo el mundo, con los pies en tierras desconocidas, de nuevos acentos y la cabeza y el corazón en el hogar que habían tenido que abandonar. Tristes exilios de supervivencia, algunos sin supervivientes, entre barrotes de hierro de prisiones, de alambradas de campos, de jaulas invisibles a los ojos pero con puertas tan firmes como infranqueables. Exiliadas y exiliados que no pudieron plantar cara a sus carceleros más que en su imaginación, un cautiverio que fue un lastre para sus almas. Antifascistas que se vieron atados de cuerpo y mente, paralizados por el terror en los huesos, por las torturas infligidas y por los crímenes abominables incrustados en las retinas, por la vigilancia y la delación que sufrían, por las enfermedades incapacitantes, con la impotencia del vencido secularmente por la injusticia. El autoexilio a lugares intangibles para poder respirar, liberados de la angustia en alguna parte de su mente donde la victoria era aún posible. Vidas suspendidas de súbitos cabellos blancos, de palabras atrapadas en sus gargantas, de lágrimas sin llantos, de silencios interminables y pesados, de ojos mirando al techo, transmisores por acción u omisión del miedo. Vidas desgarradas de aparente normalidad, de rutinas automáticas, de sonrisas forzadas y de caminar en círculos sin ninguna ilusión a medida que pasaba el tiempo y la dictadura no era derrocada. Exilios interiores sin muros tangibles pero también de escondites claustrofóbicos como los de los topos, encerrados en prisiones domésticas para salvarse de la muerte, pero condenados a una muerte en vida y a perderse en laberintos de irrealidad. Angustia y miedo.

Todo era malvivir bajo una dictadura asesina y sádica agachando la cabeza ante el horror que desataron los golpistas. Para muchas y muchos solo quedó la opción de exiliarse a la tierra de sus recuerdos y de sus sueños de justicia para escabullirse de la rabia y el desencanto, de la oscuridad con que el franquismo lo impregnaba todo. Perdedores, castigados, expoliados, sin fuerza, sin herramientas, sin red, ni organizaciones en clandestinidad, desconectados de la esperanza, luchando por la libertad en sus cabezas.

Hoy día, muchas personas aún viven en este exilio autoimpuesto a mundos que añoramos o queremos, sin necesidad de pasar ninguna frontera. Hoy lo hacemos en las redes sociales donde tampoco somos libres. Allí tenemos la sensación de combatir al monstruo, cuando solo nos reconfortamos huyendo de las calles que dejamos en manos de represores y fascistas. Este exilio etéreo de resistencia reconforta nuestra autoestima antifascista, pero no cambiará una realidad cada vez más asfixiante e insolidaria, a los pies de los caballos de la deshumanización y el sálvese quien pueda que son nuestros tiempos.

Exilios de miedo heredado, de miedo impuesto, de miedo a perder aunque tengamos muy poco que arriesgar, de miedo a la prisión, a la represión, a atreverse a gritar con un lápiz en una mano y una piedra en la otra. Exilios autoimpuestos por imperativo del pánico a ser libres si eso implica un coste y no tiene ninguna garantía de éxito. Y por ese exilio pasamos a veces sin ser conscientes. Ese es el peor de los exilios para la humanidad porque es la puerta a la desidia que no nos deja avanzar hacia la justicia social.

Nosotros no estamos en el 39, pero rodaremos inexorablemente hacia el escenario de esos exilios si no reaccionamos. Aquellas y aquellos exiliados no contaron con los instrumentos de los que disponemos ahora, ni con la oportunidad que aún nos queda de ser dignos de un exilio que sí combatió el fascismo antes de cruzar pasos fronterizos. Somos un ejército de cabezas enjauladas con la llave de la puerta en nuestras manos, solo nos hace falta tener el valor de abrirla y tocar la libertad con los dedos.

Veritat, Justicia, Reparació: El dissabte 26 de febrer a les 12 hores a la plaça Sant Jaume ens retrobem per donar veu a l’exil

– Traducido para LoQueSomos por Leticia Palacios
* Mesa de Catalunya d’Entitats Memorialistes
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