Batiburrillo de poemas XI
El tiempo y su palabra
Al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez
Todo se interrumpió cuando el disparo,
todo menos el tiempo y su palabra
porque el tiempo no sabe de emboscadas,
de prórrogas, de atajos,
de páginas en blanco,
y a cada biografía le reserva su gracia.
Y el tiempo y su palabra,
indesmayables,
convocaron principios,
aunaron voluntades
y urdieron el camino.
No fue un marine americano, fueron todos,
como infame caterva de cipayos,
charanga de pendones y birretes,
comparsa de ciempiés y mojigatos;
fueron sus intereses,
sus cargas y sus cargos,
la iniquidad del golpe,
fue la coronación del triunvirato.
Todo se interrumpió cuando el disparo,
todo menos el tiempo y su palabra
porque su voz no es voz que ya no sea,
ni expediente archivado,
ni razón envainada,
y a cada nueva cita le guarda su semblanza.
Y el tiempo y su palabra,
inapelables,
enfrentaron demonios,
alentaron conciencias
y dieron testimonio.
No fue un marine americano, fueron todos,
como asociada turba de sicarios,
cofradía de pollos y gallinas,
consorcio de uniformes y sotanas;
fueron sus dividendos,
sus cuentas y sus cuentos,
la impunidad del lucro,
fue la consagración del atropello,
Todo se interrumpió…
todo menos el tiempo y su palabra,
porque por los caminos de su patria
anda naciendo un sueño
que ha de encontrar redaños
hasta batir al viento las flores de sus alas
Y el tiempo y su palabra,
inseparables,
desmentirán olvidos,
desarmarán espantos
y emplazarán al alba.
Poema de Koldo Campos Sagaseta
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El hambre
I
Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.
Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.
Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.
Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.
No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.
En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.
II
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.
Uno no es tan humano que no estrangule un día
pájaros sin sentir herida en la conciencia:
que no sea capaz de ahogar en nieve fría
palomas que no saben si no es de la inocencia.
El animal influye sobre mí con extremo,
la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
para acallar en mí la voz de los leones.
Me enorgullece el título de animal en mi vida,
pero en el animal humano persevero.
Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
bajo tanta maleza, con su valor primero.
Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.
Arroja sus estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.
Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.
Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.
El hambrees un poema de Miguel Hernández perteneciente a su obra El hombre acecha (1937-1939)
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Tontinas
-A Tonti, banquero napolitano
Tercia rima
De tope a quilla amigo pulido
De alto a bajo como la tarde
De cabo a rabo con palmas vestido
De tope a tope cual Iriarte
En son o golpeo de oro undoso
Con vergüenza de ojos azul cobarde
Cándida luna, arrullo generoso
En Tonga negro joyel sin cadenas
De palmas y pino en faz generoso
Cetro por Tonti sostenido apenas
Con desmayo de banquero y de ante
Blanca mano por la piel en venas.
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Oda a la mordaza
No creo en vos
mordaza
pero voy a decirte
por qué no creo
ta ves
ahora no digo
no hoy
ni ay
y sin embargo
igual destapo el verbo
respiro el grito
y armo la blasfemia
pienso
luego insisto
hago inventario
de tu alegre pálpito de la miseria
de tu crueldad sin muchas ilusiones
de tu ira lustrada
de tu miedo
porque mordaza
vos
sos muchísimo más que un trapo sucio
sos la mano tembleque que te ayuda
sos el dueño flamante de esa mano
y hasta el dueño canalla de tu dueño
porque mordaza
sos muchísimo más que un trapo sucio
con gusto a boca libre y a puteada
sos la ley malviviente del sistema
sos la flor bienmuriente de la infamia
pienso
luego insisto
a tu custodia quedan mis labios apretados
quedan mis incisivos
colmillos
y molares
queda mi lengua
queda mi discurso
pero no queda en cambio mi garganta
en mi garganta empiezo
por lo pronto
a ser libre
a veces trago la saliva amarga
pero no trago mi rencor sagrado
mordaza bárbara
mordaza ingenua
crees que no voy a hablar
pero sí hablo
solamente con ser
y con estar
pienso
luego insisto
qué me importa callar
si hablamos todos
por todas partes las paredes
y por todos los signos
qué me importa callar
si ya sabés
oscura
qué me importa callar
si ya sabés
mordaza
lo que voy a decirte
porquería.
Poema de Mario Benedetti
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Soy culpable
he matado la terca obediencia de los domesticados,
a los dioses de barro,
el sopor cómplice de los que mueren callados.
He matado la culpa por tener ovarios.
He matado a los cínicos,
a los que son alguaciles sin uniforme
y sin salario.
He matado la costumbre de mirar pa abajo y de lado.
He matado las noches vigilantes,
las tormentas dentro de mis huesos,
la pobreza de sentir soledad
en cada sentimiento.
He matado a la mujer que me golpeaba,
a la niña que, traviesa, metía el dedo en la llaga,
a la anciana que reventaba la magia.
Soy culpable de haber matado
la impotencia,
el arraigo al sufrimiento,
la melancólica existencia de los vencidos.
Soy culpable de querer vivir junto a los otros
en esta suerte de vital victoria
que es saberse libre
a pesar de las derrotas.
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