Batman contra James Holmes
Nadie se explica en Estados Unidos cómo ha podido ocurrir, cómo ha sido posible que Batman no llegara a tiempo de evitarlo, pero lo cierto es que hasta el propio héroe enmascarado, sorprendido el día de su estreno, fue incapaz de reaccionar. Tal vez esperaba otra clase de enemigo. Tampoco es la primera vez que se equivoca. James Holmes sólo es el último nombre de una extensa nómina de asesinos blancos e irreprochables apellidos, que no tuvo que eludir ningún control de seguridad para entrar en Estados Unidos y perpetrar su matanza, porque ya estaba dentro, porque siempre estuvo dentro, tan americano como Batman.
James Holmes, el joven estadounidense que ayer asesinó a balazos a catorce personas en un cine de Denver, durante el estreno de la última entrega de Batman, no procedía de Yemen o de Afganistán, sino de Tennessee.
Tampoco profesaba la religión musulmana, ni hinduista, ni se dedicaba a los cultos satánicos. Holmes era feligrés de la iglesia protestante. No vestía babuchas ni se ponía turbantes, sino los clásicos “jins” y las típicas gorras con emblemas deportivos. No sintonizaba el canal de Al Yacerá, sino la CNN.
No comía quipes, titiles o dátiles, sino hamburguesas, sanwichs y patatas fritas. No bebía té, sino Coca-Cola. No calzaba sandalias, sino zapatillas deportivas. No celebraba el ramadán, ni el año nuevo chino, sino el 4 de julio. No leía el Corán, sino el Washington Post. No fue estudiante meritorio de ninguna madraza talibana o escuela coránica, sino de una simple y común universidad estadounidense. No era miembro de Al Qaeda o de la Yihad islámica, sino de un club de cine local.
En el pasado no había peregrinado a La Meca o se había bañado en el Ganges. En todo caso, Holmes había realizado algunas excursiones al monte como boy-scout.
Tampoco lo detuvo el escáner de ningún aeropuerto, ni ninguna de las sofisticadas medidas de seguridad de las que disponen los Estados Unidos para detectar terroristas extranjeros porque James Holmes es estadounidense y adquirió sus armas en una de las tantas armerías que en su enajenada sociedad ponen en manos de cualquier patriota toda clase de explosivos.