Calista, alma amada

Calista, alma amada

Calista, alma amada, amor mío. No, no rompas esta carta aunque empiece de esta guisa. No te extrañe mi osadía.

Desde un pesebre limpio, ya sabes que soy agricultor y ganadero, te escribo estas cuatro letras con amoroso acento, y mucha pena por tu abandono. Me gustaría desandar el desamor que nos desunió y volver a comenzar para que veas lo que valgo, y que ya no soy el Asno que tú creías, que por cosas bien inútiles, como decir negro donde tú dices blanco, o decir so donde tú dices arre, hemos dejado de hablarnos, y de querernos..

Cuando saco las ovejas al pastal, este grito o clamor con que te llamo retumba en los valles y en  los cerros, en las calles, las cuadras y corrales, porque digo tu nombre y te reclamo, a ti mujer protectora ayer de mis rebuznos y exabruptos; y las ovejas han cogido moquillo verde, como las de Valverde, cuando tú aquí estabas, y se me mueren.

Tus oídos tienen que chillarte pues el eco de mi grito con tu nombre alcanza hasta el cielo, lanceando las albardas que son ballenas estrelladas.

Con tu ausencia, me has indicado los medios verdaderos de acertar en materia tan sublime como es el amor basado en el respeto y el cariño. Ahora un santo padre apellidarme puedo. Uno de los  espíritus celestes del primer coito angélico. Y quiero que me perdones y que vuelvas a casa. Madrid nada tiene que ver con Saleres, nuestro pueblo.

En el pueblo soy bien motejado y me nombran más que pollino por haberte dejado marchar con lo mucho que te quiero. Siempre pienso en desplegarme del error cometido. Sí. Yo siempre pensé que eras mía y solo mía, y que debías sumisión total a mi asinino plectro. ¡Qué equivocación¡

Tú sabes que el primer amor es lo que perdura, y es lo que une, pues tú y yo estábamos reservados el uno para el otro, ¡Oh Calista,  amada mía¡

Aunque te veía mujer harona, holgazana y comedora, y que pretendiste el amor de don Pedro, el señor cura, saliendo de noche hecha un fantasma, ya sabes  que te quiero. Que nunca he visitado los clubes de chicas del sexo ni me he tirado a la Bartola; más la carne es débil, quizás por eso me decías “putero”.  Aun los curas pueden llamarse puteros, sino recuerda a nuestro párroco del pueblo apellidado Ganso que salía al camino a la “Galga”.

Tu ves, tú ya sabes, recuerda,  que el balido de la oveja acaricia mi pecho, y temo, como Platón, ponerme a desplegar mis plumas con ellas como no debo.

Quiero volver a ser por ti admirado. Que los del pueblo digan “lo que vale esa pareja de enamorados”, aunque sé que tu desprecio hacía mí fue justo y que tu huida  a Madrid, a casa de tu madre, fue mucho mejor que una orden de alejamiento. Yo siempre digo: ¡Cuántos hombres somos deudores de vuestras gracias y alegrías, mujeres¡

Ven Calista, no te tardes, que cojo frío. La casa, sin ti, está vacía. Y me siento como un jigüe, ser fantástico a modo de sátiro que el vulgo de Cuba representa por un negro enano habitante de los ríos y lagunas. Me duele tu desamor, aunque sé que me lo merezco, y más por haberte levantado la mano. Las gallinas, ¿sabes?,  desde que tú no estás, ponen menos huevos.

Si vuelves a casa, te prometo no rebuznar ni imitar a los cerdos. Pues estoy muy afectado. Espero que lo comprendas. Me encuentro como el truhán de Vélez, que subiendo una escalera para alcanzar un libro de la biblioteca municipal, cuando le diste una palmada en las ancas para que espabilase, soltó un pedo, riñéndole tú la descortesía, y el respondiendo:

-¿A qué puerta llamará vuestra merced que no le respondan?

Calista, alma amada, amor mío, por favor te lo pido. Ven. Pero ven. No te tardes. Tengo los brazos disminuidos en la sensibilidad y no voy a levantarte la mano, ni asir ni herirte levemente. Tengo la barba a pelluzgones, y he puesto pellón, piel de carnero en la cama, que sirve para acostarnos. En antepecho de azotea, ya sabes, tengo un órgano excitado en paranza, tollo o chozo formado de tierras y ramas para esperar tu res al tiro y esas confituras del diablo, que tú me hacías tan deliciosas en el Mar Menor de Cartagena.

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