El capital de Marx celebra su 150 aniversario
Antoni Puig Solé*. LQSomos. Septiembre 2017
El 14 de septiembre de 1867, Karl Marx, después de muchos esfuerzos y sufrimientos, tuvo en las manos, la edición del primer volumen de El capital. De esto hace 150 años
Había estado trabajando en la sala de lectura de la biblioteca del Museo Británico durante más de diez años, investigando las particularidades del modo de producción capitalista. Aún vivió tiempo suficiente para ver publicada la 2ª edición del libro en alemán y lo aprovechó para hacer algunas modificaciones. También llegó a visualizar la publicación de la edición francesa, de la que corrigió la traducción personalmente y a la vez cooperó con la traducción de la edición inglesa que aparecería después de su muerte. Desgraciadamente, no tuvo tiempo de terminar el resto de los libros previstos en la obra, aunque dejó mucho material escrito que permitió a Engels publicar, más adelante, los libros 2º y 3º de El capital. 150 años después, podemos decir que esta gran obra ha sido traducida prácticamente a todas las lenguas y que, a pesar del silencio al que ha sido sometida y haber sido declarada muerta o obsoleta muchas veces, se ha convertido en una de las más consultadas y comentadas de la historia.
¿Qué explica, pues, el libro?
En primer lugar, parte de un hecho tan obvio, como que todos los productos y servicios que necesitamos provienen del esfuerzo del trabajo humano sobre la naturaleza. Como Marx comentó en una carta “Cualquier niño sabe que una nación que deja de trabajar, no un año, sino incluso unas semanas, se hunde. Todo niño también sabe que las masas de productos que corresponden a las diferentes necesidades , requieren masas diferentes y cuantitativamente determinadas del trabajo total que debe llevar a cabo la sociedad”.
Bajo el capitalismo, este trabajo crea valor y este valor tiene un papel relevante a la hora de determinar la cantidad con la que unas mercancías se intercambian por otras o para determinar el montante de dinero asociado a cada una de ellas. El capitalismo, pues, se distingue de las formas anteriores de producción social por la creación de valor, que al fin y al cabo, no es otra cosa que trabajo (abstracto) asociado a cada una de las mercancías. Los mecanismos de la competencia, fuerzan la mejora tecnológica, empujando a los capitalistas a no superar el nivel de trabajo “socialmente necesario” y reducirlo si es posible, mejorando la productividad social y desarrollando las fuerzas de producción. Todo ello modifica cada día la cuantía de valor de cada una de las mercancías. Pero este valor no es creado por personas que controlan su producción y trabajan de manera aislada. Bajo el capitalismo, la propiedad de los medios de producción, imprescindible para poder realizar el proceso de trabajo en las condiciones tecnológicas apropiadas, se encuentra en manos de unos pocos, mientras que la gran mayoría sólo tiene la posibilidad de vender su fuerza de trabajo o trabajar de manera subordinada, al servicio y antojo de las grandes corporaciones. De este modo, la producción (y el valor) queda en manos de los capitalistas, que no buscan otra cosa que la creación de un beneficio. Este beneficio se obtiene a través de una plusvalía apropiada gracias la explotación de los trabajadores. El poder está en manos del capital y el trabajo es alienado.
Un concepto central, y muy potente, de El capital, es el de “fetichismo de mercancías”. En términos más generales, este fetichismo es la ilusión que surge de la centralidad de la propiedad privada en el capitalismo, que determina no sólo como la gente trabaja y interacciona, sino también como percibe la realidad a través de este intercambio, mientras que el proceso de trabajo y las relaciones sociales de producción, quedan escondidos.
Para Marx, el capital no es una cosa aislada, ya sea una fábrica, un robot, una tienda, una entidad financiera o una cantidad de dinero. ¡Es una relación social específica! Una fábrica es una propiedad privada y el trabajador debe trabajar haciendo lo que le ordenan. La relación social entre el empresario y el trabajador es la que permite la producción capitalista.
Para que haya capitalismo, se requiere que los trabajadores sean “libres” en un doble sentido: “libres” para vender su propia fuerza de trabajo (no vinculada por otras relaciones y limitaciones socioeconómicas) y “libre” de cualquier propiedad de los medios de producción, de manera que no tengan ninguna otra elección que no sea vender esta fuerza de trabajo si quieren garantizar la supervivencia material. Incluso ahora, que las relaciones contractuales parecen más complejas debido a la aparición de la subcontratación y el trabajo en red, esta relación social subyacente sigue siendo fundamental.
Pero el capitalismo no siempre ha existido y no es eterno. No es la única manera que tenemos los seres humanos para organizar las sociedades. Más aún, el capitalismo, es una forma de producción que no nace de “manera natural”, sino que lo hace con violencia y opresión, destruyendo libertades, lenguas, culturas y pueblos, expoliando a las poblaciones de sus medios de producción, para poner a la mayoría de los humanos a disposición de los grandes capitales que lo monopoliza todo. La concentración de la propiedad de los medios de producción en unas pocas manos es lo que hace que el capital pueda ejercer su papel en la producción. Esta concentración se sustenta en la expropiación de aquellos que antes estaban vinculados a la tierra, como campesinos y pequeños artesanos que podían producir de manera independiente. El proceso de “acumulación primitiva” ha sido a menudo un proceso violento, y aún lo es, aunque ahora lo hace de maneras más complejas, debido al desarrollo desigual del capitalismo en diferentes regiones y en diferentes sectores.
Marx consideró que el modo de producción capitalista va de la mano de la acumulación de capital y que esta acumulación es la razón principal de la existencia de diferencias sociales cada vez mayores y del proceso creciente de la población parada. Hoy en día, una nueva generación, sufre en propia piel, las grandes crisis capitalistas. Cada vez hay más gente preocupada por su futuro y la creciente desigualdad, pero son pocos los que vinculan todo ello con la dinámica propia e inevitable del capitalismo. Esto nos obliga a rechazar una parte de nuestro legado intelectual, mayor de los que algunos imaginan, y recuperar las herramientas de análisis que El capital nos aporta. Si, como decíamos más arriba, para que haya capitalismo es necesario que haya concentración de los medios de producción en pocas manos, a medida que se desarrolla el capitalismo y se expande el mercado mundial, este proceso de concentración y expolio aumenta. El capitalismo no puede alcanzar su propio objetivo de extraer más y más beneficio explotando el trabajo y eliminar a la vez la explotación, la pobreza, el desempleo y las desigualdades sociales. Además, es un sistema condenado periódicamente a situaciones de crisis. Hay una contradicción fundamental entre la producción de los bienes y servicios que necesitamos y la necesidad de que los propietarios privados de los medios de producción y controladores de nuestro trabajo, obtengan beneficios en un modelo organizado sobre la competencia.
La clase obrera fabril que Marx describe en El capital puede haber disminuido, pero la clase obrera del mundo nunca había sido tan grande como lo es ahora. Hay miles de millones de hombres y mujeres al servicio del capital, en la India, Brasil, China, África y tantos y tantos otros lugares. Las diferencias sociales no han disminuido sino que han aumentado en los últimos 150 años. El paro ha alcanzado unas cuotas nunca vistas, y ahora hay un ejército industrial de reserva mundial de millones y millones de personas, muchas de las cuales se ven obligadas a ir de un lugar a otro, buscando la manera de subsistir. Todo esto no es culpa de la tecnología, como intentan hacernos creer desde el pensamiento dominante. Tiene que ver con las relaciones sociales de producción. Y esta es, precisamente, una de las grandes aportaciones que hizo Marx en El capital.