Chile: obtusos obispos obcecados
Por Arturo del Villar.
Al cumplirse 50 años del trágico golpe de Estado militar en Chile, encabezado por el general Pinochet, algunos medios de comunicación españoles han propalado que los obispos chilenos han pedido perdón públicamente al pueblo por la connivencia de la Iglesia catolicorromana con los golpistas, conocedores de la sanguinaria represión llevada a cabo contra las personas y las instituciones considerada comunistas
No es cierto. La Conferencia Episcopal de Chile difundió un comunicado de seis puntos, sin referencia a ningún dato concreto acerca de la dictadura militar, sin ninguna alusión a la actividad de la Iglesia catolicorromana durante aquel trágico periodo, y sin escribir nunca la palabra perdón. No se citan nombres, ni el del heroico presidente constitucional Salvador Allende, ni el del traidor general Pinochet, ni el del papa entonces reinante, Juan Pablo II, que viajó a Chile el 1 de abril de 1987 para entrevistarse con el dictador y fotografiarse sonriente a su lado.
El documento episcopal, titulado “Felices los que trabajan por la paz. A 50 años del Golpe de Estado. Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Chile”, es una sucesión de mentiras justificativas de su actividad. Propone en su primer punto “Mirar juntos el pasado, para un futuro más compartido”, y reconoce que “actualmente hay en Chile una polarización no sólo del presente sino también del pasado reciente”, cuyas causas no comenta, para evitarse una confesión de sus culpas.
El segundo punto, “Ante todo, el respeto de la persona humana”, cae en esa estúpida redundancia de mencionar a la persona humana, como si las hubiera inhumanas, y propone algo tan sabido como que está reconocido por la Declaración de los Derechos Humanos, la Asamblea de las Naciones Unidas y las constituciones de los países civilizados, como es que “Nadie puede ser atropellado en su dignidad en base a su origen, color, religión, etnia, ideas o cualquier otra consideración”, que ahora es una obviedad para la Iglesia catolicorromana, pero que durante veinte siglos negó, alegando que era la única confesión verdadera y que fuera de ella no hay salvación, por lo que se deben organizar cruzadas, pogromos y tribunales de la Inquisición para matar a quienes no acepten sus dogmas: es la institución más criminal habida en toda la historia humana.
El tercer punto, “Una herida abierta”, esta institución comete la desvergüenza, muy habitual en ella, de proclamar ahora: “Queremos expresar, una vez más, una palabra de solidaridad a todos quienes han sufrido y sufren a causa de la violencia y el atropello a los derechos humanos”: aquí debían mencionar a todas las víctimas de sus métodos criminales para alcanzar conversiones a su credo.
La llaman democracia
El cuarto punto, “Cuidar y perfeccionar la democracia”, sigue confirmando la desfachatez episcopal, por atreverse ellos a mencionar la democracia, contra la que han luchado siempre. Ahora proponen: “Es prioritario construir un sistema democrático eficaz y transparente, al servicio de la justicia y la verdad”. De acuerdo, y lo primero que debiera hacer es proscribir a la Iglesia catolicorromana, como enemiga de las libertades humanas, y reconcebir ese absurdo Estado de la Ciudad del Vaticano, consistente en dos edificios en los que se comete toda clase de iniquidades económicas y sexuales, algunos de sus ciudadanos mueren violentamente y otros desaparecen.
El quinto punto propugna el “Diálogo y acuerdo al servicio del bien común”, con lo que toda persona (humana, por supuesto) ha de estar de acuerdo, y con su exposición episcopal: “No es el mero consenso superficial, sino la búsqueda conjunta del bien común respetando la verdad de la dignidad humana”, algo que nunca ha hecho el catolicismo romano.
Por fin, el sexto punto, “La reconciliación, nuestra más urgente tarea”, en su opinión ha de hacerse desde “la fe cristiana, que es uno de los fundamentos de nuestra patria”, porque los frailes conquistadores exterminaron las creencias religiosas de los nativos, debe recordarse.
Como resumen, la Conferencia Episcopal de Chile expone la solución para todos los problemas sociales que ahora padece la nación: “Invitamos a todos los creyentes a orar por nuestro país, pidiendo al Señor el don de la reconciliación, mientras asumimos con más generosidad el trabajo cotidiano de la paz.” ¿Alguien ha encontrado en esta perorata episcopal, resumen muy exacto del comunicado completo, algún indicio que permita suponerla una petición de perdón por la complicidad de la Iglesia catolicorromana en los horrendos crímenes cometidos por los sicarios del general Pinochet?
No, los obispos aprovecharon la dictadura para señalar a sus opositores, con el fin de que fueran ejecutados. Continuaron el sistema de limpieza de la fe seguido por el maléfico Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición: matar el cuerpo desviado de los réprobos para salvar su alma inmortal. Los catolicorromanos siguen defendiendo que su confesión es la única verdadera, y que quienes no forman parte de ella están condenados al fuego eterno. Es su dogma Extra Ecclesiam nulla salus, en el que se han basado siempre para cometer sus crímenes aberrantes.
Aquí también
La Conferencia Episcopal de Chile no pide perdón por haber colaborado con la criminal dictadura militar que tantas muertes causó, pero eso no puede sorprendernos a los españoles, puesto que la Conferencia Episcopal Española tampoco quiere pedirnos perdón a quienes padecimos los 36 años de dictadura fascista, impulsora del llamado nazional catolicismo. Ya en plena guerra, el 1 de julio de 1937, se publicó la vergonzosa Carta colectiva del Episcopado español, para justificar el golpe de Estado y la guerra consecuente, como una cruzada de las fuerzas del bien contra los llamados sin—dios, es decir, el Ejército leal de la República constitucional.
Hubo un perfecto entendimiento entre el fatídico papa Pío XII y el dictadorísimo fascista asesino del pueblo español. Al anunciarse oficialmente la victoria de los militares monárquicos sublevados contra el Gobierno legítimo de la República, el trágico 1 de abril de 1939, el ditador del Vaticano se apresuró a felicitar al de la España fascista victoriosa. El 20 de mayo se celebró una misa solemne por la victoria en la iglesia de Santa Bárbara, oficiada por el cardenal Gomá, primado de las Españas y confeso fascista. El dictadorísimo entró en el templo bajo palio, honor reservado tradicionalmente a la hostia consagrada, que es el cuerpo de Cristo según la doctrina catolicorromana de la transubstanciación.
La culminación de la cordialidad entre los dos dictadores, el religioso y el militar, culminó el 21 de diciembre de 1953, cuando Pío XII cometió la máxima injuria contra la religión al conceder al dictadorísimo criminal asesino de españoles en la guerra y la posguerra, el ingreso en la Orden de la Milicia de Jesucristo, que le fue impuesta el 25 de febrero de 1954 para perpetuo escándalo de los creyentes. No podemos fiarnos de los obispos.
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