Clitoria del clister
Clitoria se encontraba en cloqueras, ese estado especial fisiológico de la gallina que la incita a echarse sobre los huevos. Yo había ido a la Calle Virgen del Manzano, en Burgos a jugar al Clo en un primer piso. Clo es un agujero, que para ciertos juegos de amor practican los chicos y las chicas en el suelo, o en la cama. Clitoria es la mucama en el servicio del sexo. Ella es de Mosqueruela en la provincia de Teruel. Moscardea, pone, como la reina de las abejas, la cresa en los alvéolos. Coge mi clochi, ave insectívora, la saca del clochel, campanario, y le hace una lavativa, mientras me cuenta:
Que acaba de leer “Draculesti, El Legado del Diablo”, de Cristina Roswell. Y que, como a Ángela, a ella le encanta volar hacia Rumania montada en una polla con postura de galas con plumaje. Angela es la chica con la que voy a copular. Tiene una bolsita o muñeca de trapo entre las piernas, que me encanta. En ésta, ella encierra bien una yerba o droga, bien un pene glande pulverulento, que está cargado de polvos tomados de casa de un boticario, hoy farmacéutico.
Clitoria dice que ella conoció a un vampiro o murciélago, mamífero alado parecido al ratón, “El Vampiro de Vallehermoso”, de la Isla de Gomera, en Canarias, insustancial, presumido, muerto viviente, como muchos, que salía de noche de la tumba y chupaba la sangre de las que tumbaba silenciosamente. No le gustaba toparse con el amanecer, pues esto le hacía llevar muchas noches la losa a cuestas. Se le conocía en la Gomera por “Ratón”. Su imagen podía verla, según ella, en la falda del Monte de Venus donde se eleva el castillo de Transilvania, entre frondoso labios repletos de supersticiones, falsos no natos y polvos de la noche.
Para ella, como para el rey don Pedro que dicen que pretendió una doncella principal desposada vestido de vampiro, el dibujo reflejado del Chichi femenino es idéntico al murciélago. Así la picha de las chicas, ese cuerpecillo carnoso eréctil que sobresale en la parte superior de la vulva, clivoso, que está en cuesta, es idéntico a la gurriata, polla del gurriato feo y con resabios de vampiro, que espanta a la gente para fines de sus amores.
“El abad de lo que canta, yanta”, me dijo Clitoria, empujándome hacia Angela y su cresta genital, en una zona semilunar, con una mancha, mácula, en su obra literaria cubierta de vello. Con ella, me sentí como el religioso después de haber profesado, bajo la dirección de una maestra, este día de figura de media luna formada por cuatro labios unidos por la punta. Me sentí, también, como el rey Lombardo quitando a la emperadora de Oriente su berza y poniendo su rabo por los cuernos de la luna.