Cuando el prisionero gana la partida y adquiere trascendencia universal

Cuando el prisionero gana la partida y adquiere trascendencia universal

Por Daniel Alberto Chiarenza*

“Gramsci aborrecía la cultura entendida como saber enciclopédico, que generaba un ‘intelectualismo cansino e incoloro’, y le oponía la cultura entendida como creación espiritual de un proceso histórico. En un artículo titulado ‘Socialismo y cultura’ señala: La cultura es cosa muy distinta (a la enciclopédica). Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el calor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes”. Fiori, Giuseppe: Vida de Antonio Gramsci. Buenos Aires, Peón Negro Ediciones, 2009.

27 de abril de 1937: muere el filósofo y teórico marxista Antonio Gramsci

Tomaremos, para que sea más didáctica la fecha conmemorativa, el estudio abreviado del pensador, estudioso, intelectual y militante marxista argentino contemporáneo Néstor Kohan, ya que resulta muy difícil y discontinuo seguir al intelectual orgánico italiano, dado lo disruptivo, asistemático, nada metódico y disperso de su obra. Fue escribiendo cuándo y dónde pudo, tal es así que su producción más rica es la que realiza, casi sin materiales bibliográficos a mano, desde las mazmorras fascistas.

Gramsci realiza una lectura política de la concepción materialista de la historia de Marx y Engels, entendiéndola a partir de un doble ángulo:

a) Como filosofía de la praxis. Esta concepción del mundo pretende integrar –y disolver- en una misma matriz de carácter histórico las conclusiones de las viejas disciplinas filosóficas tradicionales (la teoría del conocimiento o “gnoseología”; la teoría acerca de todo lo que existe u “ontología”; la teoría acerca de los valores y las conductas o “ética” y la teoría acerca de todo lo que concierne al ser humano o “antropología”). En tanto concepción del mundo y de la vida, la filosofía marxista de la praxis aporta una respuesta unificada a las viejas preguntas acerca de cómo se conoce al ser humano; qué vínculo tiene el ser humano con todo lo demás que existe; qué es lo bueno y cómo se debe comportar el ser humano y, por último, qué es lo que define al ser humano como especie. Según Gramsci, en el pensamiento marxista todas estas preguntas se articulan sobre un sustrato común: la práctica humana de transformación que se desarrolla en la historia social. Entonces, la filosofía marxista de Gramsci no es un “materialismo” metafísico y cosmológico (centrado en la explicación de la naturaleza, el cosmos y sus leyes físicas, químicas o biológicas) sino una filosofía de la praxis (centrada en la actividad transformadora del sujeto social).

b) Como teoría política de la hegemonía. El marxismo, en tanto teoría de la revolución y proyecto socialista o inclusionista social –adelantándose en casi ochenta años al denominado “Socialismo del siglo XXI”-, se propone integrar los saberes que la tradición académica ha separado y fragmentado en “sociología”, “ciencias políticas” y “economía política”. En la óptica de Gramsci, no se pueden comprender las relaciones económicas ni las instituciones políticas como si existieran al margen y en forma independiente de las relaciones de poder y de fuerza de las clases sociales. Para el marxismo “aggiornado” de Gramsci la sociedad no es una sumatoria mecánica y yuxtapuesta de “factores”: el económico, el político y el ideológico; o en la lexicología del marxismo ortodoxo, el “factor estructural” y el “factor superestructural”. Por el contrario, la sociedad constituye una totalidad histórica articulada a partir de relaciones de poder y de fuerzas. La concepción marxista de la historia no es un economicismo (que gira en torno a la determinación absoluta del “factor económico” y todo, en última instancia, lo explica el hilo conductor económico) sino una concepción política de la hegemonía (centrada en la capacidad revolucionaria para trascender la determinación económica, alcanzar la conciencia socialista y contrarrestar la supremacía burguesa).

 

La dimensión que le permite a Gramsci articular las teorías acerca del ser humano y su relación práctica con el mundo (filosofía), con las teorías acerca de la sociedad y sus conflictos (política) es, precisamente, la historia. El marxismo de Gramsci es, por eso, historicista.

Gramsci aprendió de la derrota de los consejos obreros de Turín en que lo central para los revolucionarios es la actividad y la iniciativa. Quien pierde la iniciativa, pierde la pelea. Por eso él plantea que la teoría marxista rechaza la pasividad que se deriva, en la filosofía, del materialismo objetivista (que postula que lo fundamental es el objeto exterior y el sujeto es un mero reflejo pasivo); y en la política, del economicismo (que espera pasivamente que “llegue” la revolución como el producto de una mera crisis del “factor” económico).

Tanto en el materialismo objetivista, como en el economicismo, el sujeto y su praxis transformadora cumplen un papel totalmente secundario y pasivo.

En definitiva, la filosofía de la praxis no es más que el correlato filosófico de la teoría política de la hegemonía. Él cree que toda filosofía es política y toda política presupone un punto de vista filosófico, una ideología, una concepción del mundo. La unidad entre filosofía, política e ideología se da en la historia. En el terreno de la sociedad se expresa como la unidad de los intelectuales orgánicos y la clase obrera. Toda filosofía al margen de la historia es pura metafísica (es decir, un relato falsamente universal, ajeno al tiempo y al espacio, inoperante para transformar la realidad). Por eso las categorías políticas son traducibles a las posiciones filosóficas y viceversa.

Al caracterizar esa unidad de filosofía y política, Gramsci sostiene que el marxismo es: a) un humanismo absoluto (porque el eje son los seres humanos, el sujeto colectivo, siempre activo en la historia); b) un historicismo absoluto (porque no existen instituciones ni saberes al margen de la historia); y c) un inmanentismo absoluto (porque no hay absolutamente nada que escape a la historia y a la actividad creadora de la humanidad. Todo tiene sentido a partir de su relación con los seres humanos, el sentido es inmanente e interior a la historia).

El prisionero le ganó la partida al carcelero

Ficha de detención de Gramsci

El fascismo pretendió quebrar a Gramsci como revolucionario, anularle su dignidad tras las rejas e impedirle pensar durante décadas. Jamás lo logró. Mientras Benito Mussolini es recordado hoy como un mamarracho y un monigote, un peón grotesco y subalterno de los nazis, los escritos de Antonio Gramsci son leídos, consultados, estudiados e interpelados con pasión por miles y miles de jóvenes –y adultos, cuando lo descubren- en todos los continentes del mundo y en todos los idiomas. Las nuevas generaciones que actualmente se manifiestan por “otro mundo posible” y contra la mundialización capitalista, sus guerras imperiales y su dominación cultural, tienen en Gramsci a un compañero, un maestro y a un guía inspirador.

Aún después de muerto, el combatiente encarcelado –primero, en su cuerpo enfermo y luego, en la cárcel mussoliniana, propiamente dicha- logró vencer a sus tristes y mediocres carceleros fascistas.

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