Del agua caliente para el té a la toma del Palacio de Invierno*

Del agua caliente para el té a la toma del Palacio de Invierno*

Por Diego Farpón

Lo que podríamos denominar como “prehistoria” del partido bolchevique es algo ciertamente poco conocido. Sin embargo, fue a finales del siglo XIX cuando se sentaron las bases que permitirán al proletariado, muy poquito después, 1905, y un puñado de años más tarde, la toma del poder en 1917. Es este, por lo tanto, un período clave en la historia de la Revolución rusa y de los elementos que van a constituir las raíces del bolchevismo.

A 100 años de la muerte de Vladímir Illich Uliánov

El grupo de Lenin trabajó con la aparentemente inofensiva consigna: “agua caliente para el té”.

Y es que, mediada la década de los noventa del siglo XIX, Lenin introdujo dos elementos que revisten, a nuestro juicio, un importante significado histórico: uno es el relativo a la ligazón del partido con la conciencia de las masas; el otro sitúa la unión del partido en relación con los combates políticos de las masas. Se despliegan ante nosotras, de esta forma, la cuestión teórica y la cuestión práctica, de manera entrelazada, como elementos fundamentales en la construcción de la organización revolucionaria.

Vayamos con la primera cuestión: los primeros grupos socialistas se dedicaban a leer al proletariado a la salida de las fábricas. A leer el Capital, o el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Nos lo cuenta Gleb Krzhizhanovsky: “(…) al encontrarnos con gente nueva, averiguábamos, ante todo, su posición hacia Marx. Yo, por ejemplo, estaba firmemente convencido de que jamás saldría nada bueno de una persona que no hubiera estudiado dos o tres veces el Capital. Por desgracia, exigíamos casi lo mismo no sólo a los estudiantes, sino también a aquellos obreros con los que ya entonces aspirábamos a establecer relaciones regulares, agrupándolos en determinados círculos propagandísticos. Aún hoy siento un cargo de conciencia al recordar cómo mortificábamos a nuestros primeros amigos de la clase obrera con “la levita” o “el lienzo” del primer capítulo de el Capital (…)” (recuerdos sobre Lenin, p. 17).

Naturalmente, así lo hacía también Lenin cuando se integró en estos círculos socialistas. Como podemos leer en mi vida con Lenin, de Krupskaya: “(…) Vladimir Ilich leía con los trabajadores trozos de el Capital de Marx y luego se los explicaba (…)” (p. 13).

Sin embargo, la incorporación de Lenin va a suponer una ruptura con este método de trabajo: “una vez familiarizado con nuestros métodos, Vladimir Ilich no tardó en revolucionar nuestra labor. Ante todo exigió que pasásemos de los estudios ‘superprofundos’, con pequeños círculos de obreros escogidos, a trabajar entre masas más amplias del proletariado de Petersburgo (…)” (rsL, p. 20), algo que Lenin articuló mediante el diálogo con el proletariado sobre sus condiciones de vida y trabajo.

Esto hará, como señalamos, que se abandone la lectura de el Capital a la salida de las fábricas y se pase a una agitación de masas: “(…) cuando al año siguiente apareció el panfleto de Vilna sobre la agitación, el terreno ya estaba preparado para dirigir una agitación por medio de panfletos (…)” (mvcL, p. 13).

El conocido como programa de Vilna (Ob agitatsi) fue un escrito elaborado por Kremer y Mártov. Supuso un punto de inflexión importante, aunque Tony Cliff señala que este panfleto “(…) tenía una teoría mecánica acerca de la relación entre la lucha industrial, la lucha contra los patrones y la lucha política contra el zarismo, basada en el concepto de ‘etapas’. En años posteriores, esta teoría vino a ser el fundamento teórico para el desarrollo del ‘economismo’ que tan duramente condenaría Lenin (…)” (Lenin: la construcción del partido, 1893-1914). Esta es, sin embargo, otra historia, y sin duda el programa de Vilna supuso, en su momento, un importante avance.

Desde este momento quienes se convertirán en bolcheviques están forjando un elemento vertebral de la lucha de clases: la conciencia del proletariado, no como una abstracción, sino de una manera muy concreta: como el resultado del trabajo del partido entre las masas. De este modo, la responsabilidad no se sitúa en lo que es capaz de hacer y pensar, o no, el proletariado, sino en la capacidad, para hacer, o no, del partido, en la dirección política del proletariado. La conciencia de clase de las masas trabajadoras es el reflejo del trabajo del partido entre esas masas y, especialmente entre el proletariado.

Sin embargo, y pese a que Krupskaya señala, como hemos visto más arriba, que “el terreno ya estaba preparado” para este cambio, lo cierto es que hubo importantes fricciones: “(…) discutieron Ob agitatsi, pero Stepan Radchenko se negó a enviar propagandistas, o a perder el tiempo en ‘luchas por hervir agua’ para el té, y Krasin argumentó que la agitación era prematura; así que Shelgunov pidió a Babushkin que organizara una reunión para que los activistas de Nevsky Gate pudieran comenzar ‘estudios sistemáticos’ (…)” (Building the Old Bolsheviks. 1881-1903, p. 74)
Cabe la posibilidad, ciertamente, de que hubiese distintas comprensiones entre las/os teóricas/os del socialismo y el proletariado. Desde esta perspectiva está elaborada la siguiente reflexión. Añadiremos que, como ocurre en ocasiones, el proletariado estaba más avanzado que la organización: “(…) Shelgunov recuerda una reunión en otoño de 1894 del principal grupo obrero con la intelligentsia Stariki en la que se discutió el panfleto de Vilna, Ob agitatsii, que acababa de empezar a circular en Petersburgo. Shelgunov revela que los obreros simpatizaban con el planteamiento del panfleto, sugiriendo incluso que la agitación dependiera de las ‘necesidades económicas inmediatas’ de los obreros en lugar de la afirmación más general contenida en el panfleto sobre sus ‘necesidades económicas’. Es significativo que la oposición a Ob agitatsii no procediera de los trabajadores, sino de la intelligentsia, entre ellos Herman Krasin, quien, siguiendo la línea adoptada por los propagandistas socialdemócratas en los debates con los Naródnaya Volianos, argumentó que era prematuro adoptar la agitación entre la masa de trabajadores. Varias fuentes también registran la hostilidad de Radchenko hacia la agitación durante 1894-1895. La posición de Radchenko era que los socialdemócratas no debían malgastar su talento en ‘luchas por el agua hirviendo’ y que la agitación sólo conduciría a la destrucción de las organizaciones tanto socialdemócratas como obreras (Workers’ organisations and the development of worker-identity in St. Petersburg 1870-1895: a study in the formation of a radical worker-intelligenty, p. 281).
Ligada a esta cuestión, a la modificación del método de trabajo entre el proletariado, pasando de la agitación entre pequeños grupos de obreras/os a la propaganda entre las masas, está el propio contenido práctico de dicha actividad: se va a pasar de la lectura de el Capital a luchar, como hemos visto ya arriba, por el agua caliente para el té.

Este trabajo, lejos de ser un momento histórico y concreto del desarrollo del partido bolchevique, va a continuar en el tiempo, incluso hasta 1917. Como se recoge en midwives of the revolution. Female Bolsheviks and women workers in 1917: “(…) P. G.Glizer, una costurera de 19 años, recuerda que el 27 de febrero oyó decir a un obrero que su taller debía dejar de trabajar porque el zar había sido derrocado y debían unirse a la revolución. Junto con otras costureras, confeccionó una pancarta roja con el lema ‘¡Viva la libertad!’ y escuchó toda la noche discursos que prometían una vida mejor.

Como en mayo nada había mejorado, el taller de Glizer pidió a los propietarios agua caliente para las comidas y que instalaran ventiladores. Al no ser atendidas sus peticiones, Glizer acudió a la milicia, sólo para que le dijeran que no era su trabajo mejorar las condiciones de los trabajadores. Oyó hablar de un sindicato que podía ayudarla, pero no sabía cómo encontrarlo. Al ver a un hombre en la calle que parecía ser sastre, le preguntó si sabía dónde estaba el sindicato. Siguiendo sus indicaciones, Glizer se encontró con la secretaria del sindicato, una bolchevique llamada Sakharova, que envió a una representante sindical. Esta joven tomó nota de sus quejas y negoció con los propietarios, volviendo al final del día para decir que sus demandas habían sido satisfechas. Al día siguiente, el sindicato organizó una reunión en el taller, a la que acudieron casi todas las mujeres. Glizer también se hizo bolchevique, fue elegida presidenta del comité de su fábrica y en agosto se convirtió en miembro del soviet local” (pp. 158-159).

De esta manera, trabajando entre las masas y haciéndose eco de sus reivindicaciones concretas, y a la vez compartidas por el conjunto de la clase, Lenin va a organizar un movimiento que no sólo va a derrotar a los zares y a llevar a cabo la revolución democrática, sino que, convertido en revolución permanente, va a alcanzar, en 1917, el poder obrero.

* Con motivo del centenario de la Revolución rusa, Alberto Arregui señaló que le gustaría escribir un artículo con el título que hoy presentamos. Sirva este modesto y breve artículo para mantener viva su memoria.

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