Destinos turísticos cubanos (I parte)

Destinos turísticos cubanos (I parte)

Mucho sol y playa, cultura, historia e infinidad de congresos y eventos anuales reafirman a Cuba como uno de los principales destinos turísticos de América Latina. Destacan las villas coloniales mejor conservadas del continente, los curiosos faros vigías y las joyas naturales de la isla.

La Trinidad de Cuba viaja en el tiempo

Peregrinar por La Trinidad, al centro sur de Cuba, es viajar en el tiempo y conocer una de las villas mejor conservadas de América, declarada por la UNESCO en 1988 Patrimonio Cultural de la Humanidad. Próxima a cumplir 500 años de fundada por el Adelantado Diego Velázquez en 1514, mantiene esa belleza arquitectónica que la distingue, con un pasado de leyendas y realidades inigualables.

Como dice el poeta, entre piedra y piedra, entre mansiones y palacetes se conservan muchas historias, algunas poco conocidas y otras aún por develar. Desde su Plaza Mayor el sabio alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859) en marzo de 1801 observó cómo transcurría apaciblemente la vida trinitaria.

Francisco Marín Villafuerte dejó constancia en su libro Historia de Trinidad (1944), como el naturalista alemán vio la villa: se goza allí, como en la mayor parte de las calles, de una vista magnífica al océano. Desde que se conformó el primer núcleo urbano, La Plaza Mayor fue el centro del esplendor de las clases más pudientes. La rodean majestuosos palacetes iluminados con lámparas de aceite de oliva.

Su designación estuvo marcada por las distintas épocas. Así, se denominó Plaza de Fernando VII, Plaza de la Constitución y en los años 1856-57 Plaza Serrano y Plaza de Martí. Especialistas la consideran la segunda en importancia en el país, después de la Plaza de la Catedral, en la capital cubana.

Su aspecto actual viene desde 1857, diseñado por el ingeniero Julio Sagebién, cuando se le pusieron verjas exteriores e interiores, y dos lustros después se le colocaron dos aljibes. En este sitio el expedicionario Hernán Cortés y su tropa acamparon para reparar sus fuerzas antes de partir hacia la conquista de México, en la cual enrolaron a decenas de trinitarios.

A su alrededor se alzan varias construcciones de gran valor arquitectónico: la Iglesia Parroquial Mayor Santísima Trinidad y el Palacio del Conde Brunet (Museo Romántico), con valiosas historias que contar. José Giroud, de procedencia francesa, quien creó una familia en esta ciudad, forjó en el siglo XIX las campanas para el Convento San Francisco de Asís.

Muchas de estas mansiones ofrecen el esplendor de una época, en que la riqueza de unos pocos, basada en la industria azucarera, estuvo sustentada por la más infame ignominia contra el ser humano: la esclavitud. Artísticas verjas, mamparas, vitrales, puertas y ventanas de madera preciosa; el empedrado de sus calles y sus techos de tejas de barro rojo caracterizan la villa.

Trinidad conservó sus atributos de antaño, supo manejar bien los engaños de la modernidad y se mantuvo firme en su decisión de conservar un legado que cada vez más se aproxima a sus 500 años. Versatilidad de sus habitantes para las artes manuales, plásticas y para la artesanía en general; calles estrechas y patios centrales de la mano de la jardinería son atributos locales.

Una ciudad llena de luz, donde se conjugan el sol, las montañas y una infraestructura hotelera que, después de conocerla, lo hará desear volver. Pero Trinidad no existiría sin el Valle de los Ingenios, declarado conjuntamente con la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Asentamiento de una de las mayores riquezas cubanas de los siglos XVIII y XIX.

Un patrimonio surgido del sudor, el látigo y la mano esclava, llevaron a vivir en la opulencia a los dueños de esos ingenios azucareros. La opulenta arquitectura converge, junto con los techos de tejas rojas que se integran a la influencia árabe, en especial en sus patios coloniales. Los historiadores plantean que la casa de mampostería y tejas más antigua de la villa es la de la calle Real del Jigüe número 51, que perteneció a la familia Martín de Olivera y Vargas-Machuca, la cual data de 1723.

En la cuarta década del Siglo XVIII se manifiesta una variación en la estructura y distribución de las viviendas, y en particular de los patios, como un espacio para la ambientación y la ventilación interior, donde se unen amplias puertas, ventanales y el cuidado jardín.

Los patios trinitarios son por lo general embaldosados y en ellos se diseminan las vasijas de barro o macetas donde crecen diversas plantas ornamentales. Con el auge económico azucarero de la villa comenzaron a transformarse las primeras viviendas, que eran de embarro, guano y madera, en sólidas viviendas con patio central, sin que falte el aljibe, para el agua de lluvia.

El Palacio Brunet es representativo de la época de más esplendor de la burguesía local de 1850. La casa de los Sánchez posee un notable valor arquitectónico. Su patio rectangular está cubierto por macetas y cuenta con preciosas pinturas murales en sus paredes, al igual que otras mansiones de la localidad.

No se puede obviar la belleza de las puertas exteriores o interiores (mamparas), ni tampoco de las verjas, que forman parte de la arquitectura colonial trinitaria, estas últimas decoradas al estilo neoclásico, con símbolos o iniciales de las familias e incluso con un, por estos lugares, inusual instrumento musical: la lira.

Más cerca en el tiempo, en la primavera de 1836, en la casona del médico trinitario Don Justo Germán Cantero se reunía un grupo de amantes de las artes y de las ciencias; allí se encontraba el joven poeta Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, hijo de la ciudad de Matanzas.

En la tertulia donde se disfruta de excelente música, se declaman poemas, el piano lanza sus notas y el Stradivarius acompaña a un solista se habla de cultura y realidad. El sociólogo español Ramón de la Sagra participante en la sita afirmó que era uno de aquellos hombres amables, ilustrados y cultos que merecen ser ricos por el uso que saben hacer de los bienes de fortuna.

A decir de cronistas era un mulato de expresión simpática y juvenil, de rasgos entre audaces y melancólicos, con una voz argentina y palabra elocuente e incisiva, que soltaba versos como una musa viviente. Los que allí se encontraban reían, lloraban, y aplaudían.

Don Justo, atraído por la inteligencia y modestia del poeta; su amor a la naturaleza, al arte, a la belleza y sus ideas independentistas, lo alojó en su palacio, en una de las habitaciones de la torre, donde se divisaba una hermosa ciudad, motivo suficiente para escribir poesía. Según el historiador Manuel Lagunilla, durante la estancia de Plácido en el palacio Cantero, escribió:

Si enemigos inconstantes te hacen a ti padecer

Confórmate con saber que otros padecieron antes.

Cada vez que te levantes, y que estos versos te leas,

Siempre que inocente estés,

Compadece la malicia, que si hoy llora la injusticia,

Otros llorarán después.

En 1843 regresa el poeta a Trinidad, debido a que había decaído en Matanzas y La Habana el uso de las peinetas y otros adornos de carey, labor a la que se dedicaba para el sustento, y también en busca de gallos finos. Sus amigos lo acogieron y se hospedó en una humilde casa hecha de embarro, ubicada en el llamado Callejón del Coco de Trinidad. Allí montó su taller, donde fabricaba hebillas de carey, pendientes de semillitas y joyería de plata y oro.

Muchachas de la aristocracia trinitaria usaron las maravillas salidas de las manos del bardo, quien también dedicó tiempo a escribir poesías para bautizos y bodas. Las ideas independentistas de Plácido se mostraban en sus poemas y, cada vez más, las tertulias eran utilizadas para la causa patriótica y revolucionaria.

Fue detenido en Trinidad, donde permaneció dos meses encerrado. Fue liberado, gracias también a la influencia de sus amigos trinitarios, entre ellos la de Don Justo Germán Cantero. Acusado por el dominio español de participar, junto con otros cubanos, en la Conspiración de la Escalera, fue fusilado el 28 de junio de 1844 en Matanzas.

Mito y realidad en ciudad colonial de Cuba

Aunque ya casi nadie habla de la existencia de túneles secretos bajo el subsuelo de Sancti Spíritus, que se aproxima a sus 500 años de fundada, algunos escritores, historiadores y periodistas legaron sus opiniones al respecto en distintas épocas. Para algunos investigadores la hipótesis pudiera estar respaldada por los continuos ataques de piratas que sufrió la ciudad en los siglos XVI y XVII, los cuales obligaron a construir dichos túneles.

Asimismo, la teoría de su presencia también pudiera estar amparada por el auge alcanzado por el contrabando de los espirituanos y, de los cubanos en general, con comerciantes ingleses, franceses y holandeses. Los de la Isla intercambiaban cuero y tabaco por tejidos, cristalería y bebidas, fabricadas en los países de origen de los mencionados extranjeros. Este tipo de comercio estuvo perseguido por el gobierno español, de ahí que para realizarlo había que ocultarse.

Hace cerca de cuatro décadas un grupo de jóvenes, guiados por Alejandro Romero Emperador, se dedicó a la búsqueda de algunas de las entradas en la zona aledaña al céntrico parque Serafín Sánchez Valdivia, sitio donde se alzó hasta inicios de 1900 la iglesia del Santo Cristo de Veracruz.

Romero Emperador es el delegado provincial de la Fundación la Naturaleza y el Hombre Antonio Núñez Jiménez y del grupo Samá. Es además el actual presidente de la Sociedad Espeleológica de Cuba. Los integrantes del grupo espeleológico Samá excavaron en diferentes sitios para ubicar las áreas del edificio religioso ya desaparecido, pero se vieron imposibilitados de cumplir su propósito fundamental.

En entrevista concedida a Prensa Latina Romero Emperador explicó que en 1954 su familia se trasladó desde Holguín -en el oriente cubano- a Sancti Spíritus y en esa época se estaba remodelando el parque Serafín Sánchez. "Como resultado de dichos arreglos el parque perdió unos cinco metros de ancho", a lo que añadió que en esa época, "con 14 años de edad, pudo ver un supuesto túnel en el área frente al Hotel Perla, de un metro y medio de ancho, al que le estaban echando tierra".

"Siempre pensé que era un lugar interesante y en 1970, cuando volvieron a remodelar el parque y quitaron la glorieta que luego fue repuesta, estaban realizando trabajos y aprovechamos y hablamos con dirigentes del entonces Poder Local para que nos permitieran hacer las excavaciones" (al grupo Samá).

"En 1970 aparecieron el aljibe, figuras religiosas rotas y de nacimientos de árboles de Navidad. También encontramos un pozo cartesiano que se alimentaba de un poco de agua de lluvia y tenía unos tres ó cuatro metros de profundidad. "Comenzamos a buscar el túnel en la zona frente al cine Conrado Benítez, pero llegó el momento de la inauguración del parque y tuvimos que abandonar los trabajos", señaló.

En opinión de Romero Emperador lo que sí existían eran sótanos. Afirma haber visto un gigantesco aljibe (frente a la calle Independencia, antigua Real) y subraya que las labores ejecutadas hasta el momento No permiten confirmar la presencia de túneles, aunque sí de aljibes en forma de arco y sótanos. Añadió que tampoco hay un túnel entre la Iglesia Parroquial Mayor y el parque.

Sin embargo, desde el punto de vista arqueológico, hallaron los nichos donde fueron enterradas muchas personas, el aljibe y vestigios de utensilios empleados por quienes residieron en ese convento. Versiones sin confirmar narran que existía otra entrada frente al antiguo Hotel Perla -hoy una tienda mediante divisas-, y un túnel entre el antiguo convento (de Veracruz) y la Iglesia Parroquial Mayor y otro en el antiguo Cuartel de Lanceros.

María Antonieta Jiménez Margolles, Historiadora de la Ciudad, explicó que el pintor Rogelio Valdivia Aquino le contó la historia de todos los rincones de la villa, fundada en 1514 por Diego Velázquez de Cuéllar. Resaltó que algunas de esas anécdotas fueron comprobadas, mientras que otras no.

La investigadora señaló que Valdivia Aquino le explicó que él se introdujo por el túnel que había en el parque Serafín Sánchez y caminó hasta donde está hoy la Casa de la Cultura -separada del primero por varios metros- y confirmó la existencia de ese túnel, si bien le fue imposible avanzar más por la falta de oxígeno. Indicó que actualmente está inundado por aguas albañales o potables y que resulta muy costoso comprobar si es cierto que se puede pasar de un lado a otro, como afirmó el pintor.

Sí está la entrada de un túnel en el Museo de Arte Colonial, sentenció la investigadora. Además, se refirió a que muchos han creído que en el Convento de las Carmelitas (1924) había un pasadizo que lo comunicaba con la Iglesia de la Caridad, pero en realidad este nunca existió. Apuntó que antes de 1996 se excavó en la letrina del actual Museo Provincial General, aledaño al parque Serafín Sánchez Valdivia, con iguales fines, pero desde entonces ha sido imposible realizar otras investigaciones o búsquedas.

Según el historiador Manuel Martínez-Moles, en su libro Contribución al folklore (1927), el güije espirituano -un personaje de leyenda- es un "ente fantástico que tiene su habitación en el río Yayabo, de donde sale en excursiones por los ríos del término".

La imaginación popular lo describe pasando por un canal subterráneo, que desde un charco del mencionado río se dirige hacia el altar principal de la Iglesia Parroquial Mayor. Mitos, fantasías, leyendas y realidades adornan los supuestos túneles espirituanos, un tema poco a poco olvidado en medio de la vida cotidiana de los habitantes de esta villa central del país, la cuarta fundada por los conquistadores españoles. No obstante, debajo de los lugares más transitados por los vecinos de esta ciudad se ocultan secretos aún por develar.

Las artísticas verjas espirituanas

Artísticas verjas distinguen a la añeja ciudad central, enclavada a unos 350 kilómetros al este de La Habana, las cuales armonizan con otros rasgos particulares de su arquitectura, sobre todo en el centro histórico urbano. Es la cuarta villa fundada en 1514 por los conquistadores españoles en Cuba y se aproxima a su medio milenio. Tiene de antaño un sinnúmero de detalles, entre ellos las rejas que cubren las altas ventanas de las más sobresalientes casonas espirituanas, habitadas en sus inicios por ilustres personajes o ricos hacendados.

El centro histórico urbano de la ciudad, a 350 kilómetros de la capital, fue declarado Monumento Nacional el 10 de octubre de 1978, y entre sus joyas arquitectónicas figura el puente sobre el río Yayabo, con igual condición y símbolo de esta villa, fundada por Diego Velázquez de Cuéllar.

En reconocimiento a la calidad de las labores de remozamiento a que fueron sometidos -indica en su edición digital el periódico provincial Escambray-, el Parque Maceo y el Museo de Arte Colonial representarán a Sancti Spíritus como nominados a los Premios Nacionales de Conservación y Restauración. Cada 18 de abril se celebra el Día Internacional de los Monumentos y Sitios.

El parque es más conocido aquí como de la Caridad, por encontrarse ubicado en la plaza donde se alza la iglesia de igual nombre, mientras que el Museo es llamado también Palacio de Valle (por el apellido de sus antiguos dueños, considerados entre los más ricos de la época colonial).

Nombrada, además, Casa de las Cien Puertas -cuenta con un poco más, entre ventanas y postigos- la instalación cultural es un ejemplo del uso de las verjas en Sancti Spíritus, desde antaño. Lejos de ser un elemento de la contemporaneidad, los entendidos afirman que estas siempre han estado presentes en la villa, aunque en la actualidad algunas incumplen con la necesidad de vincular utilidad y belleza.

Según los especialistas, en el siglo XVIII comenzaron a perfeccionarse las normas constructivas y se hizo énfasis en la fachada, surgiendo de este modo una nueva tendencia decorativa: la neoclásica. Muchos de los frentes de las casonas espirituanas de antaño exhiben hermosas y trabajadas verjas que en opinión de estudiosos del tema ofrecen protección y una intensa iluminación.

Al decir de un escritor espirituano: "En las mansiones vivía lo más selecto de la burguesía, pero sus calles sentían el paso de los caminantes más humildes que se reunían en diciembre para expresar musicalmente sus alegrías y penas". Entre las peculiaridades de las verjas espirituanas están en muchos casos su altura y ancho, así como el material empleado: hierro con bella terminación en su extremo superior.

Algunas de las familias más pudientes mandaban a colocar en el centro de aquellas las primeras letras de los apellidos que las identificaban; otras colocaban en el capitel emblemas religiosos, como la cruz. María Antonieta Jiménez Margolles, Historiadora de la Ciudad, comentó a Prensa Latina que las verjas de Sancti Spíritus surgen en el Siglo XIX. Dijo que en la calle Gilberto Zequeira (antigua Santa Bárbara) No.13 existe la única original de madera, ya que las otras son reproducciones. Apuntó que también en el interior de la Iglesia Parroquial Mayor -Monumento Nacional- hay originales.

Otros especialistas opinan que la mayoría eran colocadas en un sobrepiso, lo cual evitaba la entrada de polvo en la residencia. También, las que daban para el exterior combinaban con ventanales interiores protegidos por otras que casi siempre coincidían en el patio interior, como una forma de lograr buena ventilación e iluminación de los palacetes espirituanos, de alto puntal.

Como ejemplo está la vivienda de los Fernández, muy cerca de la Casa de las Cien Puertas, que todavía muestra sus enormes ventanales y puertas, confeccionadas con madera preciosa. Las verjas siempre combinaban con los denominados llamadores o aldabas de las puertas principales, que en su mayoría eran de bronce y se caracterizaban por una mano o cabeza de animal, preferiblemente un león.

Esto incluía faroles a ambos lados de la puerta principal que permitían disfrutar de iluminación a la entrada de las viviendas en la noche. A mediados del siglo XIX y principios del XX algunos ebanistas espirituanos confeccionaron verjas de madera preciosa que todavía se pueden apreciar en la zona histórica de la villa del Espíritu Santo.

Entre las verjas de hierro más bellas están las de la casa donde residió Oscar Fernández-Morera, considerado el primer pintor espirituano, las que datan del siglo XIX. En otras edificaciones al frente de la mencionada se perciben similares detalles en las rejas, que semejan flores grandes o pequeñas, donde asimismo se observa el uso del capitel.

Además, sobresale una casa, cercana a la calle Céspedes, en cuya verja están grabadas la fecha 1908 y dos letras. Pintada de negro, parece un encaje. Ramón Meza, escritor y cronista cubano del siglo XIX, diría: "Las rejas que defienden las ventanas, zaguanes y barandillas se han convertido en la más vistosa filigrana. El hierro, reducido a delgadas cintas que a la vista se presentan de filo a canto, corren y se retuercen por todo el hueco con primorosa y simétrica labor".

Calles estrechas, con nombres simpáticos o poéticos, adornan esta ciudad cada vez más próxima a los 500 años, pero indiscutiblemente la verja, sobre todo la forjada a fuerza de golpe en el duro metal, quedó detenida en el tiempo, sin rivales -al menos externos- a los cuales enfrentar.

Curiosos faros, vigías del occidente cubano

Tras desafiar a centenares de huracanes, el faro Roncali y su vecino de cayo Jutías, comparten hoy protagonismo como reliquias y centinelas de los mares en el occidente cubano. Edificados en centurias pasadas, son admirados por pobladores y visitantes debido a sus peculiaridades constructivas y perdurabilidad en una región frecuentemente azotada por los ciclones tropicales.

Más de 150 meteoros fustigaron desde 1900 a esta región, nombrada por algunos "tierra huracanada" debido a la asiduidad de esos fenómenos atmosféricos. Quizás el más famoso de los dos vigías es Roncali, situado en Guanahacabibes, una península de farallones y diente de perro, que marca el límite oeste de la isla.

Construido con rocas calizas en la primera mitad del siglo XIX, distingue a la apartada demarcación que lo acoge, al erigirse hasta una altura de 33 metros sobre la extensa llanura cársica. Apuntes históricos revelan las azarosas faenas de sus artífices, la totalidad de ellos inmigrantes chinos y esclavos africanos, quienes sortearon la agreste topografía del terreno.

En las proximidades subsiste aún la cantera original de la que se obtuvo la materia prima para su construcción, con procedimientos similares a los empleados en el Castillo del Morro, símbolo de la capital cubana, declaró a Prensa Latina el historiador Enrique Giniebra. La torre, la cual conserva aún sus elementos originales, es un obligado punto de referencia a las puertas del golfo de México, su luz puede ser apreciada a 30 kilómetros de distancia con una frecuencia de dos destellos cada 10 segundos, aseveran expertos.

Desde los farallones que bordean el faro asoman las dunas de 20 playas y la tupida vegetación de una de las últimas selvas del área caribeña. El añejo guardián añade atractivos a la zona, conocida también como "El Cabo" y declarada Reserva Mundial de la Biosfera en 1987.

A sus pies yacen tesoros de épocas pasadas, entre ellos sitios arqueológicos asociados a la presencia de los llamados mesoindios antillanos. Más al este, en el archipiélago de Los Colorados, reluce el faro de cayo Jutías, con su estructura metálica en forma de esqueleto e inconfundible cúpula plateada.

Conocedores afirman que el centinela goza de buena salud, luego de soportar el vendaval y la cercanía de las olas, las cuales en épocas tempestuosas rozan la base del armazón, compuesta por pilotes de acero. Inaugurado en mayo de 1902 en un islote del municipio de Minas de Matahambre, tiene una altura de 43 metros. Su construcción fue dispuesta por orden real el 3 de enero de 1888 con el propósito de impedir los numerosos accidentes ocurridos antiguamente allí.

En la actualidad es el único sobreviviente de su estirpe luego de la desaparición de dos faros de características similares que funcionaban en el archipiélago cubano a principios del siglo pasado. Pese a sus años se mantiene intacto por fuera y en su interior. Por su originalidad y perseverancia, ambos centinelas figuran entre las riquezas patrimoniales de Cuba.

Faro Paredón Grande: Guía en las costas cubanas

Los cayos del norte de Cuba aguardan un fascinante mundo natural, en que sobresalen la verde fauna costera, y las hermosas playas de fina arena y transparentes aguas con diferentes tonalidades de azul turquesa. Ubicados en la región central de Cuba, los cayos Coco, Guillermo, Paredón Grande, Media Luna y Antón Chico integran el destino turístico Jardines del Rey avileño, conocido en el mundo por visitantes de diferentes naciones que disfrutan del acogedor entorno.

Coco y Guillermo son los únicos islotes que cuentan con una infraestructura constructiva integrada por 14 confortables hoteles ubicados en primera línea de playa, restaurantes, marina y aeropuerto internacional, entre otras bondades. Pero la zona es más que sol y playa, hay otras porciones de tierra que, aunque carecen de instalaciones hoteleras, aguardan una naturaleza mucho más virgen y de gran belleza por sus flora y fauna bien conservadas.

En ese caso está Paredón Grande, distante unos 500 kilómetros al noreste de La Habana, con su sello distintivo: el faro Diego Velázquez, construido a mediados del siglo XIX. La edificación de hierro fundido, con 48 metros de altura, 156 escalones y nueve mil 956 tornillos, constituye un elemento significativo entre las obras ingenieras de alto valor en Cuba, pues revela la llegada de una nueva época arquitectónica.

En 1848 el conde Cañongo presentó a la Real Junta de Fomento una moción para la construcción de la majestuosa obra, por el servicio que prestaría a la navegación próxima a la cayería norte de la mayor de las Antillas. La edificación era muy importante en la región, fundamentalmente para el área comprendida en Jardines del Rey, por la cercanía de la barrera coralina de más de 400 kilómetros y las bajas de arena y arrecifes.

Edificarlo llevó tiempo, fortuna y sobre todo mucho esfuerzo. En 1854 comenzó la construcción, en la cual participaron negros africanos, y ya el primero de noviembre de 1859, a las 22 horas, su luz comenzó a servir de guía a los hombres del mar. Fue el marinero Ángel Tabada quien prendió fuego al mechón de aceite que emitiría sus intermitentes destellos hasta varias millas mar adentro.

Actualmente la linterna, con un exacto mecanismo, lanza tres destellos de luz blanca en forma de relámpago por cada 15 segundos, con un alcance lumínico de 36 millas náuticas. Su iluminación ha evolucionado con el transcurso del tiempo. Primero se utilizaba aceite, posteriormente petróleo y, por último, la corriente eléctrica, que eleva su potencia a 158 mil bujías.

Como un centinela luminoso, Paredón Grande orienta las naves que transitan por el canal Viejo de las Bahamas, importante corredor marítimo internacional, distante a sólo tres millas de la Costa Norte de Ciego de Ávila. Hasta la majestuosa torre se llega mediante vía terrestre a través de un pedraplén (carretera sobre el mar), que los islotes que integran gran parte del archipiélago Sabana-Camagüey a la isla de Cuba.

El faro, que contó con el talento del ingeniero Don Francisco de Albear, creador, además, del acueducto de La Habana, continúa firme sin opacar su luz ante el paso del tiempo y, por su situación, geográfica cubre toda la costa norte de la región central de país.

Cayo Paredón Grande sorprende por sus paisajes tropicales, en que resalta una rica biodiversidad, con ocho kilómetros de hermosas playas y excelentes valores de variada flora y fauna. Debe el nombre a los altos farallones que bordean su extremo norte y que a la vez parecen guardianes de sus costas.

Las bellezas naturales, tanto submarinas como terrestres, impresionan a quienes visitan el islote en busca de un lugar tranquilo y seguro, en el que es posible disfrutar de la playa Los Pinos, uno de los balnearios vírgenes de la región turística. En sus áridos terrenos crecen mangle rojo, hicacos, palma enana, cactus, yuraguano y lirios, mientras que el mundo animal está compuesto por más de 79 especies, entre las que sobresalen garzas, alcatraces, palomas, rabihorcados, sevillas y otras.

Los impresionantes fondos marinos, integrados por sectores de la barrera coralina que bordea el litoral, sirven de hábitat a una gran gama de animales acuáticos y, además, constituyen un escenario divino para la práctica del buceo. A pesar de su longevidad, el monumental faro de Paredón Grande cumple cada día su misión: acompañar al navegante en las claras u oscuras noches, desde una torre cuya fortaleza no ha podido ser doblegada por ciclones ni por otros fenómenos atmosféricos.

 * Textos de Raúl I. García Álvarez y Mayra Pardillo Gómez, corresponsales en Sancti Spíritus; Martha Andrés Román, Adalys Pilar Mireles y Anubis Galardy, periodistas de la Redacción Nacional; Neisa Mesa del Toro, corresponsal en Ciego de Avila; Marta Cabrales, corresponsal en Santiago de Cuba; y Yamilé Luguera González, arqueóloga, espeleóloga, buzo especialista y colaboradora de Prensa Latina.

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