Diccionario de palabrotas (II): inteligencia *

Diccionario de palabrotas (II): inteligencia *

Por Nònimo Lustre

Esta entrada del Centón de las Palabrotas nace del asombro que nos causa un hecho característico del balbuceo medieval y de la logorrea decimonónica que, pese a su inconsistencia semántica, goza actualmente de un uso exagerado. Nos referimos a la inteligencia. Son muchos los vocablos de aquellos siglos que están anticuados y que hoy resultan incluso ininteligibles pero inteligencia (IN) ha sobrevivido al tiempo y hétela aquí, hic et nunc, sin tener todavía una definición homologada. O, peor aún, habiendo tantísimas definiciones como definidores. En cualquier caso, la IN está cada día más presente en el imaginario popular y aún más ahora que tanto se cacarea sobre algunos de sus incontables adjetivos -ayer surgió la majadera IN emocional cuya fama mediática hoy está sumergida en la, si cabe, más insidiosamente majadera IN artificial (IA)

Insistiendo en su pecaminosa indefinición: para arrojar IN al estercolero de la Historia y que, de paso, arrastre consigo a la IA y su descomunal gasto hídrico-energético-basurero, bastaría con observar que hoy goza de innúmeros complementos, i.e. adjetivos… pero ninguna definición clara del eje sustantivo –“La inteligencia que hasta ahora ningún papa o concilio general ha definido”, decía fray Gerundio de Campazas en el siglo XVIII. En lo alfabetizado, cualquier manual define la IN como una yuxtaposición de capacidades dispersas entre las que selecciono una de las más habituales. A saber: capacidad de conocimiento (sin pulir ni clasificar), razonamiento, creatividad y hasta incluye capacidad para el pensamiento crítico, torpísima expresión que peca mortalmente al incluir lo definido en la definición. Etcétera. Por razones de espacio, es imposible comentar siquiera el 1% de sus capacidades así que nos centraremos en indagar en la horrorosa confusión entre IN y conocimiento.

Retrotrayéndonos, lo primero sería recordar que hay numerosas clases/tipos de conocimiento, aproximadamente, lo mismo que ocurre con la IN en general -como escribimos hace poco tiempo (cf. poste La (terrorífica) Genómica del futuro, 24 octubre), hay más de una docena de variedades de IN y eso que el cúmulo de estas contemporáneas variedades no suele incluir la IA en cuyo horizonte, además, nunca se incluye su consumo y sus desechos puesto que los parroquianos de la IN quieren mantener la ilusión de que cae gratis del cielo -tampoco mencionan su mefítica influencia intelectual.

En cuanto a la extensión del conocimiento, la inmensa mayoría de los españolitos actuales, presumen de tener mucho conocimiento porque se saben de memoria multitud de alineaciones de los equipos de fútbol -tiene su mérito recordar listas de casi 20 nombres de futbolistas por cada club e incluso de su posición en el juego del balompié. El caso más extremo fue popularizado por M. Rajoy, ex presidente del Gobierno español, quien solía exhibir su dominio de antiquísimas alineaciones futboleras aunque mejor cabría preguntarle si recordaba con igual ‘sabiduría’ el caso del aceite de Redondela (media docena de extraños asesinatos), el expediente que sentenció su padre (juez en la audiencia de Pontevedra) y que es el origen de su ascenso a la más alta poltrona. Dicho en un apotegma inspirado en la lógica política: el Poder del individuo medido-contado-pesado, altera su CI.

Pero abandonemos a semejantes coprolitos para centrarnos en el cogollo de la IN: no hay demostración más aplastante de la imbecilidad del concepto IN que la obsesión de sus acólitos por medirla. En primer lugar, la pandilla de los crédulos olvida un hecho básico: que “el rendimiento intelectual de una persona determinada variará en diferentes ocasiones, en diferentes dominios, según lo juzguen diferentes criterios” (wikipedia) Dicho en cristiano, la IN es voluble, inasible y hasta efímera. Sin embargo, los psicólogos se empeñan en considerar sus mediciones del Cociente intelectual (CI, IQ en inglés) como consustanciales al individuo, un rasgo eterno que iría más allá de su genética, de su herencia fenotípica y, sobre todo, de su peripecia personal. Ejemplo, ¿qué valor tiene medir el CI de un preso?, ¿es que podemos olvidar no sólo la picaresca sino también el agobio de un encerrado, sea en una penitenciaría sea en un manicomio sea en una entrevista laboral? Y, a la inversa, como veremos en un párrafo posterior: ¿qué valor daríamos al portentoso intelecto de un líder cuyo CI ha sido fabricado por uno de sus subalternos?

Y, en segundo lugar, ¿cómo diferenciar la potencia del acto? Los CI/IQ son entendidos como indicadores del potencial individual pero, salvo para sus feligreses más proclives a la adivinación, no puede decir nada de la aplicación social de ese potencial. A este respecto hay tres inmediatas conjeturas: a) los sumisos al Poder obtienen elevados niveles de CI cuya maravilla ya había sido pronosticada en el laboratorio -ergo, su liderazgo es natural. b) al contrario, los insumisos, o bien no han pasado por esas horcas caudinas dizque adictas al empirismo aritmético o bien sacar un alto CI no se ha reflejado en su ascenso social. c) en el raro caso de los pobretones listos, si está acompañado de alguna preminencia política, su éxito se achacará a la delincuencia -en efeto, el Poder y el Delito son hermanos siameses. Pero según la sabiduría popular, “fundar un banco es más delictivo que atracarlo”. Sin embargo, los auténticos delincuentes son blanqueados por los medios -i.e., en algún tipo de reality show, tan hueco como premeditado, al que aspiran todos los medios.

“Mi padre dice que estos test de inteligencia están sesgados para los inteligentes”, dice el niño

Otrosí, el más grotesco error que se comete al sacralizar la IN es suponer que los líderes son también los más inteligentes cuando, de hecho, éstos dos factores son absolutamente independientes. A nuestro juicio, el Jefe no necesita ser listo sino pillo y la panoplia de sus hipotéticas cualidades está muy alejada del IQ/Cociente Intelectual. A nuestro juicio, lo que necesita el Mandón son tres ‘cualidades’: mediocridad (ser del montón, no destacar ni por arriba ni por abajo), perversidad (extrema, iniquidad para vender incluso a su familia) y, sobre todo, puesto que existen millones de gentes con esos dos ‘caracteres’, el líder necesita suerte para destacar entre tanta basura mediocre y perversa.

Por todo ello, exigimos que el vocablo inteligencia sea borrado del diccionario. Pero señalemos que la nuestra no es una exigencia revolucionaria ni causará un maremoto espiritual puesto que este último coprolito (i)filológico del CI no comenzó con Adán y Eva sino que data del Medioevo escolástico. De la Edad Media se suele decir que fue oscura y retardataria pero, entre sus muchas descalificaciones se olvida el daño causado por las proto-mediciones de la IN.

Dios enredándose con los eslabones del ADN. Diseño inteligente: el más extravagante de los razonamientos (¿) a favor del concepto de ‘Creación’.

(*) El Diccionario de palabrotas -palabras que deben borrarse para siempre- se inauguró con la voz “Felicidad” (19 sep 2024) y se anunció que “Esperanza” sería la próxima voz. Avanzábamos que “Lasciate ogne speranzavoi chentrate –hace siglos, así rezaba el dintel del Infierno, “abandonad toda esperanza”. Siguieron tiempos en los queLa esperanza / ya no es, por desgracia, esa muchacha joven” (Szymborska) Al revés de lo que ocurre en el siglo XXI donde la esperanza es el primer estupefaciente para mantener el espantajo de la Felicidad. Por ejemplo, “La esperanza ensancha el alma”, palabra de Byung-Chul Han, uno de esos influencers intelectuales -como Yuval Noah Harari- a los que da igual leerles en titulares mediáticos que en sus libros.” Pues bien, por necesidades del guión, hemos tenido que sustituir ‘esperanza’ por ‘inteligencia’. https://loquesomos.org/diccionario-de-palabrotas/

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