Economía, política y guerra
Por Antoni Puig Solé*. LQSomos.
A lo largo de la historia de la humanidad, todas las guerras han respondido a un conflicto de intereses. Las palabras de Engels, de hace más de un siglo, dieron en el clavo cuando llamó bárbaros a los pueblos que tenían como seña de identidad el enfrentamiento con otros pueblos para someterlos y arrebatarles su riqueza. Y, como ya supondrán, no se refería solo a su época, sino también a la antigüedad. Para los bárbaros, el pillaje era más fácil o incluso más honorable que el trabajo productivo, decía.
Las guerras de hoy en día son tan bárbaras o más que las guerras de los bárbaros de los que nos hablaba Engels, pero las de ahora, como explicaré a continuación, son guerras asociadas al propio desarrollo contradictorio del capitalismo.
El necesario análisis de las particularidades
Parto, pues, de la idea de que no podemos hacer un análisis real de las guerras (de cada guerra en concreto, si lo prefieren) sin tener bien presente el contexto económico y social, general y particular, en el que tienen lugar. Veamos: ¿cuál es el contexto general actual? Pues supongo que -casi- todos estaremos de acuerdo en que es el imperialismo capitalista. Por tanto, en primer lugar, hay que establecer cuáles son las potencias imperialistas de ahora y cómo actúan; y en segundo lugar hay que tener clara la tipología de cada guerra. Es básico determinar si se trata de una guerra de liberación nacional (como la de Vietnam o la de Argelia en el siglo pasado, ambos países sometidos por entonces al colonialismo), una guerra defensiva (como la de la URSS contra el nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial),…, o interimperialista (como la Primera Guerra Mundial y, también, la Segunda). Y ya habrán notado que he puesto la Segunda Guerra Mundial en dos tipos diferentes: es que estas tipologías se pueden mezclar.
Este análisis concreto de cada situación es imprescindible para decidir cuáles son las herramientas más adecuadas en la lucha por la paz. Formas de actuar que en unos supuestos son apropiadas, en otros pueden no serlo. Para entender esto, basta con comparar las conductas, radicalmente diferentes, del movimiento obrero combativo, en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial.
Imperialismo, militarismo y estado
A principios del siglo XX, Lenin, Rosa Luxemburg y Bujarin, llegaron, cada uno a su manera, a la conclusión de que las guerras son prototípicas del imperialismo capitalista, dada su naturaleza contradictoria y sus dinámicas de acumulación. Este carácter estructural de la guerra ha conducido a los estados a desarrollar políticas de guerra y de defensa, dando lugar a una industria armamentista tan poderosa o más que otras industrias. Esto ha permitido que determinados capitalistas tengan interés en promover guerras para dinamizar no solo la industria armamentista sino también otros sectores empresariales (fármacos, biotecnología, aeronáutica, movilidad, etc.).
En los últimos siglos, la importancia de la tecnología en las fuerzas armadas no ha parado de crecer. El número y la calidad del equipamiento militar dependen de la capacidad industrial del país y de sus fuerzas productivas. El uso de la pólvora, por ejemplo, cambió a los ejércitos y las estrategias militares. La Guerra de Crimea (1854-1855) comportó la aparición a gran escala del barco de guerra de vapor. La Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865) utilizó el ferrocarril para los grandes movimientos de las tropas y de la artillería y los nordistas se beneficiaron del barco de vapor. Pero el crecimiento técnico y militar más acentuado ha venido de las dos guerras mundiales, al implicar a los países capitalistas más desarrollados del planeta en el proceso bélico, y ha continuado hasta nuestros días.
El desarrollo de la industria militar y de los ejércitos supone un gasto monumental para el Estado. Solo los Estados pueden disponer a gran escala de los recursos necesarios para comprar el material de exterminio y para mantener y formar al personal necesario para utilizarlo. Así, el peso del Estado crece y utiliza los recursos públicos para nutrir a la industria de matar y todas las fuentes de negocio que esta industria fortalece.
Imperialismo y guerra
El estallido de la Primera Guerra Mundial fue una constatación de que el riesgo de guerra mundial no era una ficción de un grupito de teóricos antiimperialistas y confirmó su acierto. La Segunda Guerra Mundial lo volvió a confirmar. Aquella Segunda Guerra llegó precedida de una crisis económica terrible y de un descalabro en el ordenamiento político, de los que habían sido señales el crac del 29 y el nazi-fascismo. Desde entonces las guerras no nos han abandonado, aunque sólo han tomado la forma de guerras locales, algunas de las cuales se han enquistado. Ahora, además de las múltiples guerras locales, vemos cómo vuelven muchos de los fenómenos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, lo que hace pensar en el riesgo de una Tercera.
Aún admitiendo el peligro de una guerra, tenemos que saber que existe la posibilidad de manipularlo para acelerar la carrera armamentista en lugar de atenuarla, del mismo modo que se pueden manipular las convicciones pacifistas de la buena gente. Por ejemplo, en los últimos tiempos se ha magnificado la amenaza de catástrofe nuclear con la clara voluntad de acobardarnos, para garantizar que las empresas armamentistas tengan más beneficios y para reforzar el poder militar de Estados Unidos y la OTAN a nivel mundial.
La guerra como estrategia de los estados y del capital
No resulta habitual que los capitalistas, los políticos y los militares lancen una guerra a ciegas, ya que la guerra requiere sacrificios, trabajo y dinero y, si no se calcula bien, en lugar de aportarles beneficios puede llegar a paralizar la economía de un país y/o provocar revueltas. El mensaje oficial no suele contemplar esta particularidad y cuando hay una guerra la desvincula de las dinámicas del sistema capitalista y con frecuencia la atribuye a un loco.
Durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, el coste total de la guerra en Estados Unidos se aproximó al 36% del PIB y en la Segunda llegó al 37,9%. Los niveles de inflación también fueron notorios. A pesar de ello, la guerra fue un buen negocio para la economía capitalista estadounidense, que pasó a ocupar el primer puesto mundial e impuso su moneda (el dólar). Por el contrario, otros países salieron damnificados y aún lo acusan, al quedar obligados a ocupar un lugar de segundo orden en relación a EEUU.
El coste económico de la guerra
¿De dónde sale el dinero para financiar la guerra? Una primera fuente de financiación es introducir cambios en la política fiscal, como por ejemplo la incorporación de nuevos impuestos. Todos sabemos que el incremento de los impuestos es una medida casi siempre impopular. Por eso se suele incluir alguno sobre los más ricos, lo que le da un carácter más “social y patriótico” a la guerra, ayuda a ganarse a la gente que se considera de izquierdas y evita disturbios. Una segunda fuente consiste en pedir préstamos y emitir bonos. Entonces el Estado se endeuda mientras que los capitalistas prestatarios obtienen un buen interés. Una tercera fuente es la emisión de billetes, una elección peligrosa porque existe el riesgo de animar las tendencias inflacionarias.
En las condiciones actuales, quien está en mejores condiciones para utilizar la tercera fuente es Estados Unidos, ya que dispone del dólar como moneda mundial y puede arriesgarse de una manera que otros no pueden. Si el crecimiento de su material monetario va acompañado de un crecimiento en la demanda de su moneda, se atenúan las tendencias inflacionarias y se puede incluso conseguir la revalorización del dólar, descargando las tendencias inflacionarias hacia el exterior. Este es uno de los privilegios de la supremacía a nivel internacional y una de las explicaciones de por qué Estados Unidos está dispuesto a todo antes que perderla.
Los beneficios políticos y económicos de la guerra para las clases dominantes
La gran mayoría de las personas analizamos las guerras desde una perspectiva muy alejada de la economía capitalista. Nos preocupa, sobre todo, el sufrimiento de la población. Para el capital eso es siempre secundario: tiene en la cabeza las ganancias económicas que le aportará la reconstrucción de los países y la conquista de una situación privilegiada.
Las guerras, cuando están bien orquestadas por las clases dominantes, los militares y los gobiernos, en lugar de provocar revueltas internas pueden unir a la población del país, canalizando su frustración y su malestar en contra del “enemigo”. Cuando el “enemigo” golpea en el frente y en la retaguardia, la indignación crece. A quien no criminaliza al “enemigo” se le considera “mal patriota” o traidor e incluso se le puede ejecutar. De rebote, las guerras permiten la conexión entre el entusiasmo por el frente y el decaimiento de la lucha obrera. Si el desenlace es favorable, el país ganador puede emplear parte del botín para neutralizar a las clases trabajadoras, con lo que afirmarán su apoyo a las políticas belicistas y se desnaturalizarán sus organizaciones políticas y sindicales. Al mismo tiempo se puede apropiar de una parte de la plusvalía arrancada a los trabajadores del país derrotado y/o de sus recursos naturales.
La condición atroz de las guerras a nivel mundial radica en el hecho de que, bajo la ley de las bombas y las balas, el bando vencedor recupera el control de las reglas del juego y consigue una iniciativa más elevada en el reparto de las ganancias. En definitiva, se convierte en el principal beneficiario de la actividad económica mundial. Como ya decía Frederic Engels, “el poder y la violencia no son otra cosa que el medio, mientras que el beneficio económico es la finalidad”.
Aunque el beneficio económico se puede calcular, al contabilizar víctimas humanas solo se encuentra dolor, muerte y devastación. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la Unión Soviética pagó un precio altísimo y perdió más de veinte millones de personas, pese a formar parte de los vencedores.
Guerra y presupuestos militares
Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no ha dejado de incrementar el gasto militar. Siempre se prepara para nuevas guerras, inventa armas más mortíferas y mejora su poder de ataque y las posibilidades de conseguir victorias en una guerra asimétrica donde el fuerte somete al débil. Al señalarlo, no debemos olvidar que EEUU lidera el bloque militar del que España forma parte, o sea, la OTAN y que tiene bases militares en territorio español que utiliza en sus acciones de guerra.
En estos momentos, el gobierno español prepara los presupuestos del Estado. La OTAN ha ordenado incrementar notablemente el gasto militar y el gobierno español lo hará obedientemente si no hay una movilización importante. Hay que poner al descubierto las intenciones imperialistas e impulsar las acciones obreras contra el militarismo y contra la implicación española en la guerra.
Por desgracia, en el Estado español, quienes enredaron a la población, primero con lo de OTAN, DE ENTRADA NO y después con la promesa de que si se aceptaba la OTAN no habría integración en la estructura militar ni bases extranjeras, quieren volver a liarnos. Nos enseñan cuatro caramelos que supuestamente aportarán algunas políticas sociales y ocultan los gastos militares. Para impedirlo, el posicionamiento frente a los presupuestos de guerra se ha convertido en una prioridad en la lucha por la paz.
Ejército y lucha obrera
Una característica del movimiento sindical combativo desde sus orígenes ha sido la lucha por la paz, pero no tiene que ser una lucha indiferente y genérica, como hemos intentado explicar. Los ejércitos permanentes son el resultado de la situación actual de la sociedad capitalista. Hoy, en nuestro caso, tenemos que hacer todo lo posible para evitar su participación en guerras en el exterior del país y la utilización del presupuesto del Estado para incentivar tal o cual guerra, como se está haciendo ahora mismo. Pero esta no es la única razón para oponernos a los presupuestos de guerra. La experiencia histórica también demuestra que el ejército se puede utilizar en el interior para someter a la clase obrera y para acallar las protestas sociales. He aquí una razón añadida para enarbolar la bandera del antimilitarismo.
* Este escrito es fruto de un encargo del sindicato USTEC. Nota original: ECONOMIA, POLÍTICA I GUERRA
– Traducido para LoQueSomos por Leticia Palacios
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