El arzobispo que tiene una historia
Por Arturo del Villar.
Por mucho que le disguste al arzobispo, la unidad de España está mantenida de forma artificial en contra de la opinión de muchos españoles forzosos. Eso es un “bien moral”, según el criterio arzobispal, aunque ninguna persona con sentido común lo aceptará
Comenté ayer lo extraño que resulta el hecho de que ningún partido político se refiera en los mítines de campaña a las relaciones entre el reino de España y el llamado Estado de la Ciudad del Vaticano. Parece que todos se hallan satisfechos con los acuerdos vigentes, muy favorables para los intereses de los súbditos de ese presunto Estado consistente en dos edificios y una plaza, en buena parte sostenido por el conocido como óbolo de san Pedro que los obispos entregan a su jefe el dictador absoluto del supuesto Estado: es un dinero recaudado con las limosnas de los crédulos fieles y el pago de los servicios prestados por los clérigos a los catolicorromanos, porque les resulta forzoso pagar desde el bautismo al nacer hasta el funeral al morir, y toda la vida por medio. Quien proteste es anatema y queda excomulgado, como yo, por ejemplo, cosa que nada me importa.
El arzobispo de Uviéu (en el idioma oficial Oviedo, capital del Principáu d’Asturies), Jesús Sanz Montes, que es franciscano de la observancia y miembro de la Comisión Permanente y de la Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española, se interesa por el tema. Ha publicado una “Tribuna abierta” en el diario madrileño archimonárquico y protofascista “Abc”, titulada “De incendios y elecciones generales”, fechada el 11 de julio, en la que analiza lo que denomina “el desplazamiento calculado de la presencia cristiana en la sociedad”.
Observa desinterés entre la gente por la antes llamada “cuestión religiosa”, que tuvo importancia durante el siglo XIX, pero en la actualidad la ha perdido, gracias a las actividades delictivas de los clérigos, entre ellas la pederastia, una epidemia extendida por todo el mundo. Pero el arzobispo no busca el motivo en la corrupción de su secta, sino en el pueblo. Apunta algunas medidas que cree debieran adoptarse para recuperarla:
Y de esto van las próximas elecciones generales: una oportunidad de reestrenar lo que vale la pena, […] el respeto por la historia sin reescribirla con memorias tendenciosas y falsas que reabren heridas, el evitar confrontaciones que nos dividen y enfrentan fratricidamente, el cuidado del bien moral de la unidad de un pueblo rico en historia, paisaje, lenguas y riquezas complementarias.
Reescribir la historia es una tentación en la que se hunden los vencedores de una guerra, y los españoles que sufrimos el período atroz de la última posguerra lo sabemos muy bien. Lo que nos asombra es comprobar qué es lo que el arzobispo opina “que vale la pena” reestrenar, de modo que ya estará caducado.
El brillo del oro falso
Los que debimos estudiar los planes de enseñanza vigentes en los años cuarenta sabemos que cuidaban extremadamente el prestigio de un momento histórico casual, el que unió a la Corona de España con la del Sacro Imperio Romano Germánico, después del descubrimiento casual de América, y la no menos casual conjunción de unos artistas plásticos y unos escritores geniales y maravillosos. En algunos libros de historia se conoce esa época como la Edad de Oro de España. La dictadura fascista tuvo la desvergüenza de considerarse su continuadora y se apropió de su simbología.
Pero ese período tan dorado estuvo marcado por el sometimiento al fanatismo de los guardianes de la ortodoxia religiosa, que dominaron las conciencias por medio del terror al Tribunal del Santo Oficio, el de quemar herejes. Además, los tercios españoles se vieron obligados a intervenir en las guerras de religión, para tratar de impedir, aunque inútilmente, el desarrollo de la Reforma principalmente en países que hoy son denominados Alemania, Suiza, Holanda y la Gran Bretaña, los más desarrollados de Europa. Alcanzaron ese grado de cultura por no estar sujetos a los errores de la Iglesia romana precisamente
En ellos todavía se habla con horror de las conquistas españolas, muy caballerosas en el cuadro de Velázquez conocido como “Las lanzas”, de hecho una orgía de muertes, saqueos y violaciones. Llegaron hasta el extremo de invadir los Estados Pontificios, obligando al papa y los cardenales a huir para salvar la vida.
Esta historia se ha reescrito para edulcorarla, y al arzobispo le gustaría mantenerla para ponerla como ejemplo de la evangelización llevada a cabo por España al combatir la Reforma, que él y los suyos consideran herética, lo mismo que Felipe II cuando organizaba los llamados autos de fe. También le es útil para festejar la acción evangelizadora sobre los indígenas americanos, sin relatar las torturas infligidas a quienes continuaban adorando a sus dioses tradicionales sin doblegarse al deseo de los conquistadores. La verdadera historia de España es terrible y vergonzosa.
Religiosidad falsa
Seguramente el arzobispo se refiere especialmente a lo sucedido tras la guerra provocada por la sublevación de los militares monárquicos en 1936, cuyas consecuencias seguimos padeciendo en la monarquía instaurada por el dictadorísimo que la ganó gracias a la intervención de los dos países de regímenes totalitarios, Alemania e Italia, derrotados por la alianza de las naciones democráticas. Los que padecimos la sanguinaria posguerra y estudiamos los libros de texto autorizados para las escuelas y universidades, sabemos lo que es reescribir la historia en beneficio de los vencedores.
El arzobispo nos propone “evitar confrontaciones que nos dividen y enfrentan fratricidamente”, como si la Iglesia catolicorromana a la que sirve con tanto cinismo no hubiera sido beligerante en la guerra al lado de los rebeldes, y durante la atroz posguerra, cuando se usó el término de “nazionalcatolicismo” para definir aquella falsa religiosidad de misas de campaña, procesiones y devoción a imágenes supuestamente milagreras. La culminación del esperpento se alcanzó al entregar al dictadorísimo las insignias de la Orden de Cristo concedida por el fanático papa Pío XII. Quienes vivimos y sufrimos aquellos años no podemos perdonar a la Iglesia catolicorromana su sostenimiento de la sanguinaria dictadura fascista.
Todo ello lo defiende en pro “de la unidad de un pueblo rico en historia”, lo mismo que estuvo ordenando el dictadorísimo durante su larga y criminal vida: “mantener la unidad de los hombres y los pueblos de España”, la última recomendación hecha al heredero a título de rey que designó gracias a su poder absoluto e ilegal. Por mucho que le disguste al arzobispo, la unidad de España está mantenida de forma artificial en contra de la opinión de muchos españoles forzosos. Eso es un “bien moral”, según el criterio arzobispal, aunque ninguna persona con sentido común lo aceptará.
Si la Iglesia catolicorromana se dedicara a llevar a cabo su misión sin meterse en cuestiones políticas, no observaría el arzobispo “el desplazamiento calculado de la presencia cristiana en la sociedad”. Además cumpliría la recomendación de Jesucristo, quien advirtió y así está escrito que su reino no es de este mundo, y que debe darse a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Pero los clérigos españoles no leen la “Biblia”, por lo que se arriman al poder constituido para vivir rica y cómodamente. Como el arzobispo de Uviéu, por ejemplo.
– Fotografía de Jesús Sanz (Agencias)
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