El bostezo nacional según Machado

El bostezo nacional según Machado

Arturo del Villar*. LQS. Febrero 2019

Machado conocía al pueblo porque se crió en él. Aunque pertenecía a una familia culta, el abuelo médico y catedrático universitario, el padre abogado y folclorista, en su niñez sevillana escuchó a cantaores y guitarristas que le contaban coplas al padre, y ya en Madrid se educó en la Institución Libre de Enseñanza, en donde se respetaba la cultura popular tanto como la científica

Muchos poemas de Antonio Machado son capítulos de la triste historia de España puestos en verso. Vanos a analizar la personalidad de “Este hombre de casino provinciano”, retratado en su poema “Del pasado efímero”, incluido en su libro Campos de Castilla. Conocía a los contertulios de los casinos provincianos, porque él mismo distraía las horas en ellos, cuando no acudía a una rebotica de un farmacéutico amigo. Tenemos la creencia de que le gustaba más escuchar las opiniones ajenas que expresar las suyas, porque era “misterioso y silencioso”, según el retrato lírico que le trazó Rubén Darío.
De modo que el protagonista del poema es un español medio, como tantos otros con los que debió de reunirse el poeta en los casinos. Un burgués, porque los obreros no acudían a los casinos, sino a las casas del pueblo para intercambiar ideas. Sabemos que es un hombre mayor, tiene el pelo cano y el bigote gris, de modo que en 1915, fecha en que pudo ser compuesto el retrato, contaría alrededor de 70 años. En los labios muestra el hastío y presenta “una triste expresión, que no es tristeza”, sino aburrimiento, porque lo cierto es que no sabe qué hacer para justificar su vida, y por eso pierde el tiempo en el casino.

Su problema consiste en que no se encuentra nada interesante en su cerebro, representado en el poema por la cabeza, al tomar una parte por el todo: se halla “el vacío / del mundo en la oquedad de su cabeza”, una particularidad común a muchos hombres de su tiempo, a juzgar por la reiteración con que expuso el poeta esa identidad nacional, quizá extensible a otros períodos también. Por ejemplo, el número L de los “Proverbios y cantares” en el mismo libro explica:

–Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor ¿tendrá el estomago vacío?
–El vacío es más bien en la cabeza.

Este anónimo personaje del casino también bosteza, y lo hace por aburrimiento al hablar de política, en una de esas pláticas de café en las que ninguno de los contertulios acierta a comentar algo importante, porque carece de inquietudes de cualquier tipo: “Bosteza de política banales / dicterios al gobierno reaccionario”, puesto que él es liberal y espera que vengan los suyos para resolver los graves problemas de España. Pero sus comentarios son banales, seguramente lo que ha aprendido en alguna revista de partido o en los periódicos afectos, no se le ha ocurrido al leerlo en un ensayo, porque no gasta el dinero en comprar libros.

Las dos españas

Como tantos otros españoles, también él espera que vengan a arreglar los problemas nacionales los políticos de su partido. Está convencido de que vencerán en las próximas elecciones, debido a que los gobernantes actuales, los conservadores, han demostrado ser un completo fracaso. Pero él mientras tanto no hace nada para colaborar en esa solución, pasa las tardes ociosamente en el casino, bostezando y esperando que llegue el momento del cambio. Así se enquistan los problemas, denunciados por sus correligionarios en la tertulia del casino, aunque ninguno de ellos decide poner manos a la obra para empezar a actuar con el fin de intentar solucionarlos. Esa dejadez permite que los jóvenes pierdan la confianza en el futuro inmediato, y se contagien de su inacción, como lo relata el proverbio LIV:

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Esas dos españas se encuentran en la misma situación, porque ninguna de las dos hace nada válido, una por hallarse en la agonía y otra por sentirse aburrida. Inevitablemente el bostezo continuado termina en la muerte. Para el español medio el último bostezo se convierte en el rigor mortis. Si en ese instante supremo pudiera expresar sus sentimientos, diría que al fin y al cabo no resultó duro pasar la vida en un bostezo. De esa forma evitó verse obligado a enfrentarse a los problemas cotidianos presentados en el vivir de cada día. Total, se iba a morir lo mismo.
El español joven que quiere empezar a forjar su vida se encuentra desanimado para emprender alguna actividad, debido a que sus mayores le cortan la esperanza de conseguir algo positivo, cuando mira su ejemplo. Quiere vivir, pero se lo impide el común bostezo nacional, que no valora sus iniciativas, sino al contrario, las corta al considerar que no merece la pena actuar. También él acabará malgastando las horas en el casino, criticando a los gobernantes contrarios a su ideología y esperando la llegada de los suyos para poner a España en pie. No obstante, el cambio político no le incitará a salir del casino para intervenir activamente en la vida nacional.

La cabeza como arma

Paralelo a este poema “Del pasado efímero” es el titulado “Del mañana efímero”, en el que Machado abrió una puerta a la esperanza, al entrever la posibilidad de que una nueva generación joven limpiase de bostezos a la patria adormecida. Supuso que llegaría “con un hacha en la mano vengadora”. El hacha es símbolo de revolución. Los problemas nacionales tan arraigados precisaban de una revolución para quedar resueltos, después de tantos años de corrosión y corrupción. Sucedería en el futuro, porque el presente (el poema está fechado en 1913) era tan efímero como el pasado. Así describió a la patria bajo la monarquía de Alfonso XIII:

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza, […]

Por lo que resulta preferible que el español mantenga vacía la cabeza, ya que cuando la usa únicamente le sirve para embestir a los que no comparten sus ideas. Al bostezo habitual le añadió aquí otra característica de ese español medio, que es su entrega a la oración. El español tradicional cumple los preceptos de la Iglesia, por lo menos ante la gente, aunque en su cerebro piense que son tonterías. No tiene la cabeza vacía, sino repoblada con algunas ideas aprendidas en los sermones clericales, que es peor.
Lamentablemente, esas ideas son de una brutalidad tal que incitan a embestir al contrario, para impedirle que exprese las suyas. El contrario nunca puede tener razón, es su axioma. Y es verdad que la triste historia de España cuenta con numerosos ejemplos de embestidas, empezando por las proporcionados por los reyes, como el fatídico Alfonso XIII empeñado en dirigir la campaña de África desde su palacio madrileño, hasta conducir a las tropas al desastre inevitable.

Los que embisten

Machado conocía al pueblo porque se crió en él. Aunque pertenecía a una familia culta, el abuelo médico y catedrático universitario, el padre abogado y folclorista, en su niñez sevillana escuchó a cantaores y guitarristas que le contaban coplas al padre, y ya en Madrid se educó en la Institución Libre de Enseñanza, en donde se respetaba la cultura popular tanto como la científica. Y además, como él mismo escribió en su “Retrato” para que los lectores aprendieran su ideología, “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”, desperdigadas en algunos poemas.
Por conocer bien al pueblo tenía necesidad de censurar algunas de sus malas costumbres, como las de bostezar en vez de actuar y emplear la cabeza para embestir. El proverbio XXIV insiste en la crítica, por el deseo de incitar a esos pobres seres sin civilizar a mejorar sus costumbres:

De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea.

No se trata de una paradoja, puesto que el más bruto de los seres, incapaz de pensar, es precisamente el que con más ahínco intentará defender una idea arraigada en él, quizá por la predicación de un cura. Lo malo es que esa idea no puede ser positiva, sino una brutalidad. Por eso sus argumentos bestiales tendrán un apoyo feroz para derrotar al enemigo. Esto es habitual en la historia de España. El ultramontano Ramón Nocedal, fundador del Partido Católico Nacional y director del periódico integrista El Siglo Futuro, le advirtió en el Congreso a Gumersindo de Azcárate, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza y presidente del Instituto de Reformas Sociales: “No discuta conmigo, porque lleva las de perder: usted, con sus ideas, tiene que respetar las mías, mientras que yo, con las mías, le puedo aplastar tranquilamente.” Y tenía razón en su sinrazón obtusa. Pudo ser el modelo para ese español que bosteza y embiste descrito por Machado, un hombre de su tiempo, pero no exclusivo de él.

Una biografía posible

Situemos al hombre “Del pasado efímero” en su tiempo vital: nació hacia 1845, al comienzo del reinado de Isabel II, cuando se promulgó una nueva Constitución para afianzar el poder real. En consecuencia cumplió 23 años en el momento en que el ejército y el pueblo organizaban la Gloriosa Revolución en setiembre de 1868, y la abominada Isabel II tuvo que exiliarse en París. Vivió el reinado de Amadeo de Saboya, la I República, la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, el desastre de 1898, y en el momento del poema es vasallo de Alfonso XIII con 70 años. Una vida, pues, en la que ocurrieron acontecimientos notables, en los que debió de limitarse a ser espectador, ya que no se nos dice que interviniese en nada.
Destaca el poeta que “vio a Carancha recibir un día”, el popular torero José Sánchez del Campo, más bien entrado en carnes, razón de su apodo Cara–Ancha en los carteles, que Machado hace una sola palabra. Pasó a la historia de la tauromaquia por ejecutar la suerte de recibir al toro desde que la probó en 1881, según copio de una enciclopedia taurina sin entender lo que eso significa, ni me importa. En ese año nuestro hombre cumpliría 36 de su edad, por lo que pudo verle torear, ya que sus únicas distracciones, además de las tertulias en el casino, eran poco recomendables, y entre ellas figuraba contemplar corridas taurinas:

Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.

Y sus contertulios lógicamente seguirían esos mismos modelos de distracción, por lo que se entiende la postración de España, animada por estos liberales con una idea muy extraña sobre el comportamiento cívico adecuado. El afán de Machado, como el de todos los institucionistas, consistía en educar a los españoles a la usanza europea, cultivando las tradiciones nacionales, pero las buenas, no las protagonizadas por tahúres, toreros, bandoleros o matones. Aquella España de la restauración borbónica volvía a ser tan decadente como la de Isabel II, de modo que la Gloriosa Revolución no había servido para nada, fue una esperanza frustrada.

Un tipo sin historia

Le hemos inventado unas fechas biográficas, para adaptarlo a la época del poema. Sin embargo, Machado advierte en los versos finales que este hombre es un arquetipo, no pertenece a ninguna época: es un español intemporal, que puede ubicarse en cualquier momento que prefiramos, precisamente porque él carece de historia, pese a haber sido testigo de tantos sucesos:

Este hombre no es de ayer ni de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.

Aunque dice que es un hombre de nunca, por el contexto se deduce que eso significa que en realidad tipos así no existen para la historia de España, no dejan huella, viven una vida anodina sin pertenecer a ningún tiempo, aunque se hallen situados en uno concreto, incluso revolucionario, porque no son seres de ese tiempo. En el hoy del poema España “tiene la cabeza cana”, como la de aquella generación nacida hacia 1845. Ya que no posee un pasado tampoco puede aspirar a conseguir un futuro, no es nadie.
Vivió en una España “que pasó y no ha sido”, porque no ha quedado ninguna influencia de la Gloriosa Revolución, sino solamente el recuerdo de una faena realizada por Cara–Ancha en el ruedo. Esa etapa pasó sin hacer algo positivo, de modo que es factible considerar que no fue. Así es siempre España, en cualquier momento de su triste historia. Así la vio Machado y así la describió en sus versos. Es inútil lamentarse por lo que pudo ser y no fue. Su poema resume la biografía de cualquier español de ese tiempo.

La rabia y la idea

Sin embargo, no quiso perder la esperanza a causa de esa realidad comprobada. El pasado y el presente eran terriblemente desesperados, pero tal vez en el futuro resultase posible otra España, según adivinó en “El mañana efímero”. Quería creer que una generación que estaba naciendo entonces, hacia 1913, conseguiría modificar la historia. Era la nueva “España de la rabia y de la idea”, que traería un alba de oro al siglo XX. Las estructuras anquilosadas de la vetusta monarquía serían destruidas y reemplazadas por un sistema sólido, apuntalado por quienes cumplirían 23 años en 1936.
No acertó en la profecía, porque cuando pareció que se estaba cumpliendo con la proclamación de la República, traída por una generación impulsiva que imponía con decisión rabiosa sus ideas renovadoras, la otra España arraigada en el pasado borbónico se sublevó, para retroceder hasta las peores etapas de la triste historia secular de España, y repetir la más sanguinaria. Esa España embistió a la otra con ímpetu, y la destruyó, puesto que siempre la fuerza bruta consigue imponer sus ideas monstruosas. Así se estableció el fascismo, y Machado fue a morir en la libertad del exilio.
Y así continuamos, mordiendo con rabia nuestras ideas, en espera de algo nuevo que tal vez llegue algún día. Nosotros así nos lo decimos confiadamente en nuestras conversaciones de café, entre bostezos incontenibles. Suponemos que alguna vez cambiará nuestra mala suerte, la misma suerte que padecieron nuestros mayores. Y qué vamos a hacer si es así siempre la historia de España, y se repite inexorablemente. Esperar y bostezar.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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