El dibujo, ése que ya no pinta nada
Ion Arretxe. LQSomos. Abril 2014
Qué se hizo, amigo mío, de aquellos dibujos tan graciosos que usted garabateó con desparpajo allá en los lejanos años de su niñez, y que su abuelita creyó proteger del polvo y del olvido guardándolos en una carpeta de gomas de las de antes?
¿Y del precioso dibujo con el que ganó un concurso en la escuela, aquél en el que pintó con plastidecores de vivos colores a Susana, Lina y Juanito plantando un árbol junto al río?
¿Y de los monstruos marinos y las sencillas caricaturas de sus profesores que usted dibujaba junto a sus compañeros de clase y después transformaban entre todos, rotulador en mano, haciendo graciosísimas combinaciones?
Pero sobre todo, y aquí va el tema de mis preocupaciones, ¿qué se hicieron del dibujante que usted fue, del niño y la niña dibujantes que todos hemos sido?
Algo pasa con el dibujo y, además, algo muy serio.
Tan importante debe de ser la cosa que no preocupa ni a filósofos, ni a pedagogos, ni a psicólogos, ni a políticos, ni a tertulianos, ni a toda la caterva de gente hiperpreocupada y supersesuda que revolotean cual moscas de rapiña a la caza de interesantísimos temas que casi nada nos importan ni a usted ni a mí.
El asunto se puede relatar de esta sencilla manera:
Los niños y las niñas, a la vez que empiezan a hablar e incluso un poco antes, empiezan a dibujar. Parece que fuera innata esta predisposición para el lenguaje y para el dibujo del común de los mortales.
(No vamos a entrar ahora en discusiones más profundas sobre el innatismo. Me atengo a las apariencias y a lo que observo en las personas que tengo cerca).
El niño y la niña siguen dibujando, y siguen hablando… y dibujan, hablan, hablan y dibujan… hasta que llega un momento, que casi siempre coincide con el tiempo de la escuela, en el que el niño y la niña dejan de dibujar y ya solamente hablan.
Haga usted un pequeño ejercicio de introspección, y vea si lo que cuento coincide con su experiencia.
Hay una dejación muy grande, una apatía y una irresponsabilidad hacia esa capacidad humana que llamamos dibujo, que quién sabe si no vamos a pagar, o tal vez ya estemos pagando, a un precio muy caro.
¿Cómo es posible que en tan breve espacio de tiempo pasemos de dibujarlo todo a no dibujar nada? ¿De atrevernos a dibujar todo lo que se nos pasa por la cabeza a no saber hacer la “o” con un canuto?
El dibujo es algo tan natural y gratuito como lo son el lenguaje o el sexo.
Antes que escribir, el niño dibuja. Y no me parece muy descabellado afirmar que escribir es una forma de dibujar.
La huella de un dedo en la arena, eso es el dibujo.
El rastro del carbón sobre el papel.
La marca del cuchillo en la corteza del árbol, o del fuego sobre la piel.
Dedo, arena, carbón, papel, fuego, piel…
No sabemos cómo hablaban los hombres de las cavernas, pero sí sabemos cómo dibujaban. Y, por cierto, dibujaban muy parecido a como dibujamos nosotros.
El dibujo constituye un lenguaje universal con el que podemos comunicarnos y darnos a entender en cualquier parte del mundo.
Dibuja una salchicha en un restaurante de Alemania, dibuja una gallina en Jericó, dibuja una carita sonriente, una cara enfadada…
Dibuja la falda que vas a coser, dibuja la habitación donde te acabas de enamorar…
El dibujo es muy entretenido.
A quien le guste dibujar no se aburrirá en la vida.
Dibujar es fácil.Parece el eslogan de un curso a distancia, pero es la puñetera verdad.
Para dibujar, solamente hay que dibujar.
Recuerda que con un seis y un cuatro se hace la cara de tu retrato.
Con estos conocimientos, y un poco de esmero, podrás dibujar miles de caras.
Depende únicamente de lo panzudo que dibujes el seis: frente ancha, frente abombada, casi sin frente… Y de lo largo y picudo que hagas el cuatro: nariz aguileña, nariz chata, nariz respingona…
Es muy probable que el dibujo ayude a desarrollar la facultad espacial y otras capacidades del niño: la capacidad de concentración, la memoria, la abstracción, la psicomotricidad…
No me voy a meter en terrenos que desconozco, pero tiene toda la pinta de ser así.
Hasta ahora me he referido casi exclusivamente al dibujo representativo, figurativo, referencial, el dibujo que imita las formas de la realidad.
Existe otro dibujo, automático, casi inconsciente, el que surge cuando estamos distraídos, por ejemplo hablando por teléfono y se nos va la mano ella sola y dibuja formas abstractas, geométricas, repetitivas, que no sabemos ni nosotros mismos cuándo las hemos aprendido a dibujar, pero que ahí estaban esperando el momento de su lucimiento.
Este tipo de dibujos, además de ser motivo de grandes alegrías -sobre todo cuando uno se sorprende como autor de un papel graciosamente garabateado, sin haber sospechado ni de lejos que era poseedor de semejante habilidad-, supone también la demostración de que la capacidad para dibujar la tenemos tan interiorizada como la capacidad para el lenguaje. Y así como a la hora de hablar no tenemos que estar todo el tiempo pensando en las normas gramaticales que rigen nuestro discurso, tampoco tenemos que estar pendientes de las tangentes y los puntos de fuga a la hora de dibujar.
Pero algo pasa con el dibujo. Hay algo contra él.
Ha pasado de ser una asignatura de las llamadas marías en los planes de estudios, a no ser prácticamente nada, a no ser ni siquiera eso.
Y a mí me da pena que no surja desde abajo, como un clamor popular, la reivindicación de algo que, se mire como se mire, supone una pérdida para todos nosotros.
Y como pienso que solamente las cosas inútiles nos harán libres, y cada vez creo más en la bendita inutilidad del dibujo, os animo a que afiléis vuestros lápices o la punta de vuestros dedos y llenéis vuestra vida de dibujos, y las vidas de los otros, y las calles, y los parques, y las piedras, y hasta los cuadernos de dibujo.
Dibuja, dibuja, y dibuja, porque dibujar es gratis.
Dibuja, dibuja, y dibuja, porque el dibujo no sirve para nada y sirve para todo.
Dibuja, dibuja, y dibuja, porque tú sabes.
Dibuja, dibuja, y dibuja, porque te sale de ahí, de la puntita de ahí, de donde el pensamiento y el sentimiento son la misma cosa.