El guatón Abdala (Historia de un represor)

A la memoria de César Oyarzo Vivar
 
Qué bueno que viniste, cabrito. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿31? ¿32? Una punta de años, laputamadre. ¿Qué quien carajos soy? ¿No te acordáis? Cuando nos conocimos, hace como cincuenta años, me decían el amordetodas. Algunos, un poco más jóvenes, me conocen como el guatón abdala y los más pendejos me conocen, simplemente, como el huevón de la silla de ruedas. Soy el Tom Cruise de este pueblo  de mierda. ¿Qué? ¿No te acordáis de nacido el cuatro de julio? Un pendejo, Tom Cruise, va a pelear a Vietnam como voluntario. Está convencido que va a defender a su país, un estilo de vida, la democracia y la libertad. No le va bien, le meten un par de balazos y vuelve a estados unidos hecho una piltrafa, paralizado de la cintura para abajo. Lo tratan como el culo en un hospital de veteranos y el gil poco a poco va entendiendo que la guerra no es lo que creyó que era. Encima tiene una minita que le comienza a llenar la cabeza de historias contra la guerra. Le empieza a dar al trago y a la droga, va a México donde conoce a otros veteranos de guerra hechos mierda. Bueno, tú sabes cabrito, seguramente viste la película, el Tom Cruise termina siendo un luchador contra la guerra, un defensor de los derechos de las minorías y ahí termina la historia. Por eso digo que soy el Tom Cruise de este  pueblo de mierda porque como ves, cabrito, yo también estoy en una silla de ruedas, no me hirieron en Vietnam aunque también tuve mi guerra y quiero contártela capaz que tú cabrito puedes escribir mi historia, o hacer una película, que se yo, tal vez te interesa… Total, no se pierde nada.
 
(Cuando te ví el otro día caminando por las calles del pueblo después de tantos años me puse contento cabrito, pensé que mi vida otra vez tenía sentido, no me vas a creer, creo que he vivido estos últimos años en esta puta silla de ruedas para esperarte, para contarte, para que sepas, cabrito, que nunca te fallé, para que todos en este pueblo de mierda conozcan la verdadera historia del guatón abdala).
 
Bueno, como te decía, en algún momento de mi vida me decían el amordetodas. Y a mí me gustaba el apodo porque yo era pintón, ganador, me peinaba con gomina y brillantina, buen bailarín y sobre todas las cosas, un buen deportista. En invierno, que en este pueblo va de abril a septiembre, jugaba al basquet. Cómo hacíamos, no sé. Jugábamos con unas pelotas de cuero enormes, decían que eran número seis, parecían sandías y para picarlas era necesario hacer malabarismos. No había tele, ni cable, ni radios había, ni enebea, ni ligas europeas, nada. Cómo aprendíamos, ya te dije, no sé. Yo tenía mis ventajas, un buen estado físico (en ese tiempo no fumaba ni tomaba), era rápido para las bandejas y tenía buena puntería en lo que ahora llaman tiros de dos puntos. También era bueno para los tiros libres. Con eso bastaba para estar entre los mejores. Y fue más o menos en esa época que te conocí. Porque  entrenábamos en el único gimnasio del pueblo y siempre costaba un triunfo juntar diez para hacer por lo menos dos equipos de cinco y practicar como la gente. Y ahí estabas tú, cabrito, con tus amigos, al costado de la cancha esperando que los inviten a jugar. Eran más chicos, diez o doce años menos que nosotros, pero eran empeñosos, no tenían miedo y jugaban bien, por algo se lo pasaban todo el día en el gimnasio. Tenías un lindo lanzamiento, en suspensión le llamaban entonces, tirar al aro con la pelota bien arriba de la cabeza después de tomar impulso y saltar como los dioses. Y la metías seguido, la metías. Fue entonces cuando me encariñé contigo, cabrito, no sé por qué, sería porque no tenía hermanos, ni más chicos ni más grandes, era un amordetodas que estaba muy solo en este mundo. Yo siempre decía, y te juro que no sé por qué, a este campeón lo voy a cuidar, le voy a enseñar los secretos del basquet y los secretos de la vida a este cabrito decía yo.
 
Después venía la temporada de fútbol y yo también jugaba, cómo no iba a jugar si era todo un atleta, y por supuesto jugaba de arquero, el puesto más difícil, el más arriesgado, solo para valientes. Era bueno y tenía mucha suerte, un culo más grande que una casa decían los muchachos, si yo no la atajaba estaban los postes, el travesaño, alguna pata salvadora de un defensor… Con decirte que un par de temporadas entregué el arco invicto… Pero todas las bellas historias terminan algún día, cabrito, y una vez a los dirigentes del fútbol se les ocurrió traer al colo-colo, el primer equipo profesional que pisaba los potreros del pueblo. Nueve goles me comí cabrito, sin saque, y eso que no vino el chamaco Valdés, ni el cua-cua  Ormazábal. Entonces yo dije que a esta huevá no juego más, ningún arquero, ni siquiera el amordetodas, puede llevar nueve goles sobre sus espaldas, en un solo partido. impunemente. Y colgué los chuteadores, cabrito. Así nomás, de un día para otro y para siempre.
 
Pero sabes donde me hice famoso, y donde llegué a ganar unos pesos, fue en las peleas, en el box, porque no le tenía miedo a nada y ya te dije, era un atleta de tiempo completo, nada de trago ni cigarrillos. Claro que no me gustaba pelear con los gallos del pueblo, eran todos conocidos, así que siempre les gané por puntos, nunca noquié a nadie. Pero que no me trajeran a alguno de otro lado, aunque fuera del pueblo más cercano, los cagaba a tortazos, siempre gané por nocaut y si era argentino, mejor que mejor, porque ahí sí que me salía  el indio. Se me inyectaban los ojos de sangre decía un viejo borrachín que escribía en el diario del pueblo. Y fué con un argentino que terminó mi carrera de boxeador, cabrito. Era un mendocino que trabajaba en la mina de carbón, puro músculo el desgraciado, ligero de piernas, rápido con las manos aunque no pegaba fuerte. Tenía una vista de lince el cuyano. Pactaron una pelea a ocho rounds, no sé por qué, siempre eran a cinco o diez vueltas. Ocho rounds y no pude ponerle ni una sola mano al maricón ése, esquivaba todo cabrito, y cada vez que yo pasaba de largo con mis golpes me mostraba la cara y se reía el muy hijo de puta. Se burlaba del amordetodas en su propia casa, en su propio cuadrilátero. La gente me apoyó más o menos hasta el cuarto o quinto round, dale guatón me decían los más viejos, pégale en la bodega amordetodas, gritaban los más jóvenes. Hasta la canción nacional tocaba la banda de música del regimiento, que siempre acompañaba las veladas boxísticas como acostumbraba a decir la gente. Y empezó a ocurrir algo extraordinario, creo que a partir del sexto round. Cada vez que yo pasaba de largo con mis gualetazos la gente gritaba ole, ole y aplaudía al mendocino, laputamadre, nunca pensé que podría pasarme algo semejante, fueron los tres últimos rounds que pelié en mi vida cabrito, todavía tengo el ole en mi cabeza y el puto mendocino que se burlaba y la banda que tocaba adiós al séptimo de línea, la cucaracha y los viejos estandartes. Y el cuyano me punteaba y me punteaba, no pegaba fuerte pero me dejo el hocico como una albóndiga y los ojos chiquititos y cuando escuchaba los ole, ole, por primera vez en mi vida de boxeador quise levantar el brazo y abandonar pero el chileno no se rinde mierda y la banda del regimiento tocaba sin muchas ganas la canción de  yungay cuando terminó la pelea y yo dije hasta acá llegó tu carrera pugilística amor de todas me dicen al pasar.
 
Habrá sido porque no me rendí, porque no levanté la mano, porque no aflojé, que un par de días después vino a verme el jefe del regimiento en persona, un coronel, usted es un buen chileno abdala, me dijo, un patriota, y yo vengo a ofrecerle un lugar en el glorioso ejército de o'higgins. Hombres como usted necesita la patria, me dijo, y yo me puse a lagrimear y a hacer pucheros y en ese momento comprendí que la carrera artística del amor de todas se terminaba y que empezaba la verdadera vida del ciudadano chileno Germán Abdala, en adelante el guatón Abdala, de la gloriosa clase del treinta y seis.
 
Y fue más o menos por ahí, el sesenta y tres o el sesenta y cuatro que te perdí de vista, cabrito. Cuando cambió mi vida en ciento ochenta grados. Un sueldito todos los meses, no era mucho, pero era un sueldito. Un uniforme con los galones de cabo. Las reverencias de los soldados conscriptos, permiso mi cabo, buenos días mi cabo, buenas tardes mi cabo, buenas noches mi cabo, permiso para ir al water mi cabo. No era instructor, era un cabo contratado, un poco más que ellos nada más, pero qué mierda sabían esos conscriptos ignorantes que venían casi todos de chiloé. Trote carrera marrr mierda y los pelados salían disparando. Encima me casé con mi antigua novia, el amor de mi vida.
 
Mientras yo me dedicaba al box, la milonga y el hueveo ella se recibía de profesora en la escuela normal de ancud. ¿Qué más podía pedirle a la vida, cabrito? Sí, tienes razón, siempre hay algo que las caga, la mosca en la sopa, el pelo en la leche. Me integraron a la banda del regimiento, la que tocaba la cucaracha cuando el cuyano me sacaba la lengua. La banda de la noche triste. ¿Sabes para tocar qué, cabrito? Los platillos, la puta madre que los parió. ¿Puede haber algo más degradante, digo yo, que tocar los platillos en una banda? Aunque pensándolo bien hay algo peor, tocar el bombo. Y cuando el Colifato Villegas estaba de vacaciones o se enfermaba me mandaban a tocar el bombo carajo, eso sí que era degradante, cargando la mole esa por las calles los domingos en la plaza, transpirando como un energúmeno. Y las retretas vespertinas y los actos escolares y las autoridades militares que nos visitaban y las autoridades civiles que también nos visitaban y yo dale que dale con el bombo y los platillos meta que la tumba serás de los libres o el asilo contra la opresión carajo.
 
Después dejé de hacer deportes y me puse a tomar como un infeliz y a comer como un chancho y a fumar como una luciérnaga y me empezó a crecer una guata descomunal, una guata que no nacía debajo de las tetillas como todas las guatas, la mía comenzaba en la base del cuello, era todo un tronco prominente y de ahí, como te imaginarás cabrito, empecé a ser definitivamente el guatón Abdala, el chancho Abdala, el charchetudo Abdala.
 
Aunque cada día me gustaba menos la huevada esa de ser milico, cabrito. Pelar papas en la cocina, limpiar la bosta en las caballerizas, hacer uno que otro mandado, ensayar y ensayar las mismas putas marchas todos los días. Comer, cagar y dormir era la consigna. Paciencia guatoncito me decía mi mujer, ya vendrán tiempos mejores. La patria espera todo de ustedes nos arengaba el coronel todos los domingos mientras nosotros, los pelotudos de la banda, tocábamos una y otra vez el himno nacional puro chile es tu cielo azulado mierda puras brisas te cruzan también.
 
Y de repente todo cambió, cabrito, de la noche a la mañana, tenía razón mi mujercita querida, por algo había estudiado la flaquita. Un martes de septiembre del setenta y tres nos levantaron a los gritos a las tres de la mañana, arriba los soldados de la patria carajo, nos vamos a tomar el pueblo porque a partir de hoy vamos a ser gobierno, se acabó la tiranía viva chile mierda. Abdala, Villegas y tres soldados con el teniente márquez a un jeep armados hasta los dientes ordenaba el capitán Piluso, los demás arriba de los camiones en cinco minutos y viva la patria mierda.
 
Llegamos al pueblo a las cinco o seis de la mañana, estaba oscuro y hacía mucho frío. Creo que había nevado y todo, en septiembre, cabrito. Toda la plaza estaba rodeada de camiones, jeeps, soldados en los techos, todos apuntando al edificio de la gobernación y a los principales edificios públicos. Gritos, órdenes, nerviosismo, puede haber resistencia armada nos había dicho mi coronel cuando arengó a las tropas en el regimiento. Pero no pasaba nada, todo tranquilo en el pueblo, Abdala y Villegas consigan un tacho vacío de doscientos litros y hagan fuego nos dijo Piluso, tres soldados conmigo a la municipalidad agregó y al rato empezaron a bajar con libros, libros y más libros de la biblioteca municipal, vayan quemando toda esta mierda dijo Piluso y yo con el Colifato Villegas meta quemar carajo, libros chicos, medianos, gordos, enciclopedias, diarios, mapas, lo que cayera viejo y como las ocho de la mañana apareció una flaquita de rulos que era la bibliotecaria, bastante buena la flaquita, y nos empezó a gritar, cavernarios, decía, el pensamiento no se multa ni se encarcela, pero lo estamos quemando le dije yo, y apareció mi suboficial mayor morales, el perro le decían, y le encajó una reverenda patada en el culo a la flaquita y no te quiero ver más por acá le dijo, te fuiste y la flaquita de rulos se fue llorando y nunca más la volví a ver. El Colifato Villegas sabía de libros y les decía a los soldaditos tráiganme uno de Neruda muchachos y si encuentran alguno de Gabriela mistral también, arden lindo esos libros porque están hechos con papel de arroz y salen unas llamas azules decía el Colifato como poseído y fíjense si encuentran algo de García Márquez, si es de la editorial sudamericana, mejor, les gritaba mientras los soldaditos subían y subían las escaleras y volvían cargados de libros.
 
Y a la noche nos mandó a buscar mi coronel gallardo, que era el nuevo gobernador, al Colifato Villegas, al suboficial morales y a mí. Éramos los únicos del regimiento que estábamos presentes, todos los demás eran oficiales o suboficiales de afuera, de inteligencia militar según nos dijeron, el que más hablaba era un mayor de apellido Ruiz, tenemos el control del país nos dijo, el presidente socialista se suicidó, estaba borracho, agregó, pero ahora comienza la tarea más difícil, nuestros informes de inteligencia dicen que todo chile es un arsenal, de Arica a Magallanes, hay armas rusas, checoslovacas, cubanas, armas por todas partes y nuestra misión, soldados, es encontrarlas, busquen, interroguen, olfateen, escuchen, las armas tienen que aparecer ahora porque los enemigos algún día las usarán contra la patria. Por eso los hemos convocado, soldados, porque su hoja de servicios es brillante y ustedes son valientes y patriotas como buenos chilenos. Así que a trabajar muchachos y viva la patria. Y ahí nomás me ascendieron a sargento, galones nuevos, uniforme nuevo, de camuflaje le llamaban, y armas nuevas, y sobre todo, lo más importante cabrito, carta blanca, chipe libre, todo el poder para el guatón Abdala y sus amigos de la inteligencia militar.
 
Instalamos nuestro cuartel general en un edificio de dos pisos medio abandonado de la cruz roja y empezamos los interrogatorios cabrito, nunca en mi vida trabajé tanto como en esos primeros tiempos de nuestro gobierno militar. Casi no dormíamos, no aparecía por mi casa, a veces la flaquita me traía comida aunque más que nada le dábamos al trago, whisky y pisco tomábamos ahora porque teníamos que estar siempre despiertos, al pie del cañón decía mi mayor Ruiz, con los enemigos de la patria nunca se sabía, en cualquier momento podía saltar la liebre. Le sacamos la cresta a medio mundo, jóvenes, viejos, solteros, casados, estudiantes, campesinos, obreros, maestros y las armas no aparecían laputamadrequelosparió.
 
Y ahora viene la parte que siempre te quise contar, por la que te esperé tanto tiempo, siempre dije, el cabrito tiene que conocer esta parte de la historia. Un día el mayor Ruiz nos dijo que en la comisaría de carabineros estaba detenido un huevón peligroso, ése estudió en la universidad, dijo, ése sí que sabe de armas, cáguenlo a palos, tírenlo al mar, métanle corriente hasta por el culo, sáquenle información como sea. Y fuimos con el Colifato y el perro morales, contentos porque ya estábamos enviciados con eso de pegarle a la gente y además siempre era más fácil pegarle a un huevón de afuera, como en mi época de boxeador. Entramos al calabozo de los carabineros y gritamos ¡mirando a la pared y las manos atrás carajo! y el huevón no se movía, era un ovillo en el piso y ahí nos dimos cuenta que los pacos o los tiras habían empezado la tarea, querían ellos ganarse los galones, el huevón no se podía ni parar, estaba además cagado de frío, tiritaba aunque tal vez era de miedo. Tuvimos que pararlo y afirmarlo contra la pared para vendarle los ojos y atarle las manos por detrás, era el procedimiento de rutina, cabrito, y ahí nomás empecé a tiritar yo, me temblequeaban las piernas, las manos y las carretillas porque fuí descubriendo que eras tú cabrito, detrás de la mancha negra de esa cara llena de golpes estaban tus ojos cabrito y dije guatón tienes que cumplir con tu promesa al cabrito no le vas a pegar, ya tiene suficiente y llamé al paco que estaba de guardia y le dije quién carajos autorizó que golpeen a este hombre y el paco se cagó todo y dijo fueron los tiras mi sargento y dije a este hombre hay que llevarlo al hospital porque se puede morir en cualquier momento y el paco dijo sí mi sargento y ahí nomás llamó a una ambulancia y vino un médico y dijo sí lo vamos a internar y te llevaron cabrito te tuvieron como quince días en el hospital y la sacaste barata campeón porque después te sacaron del pueblo y te mandaron al pudeto y después a isla Dawson y después te mandaron a rancagua y después te fuiste a la argentina cabrito y ahora volviste y yo el guatoncito Abdala te cuento esta historia porque fui un hijo de puta cabrito con mucha gente pero contigo no cabrito, contigo no, porque el guatón Abdala tiene palabra y tiene corazón cabrito y a ti nunca te pegué ni permití que ningún hijo de puta, ni el colifato ni el maldito perro morales te toquen, cabrito, porque contigo no cabrito, contigo no.
 
Y ahora, ya ves, estoy en silla de ruedas cabrito. Hace un par de años me empecé a sentir mal, me costaba un huevo y el otro caminar, no sentía las piernas y la flaquita me llevó al hospital y el médico me dijo estás cagado guatón, casi no llega sangre a tus piernas, mucho trago y mucho cigarrillo guatón, mucha grasa en tu sangre, te vamos a tener que cortar las piernas porque si no te vas a morir muy  pronto guatón me dijo el médico y me las cortaron nomás, justo debajo de las criadillas, la pichula la uso para mear nomás, no se te vaya a ocurrir ir al hospital en este pueblo de mierda cabrito, aquí te cortan las piernas por cualquier cosa, seguro que tenemos el record mundial de huevones sin piernas y aquí estoy cabrito, en esta puta silla de ruedas, como el Tom Cruise, mi mujer me saca a pasear, me lleva a hacer las compras, claro que no dejan entrar en silla de ruedas a los supermercados así que me deja afuera, atadito como un perro, porque los pendejos de mierda, seguro que los hijos o nietos de los enemigos de la patria, me molestan, me tiran piedras, me dicen guatón culiao, métete el bombo en el culo me dicen y yo estoy solo cabrito, al Colifato Villegas lo mataron en un quilombo y el perro morales se murió solo como un perro y yo me voy a morir en esta puta silla de ruedas pero hoy estoy contento cabrito porque te ví después de tantos años ¿30? ¿32? y te conté mi historia y capaz que tú la escribes cabrito o haces una película y todo el mundo va a conocer la verdadera historia del guatón Abdala, el amordetodasmedicenalpasar, el huevón de la silla de ruedas, el milico hijo de puta que cagó a medio mundo pero que cumplió su promesa y nunca te tocó cabrito, jamás cabrito, contigo nunca cabrito …
 
 "Fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá" -Jorge Abelardo Ramos

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