El mismo
Ángel Escarpa Sanz*. LQS. Julio 2019
El mismo árbol y el mismo sol; el mismo arroyo y el mismo paisaje.
El mismo rumor de vuelos de pájaros y el mismo hilo de humo en las chimeneas.
El mismo dolor por los seres amados que se extinguieron.
El mismo rótulo de Nitrato de Chile en esa esquina, los mismos esgrafiados en las fachadas.
Los mismos surcos; los mismos cipreses; los mismos apellidos en las sepulturas del cementerio.
El mismo puente, las mismas ortigas, las mismas espigas, el mismo rumor del agua por las corredoiras.
El mismo aroma cereal por los aires; las mismas montañas de sal en las costas.
La misma vieja puerta de madera, lacerada por la lluvia y por el viento.
Los mismos nidos en los aleros de las casas.
La misma plaza de la infancia, las mismas escuelas de entonces.
La misma llanura; la misma gente matando el tiempo en las tabernas.
Los mismos ladrillos rojos; los mismos lamentos de campanas.
Las mismas sendas surcadas por los carros ayer, por los hombres y por los tractores de hoy.
Las mismas iniciales de enamorados en los árboles; las mismas cruces en esas puertas.
El mismo amarillo en los campos; siempre el mismo silencio en el pinar.
La misma nieve en Peñalara; el mismo frío en esa esquina.
El mismo vino en el guachinche de la cumbre canaria, las mismas papas arrugadas.
La misma miel, los mismos garbanzos, la misma loza, los mismos manteles.
Las mismas fotos de antepasados fallecidos -en blanco y negro-, en el pasillo encalado.
Las mismas canciones, los mismos instrumentos musicales de entonces, para las fiestas de la aldea.
Los mismos desconchados en las paredes; el mismo viento erosionando la montaña.
Los mismos gestos de hastío y las mismas viejas gentes en la iglesia.
Los mismos campos donde ayer se sembraba, se segaba con la hoz, se trillaba, se aventaba y se sudaba.
Las mismas aguas oceánicas lamiendo estas costas; el mismo aceite sobre la rebanada del mismo pan.
La misma boina colgada de un clavo, junto a la puerta; el mismo poyo adosado a la fachada de la casa.
Los mismos vencejos precipitándose en el vacío y sobrevolando las eternas peñas.
Los mismos verodes creciendo entre las viejas tejas, las mismas tabaibas, las mismas aulagas; las mismas vallas de madera cercando los campos y las mismas vacas segando los pastos.
La misma niebla, los mismos amaneceres, los mismos incendios en el horizonte, cada puesta de sol.
Las mismas cresterías montañosas; los mismos crímenes horrendos en la prensa.
Las mismas manchas de musgo colonizando las rocas de la playa; las mismas promesas electorales.
Las mismas amapolas al pie del camino; el mismo gesto de fastidio en los zagales que van a la escuela.
Los mismos hombres descendiendo al vientre de la tierra; las mismas mujeres pariendo hijos para las guerras y para las fábricas.
Los mismos poetas tratando de sacudir nuestra pereza mental; los mismos cayados, pulidos por las aguas durante siglos en la playa.
Los mismos frutos, pendiendo de los árboles; el mismo rastro genial, milenario, del hombre a su paso por cuevas y desaparecidos asentamientos.
La misma colada arrojada por el volcán; las mismas prendas íntimas femeninas y las mismas sábanas, tendidas al sol en los campos de La Toscana.
La misma línea del horizonte, el mismo azul, las mismas nubes navegando cual lentas naves blancas sobre todos nosotros.
La misma lluvia, el mismo cierzo; los mismos truhanes sobre la capa de la tierra.
La misma maravillosa bóveda estrellada desde el principio de los tiempos.
Los mismos hombres y las mismas mujeres, celebrando la vida: amándose y reproduciéndose en la intimidad de las alcobas, ascendiendo a las cumbres, desplegando las banderas de la emancipación obrera y trasegando los vinos de la tierra.
Los mismos hombres y las mismas mujeres marchando al tajo bajo la incierta luz del amanecer.
Los mismos apellidos siempre en las nóminas del poder.
Las mismas corredoiras; las mismas liebres cruzando veloces a nuestro paso; las mismas voces cantando a la resistencia obrera y a las libertades por conquistar.
Los mismos puños encolerizados alzados donde quiera que haya un hombre o una mujer dignos.
Las mismas miríadas de polvo volando, livianas, en ese haz de luz.
Las mismas flores en el almendro hacia febrero, por los campos baleares.
Los mismos barcos deslizándose lentamente en el horizonte, sobre la misma superficie rizada del mar.
La misma admiración de siempre ante el hombro desnudo, la boca bien dibujada, de esa mujer.
La misma nostalgia ante esos viejos barcos a punto de ser desguazados, tras su última travesía.
La misma ternura ante ese crío colgado del pecho de su madre; la misma admiración ante el pez recién pescado, luminoso, aún vivo y aleteando en el aire.
El mismo estupor ante esos lienzos de Goya, de Velázquez, de Van Gogh, de Picasso y de Zuloaga.
Las mismas mariposas, la misma paz, los mismos ecos de los disparos de cazadores a los que no vemos; los mismos eucaliptus, los mismos lavaderos abandonados, las mismas filas de hormigas acarreando granos de trigo a sus graneros; la misma ausencia pintada en el hierro oxidado del balcón de esa casa abandonada.
El mismo cansancio al remontar ese repecho del Alto del León; la misma tronera del refugio antiaéreo, casi oculta por la maleza.
Los mismos vuelos de palomas en la soleada plaza, bajo la mirada atenta de los hermosos vitrales de la secular catedral.
La misma gente ojeando antiguas novelas de Galdós y de Dostoievski en esa librería de viejo.
Los mismos turistas comiendo una pizza en una terraza, fotografiando fachadas, portales y balcones, en la calle Real.
El mismo arco de piedra por donde antaño pasaran reyes y brutales guerreros, crueles caudillos y hermosas damas.
El mismo majestuoso alcázar en la cima de ese risco y las mismas ruinas de aquella fortaleza medieval por el suelo.
El mismo perfume, la misma pasión que ayer despertaron Mao, ahora lo inspiran los rockeros.
Los mismos sólidos contrafuertes de las catedrales; los mismos perros por las calles.
La misma actitud de solemne espera en los rostros de Marx y Engels en esas monumentales esculturas del parque berlinés; la misma resignación pintada en los rostros de esas multitudes.
La misma religiosa armonía en Machu Picchu que en la cúpula estrellada.
Los mismos rótulos en los viejos establecimientos de siempre: Panadería La Espiga de Oro, Tío Pepe, La Unión y el Fénix, La Equitativa, Rolex, El Gato Negro, Casa Yustas. Labra, Farmacia Company, Lhardy.
Y aun resistiendo los embates del tiempo, las salas de lo que fueran los cines de nuestra remota infancia: el Coliseum, el Capitol, el Doré, el Avenida, el Callao, Lope de Vega, el Rialto…
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