El tablero de ajedrez de Medio Oriente, tras la caída del gobierno sirio
Por Maxime Doucrot*
La doble guerra lanzada por Israel –con complicidad de Estados Unidos y sus socios occidentales- en Gaza y el Líbano ha desbaratado Oriente Medio para su mayor beneficio. Siria aparece como el último naipe derribado en una crisis que afecta a toda la región en la que ahora se ve el papel clave que estaba jugando Turquía, en un rol que desafía la estrategia de Washington, su aliado en la OTAN.
Israel, Turquía y EEUU son los beneficiados en esta crisis, pero solo por el momento. Siria corre el riesgo de convertirse en un estado fallido más en la lista de países donde Washington de una u otra forma ha metido mano, como Irak, Libia o Afganistán.
La vertiginosa caída del régimen de Bashar al Assad en Siria es el más reciente episodio de un largo proceso de desestabilización de países árabes que empezó desde las guerras encabezadas por EEUU contra Irak, siguió con las llamadas primaveras árabes, en las que las invasiones directas fueron remplazadas por el activo apoyo occidental a oposiciones laicas o a facciones radicales del integrismo islámico y que finalizó con los alineamientos tras sus independencias después de la Segunda Guerra Mundial.
La receta fue tomada de la intervención estadounidense en Afganistán en los años 80 del siglo pasado, donde su respaldo al fundamentalismo incubó el surgimiento del grupo Al Qaeda, el cual fraguó posteriormente los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Paralelamente, el gobierno israelí hizo inviable a la Autoridad Nacional Palestina, lo que permitió el empoderamiento de Hamas.
Tras la violenta destrucción del régimen de Saddam Hussein por parte de las tropas genocidas de EEUU, se creó un vacío de poder que fue aprovechado por una diversidad de facciones y que afectó en mayor o menor medida a Túnez, Argelia, Egipto y Libia. Hacía más de una década que los gobiernos occidentales buscaron el derrocamiento de Al Assad y para ello no dudaron en apoyar con armas y dinero a grupos a los que oficialmente catalogaban de terroristas.
Siria se convirtió así en un sangriento tablero de ajedrez en el que Estados Unidos y sus aliados, Turquía, Rusia e Irán, se disputaron zonas de influencia.
Pero el islamismo radical es el fantasma que en estos momentos sobrevuela Siria con más insistencia. Occidente prefiere olvidar que el principal grupo opositor que ha triunfado en esta ofensiva lanzada el 27 de noviembre, Haiat Tahris al Sham (HTS, la Organización para la Liberación del Levante) es de credo salafista y partidario de la guerra santa contra Occidente.
Entre sus reclamaciones hasta hace muy poco estaban la creación de un estado islámico en Siria y la aplicación de la sharia, la ley islámica.
La Casa Blanca de momento se conforma con que Rusia e Irán se replieguen de Siria. En la caída del régimen del sirio Bachar al Asad ha tenido mucho que ver la debilidad de sus aliados en la región, Irán y Hizbulá, acosados por Israel en el Líbano. Y el desinterés de Rusia, cn sus ojos pendientes de guerra en Ucrania sobre sus veleidades geopolíticas en Oriente Medio como protector Bachar al Asad.
Pero la guerra civil que comenzó con el fracaso y represión brutal de la llamada primavera árabe en Siria, no ha concluido, pese a los fervorosos discursos a favor de la «inminente» llegada de la democracia a Siria que se escuchan en Europa.
El fantasma del yihadismo sobrevuela Siria. El antecedente del HTS apareció en 2012 con el nombre de Jabhat al Nusra y era la rama siria de Al Qaeda, responsable de los ataques terroristas del 11S de 2001 en Estados Unidos. En 2017 adquirió su nueva denominación, pero en 2018 Washington lo incluyó en su lista de grupos terroristas.
Aunque se ha moderado en sus planes para crear un califato islámico en Siria, sigue siendo un movimiento esencialmente islamista.
Hasta ahora, ninguno de los políticos europeos, eufóricos por la caída de Alepo, ha pedido a EEUU que retire la recompensa de diez millones de dólares que pesa sobre la cabeza de Abu Molamed Julani, líder del HTS y líder de la reciente ofensiva, quien fuera acusado de cometer crímenes contra los derechos humanos cuando yihadista y que en ahora ha dejado su turbante salafista y adoptado un aspecto de militar «laico», en una ofensiva que s analistas aseguran fue financiada y pertrechada por Washington.
Algunos de los grupos rebeldes islamistas que aparecieron a raíz del comienzo de la guerra civil siria fueron sufragados por la Casa Blanca pese a sus tendencias yihadistas, que les llevarían después a formar el Estado Islámico.
Entre los otros grupos protagonistas de esta ofensiva está el Ejército Nacional Sirio (ENS), respaldado por Turquía en el norte de Siria, cuyo principal objetivo eran las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) integradas en buena parte por combatientes kurdos y que cuentan con el total respaldo de Estados Unidos.
Turquía ve al FDS como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, el PKK, empeñado desde hace décadas en la independencia de las regiones kurdas del dominio turco.
Tras la violenta destrucción del régimen de Saddam Hussein por parte de Washington, se creó un vacío de poder que fue aprovechado por una diversidad de facciones y que afectó en mayor o menor medida a Túnez, Argelia, Egipto y Libia.
Tel Aviv, por su parte, capitalizó la coyuntura para hacerse con 235 kilómetros cuadrados de territorios adicionales a los que le robó a Siria en 1967, en tanto que la fuerza aérea estadunidense inició una campaña de bombardeos contra posiciones remanentes del Estado Islámico. Es imposible obviar, en este escenario, la participación subrepticia de Occidente.
La caída del régimen de Al Assad deja un país atomizado y fragmentado en el que parece dudoso que el por ahora triunfante HTS logre acuerdos entre los turcomanos apoyados por Ankara, las facciones kurdas opuestas a Turquía, las milicias chiítas que aún actúan en el territorio sirio, los Hermanos Musulmanes y muchas otras facciones armadas. El riesgo de balcanización es insoslayable, como lo es el de un nuevo foco de inestabilidad regional.
Se produce, así, un escenario que, lejos de resolver la conflictiva circunstancia siria, la complica más, aporta un elemento adicional de desorden en el de por sí convulso escenario regional y abre un nuevo territorio, sumado al conflicto ruso-ucranio, el mar de China y la Gaza martirizada, en el que podría romperse la muy precaria paz en el mundo.
¿Qué pasará con Siria?
Una posibilidad sería la creación de una República Islámica de Siria, con Hayat Tahrir al Sham al frente y de inspiración salafista y sunní, que serviría de dique de contención al chiísmo iraní con apoyo de Washington e Israel. La alternativa puede ser también la balcanización de Siria, con la absorción de porciones de su territorio por el propio Israel, Turquía e incluso Jordania, siempre con el visto bueno de Estados Unidos.
Y hay otra opción, pero habrá que esperar a que Donald Trump asuma la presidencia de EEUU, ya que su intención era acabar con las guerras de Ucrania, Gaza y el Líbano, pero hoy los «rebeldes» sirios se lo han puesto difícil. Si bien la guerra civil contra Al Asad terminó, son altas las probabilidades de que empiece otra aún más incierta, con Turquía, Israel e incluso Irán extendiendo esa zozobra al Líbano, Irak y el resto del mundo árabe.
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* Analista francés, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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