Entre el austericidio y el alunizaje ultra
La crudeza de la crisis ha originado grandes bolsas de paro, pobreza e inseguridad en la ciudadanía, mientras los inmigrantes empiezan a ser percibidos con recelo por la misma población que antes se beneficiaba de sus trabajos basura. Este es el adverso panorama que está posibilitando el renacimiento de una nueva extrema derecha que oficia como la única fuerza disidente de la Europa de la Troika, una vez que los gobiernos conservadores y socialdemócratas se plegaran al neoliberalismo del austericidio.
La irrupción ultranacionalista y xenófoba de este primer tercio del siglo XXI no es un simple “corta y pega” de aquella otra de entreguerras que trajo al mundo las experiencias totalitarias del fascismo mussoliniano y el nazismo hitleriano, expresiones de sendos desbordamientos masivos del irracionalismo político bajo la impronta de un jefe carismático, duce, führer o caudillo. Entre ambos traumáticos procesos hay ciertamente coincidencia pero también notables diferencias. El tiempo no pasa en balde.
Pero donde hubo fuego persisten rescoldos, que es tanto como decir que si en los efectos no se parecen ambos procesos si existe un reconocimiento casi pleno en el terreno de las causas. Lo que ocurre es que la defensa cerrada del statu quo capitalista evita analizar las causas y concentra todos los focos en los efectos. De esta manera, los amos del sistema entierran deducciones incómodas para los intereses que representan y derivan la situación hacia territorios que necesariamente culminan en una afirmación de sus propias posiciones.
Sin meternos en demasiadas honduras, cabría decir que la divisa del nazi-fascismo de los años treinta del siglo pasado se centraba en una exaltación patriótica, vulgo nacionalismo estatista (no conviene olvidar que tanto Hitler como Mussolini eran prohombres de Estado), que tomaba como víctimas propiciatorias a los judíos, el “enemigo interior”. Eso, en el lado de los efectos, mientras que si atendemos a las causas habría que centrarse en la crisis política, económica y social desatada en la Europa capitalista durante la Gran Depresión que siguió al crac de 1929 en Estados Unidos.
Mutatis mutandis, la crisis actual, reflejo de la Gran Recesión que vive la Unión Europea desde al estallido de la burbuja financiera norteamericana de 2007, incide en parecidos supuestos. Aquí de nuevo el problema es de origen económico, y más concretamente bancario-financiero (como en parte en el año 29) y las consecuencias se manifiestan en una crecida ultranacionalista que usa como conejillo de indias a la inmigración y más concretamente al supuesto contagio islamista. La gran diferencia, que si se mira bien se convierte en una coincidencia patológica, es que la arremetida fascista incubada por la Gran Depresión se manifestó en un entorno de hiperinflación, y que la actual, de corte euroescéptico y ultranacionalista, ha surgido como consecuencia de la devaluación salarial y social que ha impuesto la Troika para evitar brotes inflacionistas,sancta sanctorum de la construcción de la eurozona.
En ese contexto hay que contemplar hoy la puesta en escena con importante respaldo ciudadano, incluso con el apoyo de decidido de los trabajadores, de partidos como el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen en Francia, que acaba de escalar al podio de las preferencias de los votantes cara a las próximas elecciones europeas de mayo de 2014, o incluso, aunque este es otro cantar, de Aurora Dorada en la Grecia del austericidio impuesto por la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea y Banco Central Europeo). Y el clima es igualmente amenazante en otros países del viejo continente con larga y fecunda tradición democrática, tipo Holanda, Noruega o Reino Unido. Sin despreciar a otras naciones emergentes del antiguo Bloque del Este, como Hungría.
Ante este preocupante fenómeno de hipnotismo político, una realidad contante y sonante, caben dos posibles reacciones. Una es la tradicional, que bebe miméticamente en las fuentes del pasado, consistente en denunciar la vuelta de los “barbaros” con su parafernalia de violencia gratuita, matonismo, cánticos de iniciación y símbolos retrógrados. Y otra, más radical y menos epidérmica, que presta sobre todo atención a los motivos que anidan en esa presunta “vuelta a las andadas”. La primera interpretación es de clara eficacia emotiva, provoca alarma social, inseguridad y provee una reacción de reagrupamiento alrededor de los “partidos de orden” como salvavidas ante la ofensiva ultra. Por el contrario la segunda, que no desarma la peligrosidad inherente en la amenaza xenófoba, pretende un análisis más objetivo de lo que sucede remontándose a las primeras causas para acabar de raíz con “el mal” y evitar que el pánico pueda ser utilizado para mantener e incluso reforzar el sistema de explotación y dominación realmente existente.
Esto último exige un notorio esfuerzo de honestidad y responsabilidad intelectual. Y en primer término, reconocer dónde nos encontramos, de qué hablamos en realidad y qué soporte tiene eso que tanto nos preocupa. O sea, contextualizarlo y dejar claro que los actuales “fachas” no son extraterrestres ni lunáticos sino que, por el contrario, constituyen un suceso político con base social cierta. Por muy dura que se nos haga esa elucidación y aunque contradiga nuestros supuestos ético-ideológicos, al fin y al cabo prejuicios y perjuicios sometidos al escrutinio de la historia, ese es el imperativo que permite entender la trama. Para ello hay que empezar por la parte más dolorosa. El fantasma del neofascismo que en estos momentos recorre Europa tiene un evidente apoyo popular y en buena medida se nutre de la izquierda desencantada.
Es más, el activismo ultranacionalista y xenófobo de nueva planta está calando entre los sectores más vapuleados por la crisis porque sus militantes han adoptado la táctica de la “camaradería” material y personal con las personas necesitadas o dependientes. Dejemos hablar a “los expertos”. Al relatar el auge de la extrema derecha en las zonas deprimidas de Atenas el escritor Petros Márkaris decía: <El predominio de la inmigración ha transformado esas zonas en enclaves de racismo. Y puesto que ni el Estado griego ni la ciudad de Atenas han sabido o podido desarrollar una política racional sobre la inmigración o sobre la ciudad, se han convertido en bastiones del partido neonazi Aurora Dorada. Los ancianos y jubilados tienen miedo de los inmigrantes. Los neonazis los protegen. Los acompañan al banco para evitarles supuestos asaltos, y por las noches duermen cerca de ellos para que se crean seguros>. ("La incurable enfermedad de Atenas",El País, 27/10/2013). Por su parte, el corresponsal del mismo periódico explicaba el secreto del sorpasso demoscópico del Frente Nacional francés resaltando que su fuerte estaba entre los <obreros, jubilados y votantes de Hollande>.
En conclusión, el auge de los partidos en su asalto al Estado (ojo al dato, son formaciones legales, se presentan a las elecciones, no grupos antisistema) tiene dos resortes fundamentales: la crisis económica y la inmigración. Es decir, su músculo social se nutre de la miseria provocada por el tsunami de la libre circulación de capitales especulativos en la UE y de la ingente entrada de mano de obra competitiva. Entre la emergencia humanitaria provocada por los desastres del austericidio y el miedo a la invasión del dumping laboral se estructura la acometida del ultranacionalismo xenófobo. Y donde ayer había judíos, con la leyenda de ser profesionales de la usura a cuestas, hoy hay musulmanes como chivos expiatorios, con la sospecha del fanatismo religioso, la vejación a la mujer y de los homosexuales como diana propiciatoria. Dos monoteísmos caricaturizados para fácil pasto de la población más temerosa, inculta, empobrecida y alienada de la sociedad.
Sn embargo, se incurre en una flagrante metonimia social, confundiendo efectos con causas y medios con fines. Han sido décadas de consenso entre derecha e izquierda institucional, primero, y luego su acatamiento tándem de las despiadadas políticas de austeridad decretadas por Bruselas, dejando el papel de oposición vacío de contenido, lo que ha facilitado el resurgimiento de la extrema derecha continental. Aunque en realidad el camino para su aterrizaje, en el plano intelectual fue preparado por los mentores del neoliberalismo. Las teorías de Samuel P. Huntington sobre “el choque de civilizaciones”, o las de Giovanni Sartori referidas a los peligros del multiculturalismo como enemigo del pluralismo, crearon las condiciones para que la mentalidad xenófoba arraigara entre una población apeada a la fuerza del Estado de Bienestar. De ahí que, en estos momentos de pugna entre el populismo de unos y la traición de otros, podría ser catastrófico para los movimientos sociales encelarse en el espantapájaros del neofascismo rampante abandonando la lucha desde abajo contra el sistema.
La lucha y refutación integral del capitalismo de Estado globalizado (ha sido a través del intervencionismo del Estado, regulando y desregulando a conveniencia, que los gobiernos del neoliberalismo han hecho recaer la crisis sobre los trabajadores) y una decidida acción política de democracia inclusiva es el mejor antídoto contra el avance de las hordas ultras en todas sus manifestaciones. El momento histórico determina abordar el problema de raíz para acabar con la enfermedad y con sus síntomas a la vez. Y la mejor manera es predicar con el ejemplo, haciendo que nuestros actos reflejen el mundo que ambicionamos.
En ese sentido, la resolución del XVII Congreso Confederal de CGT sobre la necesidad de ir “construyendo la autogestión” podría tener un significado similar al que supuso la aprobación del “comunismo libertario” en el Congreso de Zaragoza de 1936. Entonces estábamos a las puertas de una devastadora guerra civil y la opción coherente fue hacer a guerra y la revolución al mismo tiempo, o si mejor se quiere, la guerra en la revolución. Ahora nos encontramos ante una emergencia humanitaria de alcance internacional y la coyuntura presenta las mismas opciones. La mayor derrota sería confundir el orden de los factores y priorizar el lado adventicio del problema. Pasar del “sí se puede” al “después veremos”.
* Nota: este artículo, en versión más reducida, ha aparecido en el número de noviembre del periódico Rojo y Negro.