Epifanía libertaria
Si tuviera que escoger una imagen para el inicio de esta historia, escogería la de aquel hombre de humildes ropas, con barba de algunas semanas y de mediana edad, trepado sobre una peña cercana a un camino, en las afueras de una aldea, lejos de la vista y del oído del dueño de aquellos campos, una especie de apóstol del socialismo quizá enviado hasta allí por Pablo Iglesias. Una docena de campesinos de humilde condición, mientras observan y escuchan al hombre que, por su fluido hablar, se le nota como llegado de la ciudad, arañan la tierra con la punta de sus abarcas. El sol, partido en dos por el horizonte, hace que los hombres usen las manos, castigadas por el cierzo, como viseras, para observar a aquel que allí les citó.
Bajo el redoble de la campana de la cercana iglesia, que convoca a las mujeres que a esa hora atraviesan la plaza en dirección al templo, un grupo de chiquillos apedrea a un perro que huye perseguido por sus propios ladridos.
Cuando reivindicamos la República como forma de gobierno es porque nos reivindicamos a nosotros mismos como personas libres, y cuando decimos libres queremos decir con facultad de pensar y de obrar, con capacidad de elegir nuestro destino y el de nuestro País, así como la de elegir a cada uno de nuestros representantes y nuestros gobernantes, incluida la más alta magistratura, o séase al Jefe del Estado.
Los republicanos no nos sentimos atados a la tradición ni al pasado por ningún otro vínculo que no sea el del progreso y la lucha por la libertad y la dignidad de todos los pueblos.
Durante la Dictadura del General Franco y de todos aquellos que la apoyaron y la hicieron posible durante cuatro largas y sangrientas décadas, la República no dejó de ser más que el recurso fácil al que recurrir para justificar todos los males de este País, incluido el de pensar: los obreros, “envenenados por las doctrinas marxistas”, con sus huelgas, sus incendios de mieses y de iglesias, no habían hecho otra cosa más que arruinar al País. Y que el separatismo, unido al odio de clases sembrado por sus dirigentes, más la Masonería, habían contribuido a romper la unidad de la Patria.
Pero el origen del mal endémico de nuestro País, más que en las movilizaciones de los campesinos y de los obreros que se organizaban en sindicatos y en partidos por el trozo de pan para ellos y sus hijos y por una dignidad que se les había negado hasta entonces, hay que buscarlo en el secular atraso de estos pueblos, en los antiguos y estrechos lazos que unían a Iglesia y Estado, en aquel Ejército, cuyos privilegios y estructuras nadie se había atrevido a cuestionar porque eran la base misma del Estado: los numerosos cuartelazos, asonadas y golpes de Estado así lo manifiestan, por no hablar aquí de una clase política, instalada en el continuismo y el propio beneficio.
Por eso, en justicia y para entender aquel lejano tiempo en el que se produce el advenimiento de la II República y para no tener que recurrir al vasto rimero de libros que se han escrito, en uno y otro bando, sobre el periodo comprendido entre 1931-proclamación de ésta- y 1939- liquidación del régimen democrático-, nada mejor que descender a la frialdad de las cifras.
España 1931
503.061Km cuadrados.
24 millones de habitantes.
En este año de 1931, la mitad de la población, doce millones, es analfabeta.
Hay 8 millones de pobres.
2 millones de campesinos sin tierra.
20. 000 personas poseen la mitad de la tierra.
Provincias enteras son propiedad de un solo hombre.
Salario medio de un trabajador: de 1 a 3 pesetas diarias.
1 kilo de pan vale 1 peseta.
20.000 frailes.
31.000 sacerdotes.
60.000 monjas.
5.000 conventos.
15.000 oficiales, entre ellos 800 generales: 1 oficial por cada 6 hombres y un general por cada 100 soldados.
Un rey: Alfonso XIII, decimocuarto soberano desde Isabel la Católica.
PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA
De pronto, el 14 de abril de 1931, tras unas elecciones municipales, perdidas por los monárquicos, se proclama la II República y en las ciudades estalla lo que en lo sucesivo será el día de la Fiesta Nacional.
ANTONIO MACHADO con un texto
El ya ex rey se retira al exilio (desde donde no dejara de enviar 10 millones de dólares para apoyar el golpe de Estado del General Franco, solo cinco años después) y el pueblo, generoso, aún le hace llegar un elegante saludo a través de la figura más celebrada del republicanismo y de la poesía en España, don Antonio Machado:
La primavera ha venido
y don Alfonso se va.
Muchos buques le acompañan
hasta cerca de la mar.
Las cigüeñas de las torres
quisieran verlo embarcar…
BANDERA MONÁRQUICA Y BANDERA REPUBLICANA
Evidentemente, y una vez incorporado el morado y retirar la corona real de la enseña nacional, en claro homenaje a los Comuneros ejecutados en Villalar por el Emperador en 1521, la joven República se impone un reto: modernizar el País.
El nuevo Régimen pudo muy bien haberse instalado en convocar elecciones democráticas cada cuatro años, emitir nueva moneda, con los efigies de los mártires fusilados por la Monarquía: Fermín Galán y Ángel García Hernández, cambiar el nombre de cuatro calles, incluso subirles el sueldo a los diputados y ministros… Pero la República es algo más que un grupito de oportunistas salidos de los rancios y burgueses palacetes de las ciudades o escapados de los ricos cortijos del Sur y de los macizos pazos del Norte.
FOTOS DE ESCUELA 27.000 escuelas
En sus primeros diez meses de existencia la República construye 7.000 escuelas para, tan solo dos meses más tarde, anunciar la terminación de 9.600 escuelas primarias y un plan quinquenal para promover las restantes hasta 27.000. Y se razona un préstamo de cuatro mil millones de pesetas para ayudar a los municipios a fin de que todos los niños de España estén escolarizados. Se redacta y se promulga una Constitución que todavía hoy es motivo de admiración y debate. Se elevan los sueldos de miseria de los maestros en un 15º/. Se aprueban los Estatutos de Autonomía para Cataluña y el País Vasco, promoviéndose el de Galicia, que es abortado por el golpe militar del 36. Se decreta la educación laica, la renta rural y los cultivos obligatorios. Se cierra la Academia Militar de Zaragoza. Se disuelve la Compañía de Jesús. Puesta en vigor de la Ley del Divorcio. Se secularizan los cementerios…
MISIONES PEDAGÓGICAS
Y por si todo esto fuera poco, en 1933 se crean las Misiones Pedagógicas: decenas de poetas, dramaturgos, pintores e intelectuales en general se embarcan en la aventura, promovida por el Gobierno de la República, de llevar los libros, el teatro, la cultura en general, hasta los rincones más apartados del País: a lomos de caballo, en camionetas que tenían que atravesar arroyos… La potente campaña de alfabetización emprendida entonces en España nos será recordada muchos años más tarde por las fotografías que nos lleguen desde la Cuba de Fidel Castro en los años 60, con adolescentes enseñando a leer y a escribir a curtidos campesinos del interior de la Isla.
POR LA REFORMA AGRARIA
Pero si las Elecciones de aquel lejano 12 de abril habían servido para expulsar al Monarca, las del 16 de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular, despejaban cualquier duda sobre la necesidad que tenía este País de algo más que reformas.
Ni los cinco años de República ni el sufragio universal ni toda la buena voluntad de los parlamentarios de izquierdas habían sido capaces de burlar el bloqueo de las leyes que favorecieran la Reforma Agraria y otras medidas que eran urgentes para la supervivencia de las clases más desfavorecidas, para desterrar el hambre de los más humildes y los privilegios de los que no estaban dispuestos a renunciar a nada.
MINEROS, AGRICULTORES, FÁBRICAS….
Los mozos de cuerda de las estaciones ferroviarias, los trabajadores que alimentaban los hornos de las tahonas, los trabajadores de la Fabrica de Gas Madrid, los mineros de Asturias, protagonistas de la Revolución de Asturias de 1934, los obreros de las fábricas de azulejos de Sevilla y de Talavera, los ebanistas, los faroleros, así como el resto de la clase trabajadora, tenían sus ojos puestos en un acontecimiento que se había producido en Rusia, solo 20 años antes, y estaban dispuestos a repetirlo en esta olvidada tierra, donde el inglés se enriquecía con las extracciones de minerales y donde algún que otro viajero se aventuraba para escribir un libro sobre el paisaje, los templos románicos y el estoicismo de estos pueblos.
CARTEL CAMPESIO
Estos hombres y mujeres dejaron entonces de ser unos actores de sainete porque, fuera bajo aquella nueva bandera o fuese bajo la monárquica, no estaban resignados a seguir pasando hambre y a ser formados en la plaza del pueblo por el capataz, cada vez que llegaba el tiempo de la zafra, para que éste escogiera allí, entre los presentes, como si de ganado se tratase, quién trabajaba en la cebolla o quién, por el solo hecho haber participado en alguna huelga o simplemente por haber votado a las izquierdas, se marcharía a su casa con las manos en los bolsillos, condenados a vivir, el y los suyos, de la caza furtiva, de las bellotas o de robar fruta y alguna que otra verdura aquí y allá en las noches sin luna. Desde entonces, estas sencillas gentes dejaron de ser meras comparsas y simples personajes de zarzuela para pasar a colectivizar campos y fábricas, a tomar en sus manos los medios de producción, que es por donde se empiezan las revoluciones.
¿¿¿GLORIOSO EJERCITO DE FRANCO???
Luego vendría la intervención del Glorioso Ejército Español: como siempre, a salvar a España de la anarquía, que dicen ellos cuando un pueblo se rebela contra la explotación y la miseria. Y aconteció lo que era inevitable. Porque las libertades, el nivel de dignidad y de conciencia revolucionaria –ya que no de bienestar- que había adquirido este pueblo en aquellos breves cinco años, no le permitieron aceptar sin más la imposición de las viejas estructuras emanadas de los cuarteles y de los casinos, de los ricos terratenientes y de los viejos párrocos de aldea que acudían a las casas de éstos para decir sus misas en las capillas privadas de los palacios, después de tomar el chocolate, hablando pestes de los criados y de la caída de los precios de sus productos en los mercados.
Si nos atrevemos a afirmarnos aún hoy en el viejo y a la vez nuevo republicanismo, después de los torrentes de sangre que corrieron por nuestras calles y plazas en aquel periodo que va desde el 18 de julio de 1936 hasta aquel desgraciado Iº de abril de 1939 en que este pueblo pierde aquella guerra, no lo hacemos desde la nostalgia, si no desde la dignidad que trasciende a los pueblos tras la dura batalla que tuvo que entablar a partir de la simple y llana conciencia de clase.
Porque es el pueblo llano el que, sin la presencia de presidente de Comunidad Autónoma alguno, se reúne una y otra vez cada 14 de abril para celebrar aquel acontecimiento; el que rescata del olvido los nombres de los que fueran arrojados a las fosas comunes tras ser fusilados por sus ideas.
MIGUEL HERNÁNDEZ Y LORCA
Quizás nuestras canciones no tengan el vigor para que se inclinen los naranjos y los maizales de nuestras tierras, pero tienen la virtud de evocar a los poetas leales que fueron sacrificados en el altar de la patria, los que celebraban los esponsales entre el sol y la luna y los que cavaron trincheras junto al barbero y al dependiente del bao de la esquina; los nombres de los jóvenes capitanes de entonces, que condujeron al pueblo en las batallas, aunque éstas se perdieran; la memoria de los tenaces soldados republicanos que, tras ser internados como delincuentes en los campos de concentración del país hermano, combatieron generosamente en los campos de media Europa por la sola libertad;
FOTOS FUSILADOS
La memoria de los fusilados en los tapiales de los blancos cementerios de nuestra amplia geografía, de los arrojados a los pozos del olvido, de los que fueron ejecutados en los tenebrosos cuarteles, en los campos de tiro y en las prisiones del franquismo; de Quico Savaté y de aquellos guerrilleros que hostigaban a las fuerzas represivas del general Franco en las ciudades, y los que, combatiendo en el monte, vinieron a caer a la sombra de la jara y de los pinos de Cuenca o del país de Buenaventura Durruti, en los años más duros que conoció nuestro pueblo. La memoria de los deportados por la GESTAPO desde Francia, que serían fusilados un amanecer cualquiera, mientras los hombres y las mujeres “de orden” se dirigían a misa.
La memoria de los niños de corta edad, los ancianos y las mujeres que perecieron, víctimas de los bombardeos de las ciudades, los que perecieron de hambre y de enfermedad en la dura posguerra; los que murieron olvidados por todos en los lejanos penales, los estudiantes que, cuando eran conducidos por la policía, cayeron “accidentalmente”por los patios;el que se arrojó por la ventana de la DGS mientras era torturado por la Brigada Político Social para más tarde ser fusilado por comunista; los que fueron fusilados un 27 de septiembre de 1975; los que, después de las batallas, sobrevivieron a años de infamia y fueron a morir en cualquier rincón de Europa o de América; la memoria de los que se suicidaron en el Puerto de Alicante antes que caer en manos del ejército franquista; de los abogados asesinados en el despacho de la calle Atocha en 1976, de Pedro Patiño, acribillado por las balas de la Guardia Civil tras arrojar octavillas en la clandestinidad de la noche en las zonas industriales; la memoria de las <<Trece Rosas>>, de Girón, de Larrañaga, Rozas, Seoane, Vías, Agustín Soroa, Manuela Sánchez, de Cristino García, de Julián Grimau, de Granados, de Salvador Puig Antich, de El Corredera…
Porque esta historia no arranca solo con la simple instauración de la democracia en España, si no con el inicio de la lucha de todos los pueblos por sacudirse las cadenas de la ignorancia y de la explotación. Y no culminará hasta que no transformemos las herrumbrosas lanzas en herramientas de trabajo y de entendimiento entre los pueblos, desterrados para siempre la violencia y los halcones que perviven en el fondo de todos nosotros.
Porque si en verdad alguien dijo en el pasado aquello de: ser español por ser algo, la República tuvo la virtud de conferirnos una identidad y una conciencia, como pueblo y como ciudadanos, de la cual antes carecíamos.
Porque si el Descubrimiento de América pudo ser una buena cosa si tras él no se hubiera producido la bárbara colonización y la práctica desaparición de vastas culturas anteriores; de la expulsión de romanos, árabes y judíos, que enriquecieron con su presencia nuestra cultura con la arquitectura civil, la filosofía, las leyes y la poesía, y además nos enseñaron a roturar estas tierras de bárbaros, tampoco se puede decir que resultáramos mayormente beneficiados, pues en tanto que en la antigüedad convivieron las tres culturas en cierta armonía, la expulsión de aquellas dos grandes religiones no hicieron si no arrojarnos sin remisión en brazos de la intolerancia y el despotismo de Roma. Es cierto que nada fue gratuito y que todo esto contribuyó a crear el Gran Islam y ampliar los horizontes del Imperio Romano, pero viajad por nuestro país hoy y no dejareis de asombraros por la presencia de los numerosos acueductos, los baños árabes aquí y allá, por no hablar de las desaparecidas sinagogas donde se enseñaba la Torá y las leyes del Talmud, o donde se creaba y se vivía en la poesía, donde se discutía sobre astronomía e investigaba para mitigar los sufrimientos humanos, a través de la medicina, sobre plantas medicinales…ahí queda si no la figura gigantesca de los numerosos Maimónides, el Acueducto de Segovia, la Alambra de Granada.
Quizás se llevaron el trigo y los ricos minerales, pero también es verdad que contribuyeron a pacificar las montaraces tribus.
¿Qué dejaron Cortés y Pizarro tras de sí, aparte de las numerosas Misiones cristianas donde se sometía en cuerpo y alma al indio? Sí, ya sé, dejaron una hermosa lengua, pero ¿a qué precio, además del de arrasar con las suyas propias?
Pero, más allá de la Reconquista, de Don Pelayo, de la resistencia de Numancia y la toma de Granada, de El Cid, Isaac Peral, de las gloriosas páginas de literatura, de los templos religiosos de la antigüedad, de nuestros pintores y poetas, y todas esas cosas de que nos hablaban las enciclopedias de nuestra infancia, muy pocas cosas más nos dejaron los reyes del pasado para enorgullecernos hoy y pregonar muy alto que somos españoles.
Ni siquiera la famosa Guerra de la Independencia de 1808, con su 2 de mayo reivindicado una y otra vez por los franquistas del PP en la Puerta del Sol, añade mayor gloria a nuestra historia, que, puestos a elegir, quizás hubiese sido mejor ver a España traspasada entonces por el espíritu de la Revolución Francesa que vivir bajo el despotismo de Fernando VII y de la viciosa Isabel II. Quizás más de una guerra civil se hubiese evitado en el pasado si el peso de las cadenas no hubiese sido tan duro, y Francisco de Goya y Lucientes no hubiera muerto de tristeza en Burdeos, desterrado por los mismos que enviaron a Don Antonio a morir a Colliure. Por el contrario, la República, más allá de las gestas de el Ebro y de los milicianos del 5º Regimiento, más allá de los cantos guerreros y del ¡ay, Carmela!; más allá de Casas Viejas y Castilblanco, nos dotó de una identidad, y no sólo como nación que se incorporaba a la más moderna comunidad internacional, con sus leyes y su sistema de gobierno democrático, si no por su proyecto social avanzado, donde la guerra deja ya de ser un instrumento de política nacional, según el artículo 6º de su Constitución, por no referirnos aquí a todo el vertebrado de aquella Carta Magna de 1931. Aquella Constitución nos devolvía, como pueblo, la dignidad que antes nunca nos confirieron los monarcas que crearon el Imperio, ni los militares y los ejércitos para los que no fuimos más que carne de cañón; gleba, súbditos prontos a ser movilizados por las levas para ocupar territorios que solo servirían para enriquecer a algunas minorías, elevar la posición de determinadas capas sociales, plataformas desde las cuales se promovían al ascenso a los militares de carrera, territorios de donde extraer los preciosos metales y las más nobles maderas para construir las inútiles catedrales, las Invencibles Armadas y los disparatados monasterios, en tanto el pueblo carecía de la más elemental instrucción y moría de las más espantosas enfermedades, en los lazaretos, de hambre, o desaparecía hundido en las ciénagas y comido por la malaria de América, o en las emboscadas de Abd el-Krim, en un Marruecos que solo servía para engullir sangre obrera y para enriquecer al Monarca.
El 14 de abril salimos todos del territorio de los vasallos para ascender al título de ciudadanos.
La Monarquía actual, en contra de lo que mucho se ha repetido, no nos ha devuelto ningún título que antes no nos fuese robado por aquellos que la restauraron en la persona de don Juan Carlos I, después de una cruel guerra civil. El pueblo trabajador no tiene contraída ninguna deuda con este señor. Porque nuestras raíces se hunden en la base misma de la Democracia, que niega los títulos nobles, los privilegios heredados por línea sanguínea.
El pueblo español escaló entonces, por la vía de las urnas, lo que siglos de Monarquía le habían negado. Este Monarca si que tiene razones más que sobradas para estar agradecido a aquella Dictadura por los favores recibidos.
Si me pidieran que definiese la gran diferencia entre aquella República y el franquismo, diría que, en tanto aquella se afanó en abrazar a todos, como una genuina madre, en un proyecto común; el General basó su política, desde aquel mismísimo 17 de julio, en la venganza y en la represión, tan poco didácticos que, todos sus pantanos y todos sus campos de fútbol, así como todos los proyectos posteriores, no serían capaces de enjugar la sangre gratuitamente vertida, ya que éstos no dejarían de parecernos si no pesadas losas con las que laminar la memoria de los pueblos, por los muertos de su larga vida y por los que será recordado por las generaciones venideras, más que por los logros sociales que hubiera. Un prolongado y auténtico reinado del terror.
Si bien nuestros himnos no tienen el vigor para hacer que se inclinen los trigos y se humillen los abedules, cada vez que suenan las notas de La Internacional, el Himno de Riego, las Coplas a la Defensa de Madrid o ¡A las barricadas!, estos tienen la virtud de evocarnos a Torrijos y a los suyos, a Riego, a Mariana Pineda, a Azaña, a los que se alzaron por la Comuna en Asturias, al puñado de oficiales y tropa que, por mantenerse fiel al orden constitucional, fueron detenidos y fusilados en las primeras horas del Golpe en Melilla; a los generales Batet, Romerales, Núñez del Prado…a los numerosos maestros de escuela, poetas, sindicalistas, alcaldes azañistas de remotas villas, sacerdotes católicos incluidos, represaliados, cuando no fusilados, a los que con el diputado comunista Eduardo Suárez quisieron detener el golpe en los acuartelamientos de la Isleta, para ser fusilados horas después por los rebeldes.
Y como todas las historias tienen un antes y un después, España, que ya había roto su difícil equilibrio de 1931 para inscribirse entre los pueblos que no están dispuestos por más tiempo a que la Historia les pase por encima, sobre aquel mismo polvo antes codiciado por las tropas de Napoleón, las de Boabdil y las de los generales cartagineses; en1936, la España del trabajo y de la idea traza una raya donde, más allá de dividir al País en dos, como tantas veces se ha dicho, la España que se manifiesta por el progreso delimita el territorio de lo que es justo y lo que es indigno para la ciudadanía. Algo que las clases privilegiadas del País no están dispuestas a tolerar: es preciso que toda esa energía liberada por la República regrese a las fábricas y a los campos para que la maquinaria de la explotación del hombre por el hombre siga funcionando; que los libros de los teóricos del marxismo y del libre albedrío regresen a las bibliotecas, de donde nunca debieron salir. Y así, militares nostálgicos de las asonadas del siglo XIX y de las guerras coloniales de África y de América, unidos al clero y a los elementos más reaccionarios del País, y como hiciera Francisco Pizarro en la Conquista, trazaron su propia raya, que ponía fuera de la ley a todo aquel que no se atuviera al espíritu emanado del golpe de estado, al cual llamaron Glorioso Movimiento Nacional, iniciaron una nueva cruzada para poner las cosas en su sitio, que el hombre suelto no es buena cosa.
Quizá todo hubiese quedado en un susto y en volver a la situación de antes del 14 de abril de 1931: el regreso de la Compañía de Jesús, la reapertura de la Academia Militar de Zaragoza, el regreso de SM Don Alfonso XIII…pero ya los trabajadores, iluminados tal vez por el triunfo de las jornadas de abril de 1931 y de febrero de 1936, no se resignaban a regresar a la situación anterior: a alimentarse con bellotas y conejos robados ocasionalmente en las fincas del Conde de Romanones o en El Pardo, ni se resignaba la mujer al destierro del triste fogón y a las sombras del templo.
Y más allá de las ejecuciones de terratenientes y de elementos indeseables, de la quema de conventos y de afamados cuadros, en la <<zona roja>>, que llamaron ellos a todo aquel territorio que no se sumó al levantamiento fascista, en la zona leal a la Constitución, además de un poderoso rechazo al fascismo, se produjo una auténtica radicalización en lo que los trabajadores intuían como el inicio de una auténtica revolución, donde el pueblo, traicionado por sus enemigos declarados de clase, asumía el papel de agente activo, pues como era de manifiesto, una revolución proletaria, el triunfo del proletariado, no sería posible sin la eliminación o el sometimiento de todo elemento reaccionario enemigo de ésta. Y esto no sería posible más que por medio de las armas y de la violencia.
No es nada fácil ni nada cómodo hoy en día, asimilados e integrados todos, en mayor o en menor medida, por esta democracia burguesa, entender y justificar aquellos primeros días de la revolución en la zona republicana, y mucho menos con un coche en la puerta, la cerveza bien fría en el frigorífico y una televisión que piensa y se preocupa tanto por nosotros, lejos ya de las necesidades del pasado y también de las influencias perniciosas de los libros de Marx, Lenin o Bakunin. Nunca dejará de ser ingrata empresa entender lo que paso en aquel verano de 1936. Porqué pacíficos campesinos y moderados trabajadores de la construcción y de la industria se convertían de la noche a la mañana en incendiarios de valiosas obras de arte y en asesinos de sacerdotes, diputados derechistas y escritores, por el simple hecho de serlo. Porqué hombres que tal vez nunca coincidieron ni tan siquiera en una sala de un hospital, que quizás nunca se cruzaron sus trenes en una estación de ferrocarril o en el paisaje serrano, que nunca intercambiaron una palabra en el camino al trabajo, ahora se estaban entrematando por una idea. ¿Qué actitud podía esperarse de los que, sin instrucción alguna, hasta días antes fueron tratados como bestias de carga y material reciclable?
Contextualizar estos hechos es la única formula, y para ello, debemos remitirnos a los datos arriba indicados.
Si bien con la República se habría una página en blanco para este País, y así lo manifiesta ese articulado progresista de la nueva Constitución, no es menos cierto que lo más reaccionario y conservador de la clase política se había instalado en el bloqueo sistemático de todo lo concerniente a la urgente Reforma Agraria, que era la tercera pata de aquella mesa sobre la que se debatía el porvenir de la Nación: el 10 de agosto de 1932 el General Sanjurjo fracasa en su intento de golpe de estado; esto sin obviar que Falange Española – grupo armado de extrema derecha- se funda en 1933 como respuesta a la radicalización de los trabajadores; en enero de ese mismo año, la represión de un motín en Casas Viejas se lleva por delante a <<Seisdedos>> y a un grupo anarquista que buscan refugio en la casa de aquel y que es incendiada por la Guardia Civil; en 1933, la represión de la Revolución de Asturias deja un saldo de 1.500 muertos, 3.000 heridos y 50.000 obreros encarcelados; en 1936, ya en puertas de las Elecciones que darán el triunfo al Frente Popular, es asesinado el Capitán Faraudo, y en julio, el Teniente Castillo, de filiación socialista, es asesinado a tiros por los falangistas en la calle Augusto Figueroa de Madrid…Lo que ocurre en los tres años que siguen no hace si no entrar en la lógica de las cosas, máxime si, tras el triunfo del Frente Popular, este proclama una amnistía que pone en la calle a todos los en carcelados tras la Revolución de Asturias. Si los militares ya venían madurando un plan de acoso y derribo de esta República, este es el momento de abandonar pasadas aventuras para aunar fuerzas y llevar a cabo el golpe que cercenará definitivamente la cabeza del sistema democrático.
Lo que se produce a continuación es una autentica revolución que, pese a que no se logra detener a los generales sediciosos, durante tres largos años, el pueblo trabajador, unido a los intelectuales y a los pocos oficiales y generales leales a la República, como en un nuevo Fuenteovejuna y fieles a su espíritu de independencia, resisten los envites de un ejército bien pertrechado por Hitler y apoyado por numerosa tropa, reclutada entre los crueles <moros> y la enviada por Mussolini.
El final de aquella contienda se cierra de la forma más dramática que cabe esperar:
España, 1939
Hay 2 millones de presos
500.000 casas destruidas
183 ciudades gravemente devastadas
800.000 muertos bajo la contienda
500.000exiliados
Un ejército de seiscientos mil soldados
Un partido único; la Falange
Una religión de Estado: la religión católica
Un jefe único: el Caudillo
Los salarios han vuelto a los de 1936
Los grandes propietarios recuperan sus tierras
La Iglesia recupera sus extensos dominios y su influencia
Sísifo es nuevamente condenado a seguir trepando la montaña rodando la pesada roca, una y otra vez. La luz de la liberación aún queda lejana.
En la guerra de cifras que se abre a continuación, pese a los desmanes y a la persecución religiosa de primera hora, el saldo de pérdidas no puede ser más desolador para el pueblo trabajador, ya que a la pérdida de las libertades y de personas fallecidas en los frentes, víctimas de los bombardeos y por enfermedades derivadas del conflicto, hay que sumar una represión que se prolongará hasta el fin de los días del General Franco.
Mas como no puede dársele la vuelta a la Historia y no podemos pasarnos la vida solo entre homenajes y lamernos las heridas del pasado, tras esta breve exposición, lo que procede es saber qué hacemos con toda esta información, con esta lección que nos dieron aquellos que un día lejano se levantaron del polvo para señalarnos el camino. Y para ello, lo primero que debemos hacer es aceptar que somos sujetos de la Historia, antes que depositarios de una tarjeta de crédito y clientes asiduos de El Corte Inglés y de Carrefour. Y que, en nombre de todas las luchas de las cuales somos fruto, estamos obligados a dar testimonio con nuestro compromiso, como trabajadores y como gentes de progreso.Porque, la República, por encima de las clases sociales, tuvo la voluntad de convocar a los pueblos de España en un mismo proyecto, un sueño generoso que abrazaba a todos los espíritus por igual, que superando las luchas y discordias nacionales del pasado, restableciera un espíritu de igualdad, diálogo y encuentro entre las distintas nacionalidades y lenguas de este viejo tapiz de culturas que siempre fue España. Abrazando a todos en un nuevo pacto de justicia y de progreso, apartando a la madrastra que había sido para algunos pueblos, la República pasaba a ser la madre con la que avanzar juntos, ahora sí, por la senda de la Constitución. Y todo por la simple y soberana voluntad del pueblo y de las urnas. Aunque por sí mismo todo el fervor de este proyecto renovador no fuese capaz de prender en las castas militares.
Creo que, para entender y recuperar el viejo discurso republicano, lo más urgente es seguir abonando el terreno de la Memoria Histórica que hace años se puso en marcha. Recuperar nuestra identidad de trabajadores y trabajadoras. Venimos de la claridad de los días de la zafra de la aceituna, de la penumbra de las minas donde el hombre moría lentamente víctima de la silicosis, de las grandes movilizaciones del pasado, de las inmensas naves donde se colaba el acero y se domesticaba la arcilla y la roca más poderosa hasta convertirlas en las preciosas tallas que hoy se exhiben en los grandes museos, o en los modestos ladrillos que dan cobijo a los libros y manuscritos, a las admirables pinturas de Velázquez y de El Greco. Venimos de los poderosos campos donde se cultiva el dorado trigo y los sonrientes girasoles. Venimos de albas de fría lluvia donde ejércitos de obreros se dirigen a oscuras fábricas donde dejarse media existencia a cambio de unas pesetas. Nuestras manos aún conservan las cicatrices del uso de la hoz y del martillo. Desde que descendimos de la altura de los árboles y salimos de la espesura de las sombras de los profundos bosques, desde que salimos del embrutecimiento en el que nos tenían presos de la ignorancia los regímenes de esclavitud del pasado, hemos hecho un dilatado recorrido histórico.
Pero toda esta andadura de ayer sería cosa gratuita si nos detuviéramos aquí. Creo que estaríamos traicionando a nuestro pasado y a nosotros mismos si hoy no hiciéramos un esfuerzo por recuperar el papel que aquella República puso en las manos de nuestros padres y de nuestros abuelos. Este sistema en el que ahora sobrevivimos, entre crisis de valores y crisis económicas, pretende convertirnos a todos en seres domésticos, al servicio de un sistema despreciable, personajes todos de las obras de Bradbury, de Huxley y de Orwell; enterrando de nuevo en la penumbra de las sombras los seres luminosos que fuimos en los triunfales días de la Bastilla, del Leningrado de Octubre, los cotidianos héroes de los koljoses soviéticos, los que no hace tanto se afanaban, en las pausas de las trincheras o en las modestas escuelas, por aprender a leer y a escribir, para entender mejor las palabras del Comisario Político y las de aquel poeta que decía sus poderosos versos encaramado en la caja de un camión.
Sin ánimo de despertar ningún fervor guerrero en nadie, sugiero echar un vistazo a nuestro común álbum familiar. Me refiero a esas magníficas fotos de Capa, de Tina Modotti, de Gerda Taro, de Agustín Centelles… Todos los libros de historia del movimiento obrero podrían ser reemplazados perfectamente por ese montón de fotografías, tan ricas en contenido como ejemplarizantes. Si El Capital y El Estado y la revolución son juntos la Biblia de los trabajadores, esa pila de fotografías, por sí mismas, son el mejor resumen de los años heroicos de los pueblos. Porque es evidente que, sin memoria, no vamos a ninguna parte. Recuperar la memoria, recuperar la conciencia histórica y de clase es la tarea más urgente a la que como trabajadores nos debemos.
En las clases teóricas del Cuerpo de Infantería, ante un salto fuera del refugio o trinchera, se imponía una reflexión: a dónde, por dónde, cómo y cuándo. Hoy, en la batalla por la Memoria Histórica y por la República, a lo anterior cabría añadir con quién.
Decir aquí que los años transcurridos desde la pérdida de aquel Régimen democrático, conquistado en 1931, fue todo una página en blanco porque no se le restituyó al pueblo lo que se le hurtó, a golpe de sable y a punta de pistola, no sería justo: hemos dejado atrás demasiados hermanos tendidos en el asfalto de las ciudades y víctimas de la represión, demasiados hermanos y hermanas que cayeron, victimas de la ambición, en las trincheras de esta lucha que ya hace siglos que no tiene pausa.
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Pero también es evidente que una espesa niebla nos envuelve a todos y que, hoy más que nunca, nos cuesta reconocernos a nosotros mismos en este mercadillo de las ideas en el que convirtieron la vida política del País. Salir de estos páramos, este pantano en el que permanecemos encallados, es la tarea más urgente. Para ello, tendremos que recurrir al terreno de las ideas, y estas no surgen como hongos en este gran espectáculo en el que convirtieron nuestras vidas, si no de los libros, de la reflexión, de la divulgación, la organización y la movilización. Crecer en las ideas socialistas, que es tanto como decir republicanas, será tanto como salir de la profunda amnesia en la que nos precipitaron en el pasado. Por eso es tan importante abrir debates, crear foros y salvar páginas de Internet donde la República y la Memoria Histórica sean una prioridad.
No deja de ser asombroso comprobar que, en un país con una tradición de lucha como el nuestro, con tanto antifascista caído en la lucha, encontremos tan pocos rótulos de calles en los que se recuerde a Eduardo Suárez (diputado comunista del Frente Popular) Juan Santana Vega (alcalde de la villa de San Lorenzo) a Manuel Hernández Toledo, Matías López Morales, Antonio Ruiz Graña, Francisco González Santana, cazados y fusilados todos aquí en la Isla tras el 18 de julio del 36 por oponerse al golpe de Estado. Indigna y ensucia a la vez la memoria de los que habitamos estas islas que, Juan García, llamado El Corredera, de filiación comunista y asesinado en garrote vil en 1959 por sus ideas, no tenga en esta tierra otro recuerdo que el que le prodigan sus camaradas, precisamente donde tanto se prodigaron las placas y los mármoles dedicados a los CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA del pasado en las fachadas de las iglesias.
Por el contrario, aún vemos edificios con el nombre de JOSÉ ANTONIO y los yugos y las flechas del Instituto de la Vivienda del extinto, a los que habría que añadir los de tanto párroco, santo, tanto obispo, Papa, y monarcas de dudosa moralidad, de tanto nombre de benefactor franquista, de Martínez Anido, ¡ministro de Orden Público del primer Gobierno de Franco y presunto responsable de la siniestra Ley de Fugas!, que ya está bien de Alfonso XIII, de Juan Rejón y calle de los Reyes Católicos, por no extenderme en una detallada relación, después de lo que sabemos hoy día de todos ellos, que no parece estorbarles mayormente a la desmemoriada ciudadanía ni a los nacionalistas, populares y psoistas que presiden cabildos, alcaldías y Gobiernos autónomos.
En fin, y para que esta charla no termine con un punto de amargura, es de celebrar que, desafiando a los vientos de la indiferencia instalada en esta sociedad, más preocupada por la subida del precio de la luz y de los productos alimenticios que por el devenir histórico, el último Presidente del Gobierno de la República, don Juan Negrín, aquel que, casi liquidada ya la Guerra dijo: “el que resiste vence”, nos da una lección de paciencia y de tesón desde el metal de su monumento.
¡¡Viva la República!!