España: ¿regeneración democrática o golpe de estado?



Los grandes medios de comunicación apenas mencionan el caso de María Atxabal, pero destacan en titulares que el gobierno aprueba controles preventivos en internet para garantizar la seguridad nacional. El objetivo es erradicar “el proselitismo y la propaganda terrorista”. Muchos opinamos que en realidad se pretende erradicar cualquier forma de disidencia o resistencia en un país donde el Banco de España ya ha pedido la supresión del salario mínimo en algunos casos. La OCDE ha pronosticado un incremento del paro en 2014, que escalaría hasta un 28%, agravando aún más el sufrimiento de las familias pobres o en riesgo de exclusión social. La “marca España” ya es sinónimo de corrupción política, brutalidad policial, impunidad, desempleo masivo, desahucios y pobreza infantil. “Rabia y vergüenza”, no se me ocurren otras palabras, pero la indignación no debe inmiscuirse con la necesidad de comprender lo que está sucediendo. La crisis ha castigado a los sectores más vulnerables de la sociedad, pero también está a punto de liquidar a la España de siempre, la España negra del tricornio, los Borbones, el toro de Osborne y los obispos tridentinos. Aunque parezca una buena noticia, no lo es tanto, si averiguamos lo que nos espera en su lugar. El acoso de El Mundo y Libertad Digital contra la familia real no surge de una voluntad de transparencia y verdad, sino de una guerra interna entre el régimen gestado en 1978 y el neoliberalismo de raíz anglosajona. La impopularidad de la monarquía crece sin parar y no faltan razones. El salario bruto anual del rey asciende a 292.752 euros, pero las revistas Forbes y EuroBusiness le atribuyen una fortuna personal de 1.790 millones. Se ha dicho que estas estimaciones incluían bienes del Patrimonio Nacional. Es cierto, pero no es un argumento exculpatorio, pues la Casa Real ha adoptado las precauciones necesarias para mantener las apariencias de legalidad. Por ejemplo, el parque móvil con 60 vehículos de alta gama a disposición de la familia real es propiedad del Ministerio de Economía y su mantenimiento corre a cargo de Defensa o Asuntos Exteriores. En cuanto al yate Fortuna, que ha saltado a los medios recientemente, se financió con una colecta de 2.600 millones de euros aportados por empresarios mallorquines y una aportación de 400 millones del gobierno regional de Jaume Matas. La colecta empresarial respondió a una sugerencia de Juan Carlos I. Todo sugiere la existencia de una trama de favores y corruptelas que se escapan al dominio público, pero ni siquiera puede abrirse una investigación, pues el artículo 56 de la Constitución establece que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”.


¿Se puede hacer algo contra todo esto? ¿Puede España escapar de la “regeneración democrática” y construir un Estado verdaderamente democrático, conforme a los principios de libertad, igualdad, justicia y solidaridad? Me temo que salir a la calle no será suficiente. La “sociedad de los dos tercios” de la que se habló en los ochenta (dos tercios bien abastecidos y un tercio hundido en la marginación y la exclusión social) se ha derrumbado para alumbrar la “sociedad de un tercio” (o tal vez menos), donde una minoría nada en la abundancia y una mayoría experimenta graves dificultades para sobrevivir de una forma digna. En Estados Unidos, los súper-ricos representan el 0’019% de la población y están concentrados en menos de doce ciudades. Al mismo tiempo, hay 42’2 millones de norteamericanos que subsisten con dos dólares al día y dependen del Food Stamp, el programa federal de auxilio para pobres que subvenciona comedores públicos gratuitos mediante estampillas. España avanza en esa dirección. Creo que estos contrastes merecen el nombre de tiranía y justifican el derecho de rebelión. Parece que la historia no sopla en esa dirección, pero los pueblos han reaccionado de la forma más inesperada en coyunturas históricas de opresión e iniquidad. La esperanza es un sentimiento revolucionario y yo me resisto a renunciar a la utopía de un futuro donde “el mundo llegue a ser un hogar para el ser humano” (Ernst Bloch) y no un escenario de explotación, violencia, desigualdad e injusticia.