Historia de Haití. Una eeflexión contextualizada desde Puerto Rico (2021)
Historia de Haití: reflexión contextualizada desde Puerto Rico (2021)
Por Francisco Cabanillas. LQSomos.
[…] dos muñecas negras atravesadas por
inmensos alfileres […]
Ana Lydia Vega
Pocos saben que Haití fue la primera
república negra de América […] Esta hazaña la pagó
cara. Le costó la soledad y el equivalente en moneda
actual de 22 mil millones de dólares.
Edwin Quiles
Haití y Puerto Rico son del mismo buitre los huesos.
Eduardo Lalo
INTRODUCCION
En su podcast semanal, Palabra Libre, #44 (10 de julio de 2021), realizado con el escritor Eduardo Lalo, el analista e historiador Néstor Duprey reacciona, tres días después del magnicidio del presidente haitiano Jovenel Moise (1968-2021), ante lo que lee (presumo) en los medios sociales sobre el ultimado presidente antillano. Siempre crítico de los que él llama “todólogos,” Duprey dice: “ahora todo el mundo es haitiólogo.”
Ni haitiólogo ni todólogo; volví al tema de Haití a principios del mes de mayo, antes del magnicidio en julio y del terremoto 7.2 en agosto del mismo año, 2021, a raíz de una sorpresa vieja: el pdf de CRL James disponible en internet, Los jacobinos negros: Toussaint Louverture y la Revolución de Haití (1938).
Anteriormente, la referencia a Haití que condicionaba el interés por leer este clásico de la historia marxista escrito por CRL James, no podía ser otra: el cataclísmico terremoto 7. 0 de 2010, 15 km al suroeste de Puerto Príncipe, en el que murieron cientos de miles de personas. Ni el Palacio Nacional se salvó. Como consecuencia de la catástrofe, reapareció en la prensa la figura tóxica del expresidente neoliberal Bill Clinton, confesando remordimiento por haber forzado durante su presidencia (1993-2001) al país más empobrecido de las Américas a comprar el arroz de su estado, Arkansas, en total detrimento del arroz haitiano; el cual, la medida clintonista borró del mapa. Ausencia que, tras el terremoto en 2010, se tradujo en hambre.
Mea culpa, dijo Bill, sin hacer nada por arreglar los daños. La Fundación Clinton, con Hillary a la cabeza, no perdió tiempo en aplicar modalidades del llamado “capitalismo del desastre” a la situación trágica de la llamada “tierra de las montañas” en 2010.
EN BUSCA DE HAITÍ
Antes del terremoto de 2010, Ayití era mayormente una sucesión de eventos que venían ocurriendo a partir de la década de 1980. En particular, la imagen televisiva de “Baby Doc” Duvalier, abandonando la isla en su BMW tras ser derrocado popularmente en 1986, se mantenía prístina. Pero también, desde principios de la década (1981), estaba el recuerdo de los refugiados haitianos que el gobierno federal usamericano envía al Fuerte Allen en el sur de Puerto Rico; y como consecuencia, están los cuentos de Ana Lydia Vega sobre dominicanos, haitianos, cubanos y puertorriqueños en Encancaranublado y otros cuentos de naufragios (1982).
A principios de la década siguiente, en las elecciones de 1990-91, la alegría ante el triunfo del presidente Jean-Bertrand Aristide, primero que el pueblo elige democráticamente desde su fundación en 1804, dura poco. El presidente-teólogo de la liberación es removido del poder a fines de 1991; lo reintegran a la presidencia de 1994 a 1996. Su segundo triunfo electoral dura más que el primero; de 2001 a 2004, año en que es nuevamente removido del poder. Esta vez, es enviado a África sin pasaje de regreso (pero regresará).
Retroceso. Vuelvo a la primera mitad del siglo XX. Más allá de la poesía de Tuntún de pasa y grifería (1942) de Luis Palés Matos, como en “Danza negra,”
“Pasan tierras rojas, islas de betún:
Haití, Martinica, Congo, Camerún” […],
o en “Preludio boricua,”
“Al solemne papalúa haitiano
opone la rumba habanera
sus esguinces de hombro y cadera […]
Con su batea de ajonjolí
y sus blancos ojos de magia
hacia el mercado viene Haití […];
más allá de estos versos, la propuesta literaria más sólida —en la literatura hispanoamericana de esta primera mitad de siglo— sobre el papel de Haití en el Caribe moderno, hay que buscarla en la obra de Alejo Carpentier. Parafraseado por el crítico literario Roberto González Echevarría, Carpentier planteó que la historia moderna de Cuba, es decir, la historia de la Plantación del siglo XIX, empieza en Haití, cuya revolución (1791-1804) destruye la economía-Plantación haitiana que pronto se muda a Cuba. Algo de lo que, años después, arguye el geógrafo marxista David Harvey —paráfrasis: el capitalismo desplaza a otros países los problemas que no puede resolver en un país—, algo de eso parecía haberse tramitado entre la Plantación 1 de Haití y la Plantación 2 de Cuba.
La ecuación de Carpentier, según la cual la africanía cubana tiene raíces en Haití, será reforzada por el artista plástico, próximo, muy próximo a Carpentier, Wifredo Lam, cuyo viaje a Haití con André Breton (1945-46) lo convenció de que la potencia africana del vudú era más volcánica que la de la santería cubana. Intensidad que quedó marcada en su pintura a partir de 1946.
Regreso a la segunda mitad del siglo XX y al comienzo del XXI. Si la huida de “Baby Doc” Duvalier en 1986 se ha mantenido como una imagen prístina del colapso de una dinastía cruenta, la cual, entre el padre, Francois “Papa Doc,” y el hijo, Jean-Claude “Baby Doc,” duró varias décadas (1957-1986), la insospechada llegada a Haití en 2011 del expresidente Aristide es igualmente imborrable. Después de siete años de exilio forzado (2004-2011) en África, el dos veces depuesto (1994 y 2004) teólogo de la liberación y por ello defensor de la cultura afrocreole, regresa a la isla en los últimos días de las elecciones presidenciales (2011), dominadas por dos candidatos derechistas opositores de su política. Si en el primer golpe de estado (1994) estuvo ligado Bill Clinton; a su regreso (2011) del segundo (2004), llevado a cabo por George W. Bush, se resistió Barak Obama.
De Sur África a Puerto Príncipe (2011), Aristide viene escoltado por el actor y activista afroamericano Danny Glober y la periodista de Democracy Now, Amy Goodman. No estará solo cuando se instale en el país. Desde principios del mismo año (2011) se encuentra en la “tierra de las montañas,” después de 25 años de haber sido expulsado en 1986, su némesis, “Baby Doc”; quien alega haber regresado al país para ayudar a los haitianos a enfrentar los destrozos del terremoto de 2010.
Para el Primer Ministro haitiano de la época, el retorno de Duvalier, en medio de la incertidumbre provocada por una elección presidencial disputada, no representaba una amenaza a la estabilidad nacional; para Obama, sin embargo, el regreso de Aristide a la isla al final de ese proceso eleccionario, sí lo representaba, por lo cual se opuso infructuosamente al mismo.
CRUCES NOVELÍSTICOS
Desde la ecuación de Carpentier, imantada hacia la centralidad de la africanía haitiana en el Caribe moderno, el encuentro con la traducción al español de la historia de CRL James, Los jacobinos negros: Toussaint Louverture y la Revolución Haitiana (1938), produce un terremoto literario.
Por gravedad literaria, la historia de CRL James se cruza con la novela de Carpentier, El reino de este mundo (1949), que no es sino una puesta en escena de la Revolución Haitiana; no desde el marxismo de James sino desde lo “real maravilloso” que, a raíz de la “fe” del personaje clave de la novela, Ti Noel —un esclavo que gana la libertad y que reflexiona sobre el curso de la revolución—, Carpentier acuña en el prólogo.
Ojo de la tormenta. A partir de la centralidad afrocaribeña de El reino de este mundo (1949), tres novelas sobre Haití hacen temblar la literatura caribeña de las tres últimas décadas; mayor pero no exclusivamente porque, en las tres, el equivalente a Ti Noel, personaje-eje de El reino de este mundo, es ahora un sujeto femenino.
En Del rojo de tu sombra (1992) de Mayra Montero, novela sobre el Haití contemporáneo del vudú, la migración y el tráfico de drogas, el personaje-eje, Zulé, es sacerdotisa, mambo de la religión afrohaitiana en el contexto laboral-cañero-diaspórico de la República Dominicana.
En The Farming of Bones (1998) de Edwidge Dandicat, sobre la Masacre del Perejil (1937), el personaje-eje, la joven haitiana Amabelle, trabaja de sirvienta en la plantación de Don Ignacio en Alegría, República Dominicana.
En La isla bajo el mar (2009) de Isabel Allende, la mulata-esclava Zarité, personaje-eje, trabaja de doméstica en la plantación del francés Tolousse Valmorian en el Saint-Domingue de fines del siglo XVIII, antes, durante y después de la Revolución Haitiana (1791-1804) que narra El reino de este mundo.
Aunque no se desarrolla durante la Revolución Haitiana, Del rojo de tu sombra no se puede desconectar de sus repercusiones; tampoco es indiferente a la violencia antihaitiana de la Masacre del Perejil de 1937. El vudú/gagá, la migración y el tráfico de drogas que la novela tematiza son consecuencias directas e indirectas del Haití que emergió a partir de 1804 en el contexto de la modernidad colonial y postcolonial del llamado Caribe.
Desde el torbellino que desata el personaje femenino, Zulé, mambo del gagá, Del rojo de tu sombra emerge como una novela que, según Mary Ann Gosser Esquilín en “Cruzando fronteras” (2010), se escribe para cruzar, y por eso revolucionar, fronteras impuestas por la modernidad hegemónica en términos de geografía, género, sexualidad y espiritualidad. Si el cruce entre el sexo y la religión fortalece la sacralidad de Zulé, la dimensión homoerótica se traduce en una intensidad del bien común para el gagá. Cuando Zulé cruza la frontera, esta vez de República Dominicana a Haití, en busca de un alma desaparecida (zombi), no solo transgrede leyes estatales sino que se enfrenta a algo más peligroso: la búsqueda de sí misma. Búsqueda que no separa lo personal (ella, un ser especial) de lo colectivo (el gagá). Aunque muere de un machetazo que le cercena la cabeza y un pezón, Zulé pervive en la mambo que escogió como sucesora.
En el caso de Amabelle, personaje-eje de The Farming of the Bones sin poderes espirituales, aunque con destrezas para la curación y la partería; joven haitiana huérfana desde los 8 años, se trata, como plantea Jean Franco en Cruel Modernity (2013), del sentido de la pérdida y la melancolía. De enfrentar y sobrevivir una cadena de pérdidas, como la de los padres, la patria, el amor de su vida, que irrumpen con la violencia que, en 1937, desata el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo contra la población haitiana que, como Amabelle, trabaja en tierras dominicanas.
La Masacre del Perejil obliga a Amabelle y su grupo a regresar a Haití. En el proceso, el grupo se tiene que separar. Amabelle y Sebastien, el amor de su vida, se desconectan; a él se lo llevan y lo matan sin que ella lo sepa. Con Yves, amigo de Sebastien, y otros haitianos, Amabelle es atacada, en ruta hacia Haití, en el pueblo de Dajabón, al fallar la prueba lingüística de pronunciar la “r” de “perejil” como lo haría un dominicano. Casi al borde de la muerte, Amabelle e Yves cruzan el río hacia Haití —son los únicos que sobreviven—, donde los cuidados de unas monjas los devuelven a la vida que el cruce del río, también llamado Masacre (aunque no debido a la violencia de Trujillo), casi les arrebata.
Golpeada, pero no derrumbada, ya vieja, Amabelle vuelve a las aguas del Río Masacre para flotar en las memorias de lo que ha sido su infructuoso amor por Sebastien; vacío a partir del cual ha tenido que vivir sin el beneficio del luto, lo que, según Jean Franco, define la melancolía.
Sin ser sacerdotisa, pero cargada espiritualmente, Zarité, mulata esclava que, en La isla bajo el mar, funge de doméstica del amo francés en el Saint-Domingue caldeado de fines del siglo XVIII —a partir del cual ella será bisagra entre esos mundos—; Zarité supera la resiliencia de Amabelle. No solo logra la libertad sino que será feliz —contrario a Ti Noel, quien, como señala Garziella Poglotti, encarnaba a “los condenados de la tierra, como los denominaría años más tarde Franz Fanon” (2021)—. Zarité disfrutará de su asimétrica progenie; sus nietos jugarán con su hija más joven (procreada en libertad y con el hombre que quiere). Zarité acepta e indirectamente fomenta el matrimonio de su hija mayor, producto del abuso sexual del amo francés cuando ella era una muchachita, con su medio hermano, hijo del mismo padre —a quien Zarité crio cuando la madre del niño enferma—; hermano que, desde pequeño, vive imantado hacia la niña-mujer por cuyo amor le hará pagar al padre los atropellos cometidos contra Zarité. Mulata esclava que, desde su marginalidad social, se va transformando dialécticamente en el centro de todos, incluido, por supuesto, el amo francés.
A diferencia de Zulé, Zarité no muere al final; vive en el contexto de una libertad de la que espera disfrutar con su familia. A diferencia de Amabelle, Zarité encuentra un nuevo amor que llena el vacío que dejó la pérdida de su primer amor. La plenitud que, a pesar de las pérdidas, alcanza Zarité, se relaciona con el desplazamiento geográfico; el cual, La isla bajo el mar traza, a diferencia de El reino de este mundo, Del rojo de tu sombra y The Farming of Bones, entre Haití, Cuba y finalmente la Luisiana francófona. Nueva Orleans, donde Zarité, como mujer libre y felizmente casada, acepta criar, ¡otro más!, al hijo que su hija mayor, ahora muerta, tuvo con su medio hermano; quien le pide a Zarité que se encargue de la criatura.
RECONFIGURACIÓN LITERARIA
Desde la imantación literaria que ejerce El reino de este mundo en el contexto ficcional sobre la Revolución Haitiana descrito anteriormente en términos cronológicos (1992, 1998, 2009), las tres novelas de heroínas afrocreoles se reagrupan en un nuevo cúmulo semántico. Alrededor de El reino de este mundo gira ahora, desde el recuento revolucionario, en la primera esfera, La isla bajo el mar (2009); de las tres, la novela que más se acerca, desde la mujer, al contexto histórico que narra El reino de este mundo. Si bien, al terminar en Nueva Orleans, La isla bajo el mar atraviesa El reino de este mundo.
En la próxima esfera, todavía imantada por la pasión histórica, aunque ahora respecto de la Masacre del Perejil, orbita The Farming of Bones (1998); de las tres novelas, la que más se adscribe al relato verosímil. En la órbita más distante a El reino de este mundo, da vueltas Del rojo de tu sombra (1992); de las tres, la más abocada al presente finisecular (siglo XX) de La Española, y quizás por eso, la más caleidoscópica.
PUERTO RICO
Ciertamente, el encuentro con Los jacobinos negros (1938) ha sido más que feliz. De la historia marxista a cuatro novelas haitianocéntricas, una de las cuales ficcionaliza la increíble, pero certera, gesta de la Revolución Haitiana, cuya historia James termina de esta manera en 1938: “El africano tiene por delante un largo y difícil camino, y necesita ayuda. Pero lo recorrerá rápido porque caminará erguido.” Periplo novelístico al que pronto se añaden otros títulos no ficcionales, como el de Laurent Dubois, Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution (2004), el de Jean Casimir, The Haitians: A Decolonial History (2020)…
De la historia marxista a la novela histórica; recorrido a lo largo del cual el encuentro con la crónica del arquitecto Edwin Quiles, El haitiano que hablaba inglés. La escuela primaria que construimos en Haití (2010), nos lleva al epicentro del terremoto de 2010, en Leogane, para compartir con los lectores el proceso intersubjetivo que lleva a cabo esta legión de voluntarios puertorriqueños solidarios con la isla hermana. El artículo que publica recientemente una de esas voluntarias en el semanario Claridad, Lucy Magali Millán Ferrer, da con la pregunta que se hace todo el que se familiariza con la historia política moderna de la “tierra de las montañas”: “Haití: ¿la olvidada?” (2021).
De la crónica arquitectónica al ensayo periodístico de Huáscar Robles Carrasquillo, “Detrás de las ruinas: Haití y Puerto Rico” (2020), se reitera un cambio de perspectiva dramático en la manera de mirar Haití desde Puerto Rico. De hecho, el periodista puertorriqueño plantea que, tras el huracán María de 2017, cuando mira Haití le parece estar viendo Puerto Rico (y viceversa):
“Durante la dictadura duvalierista en Haití observamos el terror del grupo paramilitar Tonton Macoutes, y orábamos en secreto por los haitianos y por nosotros. Santa madre, líbranos del mal. Luego del terremoto del 2010, vimos los campamentos de refugiados y rogábamos que nuestras casas nunca fueran de lona. Siete años después [tras el huracán María en 2017], Puerto Rico se refugiaría bajo sus propios toldos azules. Los sismos de enero nos ponen frente a frente con la historia haitiana: un país que queda olvidado excepto cuando el desastre le toca a la puerta.”
No es el único boricua que mira Puerto Rico y ve una sombra de Haití. En el programa de radio Fuego Cruzado de hace algunas semanas (fines de noviembre, 2021), uno de los comentaristas decía, al hablar de las medidas propuestas por la Junta de Supervisión/Control Fiscal para saldar la deuda pública del Estado Libre Asociado, que buscaban (los de la Junta) “hacer con Puerto Rico lo que Francia había hecho con Haití.” Es decir, someter al pueblo al pago de una deuda injusta; que, en el caso de Puerto Rico, resulta peor que la que Francia le hizo pagar por su independencia a Haití, pues, según han planteado muchos comentaristas desde que Obama nombró la Junta en 2016, entre ellos, expresado en el programa radial Fuego Cruzado, el fallecido en 2018 Carlos Gallisá, la de Puerto Rico es una deuda impagable (además de anticonstitucional).
En otro ensayo periodístico, en el que la prosa sopla como un huracán, el escritor Eduardo Lalo sienta las bases, ¡antes de María (2017)!, de esta visión boricua-haitiana que vienen experimentando los boricuas en el nuevo milenio: “En el Caribe, Cuba, República Dominicana y Puerto Rico [dice Lalo] temen ser como Haití” (2016). Huracán ensayístico cuya fuerza se hace descomunal cuando Lalo explica que el miedo no se debe a la negrofobia que trae la modernidad-colonialidad, sino al desplazamiento económico que experimentó Haití, la favorita de Francia, a consecuencia del reclamo revolucionario; el cual, al convertir a Saint-Domingue en Haití en 1804, por virtud neocolonial de Francia y después de Estados Unidos, la “tierra de las montañas” pasó de ser la colonia más rica del mundo a la república más empobrecida de las Américas. ¡Terror!
Desplazamiento dramático (el de Haití) que, según Lalo, está viviendo Puerto Rico — la llamada “vitrina del Caribe,” como dicen en Fuego Cruzado para referirse críticamente al orgullo imperialista de Estados Unidos de los años 40 a los 70— en su relación colonial con Estados Unidos. Dice Lalo: “Saint-Domingue 1789, Puerto Rico 1989 [año en que PR y EEUU contemplan por vez primera la descolonización]. Dos imágenes hermanadas, dos sociedades que el colonialismo masticó hasta roer sus huesos, pero que permanecieron anestesiadas al borde del abismo” (2016).
Ante el vértigo que produce el miedo de verse Puerto Rico en Haití, el artículo de Jossianna Arroyo, “Revolution in the Caribbean: Betances, Haiti and the Antillean Confederation” (2011), contextualiza el miedo y ofrece un contramodelo.
No es la primera vez que Haití se ve como algo que Puerto Rico no quiere ser. Durante la década de 1890, plantea Arroyo, la imagen de Haití no fue fácil de articular ni en el pensamiento libertario de José Martí ni en el de Eugenio María de Hostos. En términos políticos, raciales y sociales, Haití asustaba a los que luchaban, como Martí y Hostos, por unificar, “blanqueándolas,” las diferencias raciales de las últimas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico) en una nación-estado-república-democrática. Diferencias que, subraya Arroyo, eran marcadas: “Black Dominicans saw themselves differently from the blacks of Haiti, Puerto Ricans did not recognize themselves poor or black as Haitians, and Cubans abhorred the idea of becoming a black nation governed by blacks.”
Siguiendo a los historiadores Félix Ojeda Reyes, Ada Suárez-Díaz y Paul Estrade, Arroyo plantea que, en esa segunda mitad del siglo XIX, el antillanismo de Betances no le tenía miedo a Haití. De hecho, para “el desterrado,” como le llama Ojeda Ríos a Betances, Haití era un modelo a seguir; ya fuera por la gesta libertaria de luchadores como Toussaint L’Ouverture o por el ejemplo de estadista democrático, “parangón del líder republicano,” de Alexandre Petión. Sobre el primero, dice Arroyo que Betances:
“believed that Toussaint, as a representative of the ‘great Ethiopian race,’ could serve as a symbol of political greatness to Cubans and Puerto Ricans alike, his life exemplifying how unity among blacks could not only empower black military leaders, but also unify the discordant elements of a society in order to struggle and ultimately attain the ultimate goal: independence.”
A partir de Alexandre Petión, Betances plantea, según Arroyo, la otra cara del miedo al desastre económico y al absolutismo que, desde el racismo finisecular decimonónico, asustaba a las “élites criollas” de Cuba y Puerto Rico (Arroyo incluye también las élites de la República Dominicana, Brasil, Colombia y Venezuela). En vez del derrumbe económico y la pobreza, Betances promueve la política de Petión en términos de una república constituida, gracias a la “reforma agraria,” por “pequeños propietarios”; equidad que, basada en la “justicia social,” articula la “voluntad del pueblo” en un arreglo democrático de disidencias/diferencias que logran consenso.
Para Arroyo, la centralidad que Betances le confiere a Haití, por lo que no le tiene el miedo tácito que les tenían Martí y Hostos, se explica en términos de su afiliación masónica, su identidad-nacionalismo “afrodiaspórico” y el imaginario afrocaribeño “circunatlántico” antiimperialista, que le permitían “unir” una “serie de historias” que las “narrativas nacionales” generalmente “aislaban.”
Vuelta al presente. Hoy (fines de noviembre de 2021. El miedo que, según Lalo, el Puerto Rico de las últimas décadas le tiene al Haití en que se está convirtiendo la “isla del encanto,” por lo que en “1989,” mucho antes del colapso de la deuda pública en 2016, los tres partidos mayoritarios, desesperados ante la subalternidad, se unen para recordarle al Congreso de Estados Unidos que, a partir de 1898, a los puertorriqueños nunca les pidieron su opinión sobre la situación de Puerto Rico; ese miedo se debe a la certeza de que las metrópolis, como Francia/Estados Unidos, arruinan las colonias, como Haití/Puerto Rico. Betances lo sabía.
Ni haitiólogo ni todólogo. Para terminar con un broche betanciano —un Betances en expansión, como plantea Mario Cancel en su artículo “Betances escritor y la pasión por lo fantástico” (2021)—; broche en el que Haití es visto como positividad, resulta de rigor
remitirnos, por un lado, a la entrevista que le hacen recientemente María Teres Vera-Roja y Magdalena López a Arcadio Díaz Quiñones, “El Caribe como resistencia” (2021), en la que el crítico incluye a la escritora haitianoamericana Edwinge Danticat y al historiador marxista trinitario CRL James (ambos mencionados en este ensayo):
“Por otra parte [dice Díaz Quiñones], podría decirse que escritoras y escritores como Aimé Césaire, Julia de Burgos, Fanon, George Lamming, José Luis González, Derek Walcott, Jamaica Kincaid, Édouard Glissant, Luis Rafael Sánchez, Manuel Ramos Otero, Pedro Pietri o Edwidge Danticat y Junot Díaz –para nombrar sólo algunos –se dedicaron a elaborar un lenguaje que les permitiera nombrar lo que quedaba sin decir. Forman todo un linaje. Dieron esa batalla en las lenguas imperiales heredadas, como lo hizo el gran C. L. R. James, historiador del jacobinismo antiesclavista y anticolonial haitiano.”
Por otro lado, remitiéndonos al contexto del jazz latino, está el CD, Carib (2019), que el saxofonista tenor boricua David Sánchez le dedica a Haití, del cual cabe subrayar el tema etimológico (“tierra de las montañas”) titulado “The Land of Mountains.”
CODA
Falta un libro que, como los dos de Jorge Duany, el primero escrito con José A. Cobas, Los cubanos en Puerto Rico (1995) y Los dominicanos en Puerto Rico (1990); y el libro de José Lee- Borges, Los chinos en Puerto Rico (2015), indague en la presencia de “los haitianos en Puerto Rico.” El estudio más cercano que hay disponible, La presencia haitiana en Puerto Rico 1791-1850 (incluye registro de emigrados) (2015) de Raquel Rosario Rivera, deja fuera la segunda mitad del siglo XIX, el XX y lo que va del XXI. Sobre esa presencia haitiana en la isla, dice Rosario Rivera:
“Nos interesan todos los sucesos que se desataron en Puerto Rico como consecuencia de esta revolución pues, se vendieron esclavos y otros tantos llegaron huyendo para establecerse de forma ilegal. Las autoridades españolas tomaron medidas para evitar la expansión de las ideas revolucionarias y pusieron restricciones a la emigración francesa que afectaron la vida de los pueblos.
Llegaron familias completas de todas razas en vías de establecerse temporamente, pero la Revolución Haitiana, tendría unos tentáculos extensos y su salida tardaría años por lo que muchos decidieron quedarse. Puerto Rico tuvo una transformación en todos los haberes cotidianos. Así, Puerto Rico inició cambios en su agricultura con el cultivo extenso del café y nuevas técnicas traídas por los cultivadores haitianos. La aportación que dieron con sus profesiones que eran muy necesarias en esa época de crecimiento económico.”
Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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