¿Ecosocialismo utópico?
Iniciar el cambio hacia un futuro sostenible y sin amenaza de una catástrofe ecológica requiere, sobre todo, un movimiento social fuerte, una comprensión precisa de la raíz de los problemas actuales y una estrategia para superarlos.
Actualmente ya contamos con algunas propuestas puntuales. No obstante, esto no es suficiente. Falta todavía acertar en el diagnóstico de las verdaderas raíces del problema y sin este diagnóstico no puede haber prescripción para remediarlo.
La situación actual tiene un cierto parecido a la que Federico Engels analizó en la década de 1870, cuando escribió "del socialismo utópico al socialismo científico".
Engels respetaba profundamente a los socialistas utópicos (Saint-Simon, Fourier y Owen) porque eran capaces de identificar los terribles efectos que el sistema capitalista tenía sobre los obreros, pero no llegaban a comprender los mecanismos que los generaban. Confundían la ciencia con la moral, aceptaban el capitalismo, pero sin sus consecuencias perversas, sin sus miserias, sin la lucha de clases. Sus propuestas eran irrealizables, y cuando alguien se atrevió a impulsar por su cuenta algún experimento aislado se arruinó.
Pues bien, actualmente hay una situación análoga en relación con la agenda de la sostenibilidad. Una de las utopías de nuestros días pretende, ni más ni menos, que domesticar el crecimiento económico dentro del actual sistema de producción capitalista. Otros, van algo más lejos y vinculan sus propuestas a una cierta retórica anti-capitalista, pero no proporcionan ninguna vía para acabar con este sistema. Mientras que los socialistas utópicos del siglo XIX soñaban con un capitalismo sin injusticias ni explotación, los de ahora sueñan con un capitalismo sin crecimiento y teñido de verde.
Hay algo en que estos "ecosocialistas utópicos" tienen parte de razón y que a la vez es la causa de su inconsistencia: Existe un consenso social abrumador sobre la naturaleza del desarrollo económico y sobre sus efectos beneficiosos en la creación de empleo y en la mejora del bienestar de la gente. Los principales partidos políticos, las empresas, buena parte de los sindicatos, los organismos internacionales, los economistas llamados expertos y los medios de comunicación, consideran que el crecimiento siempre es beneficioso. Por eso las propuestas vinculadas al decrecimiento aparecen como muy radicales, antisistémicas e incluso revolucionarias.
Tim Jackson, el último teórico de moda entre los partidarios del decrecimiento, ha hecho a través de sus informes, una buena descripción de los efectos nefastos que el sistema capitalista tiene sobre la naturaleza, aunque no culpabiliza al sistema de ello. Se limita a acusar en genérico al crecimiento económico y al consumismo desenfrenado y los considera los causantes de todos los males.
El problema es que mientras estos informes describen los efectos perversos del actual modelo de crecimiento, no ofrecen ningún análisis serio de las causas que los originan. No dejan de ser una versión actualizada de los informes al estilo de "una verdad incómoda" a los que nos tienen acostumbrados una serie de reaccionarios que justificaron en su momento las políticas neoliberales y que siempre han sido financiados por el poder y ahora mareando la perdiz y se enriquecen mareándola. Sus propuestas utópicas no van acompañadas por ninguna receta que permita materializar los cambios que proponen. No hay ningún desarrollo teórico sobre la acción, sólo llamadas genéricas para que la gente sea más responsable, acompañadas con cantos de sirena a la espera de que al final se puedan arreglar las cosas gracia al reformismo gubernamental.
La necesidad de crecer, como decíamos más arriba, forma parte del imaginario de la gente. Parece de sentido común. Progresar y vivir mejor de lo que lo hicieron nuestros padres es una idea de nuestra cultura. Sin embargo, estas creencias reflejan los intereses dominantes dentro del actual sistema social y ahí está el meollo del asunto.
El crecimiento económico se presenta como el medio adecuado para superar los males sociales. Cuando el pastel crece parece que no importa si se reparte de manera desigual o no. Mientras los panes y los peces se multipliquen aparentemente todos vamos comiendo, a veces incluso mejora la ración. Pero esto es ilusorio. Por un lado hay evidencias empíricas que desde la década de 1970 el crecimiento económico no ha mejorado la felicidad a mucha gente. Por otra parte, un pastel dividido desigualmente, a medida que va creciendo, acentúa aún más las desigualdades en términos absolutos: después de un período largo de crecimiento a comienzos de siglo, muchas sociedades eran más desiguales y más injustas que antes.
Pero la mitificación del crecimiento no está en la esfera ideológica. No se trata de una cuestión de valores. Se encuentra en las características propias del capitalismo, que es el sistema económico y social que durante los últimos 200 años se ha ido expandiendo por todos los rincones del planeta. El motor de este sistema, como su nombre indica, es el capital, y el capital no es más que una cuantía inicial de dinero que se invierte en la fabricación de mercancía para aumentar periódicamente. Este aumento del capital se consigue fundamentalmente a través de la explotación de los trabajadores y de los recursos que encontramos en la naturaleza.
El capitalismo, pues, es ante todo, un sistema que se reproduce y amplia, es decir que acumula capital y lo reinvierte de nuevo. Para que este proceso social sea exitoso, es necesario mercantilizarlo todo. Ahora, por ejemplo, nos encontramos con una gran presión para mercantilizar los servicios públicos y las pensiones y de ahí se deriva la ofensiva privatizadora.
Todo el proceso social capitalista gira alrededor de la producción privada de mercancías y estas mercancías se venderán y luego se consumirán. No hay ninguna agencia de planificación ni ningún mecanismo de control social capaz de gobernar este proceso y por tanto, capaz de decidir qué es lo que tiene que crecer y qué es lo que debe decrecer. El motor de sistema no es otro que el lucro capitalista. Las cosas crecen y decrecen en función de las necesidades de este motor.
El capitalismo, como sistema que reproduce el capital, nunca puede dejar de expandirse: busca nuevos mercados, mejora sus máquinas y su tecnología, diseña nuevos productos (preferentemente perecederos), arrebata nuevas fuentes de materias primas.
Hay períodos en que se produce un exceso de mercancías, es decir, abarrotan el mercado con más productos de los que la gente puede comprar. Es en estas situaciones, cuando estallan las crisis económicas. Estas crisis aumentan su violencia cuando previamente se ha intentado aplazarlas estimulando a la gente para que compre las mercancías producidas abusando del crédito barato que los propios bancos del sistema conceden. Ahora tenemos justamente un ejemplo ilustrativo y cruel de todo esto.
La peculiaridad de las crisis es, precisamente, que el capitalismo enferma y se arrastra durante cierto tiempo porque no puede crecer. Hay crisis porque el capitalismo se estanca o decrece.
Para superar sus crisis, el capital debe crecer de nuevo, aunque previamente aprovecha la situación de desbandada para debilitar a la clase obrera creando así un marco más favorable para incrementar la tasa de explotación. Crecer es la condición imprescindible para garantizar su supervivencia.
Es precisamente esta dinámica inexorable e inherente de la acumulación de capital la que provoca el fetiche del crecimiento, esta adicción a crecer tan arraigada en la gente. Y eso no se puede desmontar con declaraciones de buena fe, con resoluciones congresuales o con llamadas a la responsabilidad de las personas y de las empresas. El problema es que hay intereses muy poderosos vinculados a este crecimiento, por lo que los discursos sobre la sostenibilidad del crecimiento económico acaban teniendo un impacto social mínimo o nulo. Por otra parte, las personas en paro, anhelan constantemente el crecimiento para poder vender de nuevo su fuerza de trabajo.
El gran déficit intelectual de los "ecosocialistas utópicos" que ahora predican la prosperidad sin crecimiento está en su incapacidad para identificar correctamente la lógica de la acumulación de capital como la causa del fetiche del crecimiento y eso es precisamente lo que los aleja de la comprensión "científica" de la naturaleza del problema y los lanza a buscar soluciones cuantitativas con las que pretenden controlar lo que bajo el capitalismo es incontrolable. Por el contrario, lo que realmente hace falta es un cambio cualitativo.
Ahora bien, esto no quiere decir que dentro de las fronteras del sistema no se pueda hacer nada. Una de las facetas de la lucha política consiste en utilizar las palancas del Estado. Esto a veces tiene un efecto beneficioso y permite atenuar algunos de los grandes desastres que el sistema ocasiona. Ahora, por ejemplo, el Estado proporciona subsidios a los parados y esto contribuye a reducir su sufrimiento. El Estado puede garantizar la enseñanza o velar por la salud de la gente.
Pues bien, la utilización del poder del Estado también puede ayudar a someter algunas de las amenazas internas o externas derivadas de la acumulación de capital a través de sanciones o con incentivos. Pero yo no veo que ahora se hagan propuestas concretas en este sentido. En todo caso, si se hacen, hay que sincerarse con la gente y dejar claro que lo único que con estas propuestas se conseguirá será gobernar un poco el crecimiento económico y frenar algunos de sus aspectos más cancerígenos. Pero en ningún caso se podrá garantizar que haya prosperidad sin crecimiento. El crecimiento dependerá de la marcha de la economía y la prosperidad dependerá de la marcha de la lucha de clases.
A estas alturas, ya sabemos que hay propuestas concretas que permiten canalizar bien las cosas y muchas de ellas ya se han aplicado en algunos lugares. Es posible, por ejemplo, gobernar determinadas áreas de la vida social y de la naturaleza separándolas de la actividad mercantil (por ejemplo, el espacio urbano, el agua, las playas, la música popular, las pensiones, etc.). Pero ahora, precisamente el capital actúa en la dirección opuesta, reincorporando muchos servicios en el mercado y por lo tanto dando más oxígeno a la acumulación de capital, lo cual ya nos da alguna pista de cuál es el camino que los capitalistas han elegido para superar esta crisis y para volver al crecimiento.
Esta crisis, que no se puede analizar estrictamente en clave local como pretenden los "ecosocialistas utópicos", también pone al descubierto las contradicciones que el sistema arrastra. En estos momentos, es necesario conocer las verdaderas raíces de la crisis del capitalismo neoliberal y la recesión, de la crisis alimentaria, la crisis energética, la crisis del agua, del cambio climático y de las crisis de legitimación que acompañan las actuales políticas neoliberales.
Para ello debemos aprovechar las contradicciones del sistema y descubrir cuáles son los verdaderos límites que este sistema tiene. La comprensión de estas contradicciones y las crisis resultantes que ocasionan nos proporcionan la clave para una transición hacia un sistema social más sostenible. No sabemos el momento exacto en que las contradicciones resultarán fatales para la acumulación de capital. Pero lo que está fuera de duda es que el crecimiento dentro del orden capitalista es imposible de dominar y eliminar de la misma manera que bajo el capitalismo es imposible acabar con la explotación del trabajo asalariado. Como sabiamente ya anticipó Marx, el capitalismo prospera destruyendo las dos fuentes de la riqueza: el trabajo y la naturaleza.
Estas contradicciones y los límites y crisis del sistema no eliminarán el crecimiento capitalista insostenible por sí mismo. Por esta razón el capitalismo nos lleva a la barbarie. Esto ahora ya lo podemos comprobar. Quien verdaderamente está en condiciones de eliminar este sistema, es la clase obrera a la que corresponde jugar el papel de partera de la historia. La cuestión ambiental, al igual que la cuestión nacional debe ir íntimamente asociada a la cuestión social.
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