Jean Vigo: una presentación
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.
Su legado combina el lirismo, el surrealismo, y una aproximación a la ideología anarquista. Aún conocedor de la gravedad de su naturaleza enfermiza, a su muerte, Vigo dejó más de una veintena de proyectos
Este director francés (París, 1905-1934). Conoció una vida tan breve como intensa. Sus raíces son catalanas: su abuelo paterno había sido viguier (magistrado) del Principado de Andorra. Su padre, Eugéne Bonaventure de Vigo (1883-1917), ferviente militante anarquista y luego socialista (bajo el nombre de Miguel Almereyda), conoció la prisión desde los 17 años. Acusado de espionaje en el asunto del Bonnet Rouge (periódico que había fundado en 1913), apareció ahorcado en su celda, en 1917. La justicia lo consideró suicidio.
Para Jean Vigo, confiado a un pariente paterno, comenzarían entonces ocho años de pensiones, colegios e internados, en Nímes, Millau y Chartres. Al principio, este “hijo de traidor” lleva un nombre prestado.
Su obra se alimentará de esta experiencia capital. En el otoño de 1925, Vigo se matricula en la Sorbona para licenciarse en Filosofía. Se ha reconciliado con su madre y ha encontrado los compañeros de combate de Almereyda, cuya memoria quiere rehabilitar a toda costa. Se dedica al cine con unos comienzos que serán más difíciles, si cabe, ya que la tuberculosis le perseguirá hasta la muerte.
Comienza como ayudante operador en los estudios de la Victorine, en Niza (1928); después, el desempleo. Ayudado por el operador Boris Kaufman (un hermano de Dziga yertov), comienza, sin dinero y sin medios: A propos de Nice. La película se inscribe en el movimiento de la segunda vanguardia y atrae la atención sobre su autor.
Vigo participa en el II Congreso Internacional de Cine Independiente de Bruselas, en 1930 y allí hace nuevos amigos: Germanine Dulac, Henri Storck.
Obtiene un contrato para la realización de un cortometraje documental, Taris (1931), pero rehúsa otras proposiciones. Gracias a la amistad del actor René Lefévre, Vigo encuentra un productor “aficionado” pero comprensivo, Jacques-Louis Nounez. Puede así realizar, con presupuestos limitados, Zéro de conduite (1933), muy mal recibida e inmediatamente prohibida por la censura, después L’Atalante (1934), también mal acogida por la profesión.
Vigo agoniza mientras los distribuidores hacen corregir su película, rebautizada como Le chaland qui passe. Cuatro películas, de ellas sólo un largometraje, bastaron a Jean Vigo para imponer una visión del mundo de una originalidad sin precedentes y construir una obra rica y cargada con el peso de una vida que se hace. Por primera vez, con Vigo, el cine se eleva a la altura de las otras artes. “Era un cineasta nato”, según Ehhie Faure. Entendamos: un creador que no dominaba su vida y que no podía encontrar su lugar exacto en el mundo más que mediante el cine.
Si se apartan del surrealismo, sus procedimientos sus automatismos para retener únicamente sus más altas miras: la conquista de la surrealidad (¿Es verdad que el más allá, todo el más allá está en esta vida?), la fusión de la realidad y el sueño (“Ese punto del espíritu donde lo real y lo imaginario dejan de ser percibidos contradictoriamente”), la superación de la muerte “(Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginarias”), la insurrección permanente contra la sociedad burguesa, la unión inseparable de la idea de amor con la idea de revolución, el amor loco, “La gran promesa que subsiste después de haber sido mantenida”, escribió André Breton, se podría afirmar, sin grandes riesgos, que Vigo es no solamente el primero, sino el más auténtico director surrealista.
A propos de Nice (1930), “punto de vista documentado”, “cine de compromiso”, proviene del “cine-ojo” vertoviano. En este mismo estilo, Vigo continúa, entre el júbilo y el sarcasmo, un documentalismo social “para abrirnos los ojos”.
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