Kafka en el centenario de su muerte
Por Urariano Mota*
Un análisis de la “Carta al Padre” de Kafka, destacando sus resonancias personales y universales, y reflexionando sobre su lectura durante la dictadura militar de Brasil y su continua relevancia en 2024
Una de las obras maestras de Kafka es “Carta al Padre”. El texto es una carta póstuma que Kafka escribió a su padre, pero que nunca fue enviada. Recuerdo que leí el texto por primera vez durante los años de la dictadura militar en Brasil. Si el espíritu no me engaña, debo haber leído la Carta al Padre en una edición del Jornalivro, una gran editorial de resistencia en la época. En el autobús, silencioso y amargado por un día más de burócrata en Celpe, quedé encantado por primera vez con este, digamos, nuevo Kafka. Lo “nuevo” se debió al descubrimiento de que un autor, con fama de narrar una realidad fantástica, absurda hasta el punto de generar una palabra nueva, kafkiano, que escribía de manera tan realista, tan cercana a mí, mi propia experiencia, y tan cercano al universal de todos los lectores. Mire en qué consistía la fantasía, la irrealidad, en la Carta al Padre:
“Me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.”
¡Qué comienzo! En este documento estético se anulan las fronteras entre lo autobiográfico y la literatura, que tantas veces se delimitan de forma tardía, incluso por el deseo de sustraer a la literatura del campo de la realidad vivida por todos nosotros. Todos, desde el pronombre personal “nosotros”, hasta el sustantivo plural “nodo”. Kafka liberó las ataduras de la ilusión para todos los lectores:
“Yo flaco, enclenque, esmirriado, tú fuerte, alto, ancho. Ya en la cabina, mi aspecto me parecía lastimoso, y no sólo delante de ti, sino del mundo entero, pues tú eras para mí la medida de todas las cosas (…. ) Por ello el mundo quedó dividido para mí en tres partes: una en la que yo, el esclavo, vivía bajo unas leyes que sólo habían sido inventadas para mí y que además, sin saber por qué, nunca podía cumplir del todo; después, otro mundo que estaba a infinita distancia del mío, un mundo en el que vivías tú, ocupado en gobernar, en impartir órdenes y en irritarte por su incumplimiento, y finalmente un tercer mundo en el que vivía feliz el resto de la gente, sin ordenar ni obedecer. Yo vivía en perpetua ignominia: o bien obedecía tus órdenes, y eso era ignominia, pues tales órdenes sólo tenían vigencia para mí; o me rebelaba, y también era ignominia, pues cómo podía yo rebelarme contra ti; o bien no podía obedecer, por no tener, por ejemplo, tu fuerza, ni tu apetito ni tu habilidad, y tú sin embargo me lo pedías como lo más natural; ésa era, por supuesto, la mayor ignominia. De este género eran, no las reflexiones, sino los sentimientos de aquel niño”
Y era tan real en la Carta que Otto Maria Carpeaux escribió que recordaba un momento en el que conoció a Kafka en Viena, cuando el escritor apenas hablaba. En el texto, Carpaux atribuyó el fenómeno a una lamentable enfermedad en la laringe de Kafka:
“Y una de esas tardes conocí personalmente a Franz Kafka.
Conocía a pocos de los presentes. Me presentaron sumariamente. Sintiéndose un poco perdida entre toda esta gente, sin tener el valor de acercarse al centro de la reunión, la gran y bella actriz DF -que era famosa como Mesalina- se retiró a un rincón ya ocupado por un muchacho delgado, delgado y pálido, taciturno. No podía imaginar que la tuberculosis de la laringe, que lo mataría tres años más tarde, ya le había ahogado la voz. Y entonces se desarrolló “ese” diálogo:
‘Kauka.’
‘¿Como te llamas?’
‘¡KAUKA!’
‘Mucho gusto.’
Éste fue el principio y el final de mi primer encuentro con Franz Kafka”.
Pero no, el impedimento del habla de Kafka venía de antes, pero se vio agravado por su enfermedad. Había sido mutilado desde su juventud, como se revela en la Carta:
“La imposibilidad de unas relaciones pacíficas tuvo otra consecuencia, en el fondo muy natural: perdí la facultad de hablar. Seguramente tampoco habría sido nunca un gran orador, pero el lenguaje fluido habitual de los hombres lo habría dominado. Tú, sin embargo, me negaste ya pronto la palabra, tu amenaza: «¡No contestes!» y aquella mano levantada a la vez me han acompañado desde siempre”.
Este fue un daño que buscó superar a través de la libertad más elocuente: el discurso de la literatura. Pero no encontró refugio en el reconocimiento paterno, aun así, como consta en la Carta:
“Más certero has sido con tu aversión a mi quehacer literario y a todo lo relacionado con él, y que tú ignorabas. En este punto me había alejado un tanto de ti, efectivamente, y por mis propios medios, aunque eso recordase un poco al gusano que, aplastado por detrás de un pisotón, se libera con la parte delantera y repta hacia un lado. Me encontraba hasta cierto punto a salvo, pude respirar hondo; la aversión que, naturalmente, sentiste de inmediato por mi actividad literaria, en este caso, excepcionalmente, me resultó agradable. Aunque mi vanidad, mi amor propio se resentían ante la acogida, célebre entre nosotros, que reservabas a mis libros: «¡Déjalo encima de la mesilla de noche!» (casi siempre estabas jugando alas cartas cuando llegaba un libro)”
Por supuesto, esta falta de respeto por las actividades artísticas de una persona no es infrecuente en el llamado hogar dulce hogar de todos. La diferencia es que en Kafka, en la Carta al Padre, el hombre despótico logra su condena de forma devastadora. Para siempre, copio este genial párrafo:
“A veces me imagino un mapamundi completamente desplegado y a ti extendido transversalmente sobre él. Y entonces me parece como si yo sólo pudiese vivir en las zonas que tú no cubres o que no están a tu alcance. Y, conforme a la idea que tengo de tu tamaño, esas zonas no son ni muchas ni muy acogedoras y, concretamente, el matrimonio no se encuentra entre ellas.”
Cabe señalar, de paso, que este es uno de los pasajes donde se revela elocuentemente el magnífico salto del arte, la superación de lo biográfico por la literatura. Es como un verso definitivo de un poema que universaliza la particular infelicidad del poeta: “A veces me imagino un mapamundi completamente desplegado y a ti extendido transversalmente sobre él”. ¡Qué imagen tan terrible y plástica! El motivo biográfico inmediato de la carta fue la negativa del padre al deseo de Kafka de casarse con una mujer joven. Era hija del conserje de una sinagoga suburbana, y su padre la había descalificado por considerarla indigna de este matrimonio, porque se encontraba en una condición social inferior a la de la familia del escritor. Y así llegó a su fin otra búsqueda de un hogar humanizado.
Para un escritor de tal nivel, resulta absurdo, sí, esa palabra, que la valoración crítica de la obra haya llegado un poco tarde. De hecho, ni siquiera llegó a su tierra natal. En Praga, créanme, Kafka es desconocido para la mayoría de la población. ¿Será porque nadie es profeta en su tierra? Depende, Portugal no hace eso con Fernando Pessoa, ni Alemania con Goethe. Y en el camino del reconocimiento de las críticas, su camino no fue fácil. Kafka, uno de los más grandes escritores del siglo XX, no recibió una crítica fructífera por parte del pensador György Lukács. El filósofo lo consideró un escritor talentoso, con “una decadencia artísticamente interesante”. Más tarde, Lukács admitiría que no había hecho una valoración justa del brillante escritor. Pero, afortunadamente para nosotros, los escritores de todo el mundo y de la izquierda de todas partes han visto a Kafka como un escritor fundamental. Y para nuestra igual felicidad, dos de los grandes filósofos marxistas del siglo XX, Theodor Adorno y Walter Benjamin, le dedicaron luminosos estudios.
Modesto Carone, que hizo traducciones modelo de Kafka al portugués, en el epílogo de Carta al padre cita a Walter Benjamin:
“No en vano Walter Benjamin, en un ensayo de 1934 sobre Kafka, ve a padres y burócratas hermanados en su obra: ‘El padre’, dice Benjamin, ‘es la figura que castiga. La culpa le atrae, como atrae a los funcionarios de justicia. Hay muchos indicios de que el mundo de los empleados y el mundo de los padres son idénticos en Kafka. Esta similitud no los honra. Está hecho de estupidez, degradación e inmundicia’”
En la Carta al Padre, como escritor de su género, genio y oficio, Kafka dice una línea en la que su padre responde a las verdades que acaba de escuchar en el texto. Y el padre habla, en la imaginación de Kafka, pero alimentada por la experiencia que vivió bajo la tiranía del bárbaro:
“Eres incapaz de vivir; pero con el fin de instalarte en la vida cómodamente, libre de preocupaciones y sin reprocharte nada, demuestras que yo te he quitado toda la capacidad de vivir y que me la he metido en el bolsillo. Qué te importa entonces no ser capaz de vivir, yo soy el culpable de ello, tú en cambio te tumbas tranquilamente y dejas que yo te arrastre, física y espiritualmente, por la vida.”
El lector ya nota el arrastre hacia el padre. Es en La Metamorfosis, cuando el narrador sufre la transformación de tener cuerpo de insecto y cabeza humana. Y más claramente observo que la opresión doméstica de una persona discapacitada, y su rechazo, ya habían sido narrados en La Metamorfosis:
“Gregorio tuvo que confesarse a sí mismo que no soportaría por mucho tiempo estas carreras, porque mientras el padre daba un paso, él tenía que realizar un sinnúmero de movimientos. Ya comenzaba a sentir ahogos, bien es verdad que tampoco anteriormente había tenido unos pulmones dignos de confianza. Mientras se tambaleaba con la intención de reunir todas sus fuerzas para la carrera, apenas tenía los ojos abiertos; en su embotamiento no pensaba en otra posibilidad de salvación que la de correr; y ya casi había olvidado que las paredes estaban a su disposición, bien es verdad que éstas estaban obstruidas por muelles llenos de esquinas y picos. En ese momento algo, lanzado sin fuerza, cayó junto a él, y echó a rodar por delante de él. Era una manzana; inmediatamente siguió otra; Gregorio se quedó inmóvil. del susto; seguir corriendo era inútil, porque el padre había decidido bombardearle. Con la fruta procedente del frutero que estaba sobre el aparador se había llenado los bolsillos y lanzaba manzana tras manzana sin apuntar con exactitud, de momento. Estas pequeñas manzanas rojas rodaban por el suelo como electrificadas y chocaban unas con otras. Una manzana lanzada sin fuerza rozó la espalda de Gregorio, pero resbaló sin causarle daños. Sin embargo, otra que la siguió inmediatamente, se incrustó en la espalda de Gregorio; éste quería continuar arrastrándose, como si el increíble y sorprendente dolor pudiese aliviarse al cambiar de sitio; pero estaba como clavado y se estiraba, totalmente desconcertado”.
La Carta al Padre termina así:
“Si no me equivoco, también con esta misma carta estás viviendo a mis expensas, como un parásito (diría el padre).
A ello respondo que la totalidad de esa objeción, que en parte puede volverse contra ti mismo, no viene de ti sino de mí, precisamente. Esa desconfianza que tú tienes hacia todo no es, sin embargo, tan grande como la que yo tengo frente a mí mismo y en la que tú me has educado. No le niego una cierta legitimidad a esa objeción tuya, que además aporta nuevos aspectos a la caracterización de nuestras relaciones.
Como es natural, las cosas no pueden encajar unas con otras en la realidad como encajan las pruebas en mi carta, la vida es algo más que un rompecabezas; pero con la corrección que resulta de esa objeción, una corrección que no puedo ni quiero exponer con detalle, se ha llegado, a mi juicio, a algo tan cercano a la verdad que nos puede dar a ambos un poco de sosiego y hacernos más fáciles la vida y la muerte..”
La abrumadora impresión de leer la Carta en 1972, mientras estaba en el autobús para otro viaje en tiempos de Medici, vuelve revitalizada en 2024. Franz Kafka es una ventana de la civilización contra la barbarie, incluida la del actual Estado fascista de Israel. La política vuelve a actualizar a un creador de humanidades. ¡Salud, Kafka!
* Urariano Mota es un escritor y periodista brasileño. Autor de las novelas “Soledad no Recife”, “O Filho Renegado de Deus” y “A Mais Longa Duração da Juventude” ( “La vida más larga de la juventud”), traducido al inglés como “Never-Ending Youth,” por Peter Lownds, y publicado en Estados Unidos por International Publishers.
Otras notas del autor
Comparte este artículo, tus amig@s lo leerán gratis…
Mastodon: @LQSomos@nobigtech.es Telegram: LoQueSomosWeb
Twitter: @LQSomos Facebook: LoQueSomos Instagram: LoQueSomos