La censura borbónica ataca de nuevo
Pues sí, amigos, la ofensiva borbónica contra mi humilde y plebeya persona se desata de nuevo, intentando sus torpes planificadores cortesanos encerrarme, una vez más, en un asfixiante cerco mediático que me haga callar, si no para siempre, por lo menos para un ratito histórico, hasta que la maltrecha institución monárquica de corte franquista que sufre mis democráticos ataques se recupere un poquito de su mala imagen y de la importante caída en su popularidad. Y no dudando para tratar de conseguirlo, el echar mano de nuevo de la férrea censura de corte totalitario y totalmente impropia de un Estado democrático y de derecho (como se supone que es el español de hoy) que vienen utilizando sistemáticamente contra este profesional desde que tuvo la malévola idea, hace ya veinte años, de sacar a la luz pública los devaneos y presuntos delitos de su titular, el rey/cazador Juan Carlos I, conocido peyorativamente en los cenáculos republicanos madrileños desde hace algunos meses como el “cojo de Botsuana” o el “caderas de oro”, esto último por lo que nos cuesta a los españoles (de momento, en euros) el que este hombre pueda desfilar cada pocos días, como Mazinger Z, por salones y comedores regios. Veamos. Les cuento:
El pasado 8 de Noviembre recibí, a través de diferentes medios digitales de comunicación (los libres, vamos) una petición de contacto por parte del programa de Cuatro TV “Las mañanas de Cuatro”.
Puesto al habla con la redacción del citado programa televisivo me transmitieron su profundo interés en hacerme un reportaje que versaría sobre el proceso que en la actualidad afronto en la Audiencia Nacional (antiguo TOP franquista) por “presuntas calumnias e injurias al rey” así como sobre otros aspectos relevantes de la actualidad nacional e internacional.
Admitida la propuesta por mi parte, después de advertir a la redacción del citado programa que mis contestaciones y manifestaciones podrían ser consideradas políticamente muy incorrectas dado el pacto de silencio mediático levantado alrededor del monarca español desde que se aupara al trono, allá por Noviembre de 1975, de la mano de Franco, el reportaje en cuestión se grabó al día siguiente, 9 de Noviembre, en mi domicilio y por espacio de casi dos horas. Con abundantes “testimonios”, documentación y toda clase de facilidades por mi parte. Y con total complacencia, agradecimiento y, yo me atrevería a aseverar, hasta con cierta “colaboración conspirativa” por parte de los, sin duda, muy buenos profesionales enviados por la cadena televisiva hermana de Telecinco. El máximo responsable de los cuales, por cierto, antes de abandonar mi domicilio me aseguró que un día antes de la salida en antena de la grabación efectuada me alertaría de ello, como por otra parte es norma común en estos casos en aras de satisfacer el ego y la “vanitas vanitatis” (que no es en absoluto mi caso pues hace ya tiempo que perdí ambas patologías de la personalidad y me muevo con otros horizontes vitales) de la mayoría de los famosillos o tertulianos que cubren, con más pena que gloria, la parrilla de los numerosos programas basura de nuestras ínclitas cadenas de televisión.
Pues bien, amigos, aunque estoy convencido de que ustedes ya se imaginan el final de esta historia de censura y represión, se lo voy a contar. Sabiendo de antemano que, tanto el profesional que esto escribe como el resto de ciudadanos españoles que, eso sí, cuenten con un parachoques cerebral igual o superior a los dos centímetros, hace ya tiempo que estamos curados de espanto y conocemos a ciencia cierta que eso tan bonito de la “libertad de expresión” y el “derecho a recibir información veraz” son, efectivamente, derechos humanos reconocidos y respetados en los agraciados países que gozan de una verdadera democracia pero, desde luego, no en el nuestro que apenas puede poner sobre el hemiciclo de su blindado Parlamento una pobre parodia mal copiada y de muy baja calidad. Construida sobre la ignorancia y complacencia temerosa de amplias capas de la población que, todavía a día de hoy, casi cuarenta años después de la muerte del dictador, siguen dando gracias a Dios porque su heredero a título de rey, el jefe supremo de los malvados militares franquistas de entonces y futuro crack de las sabanas botsuaneras, tuvo a bien traernos tan “sui generis” y escaso régimen de libertades. Más que nada, esto también hay que decirlo, para que él pudiera forrarse y pegarse la gran vida cazando elefantes y bebiendo “corinnas”, el maravilloso cóctel sudafricano. ¡Hay que joderse, con perdón!
Bueno, conciudadanos españoles que hoy libráis de “manis” y podéis leerme, perdón por salirme del guión de la misma forma que lo hizo, el último fin de semana en Cádiz, el Borbón de las caderas de titanio (dos mejor que una) que se permitió reunir a quince o dieciséis mandatarios iberoamericanos invitándoles a suites, almuerzos, copas y puros (la cumbrecita gaditana nos ha salido a todos los españoles por un pico que no baja, según algunas fuentes bastante enteradas, de los 20 millones de euros) para comunicarles ¡ojo al dato! leyendo el papiro de rigor, por supuesto, que tiene que pasar por el taller para que le cambien, como si fuera un robot “made in Japan”, el chip de la cadera izquierda, que parece ser se le ha fundido de tanto darle a la percusilla.
Sí, desde luego, me he ido del guión pero da igual porque el tema éste de la censura borbónica, por lo menos por lo que respecta al pobre plebeyo que redacta las presentes líneas, es tan vieja como el zumo de papaya, que ya lo consumían los aborígenes americanos mucho antes de que Colón accediera al uso de razón; si es que semejante personaje y almirante de la Mar Océana made in Spain, (aquí enseguida hacemos almirante a cualquiera, sobre todo si trajina ginebra a espuertas) disfrutó alguna vez de ese anhelado aditamento neuronal, que yo lo dudo mucho visto la que les organizó a los indios con su descubrimiento.
Pues bien, amigos, retomo la denuncia de censura borbónica con la que abría el presente trabajo. El reportaje de marras, se hizo, se grabó, se guardó, se empaquetó, y los periodistas implicados en su realización se fueron de mi domicilio más contentos que un San Luis, aunque escasos minutos antes, durante la grabación del reportaje, parecieron asustarse mucho con mis confidencias en relación con el homicidio del cadete Juanito, allá por marzo de 1956, cometido en la persona de su hermano, el infante Alfonso, el falso golpe militar del 23-F, las peripecias de terrorismo de Estado de los GAL o las aventuras extramaritales a las que invitamos todos los españoles al tal cadete Juanito (ya mayorcito y convertido en rey de España, aunque sin derecho de pernada ¡menos mal!) en los largos años de su reinado. Pero del citado reportaje a día de hoy nada se sabe. Ni ha sido emitido, ni hay dios que sepa donde coño está (con perdón). Unos me dicen que lo tiene sobre la mesa el director del CNI; otros, que lo tiene, también sobre la mesa, el director de la cadena Cuatro, después de poner firmes y robárselo a los esforzados periodistas de la oposición borbónica que lo filmaron; y hay otros, aunque yo no me lo creo mucho, que afirman que tamaño documento histórico prerrevolucionario está ya a buen recaudo en el bunker secreto de la APIIIRE, siglas que no me atrevo a traducir al román paladino porque el secreto en la guerra (aunque todo en ella vale) es fundamental, incluso con los amigos y correligionarios. Que demasiadas veces se van de la lengua.
Pues me quedé sin reportaje, amigos, y sin verme en la pantalla de Cuatro TV, con lo vistoso que me había puesto para la ocasión mi dulce esposa, que ya me ve otra vez en prisión como cuando, hace ya más de veinte años, luché por erradicar la mili obligatoria de este país (que se cobraba doscientas muertes al año entre los pobres reclutas forzosos y no servía para asegurar una mínima defensa). Pero me da igual. Siempre me quedará Internet y su mágica nube virtual…
* Amadeo Martínez Inglés, Coronel, escritor, historiador.