La derecha que nos ha tocado vivir en suerte es, a nuestro juicio, claro está, la más canalla y la menos democrática. La crisis ha destapado el frasco de sus esencias. Privatizaciones, recortes salariales, flexibilidad del mercado laboral, desregulación, amén de pasar por la guillotina los derechos sociales, económicos y políticos, fusilando los derechos humanos y de la naturaleza. Su comportamiento, en tiempos de la recesión, las aproxima. No hay tanta distancia entre la derecha mexicana, española, chilena, colombiana, italiana o británica.
El retrato del buen conservador, dotado de capacidad crítica y reflexiva, es pasado. La actitud conservadora de Michael Oakeshott ha desaparecido. Seguramente quedan algunos, dispersos, pero no constituyen la minoría consistente dentro de sus partidos. Hoy, por el contrario, quienes controlan la cúpula de la derecha, son personajes oscuros, pertenecientes a las oligarquías, en ocasiones engendros creados por las agencias de publicidad y el marketing político para satisfacer los deseos de la gran banca y el poder económico. Su carácter es flexible y gelatinoso. No tienen principios, ni vocación de servicio público, son simplemente funcionarios sometidos a la ética de la responsabilidad y la razón de Estado. Cambian de parecer según lo manden los índices de aceptación y las encuestas.
En medio de esta vorágine, un factor cohesiona a las derechas en los países de capitalismo desarrollado. Se trata de una ideología xenófoba, racista y chovinista, en casos de necesidad. Como un virus en letargo no emerge hasta que algún factor externo lo despierta. Mientras tanto puede sobrevivir sin llamar la atención. Hoy, ese factor externo se llama inmigración. En Europa y Estados Unidos, la derecha persigue al emigrante, al sin papeles, culpándolo de todos los males habidos y por venir. Su discurso se vuelve xenófobo. ¿Que no funciona la sanidad? Los emigrantes saturan el sistema público. ¿Qué no hay trabajo? Los emigrantes lo acaparan todo. ¿Qué hay más delincuencia? Los emigrantes son los responsables. ¿Qué la educación pública va mal? Los hijos de emigrantes, menos listos y torpes. ¿Qué hay mucha promiscuidad? Los emigrantes son unos libertinos. ¿Que no hay viviendas de protección social? Los inmigrantes se apoderan de ellas. ¿Que hay más violencia de género, robos y violaciones? Culpables, los inmigrantes. Y si practican otra religión, no hay más que hablar, Occidente está siendo atacado y destruido desde dentro. Pronto será colonizado por los musulmanes, desplazando a la población cristiana, católica, apostólica y romana. Ni una sola mezquita más. Los inmigrantes musulmanes son un peligro. Esta histeria colectiva se expande con mayor notoriedad desde los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2011. Tratados con desprecio, se les humilla públicamente y se les considera, a todos, posibles terroristas. En definitiva es el enemigo a vencer En la actualidad, los inmigrantes, sean legales o no, se les considera una plaga a exterminar. Para los buenos ciudadanos europeos, arios, católicos o protestantes, no es de buen gusto ver como sus plazas, parques, estadios, centros comerciales de Madrid, Barcelona, París, Roma o Milán se llenan de indeseables procedentes de África, Asia o América Latina. Son un mal ejemplo para la comunidad. En este caldo de cultivo, el discurso tremendista gana adeptos en el corto plazo y conlleva la radicalización de las derechas existentes, conjuntamente con favorecer la emergencia de partidos xenófobos de ultraderecha. Asimismo, bajo el paraguas del odio al extranjero aparecen los justicieros a título individual. ¿Cómo si no explicar la matanza de jóvenes noruegos a manos de un neonazi cuyo objetivo era purificar el país?
Igualmente cobra sentido que en Badalona, la tercera ciudad en importancia de Barcelona, ganase un candidato del Partido Popular racista y xenófobo. El nuevo alcalde, Xavier García Albiol, se apoyó en el supuesto malestar
que supone la presencia de moros, gitanos, negros y sudacas
en sus calles. Era necesario hacer una limpieza. Sin rubor defiende que los extranjeros no son bien recibidos y que deben irse. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? La respuesta está en la mentira y manipulación de la opinión pública. Para corroborar lo dicho, baste rescatar el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, dependiente de la vicepresidencia primera del gobierno, realizado en julio. En él, la inmigración no está considerada entre los tres primeros problemas más acuciantes del país. Tan sólo 10 por ciento la considera relevante. En primer lugar figura el paro con 84 por ciento, seguido de la crisis económica con 45 por ciento; en tercer lugar, y es significativo, con 24 por ciento aparece la corrupción en los partidos y la clase política. Sin embargo, la derecha atiza el fuego y busca encender la llama del odio al extranjero. Tiene sus motivos para actuar de esta manera. En medio de una crisis profunda del capitalismo, los sectores más afectados por el paro, las privatizaciones o la regulación de empleo se muestran más proclives al discurso xenófobo y aceptan sin cuestionarse, si es verdad, esta imagen distorsionada del inmigrante. De esta forma, la derecha obtiene votos rápidamente. Sus medios de comunicación, sus dirigentes, tertulianos e ideólogos han situado en la primera línea de fuego la inmigración, cambiando, condicionando y dirigiendo la agenda política hacia su terreno, al margen de las verdaderas preocupaciones del ciudadano. Algo similar ocurre con el terrorismo: menos del uno por ciento lo considera un problema en España, sin embargo es un tema recurrente en la derecha.
Inmersos en esta mentira, escuchamos diariamente en los medios de comunicación a los intelectuales
de la derecha iniciar sus tertulias y programas con un preocupante yo no soy racista… pero… los inmigrantes colapsan la sanidad y sabotean la democracia
. Es un fascismo societal, al cual sólo le falta proponer la construcción de campos de concentración para su control, utilización como cobayas humanas para experimentos y mano de obra gratis. Todo se andará. Tiempo al tiempo.