La fortuna del Borbón que reinó después de morir

La fortuna del Borbón que reinó después de morir

Arturo del Villar*. LQS. Abril 2018

“Juan no sólo había heredado una gran fortuna de su padre, que tenía bien colocada en bancos suizos, sino que la incrementó con las donaciones y regalos de sus vasallos. El pirata Juan March, por ejemplo, además de pasarle una asignación le regaló en 1946 el barco llamado Saltillo… “

Los periodistas servilones ensalzan la memoria del peor enemigo del pueblo español. Recordamos la historia canallesca… Primera parte

Los monárquicos servilones, es decir, todos, han conmemorado los 25 años de la muerte de Juan de Borbón y Battenberg, padre del rey emérito y abuelo del efectivo, acaecida el 1 de abril de 1993, cuando se cumplían 54 años de la victoria de los militares monárquicos sublevados que tanto jaleó, por suponer que le iban a poner en el trono a él. Un gran amigo suyo, el banquero delincuente encarcelado Mario Conde, se dijo (¿lo dijo?) que había pagado los gastos de su última estancia en la elitista Clínica Universitaria de Navarra en la que falleció, pero otro conde, éste de título, el de los Gaitanes, de nombre civil Luis de Ussía, reclamó ser el pagano, porque el muerto, también conde, de Barcelona, en contra de la voluntad de los barceloneses, carecía de fortuna, ya que había pasado su regalada vida sin trabajar nunca, gracias a la asignación que le pasaban los llamados nobles, que son muy servilones de sus amos los reyes.

Una de las falsedades que jalonan la biografía de Juan de Borbón es la de ser conside-rado rey de España con el nombre de Juan III, porque no reinó ni un día siquiera. Su padre el exrey Alfonso de Borbón le designó sucesor poco antes de morir en 1941, porque sus dos hermanos mayores tenían algunas de las lacras típicas borbónicas, uno como hemofílico y otro como sordomudo. Las de Juan no eran físicas, sino morales. Pero el exrey no podía transmitir nada, puesto que el 20 de noviembre de 1931 las legítimas Cortes Constituyentes españolas le privaron de todos sus títulos, así como a sus herederos.

El dictadorísimo designado por sus compinches de traición para dirigir la guerra en 1936 no quiso renunciar al poder cuando terminó, sino que decidió mantenerlo hasta su muerte. Sabiendo que un día fallecería, buscó un sucesor sumiso de su régimen, y como le pareció que Juan de Borbón no lo sería, eligió a su hijo Juan Carlos. Se lo trajo a España en 1948, a sus 10 años, para ocuparse de su educación, de manera que llegara a ser un buen fascista. El padre autorizó todas las propuestas del dictadorísimo, y el hijo fue educado conforme al espíritu del Movimiento Nacional acaudillado por el tirano. Así ha resultado.

Digno hijo de tal padre

El 5 de marzo de 1966 los 72 miembros del consejo privado de Juan le ofrecieron un homenaje en su residencia de Estoril (Portugal). Su hijo Juan Carlos prometió asistir, pero en el último momento alegó una disculpa. Uno de los servilones más fieles de quien era conocido como “El Pretendiente”, el periodista Luis María Anson, escribió su hagiografía, titulada simplemente Don Juan, publicada en 1995 en Barcelona por el Círculo de Lectores, y en la página 351 relata que cuando el padre escuchó a su hijo anunciarle por teléfono que no acudiría al homenaje, le gritó “cosas terribles”.

Cita además un comentario leído en la página 466 del libro escrito por el primo del dictadorísimo, Francisco Franco Salgado—Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, publicado en 1976 en Barcelona por Planeta. Le aseguró el dictadorísimo que Juan Carlos le había relatado que no acudió al homenaje porque “no le agradaba asistir a dicha reunión política, aunque su padre tenía especial empeño en ella”: le importaba un bledo el deseo de su padre, y en cambio deseaba agradar a su padrino.

Que le recompensó bien el acatamiento mostrado, porque el 22 de julio de 1969 propuso a los “procuradores” de su caricatura de “Cortes” que aceptasen a Juan Carlos como sucesor suyo a título de rey. Al día siguiente el designado juró ante las mismas “Cortes” lealtad al dictadorísimo y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional, sus leyes genocidas. La indignación del pretendiente fue mayúscula, renegó de su hijo y dejó de hablarle, por considerar muy razonablemente que le había echado a un lado en sus pretensiones de llegar a reinar cuando falleciese el dictadorísimo.

Vaya par de reyes

En charla con la periodista opusdeísta Pilar Urbano, recogida en su libro La Reina, publicado en Barcelona en 1996 por Plaza & Janés, página 338, le confesó Juan Carlos que había culpado a su padre del suceso: “El haber sido nombrado ‘sucesor a título de Rey’ es una consecuencia de haber estado en España, porque tú me pusiste ahí. Yo no te lo pedí. Tú lo decidiste por mí. Y es lógico, de cajón, que haya ocurrido lo que ha ocurrido.” Esta vez estaba en lo cierto, aunque no es frecuente en un Borbón decir la verdad.

Así que a la muerte del viejísimo dictadorísimo en 1975 le sucedió el designado por él sucesor a título de rey, con la oposición pública de su padre. Fue una situación semejan-te a la vivida en 1808 entre Carlos IV y su hijo putativo Fernando VII, porque los dos se consideraban reyes legítimos de la pobre España. Las relaciones entre el padre y el hijo siguieron rotas, hasta que el pretendiente comprendió que no tenía ninguna oportunidad de ser rey. En consecuencia el 14 de mayo de 1977 renunció a sus presuntos derechos dinásticos a la Corona, cuando Juan Carlos llevaba ya 17 meses cómodamente instalado en el trono, en donde lo sentó el dictadorísimo para que continuara su política represiva contra el pueblo español.

Por lo tanto, el pretendiente jamás reinó, porque su hijo se lo impidió. Sin embargo, y es otra de las mentiras que jalonan, su biografía, cuando falleció el 1 de abril de 1993 su hijo el rey impuesto Juan Carlos I ordenó que fuese enterrado en el panteón real del monasterio del Escorial, con el nombre de Ioannes III. Fue otra imposición, una flagrante desobediencia a la disposición mandada cumplir por Felipe II, el rey que ordenó construir el monasterio, según la cual en el panteón real solamente deben ser enterrados los reyes y las esposas de los reyes que hubieran sido madres de reyes. Pero a Juan Carlos I, como buen Borbón, le tiene sin cuidado la legalidad. Lo ignora, porque nada sabe tampoco de literatura, pero con esa orden hizo una nueva representación de la tragedia de Luis Vélez de Guevara Reinar después de morir, esta vez en versión cómica.

La pobreza del pretendiente

Otra más de las falsedades incluidas en sus biografías se refiere a la pobreza en que se decía vivió durante su exilio. Se aseguraba que Juan de Borbón había muerto casi en la ruina, y estaba sostenido por donaciones que le hacían los monárquicos nostálgicos deseosos de coronarlo como Juan III. Es otra de las mentiras habituales en su biografía. Si un cortesano pagó la cuenta de la Clínica Universitaria de Navarra, fue debido a la tacañería de la familia borbónica, tan inmensa que Juan Carlos I consiguió que se compraran las cartas, vídeos y documentos con los que sus antiguas barraganas pretendían chantajearle, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, y ordenó que se les ofreciera alojamiento en palacios del Patrimonio Nacional. Así ha reunido 1.800 millones de euros.

Juan no sólo había heredado una gran fortuna de su padre, que tenía bien colocada en bancos suizos, sino que la incrementó con las donaciones y regalos de sus vasallos. El pirata Juan March, por ejemplo, además de pasarle una asignación le regaló en 1946 el barco llamado Saltillo, con el que dio la vuelta al mundo por mar. Otros cortesanos le regalaron después el yate Giraldilla, y como les parecía poco para él más tarde le entregaron el Giralda, que como su propio nombre indica era mayor. Esta costumbre de recibir yates, automóviles, motocicletas, relojes, armas de caza, todo de gran lujo, la ha heredado y engrandecido su hijo Juan Carlos.

Jaime de Borbón, que no pudo heredar el trono de Alfonso XIII por ser sordomudo, publicó el 9 de junio de 1961 un manifiesto a los españoles, en el que acusaba a su her-mano menor Juan de haberle robado la herencia de su padre. El tal Jaime era también un pájaro de cuenta, pero a veces decía la verdad. Vivió a cuerpo de rey sin pegar golpe, como toda a familia.

Millones sin cuento

Según relata José María Zavala en su ensayo El patrimonio de los borbones, editado en 2010 en Madrid por La Esfera de Los Libros, con extensa documentación, el 21 de mayo de 1931 el Ministerio de Hacienda dio a conocer una nota oficial sobre la fortuna personal del último Borbón y su familia. Conforme al resumen provisional elaborado al 31 de diciembre de 1929, la fortuna de Alfonso XIII se valoraba en 26.188.850,27 pesetas, y la de su hijo Juan en 1.481.240,70 pesetas.

El exrey le favoreció en su testamento, por haberlo proclamado príncipe de Asturias y presunto sucesor suyo, así que a su muerte en 1941 Juan recibió una sustanciosa herencia de 2.460.536,23 pesetas en plena propiedad, 4.549.716,82 pesetas en usufructo, y 615.134,05 pesetas en nuda propiedad. Esta fortuna le permitió darse la gran vida sin necesidad de buscar ninguna ocupación ajena a los viajes en sus yates, hacer el amor a cuantas mujeres se le ponían como a Fernando VII, y disminuir rápidamente la siempre bien provista bodega. Sin embargo, presumía de pobre, y aceptaba las donaciones que le hacían sus cortesanos. Ésta fue su manera de enfrentarse a la dictadura, porque esos cortesanos aseguran que mantuvo una oposición enconada al dictadorísimo, reclamando sus presuntos derechos a ocupar el trono vacante desde el 14 de abril de 1931.

Al comenzar el reinado de su hijo vendió unas posesiones supuestamente heredadas de su padre, pese a que las legítimas Cortes Constituyentes privaron al depuesto Alfonso de Borbón y sus sucesores de todas sus posesiones, honores y títulos. Vendió el palacio de La Magdalena en Santander, regalado mediante cuestación popular al rey Alfonso XIII para que lo habitase en verano, con el fin de promocionar el turismo local; la isla de Cortejada en la ría pontevedresa de Arousa, que tuvo el mismo origen, aunque no se llegó a construir el palacio y en consecuencia nunca residió en ella; el palacio de Miramar en San Sebastián que mandó edificar la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, y la Villa Giralda que había comprado él en Estoril. Con esas propinas sumó unos 300 millones más a sus cuentas corrientes. Eso es pacotilla para un aspirante a ser rey, de manera que sus lacayos continuaron afirmando que se hallaba en la ruina y vivía de la caridad monárquica de los imbéciles legitimistas.

Cuentas en Suiza

A estas cifras y hechos conocidos se añaden las revelaciones publicadas por el diario madrileño El Mundo el 31 de marzo de 2013. Según se demuestra documentalmente, el pretendiente “dejó una fortuna de 1.100 millones de pesetas, que incluía 728,75 millones en fondos depositados en cuentas en el extranjero”. Según revela el diario, “el grueso de su patrimonio lo constituían tres cuentas domiciliadas en Suiza: una en Ginebra y dos en Lausanne”.

Le heredaron sus tres hijos, el rey Juan Carlos y las llamadas infantas Margarita y Pilar, porque su cuarto hijo Alfonso había muerto a manos de su hermano Juan Carlos. De acuerdo con el informe periodístico, “Al rey le correspondieron tres partidas de 2.500.000, 533.000 y 1.067.744 francos suizos. En total, 4.100.744 FS (375.628.150 pesetas al cambio de la época).Tres cheques por valor de estas tres cantidades fueron ingresados el 21 de octubre de 1993 en la cuenta 10031 de Sogenal (Société Générale Alsacienne de Banque), en Ginebra. Se desconoce qué sucedió a partir de ahí con este dinero”.

Lo indudable es que Juan de Borbón administró una gran fortuna, en parte heredada de su padre y en parte donada por sus cortesanos servilones, que le creían en la mayor de las pobrezas. Dado que para sus cortesanos era el rey Juan III, no podían consentir que trabajase en nada práctico, porque un monarca no puede ejercer ocupaciones propias de sus vasallos.

Todo era falso

Su biografía es una sarta de mentiras, aunque la mayor de todas es su presunta oposición a la dictadura fascista. Sus hagiógrafos repiten que el 10 de noviembre de 1942 hizo unas declaraciones al Journal de Genève en las que reclamaba que las naciones democráticas expulsaran al dictadorísimo del trono que usurpaba y lo pusieran a él. Para entonces la marcha de la guerra mundial indicaba que el Eje Roma—Berlín—Tokio iba a perderla. Hasta ese día estuvo esperando que fuera el propio dictadorísimo el que restaurase la monarquía en su persona, dado que había sido su fiel y sumiso servidor. Al comprobar que el exgeneral no pensaba retirarse, decidió apartarse de él, y denunció que había ganado la guerra apoyado por los dictadores nazifascista de Italia y Alemania, contra los que luchaban los países demócratas, y en consecuencia debían echarlo. Como si no lo supieran ya.

Hasta entonces había sido un defensor acérrimo de los militares rebeldes. Él mismo fue un marino sublevado a las órdenes del dictadorísimo, dispuesto a matar españoles republicanos por haber echado a su padre. Actuó lo mismo que los exgenerales Mola, Sanjurjo, Franco y demás traidores a España, y merece igual consideración que ellos.
En julio de 1936, recién terminado su viaje de bodas, una vuelta al mundo que duró más de seis meses, porque la pareja no necesitaba trabajar ni ganar dinero, Juan de Borbón y su prima y esposa María de las Mercedes de Borbón Dos Sicilias se instalaron en Cannes, hermoso lugar para residencia de millonarios. Al conocer la noticia de la sublevación de los militares monárquicos contra la República, se despertó en él el ansia de ir a matar a los españoles republicanos.

Continuará..

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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