Sudán, la geometría del caos
Por Guadi Calvo*
Cerca de cumplirse diez meses del inicio de la guerra civil de Sudán, el 15 de abril del año pasado, el conflicto parece no evolucionar a favor de ninguno de los dos bandos: el Ejército Nacional Sudán (ENS) a las órdenes del general Abdel Fattah al-Burhan y el grupo paramilitar conocida como Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) comandada por el seudo general, Mohamed Hamdan Daglo, alias Hemetti
La guerra que comenzó en pleno centro de Jartum, la capital del país, se ha expandido de manera inmediata hacia todos los estados del país, afectando muy particularmente a la región de Darfur, de una superficie cercana al medio millón de kilómetros cuadrado, aproximado al tamaño de España, y con una población aproximada a los once millones. Dividido en tres estados: Norte, Occidental y Sur, donde, como en la guerra de principios de siglo, se encubre una limpieza étnica contra las etnias (negros): Masalit, Fur y Zaghawa, por parte de los ex Janjaweed (jinetes armados) que han dado origen a las actuales FAR, compuesta por abbala (árabes) también conocidos como Baggara (los de las vacas).
El conflicto radica, fundamentalmente, en que el primer grupo son campesinos poseedores originarios de las tierras en disputa y los segundos son criadores de ganado, especialmente de camellos. Un duelo ancestral que se da en gran parte de los países del continente, muy particularmente en el Sahel, y que de manera azarosa estallan combates que dejan decenas de muertos.
Algunos analistas consideran que las FAR, llegados a la región de Darfur tras las invasiones árabes del siglo octavo, han visto en este proceso la oportunidad de conquistar ese territorio para finalmente escindirse del poder central, cómo ya lo ha hecho tras una guerra civil de décadas, de Sudán del Sur.
La virulencia de los combates ha generado un número de muertos, todavía muy discutido, que según las fuentes van de los diez mil a los veinticinco mil, dejando destruida prácticamente toda la infraestructura del país y que ha provocado el desplazamiento interno de más de diez millones de personas, obligando a más de un millón a buscar refugió en países vecinos, (Chad, Egipto, Etiopía y Sudán del Sur), porque la mayoría de los campamentos para refugiados dentro y fuera del país están al borde del colapso.
Entre todos ellos, quizás el más emblemático sea el de Zamzam, en el norte de Darfur, a catorce kilómetros al sur de la al-Fashe, la capital estadual, uno de los más antiguos y poblados de Sudán que se comenzó a formar a partir de los años noventa en el trascurso de una de las tantas guerras civiles que con frecuencia asolan al país africano.
Hasta el último censo, realizado antes del inicio de esta nueva guerra, se habían registrado cerca de ciento veinte mil habitantes. Por lo que, tras casi diez meses de iniciado el conflicto, y dado que uno de los principales escenarios de la guerra es Darfur, su ocupación se ha multiplicado por cinco o por seis y en este contexto solo se puede esperar que todos esos números se sigan incrementando con el consiguiente desborde de todas sus necesidades, a lo que se le suma la falta de acuerdos de las dos partes para establecer vías de seguridad para el transporte de suministro, el abastecimiento resulta casi imposible.
Las noticias de Zamzam son espeluznantes, y sin necesidad de entrar en los detalles de las cifras, según el último reporte de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF), presente desde mucho antes de abril pasado, revela una situación catastrófica.
La escasez de agua potable obliga a las personas a beber agua de los bañados y circunstanciales charcos, con el altísimo riesgo de contraer enfermedades cómo el cólera, habiéndose producido ya unos diez mil casos.
Prácticamente sin alimentos y menos medicamentos, la ONG denuncia que apenas se pueden paliar superficialmente las dolencias más leves; mientras que cualquier cuadro más grave, fácilmente solucionable en circunstancias normales, corre un alto grado de riesgo de vida.
La crisis se agrava obviamente más en la población infantil, de la que la cuarta parte de los estudiados padecen desnutrición aguda y el siete por ciento, desnutrición aguda grave (SAM). Entre los niños de seis meses a dos años las cifras son todavía más alarmantes, marcando que casi el cuarenta por ciento está desnutrido, y el quince padece SAM. Entre las mujeres embarazadas casi la mitad y sus lactantes están desnutridos.
El número diario de muertes de menores se estima en trece, y los médicos advierten que en el marco de desnutrición severa en que muchos se encuentran, el riesgo de morir entre las próximas tres y seis semanas de no recibir tratamiento es altísimo.
El hambre se agudiza en toda esa región, además que a la falta de llegada de suministros se le ha sumado el fracaso de las cosechas de diciembre, ya que durante el año los campesinos no han podido atender sus cultivos, no solo debido a la inseguridad sino también por la sequía que se extendió de abril a septiembre. Lo que se podría haberse resuelto de contar con los medios para explotar el mayor acuífero de agua fósil del mundo, que abarca dos millones kilómetros cuadrados.
La guerra cruza las fronteras
A medida que las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) bombardea la ciudad de el-Fasher, en posesión del ejército sudanés, que de conseguir tomarla los paramilitares de Hemetti terminarán de controlar la totalidad de Darfur, la guerra civil parece haber cruzado la frontera de Sudán del Sur.
La semana pasada se comenzaron a librar intensos combates étnicos tribales entre los Ngok Dinka, (negros) campesinos asentados históricamente en Sudán del Sur, y los Misseriya, (árabes) pastores nómades que llegan hasta esas áreas en búsqueda de pasturas para su ganado, y que hasta el comienzo de la guerra civil adherían a Jartum, y hoy se cree se encolumnan junto a las Fuerzas de Apoyo Rápido en el Área Administrativa Especial de Abyei, rica en recurso naturales, principalmente petróleo, por lo que todavía se encuentra en disputa entre Jartum y Juba.
Abyei ha quedado, desde los acuerdos de 2011 con los que terminó la prologada guerra independentista que dio paso a la creación del nuevo país, en la actualidad bajo control de Juba.
Este pasado fin de semana se produjeron unos cuarenta muertos en los condados de Rum-Ameer, Alal y Mijak y hacia el este en Rumamier. Mientras, a lo largo de la semana anterior las bajas habían superado las cincuenta, entre ellas dos Cascos Azules de Las Fuerzas Provisionales de Seguridad de las Naciones Unidas para Abyei (UNISFA) que además provocaron sesenta y cuatro heridos. Para lo que se ha utilizado, además de fusiles y granadas, armas pesadas como cohetes, granadas propulsadas y morteros. La intensidad de los enfrentamientos ya han obligado cerca de cien mil personas a desplazarse hacia áreas más seguras, lo que profundiza la crisis humanitaria de toda esa región.
El ataque, según el Ministro de Información de Sudán del Sur, habrían sido iniciados por combatientes leales a un misterioso líder espiritual llamado Gai Machiek, de la etnia Neur, que fue acusado de azuzar el conflicto contra los grupos armados del estado de Warrap, con cercanía a los misseriya.
Los atacantes saquearon e incendiaron el mercado, varios locales y viviendas, además de robar unas mil cabezas de ganado. Tras lo que el presidente sursudanés, Salva Kiir, le ordenó, taxativamente, que abandonara la región y se abstuvieran de seguir alentado los choques.
La situación no es para nada sencilla, dado que ambos grupos, si bien se asientan ambos en Sudán del Sur, responden a intereses diferentes, a lo que se le suma la potencialidad petrolera de la región, y como tantas veces en tantos escenarios diferentes, se necesita muy poco más para el estallido de un conflicto armado, en este caso transfronterizo, lo que significa un elemento más para considerar en esta exacta geometría del caos.
* Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional
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