La Libertad de Prensa no existe mientras mi marido Julian Assange esté en la cárcel

La Libertad de Prensa no existe mientras mi marido Julian Assange esté en la cárcel

Por Stella Assange*.

Hay que defender el derecho a ofender. El aspecto más importante del derecho a ofender es el que confronta a quienes detentan el poder con las verdades que más ansiosamente desean ocultar. Sin este derecho, los poderosos se vuelven intocables

Mi marido, Julian Assange, lleva encarcelado en la prisión Belmarsh, Inglaterra, desde 2019 porque, como editor de WikiLeaks, sacó a la luz los abusos de la guerra contra el terrorismo que Estados Unidos quería que permaneciera oculto. Estados Unidos ha presentado cargos contra Julian que conllevan 175 años de prisión. Como Ministra del Interior, Priti Patel no consiguió impedir la extradición de Julian. Una próxima vista en el Tribunal Supremo decidirá si Gran Bretaña permite que siga adelante el ataque más grave contra la libertad de prensa de nuestra era.

Nuestros hijos quieren sacar a Julian de la cárcel. Ya han pasado cuatro años. A Max, de cuatro años y medio, se le ocurren maneras de hacerlo. Gabriel, de cinco, ha empezado hace poco un nuevo calendario. No es una cuenta atrás para la liberación de Julian, sino una cuenta hacia arriba, porque no hay fecha final. Gabriel añade más casillas cada día.

Nuestros hijos pequeños entienden que la libertad de Julián forma parte de una lucha épica que es más grande que nuestra familia. En junio, viajamos al Vaticano, donde el Papa Francisco nos recibió en privado. En junio, más de 60 parlamentarios australianos escribieron al Fiscal General de Estados Unidos instándole a retirar los cargos contra Julian, ya que pone a periodistas de todo el mundo en peligro de persecución y procesamiento. La semana pasada, una delegación de parlamentarios australianos representantes de todos los partidos viajó a Washington para exigir su liberación.

Julian tiene 52 años. Tenía 38 cuando publicó Asesinato Colateral y estuvo libre por última vez. El vídeo muestra al ejército estadounidense matando a una docena de civiles, entre ellos dos empleados de Reuters en misión y los rescatadores que se detuvieron para ayudar a los heridos. Reuters intentó formalmente obtener el vídeo, pero el Pentágono se negó a entregarlo. Las pruebas de lo ocurrido permanecieron en servidores militares estadounidenses hasta que la denunciante de los servicios de inteligencia Chelsea Manning las envió a WikiLeaks.

Para ver el video, pinchar sobre la imagen

El Asesinato Colateral tuvo un impacto masivo. Los millones de dólares invertidos en mensajes de relaciones públicas del Pentágono no pudieron hacer que el público no viera el crimen de guerra. La administración estadounidense estaba lívida.

Durante los dos años siguientes, WikiLeaks proporcionó al público más detalles del horror que se estaba desarrollando en Iraq. Un cable describía la ejecución de una familia iraquí por tropas estadounidenses, incluidos cinco niños menores de cinco años: “Las tropas entraron en la casa, esposaron a todos los residentes y los ejecutaron a todos”. Las autopsias revelaron que “todos los cadáveres tenían disparos en la cabeza y estaban esposados”. Un mes después de la publicación de ese cable, el gobierno iraquí declaró que retiraría la inmunidad a las fuerzas estadounidenses por asesinatos de civiles.

Los documentos que Chelsea Manning filtró a WikiLeaks sacaron a la luz Guantánamo y la guerra de Afganistán, asesinatos, torturas, detenciones arbitrarias y, posiblemente lo más revelador de todo, la injerencia estadounidense en los procesos judiciales de sus aliados europeos. A día de hoy, estas publicaciones siguen siendo uno de los mayores golpes de efecto de la historia del periodismo. Al presentar cargos contra un editor por primera vez en los 102 años de historia de la Ley de Espionaje, la administración estadounidense cruzó un Rubicón constitucional. A Julian no se le acusa de “espionaje”, sino de recibir, poseer y comunicar información que recibió de una informante del gobierno, Chelsea Manning, a nosotros, el público.

Pero Julian es australiano, no estadounidense. Es un editor que trabaja en el Reino Unido, no una fuente estadounidense. Está en Londres, no en Washington DC. Lo que WikiLeaks publicó es de innegable interés público, pero no hay defensa de interés público bajo la Ley de “Espionaje” de Estados Unidos. Los fiscales de EEUU argumentan que debido a que Julian estaba publicando desde Gran Bretaña, y no es un estadounidense, las protecciones constitucionales de la libertad de expresión no se aplican a él. Afirman que la legislación estadounidense se aplica a los ciudadanos británicos, pero no los derechos estadounidenses.

Los grupos de defensa de la libertad de prensa y los periodistas reconocen que el destino de la prensa está ligado a lo que le ocurra a Julian. Gran Bretaña, antaño bastión de la libertad de expresión y santuario de disidentes políticos, es lo único que se interpone entre Julian y la venganza de un Estado ofendido y pillado in fraganti.

La libertad requiere un espacio público sólido para prosperar. No hay libertad de expresión sin libertad de prensa. Y no habrá libertad de prensa mientras Julian siga encarcelado.

* Stella Assange es abogada y defensora de los derechos humanos.
– Traducido para LoQueSomos por Selodi Gasan Adie
– Nota original: Press freedom does not exist while my husband Julian Assange is in jail

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