La textura metálica del dolor
Conviene informar, de antemano, sobre la importancia que tiene en este poemario el paso a dos de palabra y pintura. Es obvio que éste salta a la vista. También es evidente que el texto ha invitado a la imagen a acompañarle. Por eso esto es un poemario y no un libro de artista. Creo que no es ocioso hacer este comentario en apariencia formalista.
El texto no es sólo continente sino la materia prima de todo ello: materia de la palabra y materia de la pintura. Contemplada esta unión, preciso es añadir que la pintura deja entonces de ser un mero invitado porque se convierte en un aliado, es decir, no es una ilustración del poema sino el poema mismo transformado mediante una operación plástica que nos lo presenta bajo la forma de diversos gestos que unas veces son convulsos, otras serenos, otras graves, otras livianos: los estados son cambiantes en una materia que es permanente: la palabra. Por lo tanto, queda claro que ambos lenguajes son texto. Y hay una explicación del por qué digo lo precedente.
El poeta Alberto Cubero, le ha entregado al pintor Leandro Alonso su escritura. Y éste ha procedido reescribiendo pictóricamente el texto y buscando de este modo lo otro de la escritura original de acuerdo con sus diferentes apariencias: con ojo adiestrado y sensibilizado, el pintor ha seleccionado la parte del texto (de una palabra, o para mejor decir, de una letra) en la que ha encontrado la mayor reciprocidad con la totalidad del poema, (eso otro que lo altera) y extrae de él sus facetas ignotas.
Poema de Alberto Cubero
El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu nombre.
¿No lo has oído?
Ha sido un grito agudo, intenso, como salido de un dolor inconsolable.
¿No lo has oído?
Como el grito de la madre ante el hijo moribundo.
Después ha comenzado a llover ceniza.
Miras al cielo y no aciertas a explicarte el incendio, qué incendio de abrazos interrumpidos.
Has recordado que hay una estrella que arde por cada corazón deshabitado.
Has recordado la luz vieja de las ciudades abandonadas y el olor amarillo de las flores pútridas.
El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu nombre y el pronombre que te habita cuando nadie te pronuncia.
¿Eres quien camina en las solitarias noches de invierno?
¿Eres el escultor de la nieve, el orfebre de la melancolía y de las fuentes que la alimentan?
Llueve ceniza sobre las mujeres parturientas y sobre los ancianos enloquecidos, ceniza sobre los rostros de quienes han llorado el final de la música y la muerte del otoño.
Murió el otoño y el pájaro de la medianoche que cantaba las resurrecciones.
Y tú has acunado su cadáver entre los brazos, has acariciado las alas flácidas, has contemplado los ojos ya fugados para siempre.
El cielo se estremece, se estremecen las raíces del sauce y el corazón noble de los que hablan con las sombras.
Tañen las llagas azules de los labios sellados, tañe el olvido, la metástasis que enferma las fotografías y los calendarios.
No amanece.
No amanece aún.
Pero una luz persiste en la búsqueda, en abrir camino, en ser camino, en reinventar sin descanso las desinencias de los anhelos.
¿La ves? ¿Eres quien camina sobre la trémula cuerda de la esperanza?
* Imágenes de Leandro Alonso
La textura metálica del dolor de Alberto Cubero/Leandro Alonso.
Prólogo de Eugenio Castro. Madrid, 2011