La violencia, algo más que una estadística incompleta
El sufrimiento iguala a las víctimas y la cobardía a los criminales.
Cómo expresar la violencia con el verbo, cómo reflejar tragedias con seres vivos en un papel inanimado. No hay negro sobre blanco que pueda trasladar el rojo derramado y empapando el suelo de un dormitorio, el gris de una calle o la arena de una plaza. No existe vocabulario para describir con exactitud la certeza de la propia muerte súbita, inmediata y brutal mordiendo las entrañas, comprimiendo el cerebro con preguntas y negaciones, colapsando la garganta con gritos estériles que se hacen añicos contra la soledad de la víctima frente a su asesino. Gritos que devuelven un eco de estertores agónicos.
No por mucha genialidad literaria que se posea, nunca se podrá transmitir con absoluto realismo la cobardía del verdugo, su acerba mirada o la despiadada mueca de su rostro, ni tampoco el extremo pavor de la criatura que se derrumba bajo sus golpes. Siendo así, ¿qué es lo que nos queda frente a esos crímenes? Al fin palabras, sólo palabras. Las de furia y asco para desquitarnos vomitando nuestra rabia ante lo que no admitiendo satisfacciones, es apenas un desahogo taciturno y escaso, porque no hay resarcimiento posible frente a la vida arrancada. Las de recuerdo, como queriendo inútilmente restañar el drama consumado. Y esas otras palabras, las que sin cicatrizar jamás las heridas del pasado tal vez logren cerrar aquellas que todavía no se han abierto: las palabras que establecen protocolos de actuación y las que transcriben la ley.
Mujeres, niños, ancianos, indigentes, animales… Sí, no se asombren. Introduzco a los animales en la misma bolsa para cadáveres donde se trasladan los restos de los humanos caídos por la violencia. Ese saco desvencijado en el que la administración trata de ocultar tras una cremallera el fracaso más amargo y dramático de su gestión. No pido milagros, no soy un imbécil. Sé que es cierto que no siempre puede evitarse la comisión de un asesinato, pero sí es posible prevenir una buena parte y dejar de calificar como fatalidad a lo que merece otro nombre: negligencia. Para ello sólo es necesario asumir también como crímenes y reconocerlos como indicios de otros que se producirán, aquellos actos que revelan la violencia en una persona, contemplando tales episodios como delitos en sí mismos además de como señal de futuros comportamientos igualmente agresivos. Me refiero a la crueldad con seres de otras especies, una conducta que, al menos en nuestro país, no sólo no es castigada con privación efectiva de la libertad, sino que a menudo es lícita y apoyada ética y económicamente por los estamentos públicos. Y por supuesto, las autoridades políticas, ebrias como suelen estar de necedad y soberbia, hacen caso omiso de todos los informes que puestos frente a sus narices de sagaces estadistas, prueban de modo irrebatible la relación existente entre el maltrato animal y humano.
Es habitual que la conciencia lúcida y sensible de ciertos ciudadanos ocupe el indigno vacío dejado por la indiferencia, el egoísmo y la ignorancia de muchos de nuestros líderes, esos fatuos dirigentes que se proclaman garantes de la equidad y defensa universales, pero a los que entre las líneas de su altisonante discurso se les precipitan los cadáveres, unas veces por indolencia, otras por ineptitud y no pocas por desdén. No me atrevo a calificar como maldad tan graves errores y carencias por parte de la administración, pero cuando el resultado se contabiliza en víctimas mortales de actos humanos, las razones quedan veladas por lo sobrecogedor de las consecuencias.
Este asunto, cotidiano y espantoso como pocos, no es una excepción a la apatía oficial y al compromiso social. En su afán de contribuir a la lucha contra las terribles estadísticas de asesinados y maltratados por violencia de pareja, agresiones y abuso infantil, daños a mayores y crueldad con animales, se ha creado en España una Organización No Gubernamental llamada SECVI (Sociedad Española Contra la Violencia, www.secvi.org ). Formada por profesionales provenientes de diferentes ámbitos: juristas, criminólogos, educadores sociales, psicólogos o investigadores entre otros, pretende batallar con corazón y cerebro contra esas conductas violentas que, difundidas unas y silenciadas otras, llenan los ojos de lágrimas, el sentimiento de rabia y los anocheceres de ausencias. Y esta encomiable iniciativa tiene algo que la diferencia y engrandece por la valentía y sensatez que demuestra con ello: por primera vez se tiene en cuenta la irrefutable relación que se establece entre la criminalidad ejercida sobre personas y animales.
Es cierto que la presencia de SECVI no podrá evitar la existencia de miserables que acuchillen a mujeres, peguen a sus hijos, vejen a ancianos, destripen gatos o ahorquen perros, pero sí coadyuvará a la prevención de esas conductas, a su detección y a lograr una respuesta social más efectiva ante las mismas. Planes educativos, impulso de estudios, fomento de la coordinación en las actuaciones, trabajos de divulgación, asistencia jurídica, recuperación de las víctimas, reinserción de los agresores, aplicación de informes profesionales, programas de asistencia y formación humanitaria o reconocimiento de la violencia en todas sus facetas, son algunas de las líneas de actuación de esta Organización sin ánimo de lucro, cuyos objetivos la hacen merecedora de la infinita admiración que suscita un proyecto que sólo –y es tanto- busca hacer de esta sociedad un lugar en el que nuestras conciencias no se coagulen como la sangre de las víctimas que no quisimos o no supimos impedir, sea cual sea su especie.