Las propuestas para reducir las desigualdes y las cartas a los reyes magos
Los últimos días han saltado las alarmas sobre el crecimiento de la pobreza y la acentuación de las diferencias entre ricos y pobres. Se trata de un fenómeno que algunos querían disimular pero sobre el que los marxistas hace años venimos insistiendo.
Como suele ocurrir en estos casos, lo primero que a los medios de comunicación convencionales se les ocurre, es la posibilidad de incentivar la caridad cristiana a través de medidas tipo banco de alimentos.
Hay quien además sugiere intervenir también a través de medidas políticas, lo que siempre es bienvenido si cuenta con alguna posibilidad de llevarse a cabo. En caso contrario no pasa de ser una carta a los reyes magos o una maniobra de distracción.
Una políticas verdaderamente de izquierda no se basa en sugerencias idílicas. Requiere, en primer lugar, capacidad para desentrañar lo que de forma inadvertida realmente está sucediendo ahora mismo en el mundo y organizar la lucha por cambiarlo.
Por eso pienso que hay que llevar las gafas mal graduadas para tener la pretensión de arreglar este asunto redactando una maravillosa reforma fiscal, como ha hecho recientemente CCOO. Desde mi punto de vista, y me da mucha pena tener que manifestarme en estos términos, estas propuestas no llevan a ninguna parte, a menos que se quieran utilizar como coartada de no se que cosa.
El problema del movimiento sindical no reside en su capacidad para discernir la existencia de enorme desigualdad ni en la solvencia de sus gabinetes técnicos para formular propuestas sobre el papel. Reside, en todo caso, en su incapacidad para alterar la situación existente y para comprender las características profundas de esta situación.
Hacer un llamamiento a los conservadores para que aumenten los impuestos a los ricos, es algo parecido a pedir que vuelvan las máquinas de escribir para suplantar los ordenadores personales. Lo que piensa el PP al respecto es de sobra conocido: no está dispuesto, de ninguna forma, a subir los impuestos para mejorar las políticas sociales y en cambio, está dispuesto a subirlos (sobre todo a las clases trabajadoras) para cuadrar su presupuesto y para devolver la maldita deuda con sus intereses correspondientes.
La socialdemocracia, por su parte, comparte la misma concepción de los reaccionarios: el último gobierno "socialista " tuvo la ironía de decir que reducir los impuestos (a los ricos, que es lo que en realidad hizo) era de izquierdas. De ahí que este tipo de propuestas que ahora sugiere CCOO tampoco prosperaran entonces ni tengan posibilidades de hacerlo, en el caso de que la socialdemocracia vuelva a gobernar.
Pero la tragedia no termina aquí. La tendencia a bajar impuestos a los ricos está tan arraigada, que incluso se manifiesta en las comunidades autónomas y los municipios. El gobiernos vasco, por ejemplo, aprovechó el concierto para rebajar el impuesto de sociedades y muchas comunidades han utilizado sus competencias fiscales para eliminar de raíz el impuesto de sucesiones.
En el terreno fiscal, el consenso entre los partidos del sistema es enternecedor, lo cual ya nos da alguna pista de cuáles son las posibilidades de éxito de las propuestas que comentamos.
Además de la inutilidad actual de las peticiones de este tipo, la sugerencia sindical está condenada de antemano por una razón más profunda. Se sustenta sobre las recetas tradicionales de tipo keynesiano, con las que se nos decía que se reducirían la desigualdades a través de las políticas redistributivas. Pero las posibilidades de resucitar estas políticas en el momento presente no existen, a menos que sea para hacer pequeños retoques como los que ahora mismo sugiere la Comisión Europea.
Si en verdad se quiere reducir la desigualdad enorme, tal vez deberíamos alterar la forma en que la riqueza se distribuye en la primera instancia, es decir, trabajar en serio para una mejora generalizada de los salarios.
Ahora bien, este tampoco es un camino de rosas. Se centra, ciertamente, en la variable salarial sobre la que los sindicatos tienen alguna posibilidad de intervenir a través de la maltrecha negociación colectiva. Pero la actuación de los sindicatos está condicionada por las dinámicas propias del sistema capitalista, unas dinámicas que las direcciones actuales del movimiento sindical mayoritario, no logran (o no quieren) reconocer.
No podemos obviar que el capitalismo produce desigualdad de la misma manera que el invierno nos trae el frío y esto ocurre incluso cuando prosperan las políticas keynesianas. Además, cuando el capitalismo entra en crisis – como ocurre ahora – genera desigualdad extrema.
Según el economista francés Thomas Pickett y, si la tasa de crecimiento económico está por debajo de la tasa de retorno del capital, la desigualdad crece en espiral. Esta observación no va desencaminada. A pesar de ello, no podemos estar de acuerdo con Thomas Picketty cuando a partir de su razonamiento da un triple salto mortal y busca una vez más, la salida dichosa dentro del sistema, a través, en este caso, del establecimiento de un impuesto sobre la riqueza a escala global. Un impuesto de estas características no detendría el crecimiento de las diferencias sociales. Ahora bien, en caso de prosperar, se podrían destinar las cantidades recaudadas para atenuar los aspectos más extremos de la pobreza a nivel internacional, lo cual no es moco de pavo. Pero cuidado con encariñarnos de nuevo con la música celestial.
Lo que, en cambio, nos interesa de la reflexión de Thomas Picketty es que el objetivo del capital ahora mismo es mejorar la tasa de beneficio. De ahí que el capitalismo reclame -para volver al crecimiento – tasas similares a las que hemos experimentado en Occidente durante los últimos 30 años.
Una vía para lograrlo, consiste en aumentar la cuota de explotación a través de un debilitamiento de los salarios. Se hace ya, aprovechando la situación desesperada de la gente, el debilitamiento de los derechos sociales, la presión derivada del alto número de parados y también la incapacidad actual de levantar un auténtico movimiento contestatario que ponga al descubierto la verdadera cara monstruosa del sistema. Otra vía sobre la que también están actuando ya, es la de un abaratamiento de las materias primas y por este motivo se orquesta una campaña belicosa de grandes dimensiones en el terreno internacional.
La conclusión de todo ello es que no habrá manera de dar pasos hacia una mayor igualdad sin el desarrollo de un nuevo movimiento de masas, capaz de comprender las características de la situación concreta que nos ha tocado vivir y capaz de superar, a la vez, los límites del actual sistema bipartidista defensor de un capitalismo gobernado por los grandes monopolios empresariales y financieros españoles e internacionales.