Las Vespas: de Cortázar a Orson Wells
Francisco Cabanillas*. LQSomos. Enero 2017
Tengo cuatrocientos carros,
cuatrocientas motoras.
Un caballo que vuela a cien millas por hora…
Calle 13
Año Borges: Buenos Aires, 2016. Junio; seis primeros meses del macrismo. Protestas frente al Obelisco. Por la Avenida Corrientes; por la Santa Fe… Hileras de cuerpos en marcha. Tambores y pancartas. Turbulencia.
En poco tiempo, la ciudad de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1948), está siendo precarizada, pauperizada, por la tercera ola neoliberal que, a partir de 1976, arropa al país de Alejandra Pizarnik.
¿Se viene otra hecatombe como la de diciembre de 2001? El golpe plutocrático se siente, se padece y se resiste.
Macri; (más o menos) el Trump argentino que se adelantó al Donald.
De mayo a junio. Durante casi un mes, le paso por el lado a la Biblioteca Nacional; y al afiche de la exposición con la imagen de Darío al costado del edificio, en la calle Agüero: “El modernismo en Buenos Aires.” Vuelta a la ciudad finisecular de 1890. Olor decimonónico a literatura. En diez años, el ensayo de José Enrique Rodó, Ariel (1900), latinoamericanizará, desde la otra orilla, Uruguay, el imaginario hispanoamericano. ¡Mundonovismo!
Hoja de ruta porteña: salir por las mañanas desde la calle Azcuénaga, pasar por la Biblioteca Nacional… Trotar por la Avenida Santa Fe, doblar a la derecha en la calle Agüero y como quien dice, bajar hasta la Avenida del Libertador, donde termina la Biblioteca…
Por la Agüero, al cruzar la calle French, una motocicleta sin rueda delantera, al lado izquierdo de la acera, atada a un poste, inmutable, parece reírse del tiempo que la inmoviliza en su quietud antipoética. Entropía. Abandonada, como la otra motora, Honda o Zusuki, que, atada sin sillín en la esquina del puesto de gasolina de la Avenida del Libertador y Austria, se deja corroer el tanque de gasolina.
Dos en uno. Como la sarna, el antiarte se plantea desde la entropía callejera. Poesía inútil. Costra pública; marca indeleble del cuerpo a la intemperie de la Honda y la Zusuki.
Por la Agüero: sensación de descender por un espacio relativamente plano hasta llegar a la esquina de la Avenida Las Heras, anterior a la Avenida del Libertador, frente a la Biblioteca. Zona de autobuses en ebullición. Tránsito en muchas direcciones. Cruce de avenida vertiginoso, tras el cual cambia la inclinación de la realidad literaria; frente a la Biblioteca, hay que subir hasta el afiche de Rubén Darío. Nueva inclinación, producida por el peso masivo de la Biblioteca que ocupa toda la cuadra. ¡Libresco, demasiado libresco!
Tránsito en muchas direcciones. Las Heras y Agüero; cruce intertextual. La crítica humorística del historiador Fernando Picó, Don Quijote en motora y otras andanzas (1993), la bicicleta del pintor-poeta Elizam Escobar, Máquina de tiempo (1993), la novela del cuentista Mempo Giardinelli, La revolución en bicicleta (1989), y el ensayo del pensador Gabriel Zaid, Cómo leer en bicicleta (1975), se entrecruzan; pasándole a pelo a la colección de poemas en dos ruedas, 40 velocidades (2014), que transita por Las Heras a toda velocidad: “Hoy voy a ser tu poeta, mi gran amor bicicleta.”
Cercanía de textos; contigüidad que evoca la sinécdoque de Antonio Berni, en Cristo en el garaje (1981). Transacción asimétrica entre la parte y el todo. Mitad delantera de una motora pintada con la tinta que el Cristo urbano y cosificado derrama por los pies. Fuerza de gravedad. Color de una religiosidad domesticada. Quietud áulica; contrapunto: una motocicleta que comparte el garaje con un Cristo flaco y mestizo, de pelo negro.
Julio. Entre bicicletas y motos, la literatura y el arte se cruzan por calles literarias, como la Raúl Scalabrini Ortiz, que hacen esquina con calles históricas, como la de Scalabrini Ortiz y Avenida del Libertador [San Martín], por donde pasa a toda velocidad un artículo de Jot Down que llama la atención, “La Vespa de Cortázar” (2015), de Juan Tellón, el cual hace saltar mediante esta cita de Julio: “Es muy linda la lluvia en bicicleta.”
Realidad y ficción; Tellón cuenta la alegría de Cortázar cuando, en 1952, reúne suficiente dinero para comprarse una moto, de la cual, en 1953, se cae: “me puse la Vespa de sombrero para no matar a una vieja idiota que se me cruzó en una esquina cuando yo cruzaba con todo derecho y las luces verdes.”
En 1956, el accidente se hace cuento, “La noche boca arriba”: “A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla… La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.”
Imaginario motero; ficcionalización del accidente en la Vespa que llevó a Julio al hospital: “Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.”
La Vespa de Cortázar se estrella contra el realismo literario: “Sintió que cinco jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto.” Del choque, la literatura sangra tinta por los pies, como el Cristo neobarroco de Berni. El cuento se resquebraja en su realidad de género literario, abriéndose a prosas limítrofes, como las de Buenos Aires. La ciudad como plano (2016), colección de crónicas y relatos. Particularmente, el cuento gravita hacia la prosa de “El testigo,” relato de Sergio Chejefec que entrecruza la realidad y la ficción desde la primera oración: “El protagonista inicial de esta historia es Julio Cortázar.”
¡Vértigo!
Cuando llega finalmente al piso, “El testigo” cae de golpe en esta página de La ciudad como plano: “Samich tiene la sensación de que lee por primera vez a alguien llamado Cortázar, porque de su gran literatura y de sus cuentos perfectos tiene un recuerdo bastante vivo aunque —debe admitirlo— sin emociones.”
Marcada por lo inesperado, la metáfora de Cortázar, “un enorme insecto de metal que zumbaba entre sus piernas,” se condensa. Al cabo de idas y venidas entre el presente quimérico y el pasado prehispánico inventado (motecas en vez de aztecas), “La noche boca arriba” estalla; del cuento al artículo, la Vespa se sale de la literatura.
Orson. Cuando llega al cine, en 1992, una mujer maneja la Vespa por los campos de Castilla-La Mancha; Wells lleva muerto siete años, pero ha dejado retazos de una película incompleta, que terminará Samuel Fernández, sobre Don Quijote. Personaje que, por su parte, en la novela de dos volúmenes de Juan José Bauzá, Barataria (2012), pedalea en una doblecleta que arrastra una carretilla por el sur de Puerto Rico; lúcida reinscripción de Don Quijote, transformado en un anexionista delirante, en el contexto colonial de Puerto Rico.
Frente a Don Quijote y Rocinante, la Vesta blanca de Wells embellece la retórica del anacronismo, cuya oposición no reconoce ni el caballo del Caballero Andante, para nada alterado por el encuentro ruidosamente imposible con la moto, ni la Vespa, que queda prendida en la calle mientras la mujer, llamándolo chiflado, saca a Don Quijote de la ruta por las bridas de Rocinante.
La Vespa de Wells reescribe; la novela de Cervantes ronronea. El humo del caballo se confunde con la mierda de la moto. Lo que no ocurrió en el film de Orson seduce a la escritura. Autorreflexión cervantina; espejos. El ensayo se afila los dientes.
“Transficción” (tributo a Elizam Escobar).
Don Quijote se baja de Rocinante y se sube a la Vespa de la mujer. Acelera la moto sin moverse; mira la cámara de frente. Sale disparado. Se aleja de la escena, tanto que se sale de la película. Traslapo; mientras más pedalea don Quijote, ahora inscrito en Barataria, novela cervantina, demasiado cervantina, más satiriza la literatura al delirante boricua que confunde la ingenuidad política del colonizado con el partidismo feroz de la colonia.
Calle 13 se ríe de Chiquitín, el neoquijote de Barataria, cuya locura literaturiza el disparate político del anexionismo puertorriqueño: asumir la superioridad del colonizador para erradicar la diferencia colonial.
Literatura en dos ruedas. Cortázar pasa por la Avenida Santa Fe a toda velocidad. Llueve en la ciudad de Adán Buenos Ayres. Mojándose, como si estuviera en una bicicleta, Julio se desplaza anacrónicamente en la Vespa que todavía no ha comprado en el París de 1952; vuelta a enero de 1939, año en que, según el relato de Chejfec, “El testigo,” Cortázar le escribe a un amigo “si acaso no piensa visitar Buenos Aires este verano. Agrega que, si lo hace, recuerde que su número [el de Cortázar] está en la guía de teléfonos, y que le agradaría mucho que se vieran para charlar.”
La Vespa pasa la Avenida Pueyrredón soltando páginas de “La noche boca arriba.” Llega hasta la calle Agüero; dobla a la derecha y sigue hasta la Biblioteca Nacional, al lado de la cual, en la zona de la Fuente de la Poesía de Plaza Mitre, estaciona, provocando una condensación —poesía sobre poesía— que finalmente se chupa la metáfora de Cortázar. El “insecto de metal,” una motora cualquiera, Honda o Suzuki, atada junto a un poste de la ciudad, se llena pronto de entropía callejera.
De Barataria, Don Quijote sale dando zigzags en la doblecleta de Chiquitín, cuya bici, por debajo de la moto de El Mesías del anexionismo boricua (Pedro Rosselló en Harley Davidson), cambia por la motocicleta de Fernando Picó, Don Quijote en motora y otras andanzas. Motora que, en el contexto de Puerto Rico, no se puede pensar como una Vespa, que sería una motorita, sino como algo más en la línea de la Norton 500cc del Che Guevara, o incluso la Yamaha que manejó en 2006 por México, bajo el epíteto de “Delegado Cero,” el entonces llamado subcomandante Marcos, quien, en 2014, se convierte en el subcomandante Genaro.
Tráfico en muchas direcciones. Roberto Matta le pasa volando en su bici ergonómica de 1955 a la oda de Neruda:
“Pasaron / junto a mí / las bicicletas, / los únicos /
insectos / de aquel / minuto / seco del verano, /
sigilosas, / veloces, / transparentes: /me parecieron /
solo / movimientos del aire” (“Oda a la bicicleta,” 1957).
Literatura en dos ruedas. “El testigo” de Sergio Chejfec se asoma: “Mientras se acerca ve la biblioteca maciza y dura como un búnker. Siente que el largo viaje desde el trópico estará justificado dentro de un breve rato. Decidió tomar un colectivo que va por Las Heras, por eso camina a través de la explanada trasera del edificio, desde donde puede ver la biblioteca como una mole rodeada de silencio, con el frente despejado hacia el declive armonioso del antiguo río.”
Realidad y ficción. La Vespa de Cortázar se poetiza en la prosa de un cuento que ficcionaliza la realidad; la de Orson salta de género, feminizándose y politizándose.
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* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos