Los camaleones
Nònimo Lustre. LQSomos. Agosto 2017
A un mitín de polipiel / mil clientes acudieron / y por creyentes cayeron / presos sus votos en él
(Samaniarte popular)
No lo soporto más. Mataré la próxima vez que un político/a proclame “!Me voy a dejar la piel!“. Y, si no puedo matar, gritaré “¡Pues déjatela ya de una puta vez!… pero no me la dejes a mí que ya tengo la mía, cetrina por cierto”.
Detesto esta pandemia hipoexpresiva porque la utilizan todos los líderes, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha -menos Rajoy porque, especializado como está en el nivel cero de significado, ‘dejarse’ lo que sea, la piel o la propina, sería decir algo y semejante exceso alteraría el ph de su epidermis. Ph ácido, of course. También la detesto porque los susodichos usan muy pocas variantes: cuando fracasan, nunca la repiten en pretérito (“me dejé la piel”); siempre la espetan en futuro. Además, si derivan al plural (“nos vamos a dejar la piel”) generalmente debemos entenderlo como un plural mayestático, no como que todo su partido se va a auto-despellejar. Item más, me cabe la sospecha de que, cuando dicen “dejar-se”, ello significa que la dejan pero sólo por un rato, quizá que se les olvida pero, tranquilos, que volverán para recuperar su piel.
Los susodichos/as no son conscientes de que una expresión tan tremendista sólo se puede soltar con una cara de vinagre que destaque el horrible esfuerzo al que piensan someterse. Lamentablemente, al minuto siguiente tienen que garantizar a sus feligreses que su promesa masoca triunfará y que su triunfo se derramará como lluvia-de-Oro sobre toda la concurrencia; por lo tanto, deben sonreír con lo cual anulan ipso flauto su sacrificio.
Olvidan además que dejarse la piel es un fenómeno normal en algunos animales -mayormente reptiles- que no son bienquistos por la ciudadanía.
Si los bichos son aficionados a dejarse la piel, a los humanos también les apasiona mudarles la piel… a los prójimos. Dos pruebas terminantes de que tal obsesión viene de la más remota Antigüedad occidental:
Aunque esto del despellejamiento es un castigo quizá demasiado drástico, ha habido ocasiones sumamente pedagógicas. Por ejemplo, circa 525 ane, el rey persa Cambises II descubrió que Sisamnes, uno de sus jueces, era un corrupto de tomo y lomo -nunca mejor dicho. Para dar un escarmiento a las generaciones venideras, el buen rey ordenó llegar con el juez malo hasta las últimas consecuencias. Así pues, Sisamnes fue investigado hasta el lomo. La moraleja de esta sentencia inspiró a los artistas hasta que llegó la censura judicial y sanseacabó. Lástima, se me había ocurrido una idea…
Asimismo, Cambises II ordenó que el cuero del juez sirivera para tapizar la poltrona tribunalicia y que ésta fuera heredada por el hijo de Sisamnes (jueces corruptos cuyos privilegios son heredados por su descendencia, ¿a qué me suena?)
Parece ser que esto de independizar tegumentos también fue muy apreciado entre los griegos -mitológicamente hablando. Veamos cómo, todavía a finales del siglo XVII, los artistas de cámara lo pintaban para regocijo de sus amos y amedrentamiento del populacho.
Si los cristianos se regodeaban con el arte cortesano, los paganos iban más a lo suyo. O sea, a frenar la invasión de las huestes del Crucificado. Bien lo pudo comprobar san Bartolomé.
Pues bien, si los Jíbaro fueron famosos por sus tsantsas en las que, dicen los crédulos, se conservaban las facciones de los reducidos, en Europa se llegó a conservar el cuero entero, incluyendo la cara. Bah!, delirios perversos que sólo sirvieron para
inspirar a los artistas más morbosos -o sea, los más necesitados del favor papal o imperial.
Los modernos európidos y las európidas han olvidado el uso jurídico-ritual de la piel ajena pero aún se conservan rastros de aquel peculiar procesamiento de la epidermis. Por ejemplo, en el teatro.
Algunas pésimas actrices no quieren desperdiciar su cuerpazo. Una dellas, consigue llamar la atención desnudándose pero vestida con veinte kilos de maquillaje, tras 400 horas de trabajo y no-sé-cuántos dólares de inversión. Es posible que, para ésta su performance menos lograda, se haya inspirado en un pillo que exhibe por todo el mundo los cuerpos despellicados y en formol de los infelices ejecutados que va comprando allá donde pueda engrasar la maquinaria judicial. Usted sabrá a quién me refiero y si no lo sabe, no espere que aquí se lo escriba.
Asimismo, hay gentes que -literalmente- se van dejando la piel por las esquinas pero sin hacer arte sino, bien a su pesar, pasiva investigación médica. Son aquellos en los que se hace patente uno de los peores y más inconfundibles síntomas del Sida.
Si en Occidente se conserva la fama del despelleje, lo mismo ocurre en las Yndias, ahora convertidas en el Extremo Occidente. Posiblemente, el caso más conocido es el Xipe Totec, el “dios azteca” (es un decir en ambos vocablos).
Finalmente, hablemos con propiedad: en España y parte del extranjero las únicas que se dejan la piel son las prostitutas, las que friegan sin guantes y las que sacan cuatro cuartos prestándose como cobayas para los ungüentos industriales.
Otrosí, estos políticos españoles tan aficionados a “dejarse la piel”, deberían recordar que esa expresión es casi lo mismo que “cambiar de chaqueta” y que ésta acción es una de las más practicadas en su oficio. Además, ¿quién nos asegura que hay mucha distancia entre el cutis y la chaqueta? Por supuesto, el paradigma del que se deja la tegumenta siempre que se cambia de vestimenta es (Primo de) Rivera, probablemente el líder que menos debería usar la susodicha expresión puesto que nadie creería que lidera no por los demás sino simplemente para conspirar y enjuagar -en su caso, enjuagar significa vivir él y nadie más que él en la opulencia.