Los Macri ante el ojo de la aguja
Arturo Seeber Bonorino*. LQSomos. Abril 2016
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja
que el que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mt 19,24).
Buscando la ruta el dinero K se encontraron con el dinero Mari
(Cynthia García, en el programa “Intratables” 11/04/2016).
Desde que el cowboy norteamericano y la “Dama de Hierro” instalan, por los años setenta, en el poder mundial las doctrinas neoliberales de Milton Freeman, se hace cada vez más difícil la existencia de soberanías nacionales, y si engendros como el TTIP salen adelante, no quedará ninguna.
El cerco del capitalismo se cierra. ¿Pero qué, el capitalismo es tan malo como algunos dicen? Lo primero que habría que decir es que no son buenos los “ismos”, porque “ismo” es un sufijo que reduce toda la riqueza de la realidad a uno solo de sus aspectos. No son malos en sí ni el capital ni el mercado, pero cuando toda la riqueza del planeta se concentra cada vez en menos manos, ya tenemos un problema. Según se ha dicho, hoy en día unas sesenta personas acumulan la mitad del PBI del mundo.
Pero, ¿todo ese dinero que acumulan los multimillonarios se lo habrán de gastar en darse todos sus gustitos? Cuando hablamos de miles de millones de dólares (por poner una moneda bastante conocida) harían falta cientos de generaciones venideras para agotarlos. No, no es eso lo que importa: el dinero no es el fin sino el medio; el fin primero y último es la vanagloria. Es la forma ramplona de deificarse de las almas mediocres. Es una neurosis, una obsesión adictiva, como el alcohol y las drogas.
¿Cuando el millonario Sheldon Adelson, enfermo y con más de noventa años de edad, pretendía instalar en España el Eurovegas, quería poner un chiringuito para asegurarse el futuro? ¡Pero qué futuro le quedaba ya, si no habría de conocer su nueva obra sino apenas comenzada. Ya se ve, la ambición no se jubila.
Pero hagamos una distinción, para no caer en posturas las radicales de de algunos marxistas. No es lo mismo ser rico que ser millonario (o multimillonario) como no es lo mismo ser pobre que indigente. Si un individuo, con trabajo y tesón logra acumular una cierta riqueza que le permite tener su propia casa, acaso también una de fin de semana, y puede darse todos los gustos y aún tener un sobrante para dejar a su descendencia, alabado sea. Digamos que se lo ha ganado honradamente con su esfuerzo (salvo excepciones, desde luego).
Pero un millonario o multimillonario, que en el corto transcurso de su vida ha acaparado miles y miles y miles de millones, no puede ser honesto. No, porque el sistema no se lo permite. El capitalismo no es algo en el que cada cual hace libremente lo que se le da la gana. Como todo sistema, tiene sus reglas del juego. Y su principio: obtener una máxima ganancia con una mínima inversión.
Vamos a un ejemplo: supongamos que alguien ha montado una fábrica de calzados, y que es una persona honesta que considera que con ello cumple una función social de servicio para con su prójimo, razón por la que busca mejorar cada vez más la calidad del producto, ese alguien deberá conformarse con tener una PYME, dirigida a un reducido público selecto. Porque el que tiene la fábrica de enfrente, para vender más que aquel, bajará los precios de sus zapatos bajando la calidad. Pero el de la esquina bajará todo más aún. Son las leyes de la competencia. Y extendamos el campo de acción, y cuando este mercachifle esté bien plantado, que se haya comido a la competencia, tendrá que alargarse a otros negocios, y podrá tener, no sólo una fábrica de calzados, sino otra de cacerolas, y otra de bragas, y un periódico, etc… Pero no le bastará para ubicarse por encima de los demás, porque la competencia no duerme, y entonces habrá de reducir el plantel de sus trabajadores al máximo, y les pagará lo menos que pueda, y buscará la forma, cuando deba despedir a alguien, de abonarle la mínima indemnización, y si aún así, necesita bajar más los costos, porque su vecino los sigue bajando, cerrará su fábrica y montará otra en otro país, donde la mano de obra es regalada y hasta a los niños las leyes del país permiten trabajar. Y ya su fortuna le permitirá corromper a las clases políticas para que gobiernos para él. Entrará entonces en la especulación financiera, que le permitirá reducir los tiempos para lucrar, pues ya las ganancias serán inconmensurables de un día para el otro, y cuando el Estado de sus país y de los países en los que actúa le pongan trabas, acudirá a los paraísos fiscales para no pagar impuestos, para lavar dinero de sus negocios sucios, digamos que los más de moda como el tráfico de drogas o venta de armas, y ya habrá perdido, si alguna vez lo tuvo, todo sentido moral, y sus actos carecerán en absoluto de escrúpulos. Y si las cosas peligran, no dudará en aliarse a sus competidores para armar un bloque de resistencia, integrará una “multinacional”…
Esos son, en una apretada síntesis, los pasos que deberá seguir un aspirante a millonario, otra no le queda. Por eso, cuando se destapó el asunto de los “papeles de Panamá” y vimos a nuestro presidente Mauricio Macri junto a su padre sospechosos de evadir impuestos y lavar dinero, ¿de qué podemos extrañarnos? Milagro sería que no fuese así.
Pero destapada la olla y, ya habiendo lo que hay, ¿cómo saldrá de esta el pobre hombre? ¿Qué justificación pretenderá darnos para exculparse? Lo cierto es que no le será fácil: Macri carece de la facilidad de palabra que tiene su equipo, y acaso también de pensamiento. Como tímido con muy mala leche, sólo sabe decir las cosas a lo bruto, con una oratoria prepotente que nos remiten demasiado a la del General Videla (¿no recuerdan el barullo mental que se hizo para tratar de explicar la cuestión de los “desaparecidos”?). Una conferencia de prensa lo puede hundir, y lo sabe. Por lo que seguramente evitará para hacer las pertinentes aclaraciones a sus secuaces o armará videos en los que le preguntarán lo que él quiera y lo que él quiera responderá.
Pero tiene sus acólitos, que no son pocos. Incondicionales que harán de sus mentiras verdades, contra toda justicia y contra toda razón. Porque en Argentina no se reflexiona, se toma fanáticamente una posición. Es un país donde conviven dos países, enfrentados permanentemente, con saña, con salvajismo. Y fiel al bando que uno elija, no importará que su compañero sea el peor engendro que dio la humanidad, mientras esté de su lado. Y esto es, mal que nos pese, una pura y dura cuestión de racismo. Una cuestión que, a lo largo de la historia del país, ha tenido varios rostros: unitarios y federales, peronistas y gorilas, militares y civiles, kirschneristas y Macristas…
Tenemos, por un lado, al patricio, descendiente más cercano del conquistador que, unido a la populosa clase media, forma el bloque de la “raza blanca”, en oposición al bloque formado por el mestizo y lo que han dejado de los “pueblos originarios”, el de piel oscura, el de “cabecitas negras”.
Y este enfrentamiento, que debemos remitirlo al le época de la colonización, tan antiguo y tan arraigado está que se necesitará mucho tiempo y mucha voluntad para superarlo. Y lo más difícil, el deseo de hacerlo. Porque se han sembrado vientos y se recogen tempestades.
Porque esto sea probablemente causa importante de que Argentina se haya ido convirtiendo en un país tercermundista (por mucho que esto agreda a nuestra alma patriótica). Si no, veamos cómo el gobierno actual, como en su tiempo hiciera la Revolución Libertadora que derrocó a Perón, se dedica sistemáticamente y sin criterio a destruir lo que hizo el gobierno anterior, y saltándose a picere toda legalidad. Se nombran jueces por decreto, si apresa a la dirigente Milagro Sala, legalmente protegida por sus fueron parlamentarios (¡Ah, pero eso no es responsabilidad del gobierno, sino del poder judicial, poder independiente! Pero dígame, ¿es que alguien hoy en día, medianamente informado, puede honestamente creer que en la práctica de las democracias occidentales existe la división de poderes?), se aparta de sus puestos a periodistas y medios opositores, y con la excusa (demostrada como excusa) de quitar de la administración del Estado a los empleados “ñoquis” nombrados por el último gobierno, se liberan de todos aquellos que puedan hacerles oposición, personas algunas con más de veinte años en sus cargos, y para nombrar a su propia gente… y hasta se pretende procesar a la anterior presidente, ni Dios sabe por qué. Porque se miente, y se miente chapuceramente. Como adictos que son de los EEUU, el ejemplo de Georges Busch les ha calado hondo.
La Argentina es un país de ignorantes. Pero con sus responsables. Hay una Argentina ignorante que sume en la ignorancia a la otra Argentina. ¿Quién a quién? Ponga usted las fichas en su sitio.
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* Arturo Seeber es miembro de la Asamblea de redacción de LoQueSomos
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