Los niños soldado de Siria
Cada una de las guerras que en el presente cuadriculan mortalmente el planeta tiene detrás una sombra aparentemente distinta y, sin embargo, sospechosamente similar. Cada foco de violencia planificada para afectar a un objetivo colectivo se sustenta en una pregunta que deberíamos atrevernos a formular: ¿Qué beneficios obtendrá el imperialismo, su crueldad y ambición, provocando la guerra en X, manteniendo el conflicto cruento el máximo tiempo posible y ejerciendo “las tareas humanitarias de reconstrucción y ayuda” para cerrar el círculo de la planificación bélica?
Supuestamente, la eliminación de fronteras; la facilitación de la movilidad entre países; el “progreso”, nefasto anestésico con el que el imperialismo nos adormece para continuar con su manipulación despiadada, y otros indicadores que prueban el falso estado de bienestar, espejismo de oasis prefabricado al que nos conducen las manos despiadadas del capital, iban a propiciar que el número de enfrentamientos bélicos entre países descendiera, otra de las falsas promesas del capitalismo voraz. Chomsky, una voz que siempre sobresale por sus acertadas e inteligentes opiniones y críticas sobre la realidad social, especialmente sobre la letal política exterior de Estados Unidos y aliados como Israel, sitúa tras cada guerra, el espíritu asolador del imperialismo, su irrespetuosa y prepotente consideración del individuo -un bien, una mercancía, un peón al que manipular al dictado de operaciones económicas dirigidas a beneficiar al poder- y el poder incalculable de los medios de manipulación mediática, esparcidores de discordias y falacias, constructores de una realidad totalmente irreal. Las guerras, tal y como el imperialismo las diseña desde hace tiempo, no son enfrentamientos de “unos” contra “otros”, sino tableros de ajedrez donde el capitalismo juega a avanzar inexorable las casillas que se le antoja, asociadas indefectiblemente con negocios y beneficios económicos o energéticos, “matando” las fichas de otras versiones de él mismo que pretenden exactamente lo mismo: su lucro.
Hoy el genocidio que el imperialismo comenzó a instigar cuando se inició el conflicto Sirio nos ha recordado, de nuevo, un hecho que endurece, aún más si cabe, la visión de la muerte planificada por intereses externos a Siria: el entrenamiento de niños como soldados que se preparan para la guerra, que ingieren el odio con el que vomitarán, desde una visión de la realidad totalmente manipulada, sobre los cadáveres que esperan provocar para cumplir con su misión. Se trata de niños soldados que entonan cánticos contra Bassad, llenos de alusiones calculadamente elegidas, encadenados a un estribillo que ensalza la muerte y la asocia, paradójicamente, a una vida nueva, a un orden que muchos analistas críticos definen como un sueño exportado a sus mentes infantiles por quienes manejan los hilos del genocidio en el que participan, desde un lugar alejado del conflicto y envuelto en banderas con barras y estrellas. Se trata de la prueba de que jamás se resolvió el siniestro espectro de la utilización de la infancia, su vehemencia y su manejabilidad, como arma poderosa en las guerras y lo suficientemente “insignificante” como para, en caso de caer, solo implique cavar un foso de dimensiones reducidas en el suelo.
Niños soldados, manipulados y enviados a un pasadizo de muerte en Sierra Leona, como Abu Bakar Kallay; niños soldados entrenándose para morir por su país, Corea; niños soldados que esgrimen fusiles y son la infancia perdida de Colombia; niños entrenados para morir en Irak, en el letal triángulo Sunni”; niños soldados que caen abatidos en los conflictos del Congo; niños soldados reclutados y entrenados en Afganistán, Sudán, República Democrática del Congo, Malí, Yemen…
Niños soldados que dan la cara, escudados en su visión inocente y manipulada de la muerte, en un escenario global en el que muchos analistas críticos ven como denominador común una consideración: Con el despliegue global de las fuerzas estadounidenses después del 9/11, desde Afganistán hasta las Filipinas, los niños soldados han estado presente en cada zona de conflicto en las que Estados Unidos opera.
El imperialismo sabe que reclutar niños para convertirlos en soldados es, además de una inversión rentable y un gasto barato, una forma eficaz de aniquilar no solo el presente del país que pretende conquistar sino también SU FUTURO.