Los quilombos, centros de resistencia afrobrasileños

Los quilombos, centros de resistencia afrobrasileños
Foto: Aquipoa

Por Flavio Gomes *

Creados por los esclavos que huían del trabajo forzado o por las comunidades negras tras la abolición de la esclavitud, los quilombos siguen siendo espacios de memoria y resistencia. Sin embargo, muchos de ellos se encuentran actualmente amenazados por proyectos inmobiliarios

Se les conoce como cumbes en Venezuela, palenques en Colombia y Ecuador, maroons en Jamaica, Estados Unidos y parte del Caribe anglófono, marrons en Haití y parte del Caribe francófono, o cimarrones (en Cuba, México y Puerto Rico), y hacen alusión a las comunidades de esclavos fugitivos que se formaron en Estados Unidos y en muchos países de América Latina y el Caribe.

En Brasil, encontramos alusiones en textos del periodo colonial de mediados del siglo XVI con el nombre de mocambos, y después, a finales del siglo XVII aparecen como quilombos, dos términos originarios de África Central que significan “campamentos” o “aldeas”.

A partir de los primeros siglos de ocupación y explotación colonial, tanto en las plantaciones como en las zonas dedicadas a la producción alimentaria, emergieron formas de campesinado negro. A partir de los propios quilombos y de comunidades autóctonas formadas por personas que habían huido de poblados religiosos o laicos y que se recomponían étnicamente se fueron constituyendo complejas experiencias campesinas.

El terror de los grandes hacendados

Quilombo de Palmares. Óleo de Manuel Vítor

Además de los grandes mocambos y quilombos de Palmares (en las regiones brasileñas de Alagoas y Pernambuco), dirigidos por los jefes Ganga-Zumba y Zumbi, que se mantuvieron entre 1575 y 1743, aparecieron varias comunidades de fugitivos en la Amazonia y en Bahía, Sergipe, Río Grande del Norte y Piauí que se fueron extendiendo por todo el país, incluidas las regiones coloniales de Goiás, Mato Grosso y Minas Gerais.

En el siglo XIX, hubo un aumento exponencial de estas comunidades, especialmente en São Paulo, Río de Janeiro y Río Grande. Hasta la víspera de la abolición, en 1888, se produjeron innumerables fugas colectivas con la consiguiente creación de quilombos, que sembraban el pánico entre los grandes latifundistas y las autoridades en todos los rincones de Brasil, y que alcanzaban a las ciudades.

Los quilombos fueron también el resultado de formas seculares de ocupación, así como de donativos de tierras a libertos desde finales del siglo XVIII. Un proceso histórico que es importante tener en cuenta es la migración de familias negras y la ocupación de tierras durante la última década de esclavitud y los primeros años posteriores a la emancipación. En este periodo el proceso se volvió aún más complejo, con la migración de poblaciones campesinas que formaron territorios, localidades, comunidades, colectividades y barrios rurales negros, y que actualmente se cuentan por miles, y están diseminados por todo Brasil.

Foto: Fabiene Gama. Acervo Koinonia.

Reconocimiento

En los decenios de 1980 y 1990 –y en particular en 1988, con la promulgación de la Constitución, y en 1995, con la conmemoración del tricentenario de la muerte de Zumbi– se reforzó el proceso de lucha social de los quilombos en Brasil. En este contexto, la denominación “comunidades negras rurales formadas en los quilombos” identifica a las comunidades rurales (aunque también pueden encontrarse en algunas aglomeraciones urbanas) cuyos habitantes provienen de antiguos quilombos o descienden de grupos de fugitivos, e incluso de libertos y negros libres.

El concepto de “restos de quilombos” se incorporó a la Constitución brasileña en 1988. Las disposiciones constitucionales preveían que se reconociera a los descendientes de los antiguos quilombos como propietarios definitivos de sus tierras y que de ello derivaran derechos constitucionales de preservación de las culturas que debían ser reconocidas como patrimonio cultural.

Sin embargo, a pesar de esta nueva legislación, el número de comunidades con títulos de propiedad sigue siendo muy bajo. Peor aún, el número de asesinatos de líderes rurales negros provenientes de estos antiguos quilombos, que luchan contra los que acaparan sus tierras y las ocupaciones ilegales de sus territorios, ha aumentado en los últimos diez años.

Paradójicamente, estas nuevas medidas han tenido el efecto de frenar el proceso de obtención de títulos y el reconocimiento de los territorios pertenecientes a antiguos quilombos por parte de los poderes públicos. A la presión del sector de propietarios agrarios, se añade la lentitud con la que los órganos estatales y federales expiden títulos de propiedad definitivos.

Una lucha de larga duración

En este contexto, etnógrafos e investigadores especializados en la historia de los quilombos y mocambos de los siglos XVII, XVIII y XIX han sugerido que se amplíe la definición de quilombo, así como la de las comunidades que provienen de ellos. Ha habido incluso un movimiento –que atañe también a los habitantes y líderes de las propias comunidades– para redefinir el significado que debe dárseles a partir de los conceptos de memoria, etnicidad, territorio y ciudadanía.

Según el último censo de población, en 2023 habrá unos 1,3 millones de descendientes de quilombos repartidos por todo el país. En el próximo decenio, esta cifra podría aumentar hasta el 1% de la población brasileña, lo que los acercaría a la comunidad indígena, que actualmente representa 1,6 millones de personas.

La lucha por la tierra de estas comunidades rurales negras es un proceso de larga duración, en el que se alternan momentos de acción política, intervención gubernamental, participación de historiadores y antropólogos, debates parlamentarios y, sobre todo, movilización social.

Los debates sobre la desigualdad racial, el acceso a la tierra, las políticas públicas y la ampliación de la ciudadanía, e incluso las indemnizaciones por más de 350 años de esclavitud colonial y poscolonial, están presentes en las luchas de los quilombos contemporáneos repartidos por todo Brasil, que actualmente representan casi 6.000 comunidades y podrían alcanzar los tres millones a mediados del siglo XXI.

* Profesor asociado del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Publicado en “El Correo de la UNESCO”

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