Los restos de Julio Álvarez del Vayo no deben acabar en una fosa común
Mirta Núñez Díaz-Balart. LQS. Marzo 201
Diputado socialista durante dos legislaturas, representó el socialismo más combativo pero, a la larga, en enfrentamiento con la línea más burguesa, le expulsaría del PSOE y acabaría sus días como presidente del FRAP
Pocos rememoran su figura, tan importante en los años treinta y cuarenta. Sorprende que un hombre tan relevante hoy no esté en el escenario intelectual de España. Hombre de gran envergadura intelectual, político y periodista, había salido de España cuando sólo unos pocos salían más allá de sus fronteras. Periodista y escritor, una gran talla física acompañaba su enorme vitalidad. Su gran dominio de idiomas cuando ni los universitarios españoles tenían esa cualidad que le permitió conocer y conversar con figuras como Rosa Luxemburg o, el propio Karl Lieknetch.
Hombre del ala izquierdista del PSOE, fue ministro de Estado con Largo Caballero, Ya en el difícil año de 1938, siguió la senda del Dr. Negrín, intentó cambiar la suerte de la España republicana en los foros internacionales. Diputado socialista durante dos legislaturas, representó el socialismo más combativo pero, a la larga, en enfrentamiento con la línea más burguesa, le expulsaría del PSOE y acabaría sus días como presidente del FRAP.
La creación en 1936 del llamado Comité de No Intervención, allá por el verano de 1936, fue mal enemigo pues, sin duda, según el dicho tradicional “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, algo que en el caso español se repetía una y otra vez. En un penoso diálogo de sordos que se mantuvo durante los casi tres años de guerra para España, Vayo ejerció su patriotismo hasta la extenuación. En la Sociedad de Naciones en que predominaban los “sepulcros blanqueados”, Vayo ejercía de la voz de la conciencia de las democracias occidentales. Para sonrojo de franceses e ingleses, su presencia en Ginebra le permitió intervenir en primera línea en el traslado del Tesoro Artístico del Museo del Prado a territorio neutral como Suiza. De esa manera, evitó que las bombas que lanzaban los insurrectos sobre Madrid y de las cuales alguna cayó en el propio Museo del Prado, acabase por agujerear alguno de los magnífico lienzos de Velázquez o Goya. En un escenario internacional tan hostil fue siempre un observador con ojos sagaces y, en plena guerra tituló uno de sus reportajes “Dos años de fascismo internacional”.
Las últimas gestiones políticas que presidió estuvieron encaminadas a intentar convencer a Azaña de que volviese desde Francia a territorio leal para hacer valer la voz legítima de la República frente al golpe del Coronel Casado, en una de esas últimas intervenciones que convirtieron en premonitorio el título de sus memorias, “El Último Optimista”, publicado en inglés.
Hoy sus restos descansan junto a su esposa, en la Ginebra que conoció la inútil esgrima diplomática de la Sociedad de Naciones para ocultar el entreguismo ante Hitler y Mussolini. El periodo suscrito para la sepultura de Vayo y su esposa se agota y el siguiente paso será lanzarlos a la fosa común.
La ciudad que posee un impresionante Monumento a los Reformadores, que soñaron un mundo diferente desde la fe y el pensamiento, no debe contemplarlo.
Los restos de Julio Álvarez del Vayo, quien tanto luchó por España en los escenarios internacionales, no deben acabar en una fosa común.
* Profesora titular en el Departamento de Historia de la Comunicación Social, en la Universidad Complutense de Madrid, actual directora.